Librería

La primera regla del sector editorial

El sector editorial se parece al club de la lucha: nadie habla del sector editorial fuera del sector editorial. Parece que a nadie de fuera del sector le interesa demasiado lo que sucede en el sector.
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A principios de este mes se supo que de la última edición en papel del Diccionario de la RAE se habían hecho 50.000 ejemplares, de los que se habrían vendido 18.000, casi 7.000 en librerías, según CEGAL. El resto de los ejemplares se van a donar a instituciones, tal y como recogía en un reportaje en El País Paula Corroto. Recogía también las explicaciones de Darío Villanueva, que no era todavía director de la institución en 2014: de la anterior edición del Diccionario, la de 2001, se habían vendido hasta un millón de ejemplares en trece años. La previsión no tuvo en cuenta la bajada de ventas en el sector ni el espectacular descenso en el mercado de los diccionarios de papel: “Dos meses después de publicarse el Diccionario, la RAE organizó un simposio sobre estos textos en el que los editores europeos confirmaron que ‘las ventas de sus diccionarios en papel habían bajado un 60%’”, le contó Villanueva a Corroto.

Lo que desvelaba el reportaje de Corroto era que parte de la industria editorial funciona como una burbuja inflada: de media se devuelve el 29,4% de los libros editados en España, según datos de la Federación de Gremios de Editores de España de 2016. Lo que sucede con los libros devueltos depende de la editorial: se guardan en un almacén, se saldan, se donan o se trituran. Otros cruzan el Atlántico en busca de una nueva vida en el mercado americano. No es lo mismo tener 300 ejemplares sobrantes de un título, de una tirada de 1000, que 3000.

Tampoco todas las editoriales funcionan igual: algunas ajustan la tirada a la previsión de ventas funcionando casi como un sistema de impresión a demanda, pero eso solo se lo pueden permitir las grandes editoriales, que son las que tienen su propio canal de distribución, pieza fundamental del engranaje. Las editoriales pequeñas, o mínimas, sí tienen que ajustar más la tirada. Pero para llegar al máximo número de puntos de venta la tirada tampoco puede ser muy pequeña.

En parte, el sector funciona a crédito: se imprimen X ejemplares, de los que se logra colocar –es decir, que los compren las librerías– una parte, eso da liquidez a la editorial para seguir funcionando y, cuando llegue la devolución de esa tirada, ya tendrá otra en el mercado con la que afrontar el pago a la distribuidora. Es una burbuja, en parte. A nadie le interesa romper una burbuja y puede que no haya otro modelo. En parte hay algo de apuesta y de que el éxito de unos títulos cubra el fracaso de otros.

El reportaje de Corroto podría haber supuesto un cierto escándalo, pero el sector editorial se parece al club de la lucha: nadie habla del sector editorial fuera del sector editorial. En este caso, no hay ningún pacto, más bien lo que sucede es que a nadie de fuera del sector le interesa demasiado lo que sucede en el sector. Puede que en eso el sector editorial no sea tan diferente de los demás: el funcionamiento interno de las industrias no suele interesar excepto a los afectados. Excepto cuando saltan a otro ámbito, como ha pasado con el socio capitalista del grupo editorial Malpaso, Bernardo Domínguez, que ha sido interrogado por el juez y se le acusa de blanqueamiento de capitales de la familia Pujol Ferrusola. La detención ha puesto el foco en la editorial, en sus prácticas, en su modelo de negocio y en los impagos a los que se enfrenta de manera circunstancial, según la propia editorial. Malpaso estaba sobredimensionada en muchos sentidos y eso era un secreto a voces en el sector. Solo ahora que su dueño se enfrenta a la justicia se ha roto la primera regla del sector editorial.

 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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