Foto: Shanomag / CC BY-SA 4.0

Remolona libertad de la ignorancia

Es curioso que la educación, siendo tan importante como la salud, esté fuera del radar de la sociedad.
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Se sabe que el coronavirus deja secuelas en algunos supervivientes, y que más ferozmente ataca a quien tiene patologías previas. Así las cosas, entre los más afectados de esta pandemia estará la educación. Ya alicaída, débil, mal alimentada, desorientada, en el abandono, ninguneada, sin sus completas facultades mentales, rengueante y descorazonada, verá su máximo triunfo en que los niños pasen al siguiente curso aprendiendo aun menos de lo mínimo que se aprendía. Así, la educación no es una aventura de la infancia y adolescencia por el conocimiento, sino el proceso de pasar al siguiente nivel. ¡Pasó el niño! Taradito, pero pasó.

Con Peña Nieto se habían desperdiciado seis años en una reforma administrativa que no reformaba la educación. Ahora hubo contrarreforma, y el bajo perfil de Esteban Moctezuma y de la SEP desde que llegó el gobierno de López Obrador hace pensar que la carreta no rueda. Además, ciertas críticas, ataques y despresupuestaciones a la ciencia, a la cultura y a la educación superior dan pie a suponer que desde mero arriba se proyecta el oscurantismo. El virus y el sexenio dejarán secuelas neurológicas.

Cuando los nazis invadieron Polonia pretendían desterrar a los polacos de las escuelas para apenas enseñarles los rudimentos de la escritura y contar hasta quinientos. He tratado con egresados de secundarias mexicanas que no saben tanto.

Lo curioso es que la educación, siendo tan importante como la salud, esté fuera del radar de la sociedad.

México es un país marchista. Se marcha por casi cualquier motivo. Pero no recuerdo que se haya marchado para exigir una educación de calidad. Acaso hace tiempo me enteré de una marcha de reprobados que pedían acceso a las universidades; y de alguna otra de padres de familia porque cierto libro de texto incomodaba a sus conciencias. El mundo también marcha por muchos motivos, a veces motivos medievales, pero no por potenciar su cultura, pensamiento, individualidad, creatividad, dignidad e inteligencia.

Como quiera serían marchas sin resultado; el sistema educativo mexicano ya cayó en una inercia fangosa de la que no va a salir. Es curioso que, siendo la educación el más alto ideal del ser humano, sea tratado por los propios individuos como algo que el Estado deba decidir y meter a la fuerza. Los recursos para el autodidacta se han multiplicado como nunca, y sin embargo se camina para atrás.

Se han dado en la historia momentos en que el ser humano quiere despertar su conciencia adormecida. Ocurrió en el Renacimiento, la Ilustración, también en torno a 1968 mezclado con la Guerra Fría. Sobre todo a partir del siglo diecinueve, los judíos, con educación, educación y educación, se convirtieron en el pueblo más chingón del mundo.

Hoy no se ve fértil el terreno. Las ventas de las editoriales han caído un 60 por ciento durante la pandemia, mientras que los vendeseries subieron al triple sus ingresos. Y solo es el libro lo que nos puede salvar. Los propios escritores, que deberían ser aliados del libro, se la pasan recomendando en sus columnas series de televisión. Y las editoriales, sobre todo los grandes consorcios editoriales, que deberían actuar como una fuerza de choque contra la banalidad de los medios masivos, se han montado en el mismo vagón.

Cuando se desmoronó la Unión Soviética, el poeta polaco Adam Zagajewski dijo: “La democracia no nos salvará de la vulgaridad”. Hoy los polacos no extrañan el comunismo, pero bien recuerdan que durante aquellos días se leía más y mejor, a pesar de la censura. Los jóvenes hablaban de lecturas como hoy se habla de futbol. Muchísima gente se jugaba la vida y la libertad con tal de copiar, distribuir y leer un libro prohibido. La nueva generación optó por la tele, y luego de tantos años de ser ejemplo de lucha por la libertad, se adormecieron y les cayó un gobiernito totalitario.

Es extraño que entre las infinitas posibilidades de la libertad, tanta humanidad opte por la remolona libertad de la ignorancia.

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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