Foto: Warren K. Leffler [Public domain]

Fidel, comandante soft. Entrevista a Abel Sierra Madero

Una conversación con el autor nacido en Matanzas acerca de su más reciente libro, Fidel Castro. El comandante playboy. Sexo, revolución y guerra fría, recién publicado por Hypermedia en Madrid.
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Dos de las etapas esenciales de todo deslumbramiento son la adoración y la demonización, ambas presentes en la mayoría del material investigado por Abel Sierra Madero para Fidel Castro. El comandante playboy. Sexo, revolución y guerra fría, libro que acaba de publicar la editorial Hypermedia en Madrid. El estudio no solo relee el flirt político entre el mundo pulp norteamericano y la revolución cubana –escarceo del que se tenía muy poco conocimiento en la isla– sino que cuenta con un archivo visual importante para conocer ese mundo dominado por las revistas soft, fueran porno o no, y aquellas que en Occidente llaman “del corazón”, dedicadas al cotilleo y la moral chiquitica de la época.

Para discutir más sobre estos temas, me reuní con Abel en un cafecito de Roma y grabamos nuestra conversación. Pensar y hablar los años sesenta bajo el calor de agosto tiene siempre algo de contienda púnica.

Nada fascinó y repugnó tanto a la prensa de Estados Unidos como la revolución cubana en los años posteriores a 1959. ¿Hasta qué punto la escatología ontológica fue incorporada a esta mirada primaria sobre Fidel Castro y hasta qué punto fue tratada también de manera particular, sin mezclarse precisamente con la ideología de la época?
Efectivamente, no se asienta un mito sin que antes se establezca esa dualidad afectiva a escala masiva. Es un proceso de retroalimentación mutua entre lovers y haters que le da cuerpo al mito en el tiempo. Hasta ahora no había meditado sobre la pertinencia del concepto de escatología ontológica para pensar estas narrativas. Es posible que pueda salir algo productivo de ese ejercicio si tomamos en cuenta que, en un sentido filosófico, la escatología es una noción que está relacionada con la vida de ultratumba, con la inmortalidad, que son ideas encriptadas en la construcción de cualquier mito y en la religión cristiana también.

Aunque creo que esas narrativas a la que apunta tu lectura sí tenían una mirada ideológica. Me explico. Las tramas pulp formaron parte de un contexto muy específico, la Guerra Fría. En Estados Unidos se caracterizó, entre otras cosas, por el miedo al comunismo y a los movimientos por los derechos civiles y sexuales. Las historias pulp se articularon sobre la base de reciclajes culturales y discursos antropológicos que pasaron a la cultura popular, a la literatura, en forma de estereotipos y lenguaje de animalidad y biopolítica que tributaban a esos miedos. Una de las esencias del pulp es precisamente el reciclaje de este repertorio discursivo. Eso se tradujo también en la representación de Fidel Castro. Lo que me interesaba eran los modos en que estos lenguajes pasaron y se digirieron en la cultura impresa y cómo se integraron a sistemas de representación de Castro y de la revolución cubana.

¿A la par de esa imagen vinculada a los “deseos de relación” entre ciertos sectores de Estados Unidos y Cuba, se vendía también en toda la mercadería pulp alguna información crítica que hablara de la escasez y la represión que ahogaba al país en los años sesenta y setenta?
Los relatos sobre la escasez y la represión de esos años provienen más bien del mundo periodístico. La mayoría de los que escribían sobre Cuba desde Estados Unidos durante esa época tenían una relación afectiva con la revolución y producían una literatura de viajes de tipo militante. Siempre hubo excepciones. Allen Ginsberg, por ejemplo, fue uno de los que habló en un tono más crítico. También algunos activistas afroamericanos que estuvieron en Cuba escribieron textos nada complacientes, bastante duros sobre el racismo en la Isla.

Playboy y otras revistas donde se publicaba material gráfico sobre Cuba tenían una tirada masiva e internacional. ¿Tienes alguna idea de cómo funcionaba en otros países occidentales esta fascinación “por lo barbudo” que transmitían las publicaciones que analizas en tu libro?
Me concentré sobre todo en la cultura impresa estadounidense de la Guerra Fría, pero la fascinación por “lo barbudo” tuvo gran calado en todo Occidente. En el mundo intelectual, el pulp siempre fue desechado y tratado como literatura menor, a veces ni siquiera como literatura. Para el sistema del arte tradicional, esos relatos pertenecían a una especie de basurero destinado a las masas, que no valía la pena archivar. De ahí que algunos escritores firmaron con seudónimos para no empañar sus reputaciones. Quizás resulte extraño, pero Ernest Hemingway fue uno de los escritores que contribuyó con estas publicaciones en algún momento. Las revistas pulp no se encuentran en las bibliotecas, sino en colecciones privadas y por supuesto, en Ebay, desde donde yo construí todo el archivo del libro. Ahora es que algunas bibliotecas se han animado a coleccionar estos materiales. La Biblioteca del Congreso, por ejemplo, está armando un archivo sobre el pulp fiction y las revistas de aventuras para hombres, debido, entre otras cosas, al interés generado a partir de los libros publicados por Taschen y por la presión de una comunidad cada vez más creciente que consume este tipo de cultura vintage.

¿Se representó o representaba con frecuencia en estas publicaciones a otra persona vinculada a la revolución cubana que no fuera Fidel Castro?
La imagen más recurrente era la de Fidel Castro. Sin dudas la más poderosa y la más conocida. Pero, es curioso que en muchas de esas tramas se colaran los nombres de algunos líderes del exilio como Manolo Ray, entre otros. Estoy seguro de que algunos de los autores de esos relatos eran cubanos exiliados. Algunas revistas pagaban muy bien los textos. Entre 100 y 200 dólares, dependiendo de la extensión y de la calidad. Para aquella época esa cifra era un dineral. Ojalá que exista alguno de esos autores por ahí y entrevistarlo

Una de las cosas más interesantes –por paradójica– del material que ofrece tu libro es que Alina Fernández, hija de Fidel Castro, te negara toda vinculación a Playboy a la misma vez que alguien conectado a la revista te hablara del reportaje que se hizo con ella (que finalmente no fue publicado). ¿A qué crees que se debió este desmentido de ella?
Aunque es muy difícil de demostrar, creo que Fidel Castro se enteró del asunto e hizo abortar el proyecto. Es posible que mi interpelación haya tomado a Alina por sorpresa, no lo esperaba. Los nervios o el pudor la hicieron desmentir sus vínculos con Playboy, pero estoy seguro de que esa sesión de fotos en el hotel Excelsior de Roma se realizó. Y no, no he tenido reacciones de su parte.

Hacia el final del Comandante Playboy estudias la representación de Castro en las novelas y magazines homosexuales. ¿Cuáles eran las diferencias principales ­­–a nivel de contenido y gráfica– entre las revistas o libros que no estaban dirigidos a ese mercado y los que sí? ¿Llegó a ser utilizado alguna vez Fidel Castro (como ahora mismo es usado el Che Guevara por ejemplo) como símbolo gay en Estados Unidos?
No, entre los cientos de relatos de pulp fiction que leí solo encontré un personaje gay. Este tipo de narrativas y publicaciones estaban orientados a hombres heterosexuales de clase trabajadora, que además de esas historias de aventuras, buscaban las secciones de la pinups y desnudos. Para el mundo y el mercado gay existían otras novelas en paperback o bolsillo. También otras revistas.

Fidel Castro nunca llegó a ser utilizado como un símbolo gay. Murió muy viejo y para la comunidad LGBTQ quedó claro que fue el principal responsable del emplazamiento de las UMAP, aquellos infames campos de trabajo forzado adonde fueron enviados miles de jóvenes, entre ellos, cientos de homosexuales. La representación gay del Che resulta muy problemática y demuestra que el conocimiento sobre la historia de la revolución cubana en Estados Unidos y América Latina es muy básico y superficial. La mayoría no tienen ni idea del drama cubano y ni se enteran de que Guevara fue un personaje homofóbico con una proyección antiintelectual.

En una entrevista publicada en Hypermedia Magazine dices sobre los Cuban studies: “Este campo ha estado contaminado por relaciones clientelares que han establecido históricamente académicos estadounidenses con comisarios culturales y funcionarios. Existe un contrato tácito que implica cierta condescendencia política con respecto al régimen cubano. Las voces críticas suelen ser castigadas y penalizadas con la prohibición de entrar a la isla”. ¿Hay noticia de que alguna vez algunos de estos académicos pro revolución hayan intentado intervenir en la política de las revistas pulp sobre Cuba, sea escribiendo sobre (contra) ellas en algún periódico importante, sea creando alguna publicación que pudiera entenderse como una respuesta directa a la imagen que lo pulp daba sobre la revolución en general? ¿Se incluyó alguna vez una investigación en la academia norteamericana, aunque fuera negativa, de este archivo camp que tú recorres en tu libro?
Las narrativas que la izquierda estadounidense producía sobre Cuba se concentraron en otras zonas. Además de los journals académicos, por supuesto, la izquierda tenía otras publicaciones como Evergreen Review o Pa’lante, como demuestra Rafael Rojas en su libro Traductores de la utopía, y también más tarde Areito. Estas revistas desaparecieron, a excepción de Evergreen Review, que ha tenido sus vaivenes. Sin embargo, en la actualidad existen otras publicaciones de mucha circulación y prestigio, como The Nation o Slate, que tienen una política editorial muy celosa con respecto a Cuba. Es prácticamente imposible colar en esos espacios un texto crítico sobre la revolución. Para ellos, es posible que la Guerra Fría no haya acabado y Cuba, lejos de ser una formación más abarcadora y compleja, es la revolución. Para ellos, Fidel Castro es intocable.

Durante ese periodo, la academia tenía una visión bastante elitista, restringida de la cultura, y el pulp no formaba parte de sus intereses. Sus proyectos intelectuales estuvieron encaminados más bien a inducir una lectura y una pedagogía muy particular sobre Cuba. Algunos, los más entusiastas, se dedicaron a atacar activamente otras visiones o materiales como el documental Conducta impropia, por ejemplo. Hasta ahora no he encontrato textos que apunten a una estrategia de contrarrestar los relatos del mundo del pulp sobre Cuba. Es posible que mi libro sea uno de los primeros en investigar y analizar estas tramas y estética relacionadas con Fidel Castro y la revolución, y entenderlas como un corpus, como un archivo.

¿Pervive esta iconografía fascinada por la revolución en las revistas pulp o soft porno actuales?
No, en lo absoluto. El mundo contemporáneo es tan conservador, tan puritano, que recuerda el periódo del macartismo en Estados Unidos. En estos momentos el surgimiento de un género como el pulp sería impensable. Vivimos en la era de la vergüenza, del pudor y del political correctness. Ese proceso ha provocado entre otras cosas, que cadenas como HBO retiren de sus plataformas late night shows de softporn para adultos, o que Facebook censure obras como “El origen del mundo” de Gustave Courbet, pero también las de Boticelli. Es una locura.

La desaparición de Fidel Castro y de Cuba en este tipo de publicaciones se produce a principios de la década de 1970. Pero es que para entonces, esas revistas también estaban condenadas a desaparecer. Eso tiene que ver con la decadencia de los discursos de la revolución sexual y con el auge de fuerzas conservadoras y religiosas, sobre todo a partir de la llegada de Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos. En ese periódo se empiezan a sacar de los newsstands y de los mini supermercados todas las revistas de desnudos, entre ellas Playboy, por presiones de los grupos religiosos y de los grupos feministas más conservadores. No me gusta establecer causalidades, pero creo que hay conexiones ahí y que tienen un impacto en el presente. Si en los años 60 y 70 el sexo se convirtió en un lugar de resistencia, en un lugar para pensar la libertad, la democracia, hoy ya no lo es tanto.

No sabemos si la claque política cubana conocía de estas entrevistas y reportajes constantes de Castro en el mercado norteamericano. Pero digamos que no, que no tenían mucha idea… Después de estudiar todo este mundo y después de tú mismo haber entrevistado a algunos de ellos (García Buchaca, Alfredo Guevara, et al.), ¿cómo tú crees que hubieran reaccionado si entrevistas como las de Playboy o Penthouse hubieran circulado por la isla?
Muy pocos miembros de la élite del régimen sabían de los affaires del dictador con Playboy. Eso seguramente se manejó como un secreto de Estado. Es posible que ni Rául Castro estuviera al tanto. Como cuento en el libro, la propia Vilma Espín se escandalizó en 1991 cuando supo que un equipo de la revista estuvo en La Habana para otra entrevista con Fidel. Ese team recibió tratamiento VIP y se movía en transportes de las FAR y todo. Pero Alfredo Guevara era un hombre muy bien informado y viajaba bastante. Es posible que en uno de sus viajes se haya topado en los newsstands de algún aeropuerto con la portada de Playboy anunciando la entrevista del comandante. Si lo supo, calló como lo hubiera hecho cualquier funcionario o comisario tratando de conservar sus cuotas de poder. Si esas entrevistas hubieran circulado en la isla hubiera provocado un gran escándalo entre la gente, pero el discurso oficial hubiera fabricado cualquier justificación para legitimar la presencia de Castro en las páginas de Playboy.

¿Podríamos decir que Castro y su imagen en Occidente fue de alguna manera una invención norteamericana?
Fidel Castro es una invención, una fantasía que construyeron y vendieron corporaciones de la comunicación como The New York Times, Playboy, CBS, entre otras. Castro fue un producto de la Guerra Fría, una suerte de commodity, un producto que respondió a necesidades específicas tanto de los grupos liberales como de los conservadores. Fuera del contexto de la Guerra Fría el dictador cubano es un personaje anacrónico, hasta ridículo. Anthony de Palma le adjudicó a Herbert Matthews y The New York Times la producción de la fábula; pero creo que esa invención fue un poco más compleja. El periodista John P. Wallach recogió esa pulsión, mucho antes de que Anthony de Palma escribiera su libro. Aunque es algo trillado, decía Wallach “hay que decir que si Fidel Castro no hubiera existido, lo hubiéramos tenido que inventar. El hecho es ese, que lo inventamos.” Si bien esto es cierto, no podemos quitarle agencia a la propaganda revolucionaria y a su ejército de escritores, periodistas, cineastas y fotógrafos que empaquetaron a Fidel y a la revolución, convirtiéndolos en productos de deseo y de consumo.

 

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