Bourneville y Régnard

Las locas del coño

Histéricas. Ignorantes. Demasiado emocionales, prisioneras de la volatilidad hormonal. La medicina es solo uno de los muchos campos en los que a las mujeres se les cuestiona la autonomía.
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La muerte de Olatz Vázquez, periodista y fotógrafa española, nos sacudió con fuerza en septiembre de 2021. Vázquez llevaba meses documentando el avance del cáncer y denunciando las trabas que entorpecieron el proceso de diagnóstico. Retrasos por la pandemia, sí; pero sus síntomas fueron desestimados repetidamente antes del colapso sanitario. Ella fue concisa al señalar la causa: “paternalismo machista”. Condescendencia, sexismo, negligencia. En su muerte no se halla sólo una pérdida terrible, sino también los ecos de su voz. Su testimonio, el que ahora la sobrevive, apunta con determinación a una realidad estructural, persistente y naturalizada durante siglos. Las mujeres están locas.

O estamos locas, o somos unas exageradas. Histéricas. Ignorantes. Incapaces de entender lo que nos ocurre, incapaces de lidiar con nuestros propios problemas. Demasiado emocionales, prisioneras de nuestra volatilidad hormonal. Siempre desesperadamente dependientes de algún tipo de tutela, consuelo o autoridad. Sumémosle la juventud y esto crece exponencialmente. La medicina es solo uno de los muchos campos en los que a las mujeres se nos cuestiona la autonomía. Aunque el machismo no es inherente a la medicina, existe una larga tradición de pensamiento, sustentada en la jerarquía ‘hombre > mujer’, que atraviesa toda nuestra configuración social y de la cual la disciplina médica se nutre. ‘Cordura > locura’, ‘razón > emoción’, ‘mente > cuerpo’, ‘médico > paciente’. La medicina carga con un pasado lleno de fantasmas.

Hospital de la Salpêtrière, París. 1862. El neurólogo Jean-Martin Charcot llega al que se convertirá, bajo su dirección, en uno de los primeros psiquiátricos para mujeres. Su prioridad: el diagnóstico y tratamiento de la histeria. La mayoría de las enfermas eran mujeres pobres o rechazadas por la familia, algunas muy jóvenes, que acababan internadas en el hospital tras sufrir ataques epilépticos, alucinaciones, brotes psicóticos, ansiedad, dolores inexplicables y otros achaques que la medicina tradicional era incapaz de diagnosticar. A lo sumo, una explicación, estaban locas. Eran unas exageradas. O hacían cuento. Eran mujeres, al fin y al cabo, sería cosa de los ovarios.

Solo aquellas que vivieron y murieron tras los muros de la Salpêtrière saben lo que ocurrió dentro, pero sus voces no existen, han sido borradas en favor de fuentes más respetables: médicos, pensadores, políticos. Sin embargo, el de las histéricas no es un silencio apacible, ni manso. Las locas hablan a gritos. De sus palabras perdidas han brotado nuevas voces. Empezando por la filósofa y escritora franco-argelina Hélène Cixous, quien allanó el camino con Retrato de Dora (1976), una reapropiación feminista de la historia de Ida Bauer, paciente de Sigmund Freud diagnosticada con histeria. Su principal síntoma, la afonía. No podía hablar. En su retrato, Cixous ofrece otra versión de los hechos, cambia el foco de la narrativa e imagina, en un ejercicio de reparación literaria, qué diría la mujer loca –qué le diría a su médico, a la sociedad, a sus fantasmas particulares– si su palabra fuera legítima.

Desde que Cixous imaginara un relato alternativo para Bauer/Dora, otras creadoras han usado la ficción para invocar a las histéricas. Entre ellas, la escritora Siri Hustvedt y su hermana, la investigadora Asti Hustvedt, han abordado con frecuencia los temas del género y la enfermedad: la primera en su celebrado Todo cuanto amé (2004) y la segunda en Medical muses (2011). Más recientemente, la autora francesa Victoria Mas toma la Salpêtrière como escenario principal de El baile de las locas (2019), novela multipremiada y traducida a varios idiomas. Adentrándose en la vida de las enfermas, Mas las resucita y, por un momento, deja que hablen.

La artista Laia Abril va un paso más allá. Su proyecto fotográfico On Mass Hysteria explora la histeria como una suerte de léxico, un lenguaje alternativo capaz de permitir a las mujeres expresar aquello que el discurso patriarcal se niega a aceptar, o les prohíbe poner en palabras. La artista toma un caso real acontecido en Valle de Chalco, México, en 2007. 600 adolescentes de un internado católico conocido como La Villa de las Niñas empezaron a sufrir mareos, náuseas, pérdida de movilidad y dificultades para comunicarse. El caso llegó a los medios, con testimonios de las alumnas denunciando trabajos forzados, mala alimentación y reclusión en el colegio. Tras varias pruebas médicas, los síntomas se diagnosticaron como trastorno psicogénico de la marcha. En otras palabras, histeria colectiva.

On Mass Hysteria clava sus raíces en La Villa de las Niñas, bebe del magma de violencia y angustia que sobrevuela la extraña enfermedad de las internadas; sin embargo, la mirada de Abril trasciende los límites del diagnóstico. La artista trata de imaginar, a través del sugerente e inconcluso lenguaje de la fotografía, las vidas de esas adolescentes. Partiendo de la premisa de que la histeria puede entenderse como una forma de comunicar aquello que no puede o no debe ser comunicado, Abril nos invita a preguntarnos por el contenido de estos mensajes. ¿Qué quieren decirnos las histéricas? ¿Qué condiciones les prohíben hablar? ¿Quién les impone su silencio? On Mass Hysteria forma parte de A History of Misogyny, un archivo feminista con varios capítulos: On Rape, On Abortion, Menstruation Myths y Feminicides. En todos, un eco fantasmal. Una voluntad de hablar más allá del dolor y del miedo, más allá de la ausencia.

Es innegable que la medicina, la psiquiatría y las normas de género han cambiado de forma radical desde aquellos últimos años del París decimonónico de la Salpêtrière. Pero, aun así, qué pegajosas son las tradiciones, qué difícil reescribir las narrativas. Como si los lamentos de las histéricas no se hubieran ido por completo, como si acecharan las noches en la oscuridad, pegadas a las paredes de los hospitales. Como si todo lo ganado pudiera tambalearse en cualquier momento. Como si el tiempo no fuera hacia adelante para nosotras, sino en círculos. Como si no pudiéramos salir del bucle. 

Y no, puede que no haya una salida segura, pero encontrar una grieta pasa por recuperar el recuerdo de las olvidadas. Completar los vacíos de la historia, trenzar nuestra realidad con su pasado. Preguntarnos por la palabra legítima de las locas. También por su silencio.

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