Lewis Lapham (1935–2024), editor de Harper’s Magazine por tres décadas y fundador de Lapham’s Quarterly en 2007, murió en Roma el pasado 23 de julio a los 89 años. Su trayectoria profesional comenzó en San Francisco a finales de los cincuenta, y su trabajo como ensayista, entrevistador y comentarista cubrió todo el espectro mediático: periódicos, revistas y libros, radio, televisión y cine. Genio de la forma, la estructura editorial y el sentido del humor en publicaciones periódicas, su labor como editor, que produjo experiencias estéticas complejas, es por la que mejor será recordado. Parte de ella se ha plasmado en una de las icónicas entrevistas publicadas por The Paris Review en 2019, dentro de su serie “The Art of Editing”, después de Robert Gottlieb, Gordon Lish y Maxine Groffsky (lista a la que podrían haberse sumado Roberto Calasso y Jacobo Siruela).
Si la tarea del editor es inventar formas para capturar el mundo y poder transmitir, a través de ellas, una mirada personal inédita a un lector, Lapham lo hizo usando la forma del montaje, en donde la yuxtaposición se convierte en el elemento primordial para transmitir un mensaje (crítico, satírico o lúdico), creando en la lectura un nuevo todo que no se podía advertir o adivinar en los elementos individuales previos. ¿Cuántas veces puede una lengua “inventar” realmente algo? ¿Una o dos veces en un siglo? De la misma manera en que lo hizo Montaigne, Lapham inventó una forma que usó y evolucionó, a lo largo de los años, en distintas etapas:
1. Index (1984)
Una página de Harper’s en donde se enlistan una serie de líneas independientes de carácter estadístico, aparentemente desconectadas entre sí, pero que en la lectura continua hacen ignición, logrando que ciertas ideas o conceptos adyacentes se iluminen mutuamente, generando insights imposibles de lograr de otra manera en esa brevedad y con ese ingenio. El vistazo y la lectura de la página completa crea una representación incisiva del espíritu de la época, y funciona, sobre todo, como una pieza de crítica a las instituciones, sistemas y creencias en los que se sustenta la sociedad.
2. Readings (1984)
Apartado de veinte páginas, que funcionan como introducción a Harper’s, en donde se editan y exponen “objetos encontrados”: pasajes de escritura actual de todos los géneros, desde los convencionales hasta otros inusualmente editados para publicación. Los textos, colocados de manera deliberada para crear una narrativa visual en dobles páginas, se complementan con reproducciones de obras de arte expuestas ese mes en galerías del mundo, creando, al igual que el Index, pero por otros caminos, una especie de murmullo social que da contexto y quizá algunas claves para leer los ensayos de la revista –y leer también la postura, siempre en movimiento, del mundo contemporáneo en general.
(En 1997, Lapham crea un prototipo de lo que llegaría a ser su siguiente proyecto, Lapham’s Quarterly: el libro antológico The end of the world –compuesto de noventa extractos editados cronológicamente, recuperados del archivo histórico de la literatura–, que observa la manera en la que el fin del mundo había sucedido, o se pensaba que iba a suceder, a lo largo de cinco mil años.)
3. Lapham’s Quarterly, 2008
A partir de esos ejercicios previos, Lapham llega finalmente a su propuesta máxima y sumamente refinada: la edición de objetos editoriales que no responden exactamente ni al concepto de revista ni al de libro, bajo el título homónimo de Lapham’s Quarterly. Tomando como centro un tema prominente en los medios (tiempo, agua, muerte, deporte, etcétera), se edita un volumen de 220 páginas con unos trescientos cincuenta elementos –textos, objetos, citas, tablas e imágenes– provenientes de los últimos cuatro milenios. Además de la yuxtaposición textual y visual, hay una superposición en el tiempo y en los distintos tipos de registro: una pintura de Manet de 1867 al lado de un texto de Richard de Bury de 1345, un fresco de Tiepolo de 1765 al lado de un texto de Eurípides del 420 antes de Cristo, una escultura de Rodin de 1893 al lado de un texto de Montaigne de 1574, una fotografía de Susannah Hays de 2017 al lado de un texto de Thomas Paine de 1766, un Caravaggio de 1600 al lado de un Whitman de 1863. En las páginas finales, Sarashina, en 1042, y Lynne Sharon Schwartz, en 2012, entablan una conversación, lo mismo que Séneca y Carlos Monsiváis, separados por más de dos mil años. Y el ejercicio se repite y se publica trimestralmente, con un concepto distinto, creando, de paso, un canon universal de facto, en donde todos los “colaboradores” se tratan como contemporáneos entre sí, bajo la premisa de que el registro histórico es la herencia más valiosa con la que contamos como humanidad.
Lapham’s Quarterly se convierte en la suma de las ideas de Lapham sobre la historia (“fue Cicerón el que dijo que la ignorancia de lo que sucedió antes de que naciéramos nos convierte en niños eternos”), la educación (“Lapham’s es un instrumento educativo, y aquí cito a Plutarco cuando dice que la mente no es un recipiente que hay que llenar sino un fuego que hay que encender: Lapham’s es un juego con fósforos”) y la presencia de un voz reconocible en los medios (“en las páginas de un libro, el sonido de la voz humana es tan inconfundible como el sonido de un oboe o el sonido del mar”). Llega a lugares pocas veces alcanzados en la historia de la edición: cada volumen puede contemplarse como una obra de arte independiente. Su invención, además, hace del lienzo del medio una necesidad: usa la página y la doble página como ningún otro editor lo ha hecho. Su creación nace de y está hecha para el medio impreso (el lector sosteniendo en sus dos manos un volumen abierto); no puede replicarse ni se entiende en una pantalla, pues la mezcla que se logra en el vistazo del conjunto y que precede a la lectura es tan importante para la transmisión activa del concepto como la sustancia misma. La forma es contenido, el contenido es forma: pocos impresos artísticos han expuesto tan bien esta relación, sugerente y generativa. En el proceso de esa invención, en ese choque de forma y contenido se libera una energía: del interior del mundo sale algo que no pudimos haber conocido por cuenta propia, y que la mirada del editor, que llegará a ser cada vez más la nuestra, nos permite ver, leer y entender.
Esa fue la forma representativa de la vida editorial de Lapham, de su forma de pensar: la capacidad de presentar el mundo, el estado actual de las cosas, como un vistazo geológico en el corte de una montaña. Entender todo en un vistazo: qué precede a qué, qué está relacionado con qué, qué causa qué, qué está lejos de qué pero se parece, etcétera. Eso se ve en el Index claramente, en su forma más esquemática y compacta, pero se aprecia totalmente desarrollado en Lapham’s. Estos artefactos editoriales, en sus palabras, tenían como propósito “incitar actos de la imaginación en lugar de facilitar transferencias de datos; no proveer de respuestas ya hechas, sino decir, mira esto, date cuenta de que el mundo puede ser mucho más hermoso y extraño y lleno de posibilidades que aquel con el que sueñan los mitógrafos de NBC y Time”.
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Alguien que lee, recorta, transcribe, copia, edita, presenta, comparte –usando el archivo y no la escritura como materia prima– me parece más un lector del fin del mundo que un editor, alguien que desde el futuro nos habla para hacernos ver que circulan entre nosotros las claves para analizar y comprender el tiempo –las bases para una crítica del presente–, siempre y cuando adoptemos una postura panorámica y transversal en su adquisición. La expresión de esos hallazgos y formas de pensar es permitido –o generado– por una forma (un antes), no por sus contenidos (un después), y supone un avance, por mínimo que sea, hacia una nueva epistemología, que puede ser también una salida del mundo.
En 1973, estando Lapham en Harper’s como managing editor, invitó a Annie Dillard a escribir una reseña de dos libros de Evan S. Connell, Notes from a Bottle y Points for a Compass Rose. (Casi cincuenta años después, Lapham citaría el estilo de Connell como inspiración para el concepto de Lapham’s.) Dillard habla de los libros de Connell en su texto, publicado al año siguiente, pero es imposible ignorar la similitud con los proyectos futuros de Lapham. Las siguientes palabras de Dillard nos hacen vislumbrar su ingenio desde otra perspectiva:
Tenemos aquí en el planeta con nosotros a una persona que ha logrado mantener tal coraje y fortaleza de espíritu a pesar de la carga de ser consciente no solo de la enormidad de su proyecto y de las limitaciones de su propia comprensión, sino también de la absoluta ignorancia e indiferencia de su público. El anotador recorre siglos de civilización occidental, siendo testigo de maravillas y abominaciones. “Recojo, conservo, compagino y pongo por escrito.” Sus notas, mezcladas en una botella, son “una yuxtaposición de todas las cosas”. Las grietas de silencio entre las notas se transforman en precipicios. Y uno comprende al final que esas notas no son exploraciones tentativas, mucho menos “expresiones”: son, más bien, los magníficos artificios de un intelecto gigantesco.
En uno de los libros reseñados por Dillard, el mismo Connell parece describir su proyecto (y, de nuevo, la similitud con las ideas del propio Lapham sorprende mucho): “Ahora quiero decirte algo importante. Olvida todo lo demás, si quieres, pero no olvides esto. Cuando el historiador Simon Dubrow fue condenado a muerte por los nazis, exhortó a sus compañeros a mantener los ojos y los oídos abiertos. Los exhortó a memorizar cada detalle, cada nombre, cada suspiro y el color de las nubes, así como el gesto del verdugo. Por más limitado que me encuentre, he aceptado esta obligación”.
La transcripción y yuxtaposición de notas, fragmentos, subrayados y páginas completas es una práctica antigua. Encontramos ejemplos ya en los copistas medievales, pero es sobre todo a partir de la lectura humanista del Renacimiento, con los cuadernos de tópicos, que la práctica encuentra una expresión continua. Posteriormente la podemos ver en los diarios de los románticos, en Benjamin y en todos los que le sucedieron, ocultándolo o haciéndolo evidente. Una forma en evolución, tanto en técnica como en estética –evolución que se observa también, comprimida, en la trayectoria de Lapham–, que se nos presenta ahora en las acepciones en desuso de lo que significa inventar: “llegar al interior, descubrir, encontrar”, y que está relacionada directamente con inventario, ese catálogo al que Eco se refería como síntoma de un mundo en construcción, lleno de dudas, en oposición al mundo de certezas representado por una “poética de la forma acabada”.
Lapham estableció sus lazos más fuertes con los siglos precedentes, aquellos en que las cimas del pensamiento quedaron registradas en la historia escrita y en la literatura. Leía de manera siempre comparativa, visitando o estudiando un hecho desde tres o cuatro puntos de vista al mismo tiempo, narrados en diferentes épocas con muy distintas voces. ¿Pero no fue justo eso lo que lo convirtió en el contemporáneo más raro de todos? ¿En el más agudo? (Su primer grupo de lectores estaba en sus cincuenta, pero el segundo estaba en sus veinte.) Lapham leyó el presente en la historia –y en el presente encontró los ecos del pasado. Entendió las preguntas de la actualidad en los depósitos del archivo: qué lúcida fue esa lectura, desde qué altura observó. Entendió que todo pensamiento había sido pensado ya cientos y miles de veces; que todo acto presente, con sus causas y consecuencias, se podía encontrar en los registros del tiempo. Pareciera apacible una posición así: mirar con un entendimiento que no desea nada, que se complace en sí mismo. Y sin embargo pudo vertirlo en objetos que hoy podemos leer, coleccionar, regalar, revisitar o estudiar, pues la experiencia estética no se parece a ninguna otra.
Los contrastes que Lapham generaba en sus columnas o la peculiar edición de sus revistas proponían una dialéctica crítica y una panorámica inteligente que nunca estuvieron bien vistas en un sistema dominado por lo opuesto: la unilateralidad del espectáculo y de la ideología dominante. Fue una figura controversial, narrando el presente (o el futuro) con las repeticiones del pasado, llegando a veces a los límites de la comicidad. Fue un crítico constante de la prensa y los medios masivos, del internet y de las pantallas, cuyo fulgor solía comparar con el fuego vacilante de las cavernas.
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Lapham’s Quarterly presenta contenidos, pero antes de eso hay una claridad intelectual y emocional: una forma que nace de una intención narrativa que precede al texto, y que no es social, sino individual. Durante una conferencia en 2014, entonces de ochenta años, Lapham habló de los inicios de este proyecto y reconoció su carácter de “revista de autor” (nadie más podría haberla creado), aceptando, tal vez indirectamente, lo difícil que sería continuar el trabajo sin él: “Se trata de un proyecto muy personal. Después de tres décadas en Harper’s, y con el tiempo en contra, no quería seguir leyendo manuscritos de segunda clase; quería leer a los autores que aciertan a la primera; quería traer a los mejores”. En 2016, sobre la supervivencia de la revista sin Lapham, uno de los editores ejecutivos dijo: “Tanto el patronato como él desean que Lapham’s sobreviva y prospere. Y no creo que se nos agoten los temas universales: tenemos una lista que podría fácilmente dar para diez años más de publicación, además de que seguimos pensando en temas importantes que no se nos habían ocurrido”. En el mismo año, el publisher de la revista comentó: “En algún momento Lapham se irá alejando poco a poco, pero la revista es lo suficientemente sólida como para poder continuar. Tenemos un plan de sucesión para el momento en que eso ocurra”. Hasta hoy se han publicado cincuenta y ocho ediciones, con una producción de sesenta mil ejemplares por número. Queda por ver, sin embargo, lo que realmente pasará con Lapham’s en el futuro próximo, pues el panorama actual es muy poco alentador.
La carrera de Lewis Lapham es un extenso ensayo, una propuesta actualizada, más que de edición, quizá, de los modos y los alcances de la lectura en el mundo contemporáneo. Lapham concibió la edición como un acto de oposición ante la masificación: pensaba en la lectura como un placer intelectual que necesita de la imaginación del lector. Su legado continuará de otras maneras. Hace unos días, la redacción de Harper’s, de la que fue editor emérito desde que abandonó el puesto en 2006, publicó un comunicado en donde podemos leer: “la sensibilidad editorial de Lapham continúa guiando nuestro trabajo”. ~
(Guanajuato, 1976) es editor en Gris Tormenta, una editorial de ensayo literario y memoria.