Lo primero que me atrajo de Fitzcarraldo, además del nombre, fue la estética de aparente simplicidad. Un primer vistazo muestra una editorial casi conceptual, que se puede leer claramente en la distancia, de lo general a lo particular, y eso es muy inusual. Las portadas son mínimas y al mismo tiempo son clásicas de una manera cálida. En la sencillez de esa superficie tan bien lograda se adivina un pensamiento complejo y la representación de largos procesos de lectura. En el siguiente acercamiento aparece el catálogo, que sorprende porque solo puede ser el resultado de lecturas ávidas, intereses panorámicos y una intención multilingüe muy diversa. En esta primera mirada a Fitzcarraldo, sin haber leído nada todavía, hay rasgos ya de calidad editorial excepcionales: ligereza y coherencia en el exterior, multiplicidad y visibilidad en los contenidos.
Jacques Testard (París, 1984) es el fundador y editor de Fitzcarraldo. Estudió Historia en Dublín, en donde su interés por las letras se intensificó: “Leía una buena cantidad de libros y pasaba mucho tiempo discutiéndolos con mis amigos; todos estudiaban Letras. El legado literario de la ciudad es omnipresente: es el hogar de Joyce, Beckett, Brendan Behan, Flann O’Brien, y creo que eso tuvo un efecto en mí, aunque siempre he sido un lector ávido, aun en mis días de adolescencia”. En 2008 comenzó a trabajar como practicante en varias editoriales parisinas, pequeñas y grandes, en donde adquirió “algunas de las habilidades que se necesitan para editar, sin que realmente llegara a editar nada todavía”.
En 2010 regresó a Londres, y fue ahí donde fundó, en 2011, el antecedente de Fitzcarraldo: la revista literaria The White Review, “un espacio para que una nueva generación se exprese sin las ataduras de la forma, tema o género”. Editando la revista se dio cuenta de que “había muy pocas editoriales que se animaran a tomar riesgos con ficción literaria seria, mucho menos si era traducida”. Ese mismo año comenzó a trabajar como editor en Notting Hill Editions, en donde aprendió el arte de la publicación de libros. En 2014, al salir de Notting Hill, y con veintinueve años, “no quería iniciar con una editorial propia necesariamente –dice Testard–, pero sí quería hacer el trabajo de editor. No encontré nada así en Londres, así que decidí fundar Fitzcarraldo con la idea de publicar escritura contemporánea ambiciosa, libros ‘muy literarios’, innovadores e imaginativos en estilo, que afronten los temas relevantes para el mundo en que vivimos, que contribuyan a la cultura, que exploren y expandan las posibilidades de la forma. Fitzcarraldo nace de darme cuenta de que muchos de los libros y autores que nos interesaba publicar en The White Review no estaban publicados en el Reino Unido”.
Fitzcarraldo se hizo visible cuando Svetlana Alexiévich, una autora poco conocida entonces, ganó el Nobel en 2015. Como lector bilingüe, Testard había leído El fin del «Homo sovieticus» en francés en 2013: “Mientras me preparaba para el lanzamiento de los primeros libros de Fitzcarraldo, hice una selección de títulos potenciales para adquirir y traducir, y El fin del «Homo sovieticus» era el primero de la lista, así que contacté a la agente de Svetlana y me sorprendí al enterarme que los derechos en inglés estaban libres.”
La primera oferta fue rechazada rápidamente: “¿por qué la agente vendería un gran libro de su autora más importante a una editorial nueva que solo había publicado dos libros y no había demostrado absolutamente nada todavía?”. Pero en la feria de Frankfurt de ese año hizo una segunda oferta (de 3 mil 500 libras) y, al no tener competencia, el trato se cerró. Cuando Alexiévich ganó el Nobel unos meses después, Fitzcarraldo era la única editorial de habla inglesa que tenía los derechos. “Un minuto después del anuncio, mi teléfono comenzó a sonar. La noticia de que Fitzcarraldo había adquirido el libro se había hecho pública de alguna forma. La siguiente semana vendimos los derechos de ese libro a Random House Estados Unidos, y eso le dio estabilidad financiera a la empresa, pudimos crecer poco a poco, pasar de ocho a diez títulos al año. También nos dio una plataforma, una visibilidad.”
Tras el voto del Brexit en 2016 y la violencia física contra migrantes polacos en Gran Bretaña, Testard comenzó a buscar un escritor polaco: “sentía que como editor tenía la obligación de ir en contra de ese complicado clima cultural, que necesitábamos más voces polacas y una mayor comprensión de la cultura polaca en Gran Bretaña”. Fue así como encontró y decidió publicar a Olga Tokarczuk en 2017, con su novela Flights, que ganó el Booker el siguiente año y el Nobel dos años después. Fitzcarraldo debe ser la única editorial de esa escala que haya publicado a dos autoras unos meses antes de que ganaran esos galardones: “todavía me sorprende que pude iniciar una editorial de la nada en 2014 y llegar a publicar autores como Svetlana Alexiévich, Mathias Énard, Annie Ernaux y Olga Tokarczuk en muy poco tiempo. Que ninguno de ellos tuviera un publisher aquí realmente muestra lo conservadora que es la industria editorial inglesa. Y ahora me doy cuenta de que tuve mucha suerte: no creo que hubiera podido construir esta lista en ningún otro idioma”.
Otros autores publicados por Fitzcarraldo son Claire-Louise Bennett, Kate Briggs, Brian Dillon y Keith Gessen. Traducidos del español al inglés están Agustín Fernández Mallo, Paul B. Preciado y Alejandro Zambra, con No leer. “La industria editorial latinoamericana parece mucho más dinámica e intelectual que su contraparte anglófona”, comenta Testard después de su visita a la FIL Guadalajara en 2018. Temporada de Huracanes, de Fernanda Melchor, apareció en su catálogo en febrero 2020, “con una impresionante traducción de Sophie Hughes –dice–. Realmente espero que este libro encuentre la audiencia que merece. Es una obra maestra”. Unas semanas después, el libro fue nominado para el Premio Booker.
¿Cómo logra Testard que los títulos que ha publicado hagan ignición entre ellos? ¿Cuál es el criterio, además del literario, que propicia estos acercamientos? “La ausencia de uniformidad o monotonía en nuestra lista de títulos –dice– es clave”. El catálogo que ha construido se siente inusualmente contemporáneo, a veces experimental, pero al mismo tiempo son libros que apuestan a ser ajenos a su tiempo: hay urgencia en las voces, economía en la producción, pero en la vista de conjunto hay un carácter que aspira a la permanencia.
Esta interesante dualidad –o aparente contradicción– habla de un proceso que debe celebrarse: no solo es un catálogo heterogéneo, inesperado e inquietante: al mismo tiempo, de alguna forma, parece hacer todo el sentido, sin que sepamos exactamente por qué, como si se tratara de una editorial que publica desde el futuro, que va un paso adelante del lector y las librerías: como si Testard supiera algo que nosotros no.
“Me parece que estamos tratando de publicar libros que perduren, que encuentren a sus lectores con el tiempo, que puedan convertirse en futuros clásicos –comenta–. También hay un principio importante sobre el que tomamos las decisiones sobre qué títulos publicar: que los libros se relacionen entre ellos de algún modo, aunque sea mínimo, ya sea en estilo, tema o forma. Cada uno es una obra singular –como dijo Roberto Calasso en La marca del editor– que se convierte en ‘eslabón de una misma cadena o en segmento de una sinuosa progresión de libros […] compuesto de todos los libros publicados por ese editor’. Otras editoriales lo hacen; recuerdo ahora a Eterna Cadencia, que trabaja también con la idea del catálogo como constelación, algo más grande que la suma de sus partes.”
No es extraño que su editorial favorita en inglés sea New Directions: a Testard le interesa mucho la traducción. El cincuenta por ciento de su catálogo son traducciones, un porcentaje muy llamativo al lado del tres por ciento en Estados Unidos y del diez por ciento en el Reino Unido. “La traducción parece ser el lugar donde la escritura más interesante y la más avant-garde sucede”, dice, al mismo tiempo que observa: “la literatura traducida tiene sus propias estanterías en los países anglófonos, a diferencia de Francia, donde puedes encontrar a Balzac al lado de Borges, en el mismo estante, como debe ser: es literatura, finalmente”.
El diseño exterior de los libros es uno de los componentes más llamativos: Fitzcarraldo tiene dos colecciones que destacan inmediatamente por sus tonos sólidos: ficción (azul) y no ficción (blanco), colores que tienen presencia y neutralizan la temporalidad del objeto físico. Son visibles y reconocibles en cualquier punto de una librería, a cualquier distancia: “al diseñar los libros queríamos que fueran visualmente impactantes y deseables como objetos, pues creemos que es así como los libros sobrevivirán en la nueva era mediática. Ya es bastante difícil vender libros, y un buen diseño te hace resaltar en la multitud”. En los primeros seis años, cuenta con treinta y cinco títulos en la colección de ficción y veintisiete títulos en la colección de ensayo.
La forma de Fitzcarraldo habla de un nuevo tipo de editorial: que reacciona rápido, que lee en muchas lenguas a la vez, que pone lado a lado un texto del Nobel con alguien poco conocido, que ignora formas y convenciones para hacer visible su carácter intempestivo. Hasta hace relativamente poco, fue la editorial de una sola persona: Testard se encargaba de todo. Fue hasta el premio de Alexiévich que pudo contratar a un asistente de medio tiempo. Frente a los grandes grupos, las imprentas disfrazadas de editoriales, la importancia que se le da al nombre sobre el texto, aparece algo como Fitzcarraldo, que hace lo opuesto. Nos habla de un oficio editorial que se parece mucho al literario: también “crea” literatura, aunque por otros medios; también la hace fluir por caminos no tan comunes o previsibles. Es uno de esos casos raros en que parece que el editor nos quiere decir: “mira, lee esto, lee así”. Algo distinto a lo que hacen muchos gestores de la escritura, que parecen preocupados por las cuotas y los géneros de moda pero no necesariamente por la calidad literaria.
El nombre de la editorial, Fitzcarraldo, viene de una película de Werner Herzog que cuenta la historia de un hombre que quiere construir una ópera en la selva, lo cual, en palabras de Testard, “no es una metáfora muy sutil acerca de la estupidez de construir una casa editorial: es como arrastrar un barco de vapor de trescientas veinte toneladas para cruzar un cerro lodoso en la jungla del Amazonas”. En 2018, la facturación de la compañía fue de 500 mil libras, con una utilidad de mil cien. Hasta ahora, dice Testard al finalizar nuestra entrevista, “cada año ha sido mejor que el anterior. Soy plenamente consciente de que mi suerte se agotará pronto”.
Este artículo es parte de una serie acerca de editoriales literarias sobresalientes por su catálogo, su proceso editorial o con características distintivas e inesperadas.
(Guanajuato, 1976) es editor en Gris Tormenta, una editorial de ensayo literario y memoria.