Fondo de Cultura Económica: ¿Quo vadis?

Una reflexión sobre el pasado y el futuro de la empresa editorial del Estado mexicano
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La tradición no es el culto a las cenizas sino la preservación del fuego. 
Gustav Mahler

 

Nos preguntamos por la línea futura o “n” transformación del Fondo de Cultura Económica. Su próximo director general ha sido circunspecto u oscilante entre propósitos de generosidad popular y el peso de su nueva responsabilidad en el mundo editorial de México e Iberoamérica. Parece estar considerando el puesto con seriedad antes de lanzar cualquier campaña. Buena señal: los efectos de la labor editorial, por ser cosa del espíritu, no son fáciles de apreciar, son de largo plazo y acumulativos a través de las generaciones. Así considerada, la actividad editorial no se aviene con las grandes campañas (salvo las de ofertas), ni con los triunfos inmediatos (salvo en ventas). Publicar libros es como arrojar botellas con mensaje al mar. 

El vasto y sustantivo catálogo del Fondo y sus avatares políticos en 84 años (más de 10 000 títulos) presenta muchas entradas para valorar su contenido y misión, ya se le vea desde México, desde cualquier otro país de América Latina, o desde España. Pensar el futuro de la institución precisa valorar su vocación cultural y política iberoamericana, patente en memorables colecciones de historia, economía, literatura, artes y filosofía del subcontinente, más la creación de filiales con política editorial propia en más de diez países de América Latina y España. La trayectoria editorial del Fondo recoge y expresa con rigor la unidad espiritual del subcontinente, cuyo rasgo principal es la apertura y absorción del mundo.

En la política editorial y misión cultural del Fondo subyace un claro sentido de propósito, comprometido con difundir y proteger lo mejor del pensamiento, la historia y las artes del mundo occidental e Iberoamérica como parte de él. En este vasto campo hay muchas y valiosas colecciones de muchas editoriales. Las del Fondo están muy influidas por el modernismo latinoamericano, tan variado y estimulante para nuestra propia época. Debido a su estilo de absorber el mundo y de intentar nuevas formas de identidad, el modernismo adquiere nuevo vigor en nuestros tensos días globalizantes. No digamos los libros de historia liberal, el Porfiriato y la Revolución Mexicana.

Subrayamos lo apropiado de este bagaje editorial para el momento latinoamericano actual, en el que el nuevo gobierno mexicano buscará inserción y cooperación, según declaraciones. La presencia y prestigio del Fondo en esos países es una puerta ancha y generosa para crear y cultivar relaciones con gente capaz de influir en sus propios países.

Ya que hablamos del modernismo, me permito una digresión: el Fondo es, en sí mismo, una empresa modernista por su espíritu original. Una casa editora animada por el propósito de publicar libros para estudiantes de economía al final de la Gran Depresión, 1934, no puede ser sino modernista: la economía era entonces la disciplina profesional clave para pretender entender y manejar el mundo moderno. El fce es acervo de la edad de oro del economista. La riqueza de la colección Economía puede ser avalada por cualquier maestro o estudiante de economía de cualquier universidad del mundo. Casi todo lo que los economistas consideran valioso (las tradiciones inglesa, francesa y alemana del xix, el neoclasicismo, Keynes y el keynesianismo, la economía del desarrollo, la econometría, el neoliberalismo, la economía ambiental y otras corrientes contemporáneas), están en el Fondo. Es claro que esta casa no se sumó al pensamiento único que se impuso sobre el mundo. No obstante, de acuerdo con su tradición de rigor editorial, ha publicado libros de algunos de los pensadores neoliberales más respetables.

El Fondo multiplicó sus colecciones en la década de 1940 por la intensa colaboración de muchos profesores y sabios españoles refugiados, no pocos de ellos educados en universidades alemanas. Los fundadores del Fondo, Daniel Cosío Villegas, Alfonso Reyes, Jesús Silva-Herzog y otros vieron en esta inmigración una fuerza intelectual que podría ser fecunda para América. Con estos inmigrados o “transterrados” —rigurosos e incansables traductores—, llegó a México y América Latina lo más granado del pensamiento europeo moderno en filosofía, ciencias sociales y humanidades. Las colecciones respectivas son acaso el mayor tesoro del Fondo, más la colección Breviarios, cuya excelencia es mundialmente reconocida.

En esta etapa el Fondo pasó de ser una editorial de economía a una de contenido universal moderno de nivel universitario. En sus orígenes y en la actualidad, el Fondo no es ni ha sido una editorial de tirajes masivos, aunque haya hecho algunos; su propósito es ayudar a formar élites ilustradas en el pensamiento y sensibilidad, moderno y clásico.

Este valor espiritual del Fondo no fue captado de buenas a primeras por los estudiantes del 68 y secuelas, atrincherados como estábamos en el marxismo, unos tomándolo como verdad revelada, otros como plataforma para otear el mundo y el pensamiento modernos. El Fondo tenía pocos títulos marxistas entonces. Tenía el primer volumen de El capital desde 1959 y títulos de influencia marxista o aledaños, pero las editoriales que publicaban esa literatura eran Siglo xxi, Grijalbo, Era, algunas sudamericanas, otras marginales y comunistas oficiales y oficiosas.

Los estudiantes post-68 preferíamos títulos de estas últimas editoriales a los del Fondo, que en nuestra estrechez veíamos como “de otra época” y como de “ideología burguesa”. Sólo poco a poco, a medida que nos adentrábamos en temas particulares, sus títulos empezaban a aparecérsenos como una riqueza y un desafío que estaban ahí esperando. El lector atento aprecia que los libros del Fondo ofrezcan una sólida formación universitaria general, cuya ausencia es hoy lamentada por maestros, expertos, profesionistas y estudiantes.

Los títulos de la primera época del Fondo hasta los años cincuenta y varios de los años subsiguientes pueden acomodarse en el anaquel “pensamiento moderno”: nos adentran en la comprensión de las dinámicas estructurales del mundo moderno y sus patologías, la “crítica de la modernidad” propiamente dicha, cuyos nombres principales son Max Weber, Emil Durkheim, Georg Simmel, Ferdinand Tönnies y otros, filósofos tenidos por sociólogos, más las rigurosas corrientes neokantianas, fenomenológicas e historicistas, encabezadas por grandes mentes filosóficas orientadas a encontrar hilos de continuidad, diferenciación, individuación y resistencia en la caótica sociedad moderna. Son los clásicos del mundo actual —la vacuna contra delirios tipo “teorías de la conspiración”, y están en el Fondo.

La visión editorial del Fondo en esa época se concentra en producción intelectual de Europa, con pocos títulos mexicanos y latinoamericanos. Los primeros son de Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y otros cofrades de la utopía de América, que fueron también trabajadores o consejeros de la casa. Sus títulos, siempre hechos al calor de los acontecimientos editoriales y de profundización de relaciones culturales con el resto de América Latina, son los orígenes de las colecciones Tierra Firme y Nuestra América. El laberinto de la soledad de Octavio Paz (Col. Pensamiento de México, 1951) y otros pocos en esa veta de exploración filosófica y literaria, marcan un hito en la trayectoria del Fondo al fijar la exigencia de su nivel editorial en México e Iberoamérica. El laberinto de la soledad es piedra angular de lo que será buena parte del canon de la literatura mexicana, contenido en las colecciones Letras Mexicanas, Tezontle, Cenzontle y las de poesía.

Nos ahorramos títulos y nombres muy ilustres porque son bien conocidos, desde los Contemporáneos y Juan Rulfo a Carlos Fuentes y tantos otros literatos cuya obra goza de reconocimiento mundial. Las colecciones literarias del Fondo contienen buena parte de lo que se considera hoy canon de la literatura mexicana moderna. Que yo sepa, los únicos títulos publicados masivamente son de estas colecciones. Pero el Fondo, repitámoslo, nunca ha sido editora de tirajes masivos. Su misión ha sido democratizar la formación de elites intelectuales con un propósito emancipador del individuo y las naciones.

Se nos acaba el espacio para hablar de otras colecciones también muy valiosas. Lo aprovechamos para referir un asunto que levantó cierta ámpula política: la dirección de la editorial por el expresidente Miguel de la Madrid Hurtado. Debe decirse que en ese periodo, el Fondo añadió muchas nuevas colecciones, algunas oficiosas, ciertamente, pero útiles en general. Viene al caso referir las colecciones para niños, jóvenes y padres de familia, que tienen ya 30 años, más las actividades de promoción de la lectura y escritura en estos segmentos de edad. La gráfica de estos libros fomenta un hervidero de artistas de muchos países, y el Fondo está en el centro de este movimiento.

El Fondo de Cultura Económica es una de las instituciones culturales más exitosas y duraderas del gran impulso civilizador que siguió a la Revolución Mexicana. Generaciones de lectores y escritores de habla hispana se han formado en sus libros. Una institución de este aliento merece ser honrada en su tradición, reforzada y corregida donde sea necesario.  

 

Publicado anteriormente en Universidad Diario digital.

 

      

 

     

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(Santa Rosalía, Baja California Sur, 1950) es escritor y analista político.


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