Al parecer, la Unión Europea y los Estados Unidos decidieron darle sabor al verano. Los gobiernos que conforman la Europa unida arrastraron hasta julio un acuerdo que debió haberse tomado en febrero para rescatar una vez más a uno de sus países periféricos al borde de la quiebra: Grecia. Washington escenificó una crisis voluntaria y extendió la negociación sobre la ampliación del techo de la deuda, un asunto que rara vez genera desacuerdos, hasta el borde del abismo financiero.
Ambos dramas tuvieron como escenario una atmósfera de polarización política, liderazgos débiles y nacionalismos e ideologías excluyentes. Coyuntura que podría desecharse como un fenómeno pasajero si las crisis en ambos lados del Atlántico no fueran la cabeza del iceberg de graves problemas estructurales de sus sistemas políticos que, más allá de liderazgos ineficaces y electorados irracionales, han impedido a Europa y Estados Unidos moverse con certeza en el mundo globalizado y resolver con eficacia crisis como las de este verano.
Desde su nacimiento en los años cincuenta, la Unión Europea estableció un sistema consensual que obliga a sus miembros a negociar hasta las Calendas griegas para encontrar soluciones comunes a cualquier problema. La Unión tiene que satisfacer las demandas de múltiples polos de poder. No sólo los intereses nacionales y los estados de ánimo de los electorados de cada país, sino también los de la Comisión y el Parlamento en Bruselas. La ampliación de la Unión Europea ha incorporado nuevos interesas nacionales al tejido comunitario y enredado aún más un proceso de negociaciones de por sí complicado. La solución a la deuda griega es sólo un paliativo: otras naciones endeudadas hasta la coronilla están haciendo fila frente a los imponentes edificios comunitarios en Bruselas. En el camino, la Unión Europea se juega, entre otras cosas, la viabilidad de la unión monetaria.
En los Estados Unidos, la Constitución estableció un sistema de checks and balances, diseñado para limitar el poder del gobierno federal, que obliga al Capitolio a negociar-y conceder- entre sus miembros y con la Casa Blanca, hasta llegar a acuerdos y compromisos que reflejen los intereses de todos. El dilema es que en una situación de polarización política extrema, como la actual, el sistema se paraliza. Antes de las últimas elecciones legislativas, republicanos moderados y demócratas conservadores garantizaban el compromiso. Hoy, el centro está vacío. En gran parte, porque el Partido del Té ha arrastrado a los republicanos hasta colocarlos en una posición tan conservadora que hace imposible cualquier negociación. Estados Unidos está pagando un precio muy alto por los problemas estructurales de su sistema político: una bajísima tasa de crecimiento y el aumento de un desempleo pertinaz. Si la parálisis se agudiza y genera una nueva crisis financiera, el resto del mundo pagará una buena parte de la factura.
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.