Foto: Courtesy ESPN/ZUMA Wire

Reb(r)ote sobre la duela

La historia de la NBA es una marcación personal de la vida cultural afroamericana en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El reciente paro de las eliminatorias de la liga es un capítulo más.
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Entonces el pastor bautista Martin Luther King llevaba a la práctica la Campaña por los Pobres, a la que llamó la segunda fase del movimiento por los derechos civiles, que había cobrado fuerza después de los mítines de Birmingham, Washington y Chicago. Días calientes en medio de Vietnam. En enero de 1968, la NBA decidió otorgar una de sus franquicias a Milwaukee, una modesta aunque próspera ciudad de Wisconsin. Desde 1955, cuando se fueron los Halcones a San Luis, la zona industrial del otro lado del lago Michigan se había quedado sin quinteta profesional. En abril fue asesinado King y en junio el demócrata Robert F. Kennedy, hermano del expresidente John, también asesinado en 1963.

La lucha por la igualdad cayó en una especie de tiempo fuera. Los Bucks terminaron su primera temporada con un desastroso récord de 27 ganados y 55 perdidos. Su condición de derrotados les permitió elegir al mejor colegial del año siguiente, como suele pasar con los equipos con peores marcas en la temporada. Nacido en 1947, licenciado en historia por la Universidad de California en Los Ángeles, Lew Alcindor era el prototipo del deportista que pretendían los grandes colegios de Estados Unidos: extraordinario en la duela y en el aula. Ganador del All American y el premio Naismith, el futuro astro de los Lakers tenía también vocación política. Apoyó a los Panteras Negras y formó parte del boicot afroamericano a los Juegos Olímpicos de México 68, en los que Tommie Smith y John Carlos, oro y bronce, levantaron el puño negro al final de los 200 metros planos ante el incrédulo estadio de la Ciudad Universitaria. Lew se negó a formar parte del equipo de baloncesto que ganaría la medalla dorada en el gimnasio Juan de la Barrera. Como Cassius Clay, Alcindor escucharía de cerca los sermones de King y las lecciones de Malcom X. Como Muhammad Ali, cambiaría de nombre en 1971 y se llamaría –para la posteridad– Kareem Abdul-Jabbar, cuya aproximación en español sería “Noble del Señor”. Kareem –campeón con los Bucks en ese 71– se tomó como agenda personal el pendiente de la igualdad laboral entre negros y blancos dentro y fuera de las canchas.

Apunta bien Alfredo Michel (EUA y los deportes: una historia paralela) al calificar al basquetbol como un ideal. Al pastor metodista James Naismith se le pidió en la última década del siglo XIX diseñar un deporte para que los jóvenes de Springfield, Massachusetts, tuvieran en que entretenerse durante los días invernales. El “invento” de Naismith no tardó en propagarse en el campo de la YMCA y del resto del ambiente colegial de Estados Unidos. Y, pronto, salió de los recintos escolares. Judíos, blancos pobres y afroamericanos (más tarde musulmanes y migrantes de todo el mundo) de las principales ciudades americanas asimilaron el sencillo deporte que requería de menos recursos materiales y económicos que el futbol americano y el beisbol. Los Harlem Globetrotters convirtieron el juego en acrobacia y malabarismo. El estilo negro, desparpajado y espectacular, se contrapuso rápidamente al blanco: defensivo y estructurado en postes, alas y centros. A mediados del siglo pasado, y después de la llegada de Jackie Robinson a las Grandes Ligas con el Dodgers de Brooklyn, la NBA se decidió a contratar a los primeros atletas negros: Earl Lloyd, Chuck Cooper, Nathaniel Clifton y Hank DeZonie. La última selección olímpica completamente blanca de Estados Unidos fue la de Helsinki 52. En la de Melbourne 56 causaron asombro los afrodescendientes K.C. Jones y Bill Russell, futuras figuras de los fabulosos Celtics de Boston, dirigidos por Red Auerbach.

La lucha civil negra se convirtió en una “vida paralela” en el deporte profesional estadunidense. Kareem, Russell y, luego, Julius Earvin fueron fervientes activistas dentro del deporte profesional. Los continuadores de King y Malcom X se encargaron de proveerles de bases ideológicas para su organización político-deportiva. Todavía cuando Earvin Johnson (nacido en 1959) cursó la secundaria en Michigan había secundarias exclusivas para alumnos blancos. El Magic, bautizado así por un periodista local –Fred Stabley Jr., del Lansing State Journal–, como Michael Jordan o David Robinson, contaría en su biografía lo duro que era ser negro en Estados Unidos en los años sesenta y setenta. Los tres astros se coronarían con el Dream Team de Barcelona 92, en el que sólo cuatro blancos formaban parte de la plantilla: Larry Bird, John Stockton, Chris Mullin y el colegial Christian Leathner. Claro, además del coach: Chuck Daly.

Sostiene Pillip Roth que la gran novela americana transcurre al ritmo de las grandes ligas. Si se la mira con atención, también la historia de la NBA es una marcación personal de la vida cultural afroamericana en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El basquetbol estadunidense ha jugado como ninguno de sus competidores con y contra el concierto del mundo. El béisbol y el futbol americano pertenecen a lo que, en lenguaje de inteligencia, se llama “asuntos internos”. Ninguno tiene impacto mayor a la geopolítica americana: el caribe, centro y sudamérica. Con el baloncesto las cosas son distintas. Se volvió un estandarte del sueño americano. Entre 1936, año en que debutó en los Juegos Olímpicos, hasta la final de Múnich 72, el equipo americano no perdió un partido. La propaganda soviética puso especial interés en vencer a los “capitalistas en su propio campo”. En la final bávara, tras una polémica arbitral, cumplió su misión. En 1988, en el último enfrentamiento entre Este-Oeste antes de la caída del Muro de Berlín, los soviéticos vencieron a los colegiales americanos en las semifinales de Seúl. La lucha de los polos se acabó con la aplastante victoria en Badalona cuatro años después.

El Dream Team fue el aperitivo de la globalidad y el libre mercado. Rompió todas las barreras culturales, sociales, económicas y religiosas. Michael Jordan, un atleta sin color, fue una marca dentro de la marca. Su retiro formal, al final del siglo XX, provocó un trauma comercial en la NBA. Sin rivales políticos e ideológicos, y con jugadores del todo el mundo en sus rósters, la liga reafirmó su identidad en el estilo callejero de la Unión Americana: “el baloncesto es un deporte para negros”, dijo proféticamente Larry Bird.

El rap, el hip-hop y la narrativa de color fueron adheridos a las campañas publicitarias de la liga. Y, con ellos, también sus malestares. De fácil organización política, pequeños con respecto a los clubes del béisbol y el americano, los equipos respondieron a lo que sucedía en las calles de Baltimore, Nueva York y Chicago. La policía seguía reprimiendo impunemente a negros como en los años de Luther King y Malcom X. La llegada del republicano Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, con un discurso racista e intolerante, fortaleció los lazos de protesta entre los jugadores profesionales de la más negra de todas las ligas. Después del caso de abuso policial en contra de Jacob Blake, a finales de agosto, en Wisconsin, los Bucks de Milwaukee lograron el paro de las semifinales de la NBA  en un hecho insólito en el deporte de paga de Estados Unidos. Se sumaron, como ráfagas, el béisbol, el tenis y el futbol americano.

Dos meses y medio antes de las presidenciales de noviembre, la NBA, fiel a su vocación de acompañante de la vida americana, reafirma la lucha civil como un hecho urgente en las campañas demócrata y republicana. A diferencia de las posibilidades de Karrem Abdul-Jabbar o Bill Russell, los jugadores encabezados por Lebrom James –nacido en 1984 e hijo de madre soltera– han pasado a lo que Hannah Arendt llama la acción política en la que, ahora que no hay aditamentos ideológicos, la que tienen la “asistencia” de otros grupos sociales minoritarios igual de agraviados y desatendidos  tienen el respaldo del aparato comercial: Just do it se parece mucho al Black Lives Matter.

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es reportero y editor. En 2020, Proceso editó su libro Golpe a golpe. Historias del boxeo en México.


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