Para mis cinco K.
Siempre admirรฉ a los porteros, personajes solitarios, baluartes heroicos en esa guerra deportiva que es el futbol.
La memoria infantil grabรณ sus nombres y apodos: Raรบl Cรณrdova, el "Mono Arenaza", el "Piolรญn" Mota. En el estadio de la Ciudad de los Deportes y luego en el de Ciudad Universitaria, vi jugar a Antonio "la Tota" Carbajal. Aunque se lanzaba por los aires, su virtud especรญfica era mรกs rara y difรญcil: adivinar las trayectorias para colocarse en el lugar preciso. Tambiรฉn vi a Jaime "el Tubo" Gรณmez, quien alguna vez, aburrido del juego, se sentรณ a hojear un Memรญn Pinguรญn. Pero mi รญdolo absoluto era el peruano Walter Ormeรฑo, portero del Amรฉrica a principio de los sesenta.
"El famoso negro Ormeรฑo", me dijo Vargas Llosa, que lo habรญa visto jugar en el Perรบ. Nacido en 1926, habรญa pasado del Alianza de Lima al Boca Juniors y al Rosario Central de Argentina. Su contrataciรณn se debiรณ a Fernando Marcos, que era el entrenador del Amรฉrica. Confiรณ en รฉl a pesar de que rebasaba los 35 aรฑos de edad.
En Argentina le apodaron "Gulliver", en Mรฉxico "la Pantera Negra". En aquellos tiempos en que no se usaban guantes y a veces ni siquiera rodilleras, Ormeรฑo (que medรญa 1.92) salรญa a la cancha vestido con una holgada camisa de manga corta y reluciente color lila, y unos calzoncillos negros. Era maravilloso verlo volar entre los postes, despejar el balรณn, ordenar a sus defensas o alzarse majestuosamente sobre los delanteros para agarrar (palabra exacta) la pelota. Lo recuerdo siempre hierรกtico, como presidiendo una ceremonia sagrada. El padre de un amigo mรญo, cercano a la directiva, me dijo: "Ormeรฑo es muy culto".
En las vacaciones invernales de 1960 pasรฉ un par de semanas en San Antonio. Me parecieron una eternidad. Logrรฉ que me mandaran ejemplares del diario Esto, donde leรญ una noticia fatal: en un juego contra el Toluca, Ormeรฑo habรญa perdido la cabeza y agredido a un รกrbitro. (Los hechos, supe despuรฉs, fueron accidentales). Se le expulsรณ un aรฑo. Tiempo despuรฉs, el Amรฉrica importรณ al arquero del Racing argentino (Ataรบlfo Sรกnchez) que en 1965 contribuyรณ al primer campeonato de liga del equipo en dรฉcadas. Mi รญdolo volviรณ al Atlante, pero ya no era el mismo.
En esos aรฑos conocรญ la leyenda de varios arqueros: Amadeo Carrizo, del River Plate, el ruso Lev Yashin ("La araรฑa negra") y el uruguayo Ladislao Mazurkiewicz (siempre vestido de negro). Vi por televisiรณn la atajada del checo Schrojf en Chile 1962 (elevรกndose en paralelo al travesaรฑo) y, en el Estadio Jalisco en 1970, la no menos fantรกstica del inglรฉs Gordon Banks a Pelรฉ (similar a la extraordinaria de Memo Ochoa). En Mรฉxico -tierra de buenos porteros-, me deslumbrรณ el poderoso y malogrado Miguel "Gato" Marรญn (autor del autogol mรกs extraรฑo de la historia) asรญ como el genial Jorge Campos, que gozaba el juego como un niรฑo.
Pero ninguno opacรณ el recuerdo de Ormeรฑo. Para emularlo, en aquellos aรฑos decidรญ ser portero, comprรฉ (en "Pinedo Deportes") un balรณn de cuero que frotaba con cebo todas las noches (olรญa horrible) y hacรญa que mi hermano me "chutara" tiros interminables en nuestro pequeรฑo jardรญn (mi hermana nos servรญa de recoge-bolas). Esa fue mi posiciรณn en los partidos que librรกbamos (por ejemplo contra el Luis Vives) en la modesta cancha del Colegio Israelita.
Al entrar a la Facultad de Ingenierรญa, mi compaรฑero Gustavo Rocha armรณ un equipo y lo bautizรณ -sepa Dios por quรฉ- "Ciudad Madero". Tenรญamos enjundia y no nos fue mal en la liga universitaria, contra equipos mucho mรกs fuertes, plenos de estupendos jugadores de la Liga Espaรฑola (Llaneza, Garritz) y nombres de albur (irrepetibles).
Pasaron mรกs de treinta aรฑos. "¿Con quiรฉn crees que desayunรฉ hoy en Vips?", me dijo alguna vez mi padre. "¡Con Ormeรฑo! Es muy caballeroso". Asรญ lo recuerdo en sus aรฑos posteriores como entrenador, impecablemente vestido de traje oscuro, con su gran melena blanca. La mandรญbula cuadrada y tensa. La mirada concentrada. Estoy seguro de que disfrutรณ las inverosรญmiles atajadas de Guillermo Ochoa contra Brasil y recordรณ lances suyos. Quizรก pensรณ en el azar, que rige todos los destinos, pero mรกs el del portero. O en el silencio que lo envuelve cuando el juego ocurre a lo lejos, en la cancha enemiga. Y aquella vaga inquietud de saber que el peligro regresarรก como el oleaje, y que serรก preciso enfrentarlo. Porque el futbol es un juego de conjunto para diez, no para once. Hay uno que juega solo: el portero.
Me dicen que Ormeรฑo vive en Mรฉxico. Nunca lo conocรญ. Si lo viera, le pedirรญa un autรณgrafo.
(Reforma, 22 junio 2014)
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.