Foto: Keystone Press Agency/ZUMA Press Wire

Mary Quant y la minifalda: el zurcido de una época

Diseñadora de modas autodidacta y creadora de la minifalda, Mary Quant (1930-2023) supo ver lo que se desbordaba entre la juventud de los 60: un ánimo beligerante contra lo vetusto, combinado con frescura y libertad.
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África está a punto de poner fin al dominio colonial, con la independencia de la mayoría de los países de la región. Estados Unidos y Rusia se disputan la conquista del espacio exterior, en una carrera que tiene a Yuri Gagarin como puntero. Estallan las protestas por los derechos civiles lideradas por Martin Luther King, comienza la Guerra de Vietnam, han asesinado a John F. Kennedy. En medio de este revuelo, a los jóvenes ingleses les urge diferenciarse de los adultos. El New look de Dior les parece anticuado y elitista: necesitan una vestimenta a su alcance que los identifique.

Ahí aparece una adolescente rubia de pelo corto y pestañas postizas largas muy negras, con rostro maquillado en tonos pálidos. Vestido rosa con vuelo, pero sin mangas, corte A, y cuatro botones frontales. Está sentada, lánguida, en el suelo, dejando al descubierto sus piernas enfundadas en medias blancas nacaradas y unos zapatos color metálico. De sus orejas penden aretes gigantescos de bolas disco. Es Twiggy y viste Mary Quant. También es una de las imágenes que seguramente vienen a la cabeza al pensar en los años sesenta.

Pareciera que el único aporte a la moda de Mary Quant –quien murió el pasado 13 de abril a los 93 años– fue la minifalda. En los repasos históricos se le ubica siempre, o casi siempre, al lado del diseñador francés André Courrèges, como una de las inventoras de esa prenda corta, menor a los 36 centímetros. Es decir que tampoco ostenta completamente la autoría de la prenda; en otras fuentes le conceden más bien su popularización.

Como sea, tanto Courrèges como Quant expresaron, en un arranque de humildad inesperado, que las verdaderas diseñadoras de la minifalda habían sido sus respectivas clientas, quienes solían pedirles subir el dobladillo de sus faldas. Además de las mujeres que conocía en sus labores como modista, Mary se inspiró en los mods, una tribu urbana que a finales de la década de 1950 ya se dejaba ver en las calles de Londres, impecablemente vestida, a bordo de sus Vespas. Eran hombres y mujeres de la primera generación de la posguerra, que comenzaban a tener ingresos propios y los gastaban en motos, música y ropa. A partir de ellos, la diseñadora produjo minivestidos para vender en Bazaar, su boutique de King’s Road. Un gesto, ese de tomar en cuenta a la gente común y corriente, bastante disruptivo en una industria que aún estaba muy acostumbrada a seguir los dictados de los salones franceses de la alta costura, donde las señoras encopetadas se escandalizaban si tenían que pagar precios altos por piezas urbanas, aunque estuvieran confeccionadas en piel de cocodrilo y visón. La moda juvenil irrumpía en las pasarelas.

Diseñadora de modas autodidacta, Quant supo ver lo que estaba por desbordarse entre la juventud de su tiempo: un ánimo beligerante contra lo vetusto y conservador que, combinado con frescura y libertad, era el sustrato necesario para que aflorara la revolución sexual. Sus prendas dan cuenta de un momento político en el que la mujer comenzaba a ejercer el control sobre su fertilidad, a partir del uso de la píldora anticonceptiva, y podía alcanzar una independencia económica. Ruptura, rebeldía y emancipación femenina. Algo similar al eslogan de Coco Chanel décadas atrás, cuando revolucionó la vestimenta de las mujeres, sustituyendo el corset por pantalones y prendas cómodas. Sin embargo, la misma diseñadora francesa se oponía a la innovación de su colega inglesa con declaraciones del tipo: “He luchado contra esas faldas cortas. Me parecen indecentes. ¡Qué horror dejar ver las rodillas!”. Ambas cambiaron los patrones (de ropa) de su época, pero todos podemos volvernos conservadores al enfrentarnos al cambio. ¿Ante qué nos rebelamos ahora que ha muerto una revolucionaria más?

Quant marcó la pauta de lo que serían la moda y el estilo en los años venideros. No solo con la minifalda como símbolo de juventud rebelde, nostalgia de la infancia, liberación sexual (aunque, más tarde, algunas activistas feministas argumentarían que era un estereotipo hipersexualizado), ícono cultural y muchas cosas más, sino también por su visión de la moda como algo asequible, fugaz y moderno (posible catalizador del fast fashion que, como sabemos, después saldría muy mal).

Quant se sustrajo de las temporadas y no hizo distinciones entre la ropa del día y la de noche. En su tienda, prácticamente cada día ofrecía un diseño nuevo a buen precio, a partir de un ciclo de producción que consistía en invertir las ventas diarias en la tela para hacer tirajes cortos de los modelos que les pondría a los maniquís la mañana siguiente. Visitarla suponía además una experiencia atractiva, distinta a las de las boutiques convencionales, con música a todo volumen, bebidas gratis y escaparates temáticos, en horarios extendidos, para que los oficinistas alcanzaran a llegar al salir del trabajo.

Su primera rebelión fue contra el dobladillo a media pantorrilla, pero no la última: “[…] para mí crecer era horrible. Los niños eran libres y cuerdos y los adultos espantosos”, dijo alguna vez. Ese rechazo y su actitud lúdica se manifestaba en siluetas que evocaban batas infantiles. El característico cuello Peter Pan de algunos de sus vestidos habla por sí mismo. En su proceso de diseño era fundamental la libertad para hacer lo que el portador quisiera: bailar, correr hacia el autobús o escuchar vinilos de los Beatles en el suelo (lo que todas las películas y series situadas en la década de los 60 nos ha hecho creer que es lo que hacían las mujeres jóvenes). También se divirtió con los materiales, como el PVC, del que extrajo un objeto de deseo a partir de un simple impermeable para la lluvia.

Vistió a George Harrison y Pattie Boyd cuando se casaron en 1966. Ese mismo año lanzó su marca de maquillaje, que más tarde tendría una línea para hombres y una campaña publicitaria con un autobús que visitó Inglaterra, Estados Unidos y Latinoamérica, hasta que explotó y fue decomisado en Venezuela. En 1973 creó su propia muñeca llamada Daisy, bajo el lema de ser “la muñeca mejor vestida” del mercado, porque sus prendas eran diseño exclusivo de Quant. Confeccionó brasieres de forma natural, no como los picudos que se usaron décadas atrás, e introdujo los bolsillos en las faldas y los vestidos. Todo esto ella solita, o más bien con el apoyo de sus referencias, su tradición y su historia personal, y un corte de cabello bob de cinco puntas, creado por el famoso peluquero Vidal Sasson.

Existe un “índice del dobladillo”, del economista George Taylor, que pronostica la caída o el crecimiento de las economías con base en la altura de las faldas. Entre más cortas las prendas, más boyantes los bolsillos, y viceversa. Si hacemos caso a esta teoría, la microfalda de la marca italiana Miu Miu presentada en la colección Primavera-Verano 2022 sugeriría una bonanza absoluta en sus 26 cm de largo. Desde luego, nada más lejano de la realidad. Lo que sí es evidente es el regreso de las siluetas hiperdelgadas como estereotipo de belleza. Esto no tiene nada de revolucionario cuando supuestamente habíamos aceptado los cuerpos tal como son, con dimensiones variadas. Pareciera un retroceso. Y en México, en todo caso, tendríamos que hablar de un índice del dobladillo basado en la probabilidad de acoso hacia las mujeres que, por desgracia, como su símil económico, tampoco sería una medida confiable. ~

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es directora editorial del fanzine sobre moda y
humor Pinche Chica Chic y editora independiente. En 2021 Paraíso
Perdido publicó su primer libro, Las Elegantes.

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coordinadora editorial de Letras Libres y editora de Pinche Chica Chic, fanzine sobre moda y humor


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