México y Charlie Brown

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El viernes estuve en Washington para participar en una conferencia con un título intimidante: “México, hoy y mañana”. El reto era doble: explicar el turbulento México de este 2011 e imaginar el país que está por venir. El Woodrow Wilson Center optó por dividir la conferencia en cuatro paneles: política, economía, impartición de justicia y relaciones exteriores del Estado mexicano.

La conferencia no tardó en volverse un ejercicio de frustración. El debate siguió un patrón predecible y harto conocido. Los ponentes nos dedicamos a enumerar los retos y las oportunidades para el país, ambos enormes, dadas nuestra posición geográfica y las condiciones políticas y económicas del planeta. Acto seguido, compartimos con la audiencia —de estudiantes, académicos y diplomáticos— las recetas para que el país evite las amenazas y aproveche las ventajas de los tiempos que se acercan. Todas parecían recomendaciones no sólo sensatas sino elementales. Para la debilidad de la democracia mexicana después de 2006 y rumbo al 2012, nada mejor que la reelección legislativa, la segunda vuelta electoral y la posibilidad de contar con candidaturas independientes. Para el farragoso camino de la justicia, una reforma que facilite la narrativa de los hechos antes que la enumeración kilométrica de formalismos. Para la economía, apertura de sectores clave a la inversión extranjera, una nueva reforma fiscal (después de la laboral) y ajustes al TLCAN, pero no para cerrar las puertas al comercio, sino para ampliarlo a otros mercados atractivos. Medidas juiciosas, acordó el panel. Sí, asintieron los presentes. El problema, claro, es que ninguna de ellas, como muchas más en la lista de lo urgente, tiene ningún futuro en el México del 2011, tan enamorado de su parálisis.

De todas las ponencias, la más reveladora de nuestro apego a la inmovilidad fue la que encabezaron Jaime Zabludovsky y Pedro Noyola. Ambos fueron parte del equipo de negociadores del TLCAN y siguen abogando por una mayor y mejor apertura comercial para México. Zabludovsky explicó por qué la disciplina macroeconómica de México ha sido elogiada desde hace años. El manejo de las variables macro ha sido notable. Aun así, los números de México no impresionan. El país podrá tener una deuda bajísima que debe darnos tranquilidad, pero está lejos del crecimiento deseable. Pero fue Noyola quien dio en el clavo. Para Noyola, todo se reduce a una suerte de complacencia que, a la larga, será suicida. Él la llama Síndrome Charlie Brown. Es un gran ejemplo. En las tiras cómicas de Schulz, Charlie Brown no estudia porque prefiere jugar beisbol. En clase sufre, sabedor de que la maestra puede exigirle cuentas en cualquier momento. Aterrado, pide a Dios que suene la campana: “si me salvas, prometo ya no jugar beisbol y dedicarme a estudiar”. Dios —o su versión escolar, la campana— lo salva. ¿Qué hace Charlie? Sale corriendo a jugar beisbol.

México, parece decir Noyola, ha sabido sobrevivir y ha sido, también, salvado por la fortuna. Pero la suerte se termina, como también se acaba la paciencia global con las omisiones que ha ido acumulando el país durante tantos años. La clase política ha postergado gobernar con responsabilidad para protegerse a sí misma y a los innumerables intereses creados, electorales y de otro tipo. Es más cómodo esperar a que suene la campana. Hoy, con el nuevo periodo legislativo, comienza una nueva oportunidad para que los políticos mexicanos demuestren cuáles son sus prioridades: la infancia y el cinismo o la madurez de Estado.

– León Krauze

(Imagen tomada de aquí)

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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