Fotos: Twitter - @patrimoniomx

Nurío: el patrimonio reducido a cenizas

Mientras el gobierno no decida invertir en la conservación del patrimonio histórico, desgracias como el incendio que el 7 de marzo acabó con el templo de Santiago Apóstol en Nurío, Michoacán, y sus techumbres de madera de más de tres siglos de antigüedad, serán siempre una amenaza.
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El descuido nos ha arrebatado de nuevo una pieza irremplazable del patrimonio artístico e histórico de México: el templo de Santiago Apóstol, en Nurío, muy cerca de Paracho, Michoacán.

El valor de lo perdido lo conocían bien nuestras autoridades culturales: hace 20 años fue cuidadosamente restaurado con la intervención del INAH y el apoyo de la asociación civil “Adopte una obra de arte”. Su fragilidad estaba en su propia naturaleza: madera con siglos de antigüedad, techumbres difíciles de alcanzar para sofocar el fuego. El riesgo siempre estuvo ahí, en velas y veladoras, en instalaciones eléctricas mal colocadas. Las medidas de prevención –detectores de humo, extintores– nunca existieron.

El pequeño pueblo de Nurío –a primera vista uno de tantos de la Meseta Tarasca– conserva en sus calles que forman un perfecto damero la huella de fray Juan de San Miguel, el franciscano que en la década de 1530 congregó a los purépechas, fundó y trazó decenas de pueblos, enseñó oficios y creó hospitales por toda la región. Poco años después, don Vasco de Quiroga –en la peculiar reorganización económica de las comunidades de su obispado– dio a los de Nurío el oficio de sombrereros.

En una manzana del centro del pueblo donde se cruzan los ejes de sus vías más importantes se levantó el complejo religioso, formado por el templo principal bajo el patronazgo del apóstol Santiago y la huatápera: un hospital y su capilla dedicada a la Inmaculada Concepción. Abundantes obras artísticas de los siglos XVII y XVIII –todas con un carácter deliciosamente popular– engalanaban el interior de los recintos, integrando uno de los conjuntos barrocos novohispanos más bellos y originales no solo de Michoacán, sino del país entero.

El templo de Santiago lleva en su portada la cifra del año 1639. Su cubierta fue de antiguo un artesonado, es decir, una techumbre de madera a modo de artesa vuelta boca abajo, formando así una bóveda. Hacia 1765, el bachiller José Cardoso y Luna elogió esta “buena iglesia”, con su “artesón de madera pintado de azul y oro que, aunque antiguo y en algunas tablas maltratado, está muy lucido con un arco de madera todo dorado”.

((Luis Francisco Arias Ibarrondo, La geografía de los hospitales; las guatáperas en Michoacán, su evolución y conservación. Tesis para obtener el grado de maestría en diseño. México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2015, p. 135.
))

Desafortunadamente, ese artesonado no llegó a nuestros días, pues el actual guardaba de aquella suntuosidad tan solo el labrado y policromía de sus arrocabes y tirantes.

Lo que sí se conservaba con todo su esplendor era la bóveda del sotocoro, situada sobre la puerta de entrada al templo. Realizada en madera ensamblada, policromada y con una poco común forma de L, mostraba personajes –arcángeles, ángeles músicos, santos– enmarcados por cartelas que se inspiraban en modelos manieristas, probablemente elaborados a partir de grabados italianos. El tablero central contenía una representación solar, mientras que el más occidental albergaba un retrato identificado como Francisco Aguiar y Seijas, obispo de Michoacán de 1678 a 1681, año en que fue promovido al arzobispado de México. Este retrato permitía fechar la obra a finales del siglo XVII.

((Antonio Ruiz Caballero, “La música del universo en un sotocoro novohispano: música, ángeles y tradición neoplatónica en el templo de Santiago Nurío, Michoacán, siglo XVII”, en Lucero Enríquez Rubio (coordinadora), De música y cultura en la Nueva España y el México independiente: testimonios de innovación y pervivencia, vol. II, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, 2007, p.103.
))

El domingo 7 de marzo de 2021, la cubierta y el interior del templo de Santiago Nurío ardieron por completo. Las bellísimas obras de madera con más de tres siglos de antigüedad de esta comunidad indígena se convirtieron en cenizas en unas pocas horas, provocando la pérdida más significativa para el arte novohispano en años recientes. Es quizá más dolorosa que los daños sufridos en decenas de templos por el terremoto del 19 de septiembre de 2017, porque no se trató de una catástrofe natural inevitable, sino de un accidente prevenible cuyos efectos pudieron, en todo caso, haberse mitigado con los medios adecuados.

Mientras el gobierno no decida invertir en la conservación del patrimonio mexicano (que, además, es en gran medida de propiedad federal), desgracias como las de Nurío estarán siempre amenazándonos. En 2020, el presupuesto del INAH ascendió a 3 mil 918 millones de pesos, una cantidad insuficiente para proteger nuestro vastísimo patrimonio cultural. Para este 2021, el presupuesto del instituto no solo no aumentó, sino que se redujo en 98 millones de pesos, cuando su horizonte de gastos se estima en 5 mil millones de pesos.

((“Buscamos superar la idea de una historia oficial y de bronce: Diego Prieto”, El Universal, 1 de enero de 2021.
))

Aunque estas cifras no comprenden todo lo que anualmente se invierte en restauración, mantenimiento y conservación del patrimonio cultural, sí resultan significativas: no se puede esperar así que en un plazo razonable se puedan tomar medidas para aminorar los riesgos en que se encuentra ese patrimonio.

A espaldas del destruido templo de Santiago está la capilla de la huatápera, que conserva todavía sus retablos dorados y un artesonado pintado que evoca el que se perdió, aunque es bastante más tardío y un poco menos elegante. Parece ser que esta capilla no sufrió daño alguno con el incendio y que, en medio de la tribulación, los habitantes del lugar pueden alegrarse de conservar todavía una parte del legado de sus antepasados, y nosotros con ellos. Ojalá lo ocurrido los empuje a hallar los medios para conservarlo por mucho tiempo.

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Ingeniero e historiador.


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