En agosto de 2016, al frente de un equipo de investigadores y expertos, la periodista Carmen Aristegui publicó el reportaje “Peña Nieto, de plagiario a presidente” en el que demostró que había logrado su licenciatura con una tesis profesional plagada de plagios.
Apoyada por “un grupo de especialistas y académicos” que acometió “un amplio análisis de la tesis”, párrafo ante párrafo (como debe ser), Aristegui denunció que “una buena parte se realizó con materiales plagiados” (el 28.8%). Muchos que creemos que el plagio es corrupción y que no debe quedar impune censuramos ese plagio y aplaudimos el trabajo de la periodista y su equipo.
Por lo mismo, es deplorable que este 6 de octubre, en el número 2239 de la revista Proceso, el señor Fabrizio Mejía Madrid –personaje poderoso de la nomenklatura, influyente intelectual orgánico, formador de cuadros del Morena y conspicuo vocero de la nueva moralidad– haya lanzado una serie de argumentos que justificarían los plagios de Peña Nieto.
En abril de este año yo demostré aquí, párrafo ante párrafo, que el señor Fabrizio es tan plagiario como el señor Peña Nieto. Bueno, no exageremos: el presidente logró el 28.8% y el intelectual Fabrizio a veces alcanza hasta el 90%.
Ahora, seis meses después, en el referido escrito, el señor intelectual Fabrizio no sólo niega ser plagiario sino que descarta que plagiar sea posible. Alega que lo que él hace “es en realidad paráfrasis, resumen”; arguye que como “cité al autor” no hay plagio; sostiene que si el ladrón le agrega a lo robado “un rango de novedad”, deja de ser robo; apela hasta a la Corte Suprema de los Estados Unidos, que ya sentenció que “una mejora de una obra patentada no viola la ley de patentes”.
En fin, todo lo que podría decir Peña Nieto para echar abajo el reportaje de Aristegui, toda vez que él también parafrasea, resume, cita a los plagiados, les agrega “rango de novedad” y, claro, los mejora…
Más allá de que el modesto Fabrizio sostenga que le agregó “novedad” a varios escritores anticuados (como Edward Said, Alain Corbin y Giorgio Agamben), y que se precie de haberlos mejorado para gloria de México, quizás el asunto amerite un jurado imparcial. A fin de cuentas, aun en su escala diminuta, se trata de la higiene moral de la transformación cuarta.
En tanto que el señor Fabrizio centra su atención exclusivamente en el robo que cometió en “su” escrito titulado “El intelectual”, en el que saquea el libro Representaciones del intelectual publicado por Edward Said en 1994, me limito yo también a ese único caso (el lector curioso puede ver otros, como los plagios a Alain Corbin y los varios a Giorgio Agamben).
En el referido escrito en Proceso el indignado Fabrizio gimotea que lo acuso de plagio “por una columna mía sobre los intelectuales, donde resumí el punto de vista de Antonio Gramsci y de Julien Benda”. Es gracioso que al negar su plagio vuelva a cometerlo pues, al decir de nuevo “resumí” en “una columna mía” a Benda y a Gramsci, sigue sin reconocer que quien resume es Edward Said. Así el nivel.
Pero es que Said “estaba citado”, gime el mexicano. No. No estaba citado. ¿Indicó en algún lado “este escrito es paráfrasis o resumen del libro de Edward Said Representaciones del intelectual”? No, tampoco. Luego de cinco extensos párrafos que presenta como obra de su cacumen (sin citar; sin referencia bibliográfica alguna), entrecomilló de pasada una frase de Said. Y ya pagado ese mínimo impuesto moral, procedió a plagiarlo en cinco párrafos más, de nuevo sin comillas y sin registrar la fuente. (En su más cínico plagio de Agamben, “Leer o no leer”, ni siquiera de pasada lo “cita”.)
¿Sería que el pseudoautor estaba tan atareado mejorando a Edward Said y subiéndole su “rango de novedad” que se olvidó de registrarlo? Sería una pena, porque entonces Peña Nieto podría alegar que a él le ocurrió lo mismo y hasta exigir una disculpa…
Cosa de expertos
En fin, esto de si plagió o no plagió es fastidioso. Ya demostré en dos escritos que sí (como debe ser: párrafo ante párrafo, como hace Aristegui). Y el “brillante pensador” Fabrizio alega que no.
Se me ocurre entonces que no puede haber mejor árbitro que la misma Carmen Aristegui. Lo ha hecho antes; cuenta con un buen equipo de expertos en detectar plagios; es una periodista comprometida con la verdad. (Dudo que se oponga el quejoso Fabrizio, que es su colaborador constante.)
Y si Aristegui y su equipo –aplicando el mismo rigor y la misma metodología que aplicaron a la tesis de Peña Nieto– juzgan que el intelectual Fabrizio no cometió esos plagios, ofreceré una disculpa pública.
(Y de ocurrir eso, ni siquiera sugeriría que Aristegui y su equipo tendrían entonces que ofrecerle la suya a Peña Nieto…)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.