Cultura condensada

Una mirada semanal a las noticias y debates que involucran a la cultura.
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Yo, robot pintor y crítico de arte

En otras ocasiones hemos platicado aquí acerca de las posibilidades que ofrece la inteligencia artificial para el mundo del arte: desde el uso de mecanismos y programas informáticos que permiten a los robots pintar lienzos a partir de los estilos de los grandes maestros hasta algoritmos que obtienen información de una base de datos para decidir el color, la textura y la técnica de una obra nueva. Por más que la autonomía y creatividad de los robots se pongan a debate, los avances tecnológicos abren la posibilidad de que en el futuro los robots sientan una urgencia por crear arte. Si esto llegara a suceder, ¿podríamos los seres humanos entender sus obras?

Los investigadores portugueses Rui Penha y Miguel Carvalhais se hicieron la misma pregunta. De acuerdo con ellos, en el centro de la experiencia estética se encuentra la empatía. Los seres humanos somos capaces de entender un cuadro sin importar que nuestro contexto sea muy diferente al de su creador porque “usamos nuestra experiencia para preguntarnos qué podría habernos motivado para crear dicha obra de arte y luego usamos la perspectiva en primera persona para llegar a una posible explicación que nos permita relacionarnos con ella”. Esto es posible porque no solo compartimos referencias culturales, sino un cuerpo similar y con este una cognición corporizada o encarnada, es decir, nuestro pensamiento y funciones corporales coexisten.

La experiencia subjetiva humana, de acuerdo con los trabajos de Penha y Carvalhais, es resultado “de nacer y educarse lentamente dentro de una sociedad de humanos, de luchar contra la inevitabilidad de nuestra propia muerte, de recuerdos preciados, de la curiosidad solitaria de nuestra propia mente, de la omnipresencia de las necesidades y peculiaridades de nuestro cuerpo biológico”. Las máquinas conscientes podrán desarrollar sus propias experiencias, pero serán ajenas a nosotros.

Aunque nos es posible empatizar con los robots de ficción –cómo no conmoverse con Wall-E cuando accidentalmente aplasta a su única amiga, una cucaracha– Penha y Carvalhais explican que esto se debe a que fueron creados por humanos y, por ende, desde la única perspectiva posible, es decir, la humana. Lo mismo sucede con los extraterrestres en la ficción que suelen representarse con rasgos antropomorfos

Si la inteligencia artificial logra crear su propio arte, los seres humanos no podremos emplear una perspectiva en primera persona, es decir, no podremos ponernos en sus zapatos para entender lo que está detrás de sus obras. Por ende, nuestra interpretación “será ajena a la perspectiva de la máquina” y será “una mala interpretación de la obra de arte”, concluyen los investigadores. A la misma opinión llegó Ben Plomion, jefe de marketing de la compañía de inteligencia artificial GumGum: “Las máquinas no saben lo que se siente al experimentar la muerte de un recién nacido o esperar a que salga un nuevo álbum. Por eso, no creo que el arte generado por una máquina pueda ser apreciado tan ricamente como algo creado por un humano”.

Cuando Ludwig Wittgenstein afirmó: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” no estaba pensando en robots pintores, sino en las posibilidades lógicas para aprehender la realidad. Sin embargo, su frase se puede aplicar para comprender las fronteras de la comprensión humana cuando de entender algo elaborado por otro tipo de conciencia. En el futuro, cuando las máquinas cuenten con sus propias intenciones y decisiones creativas, necesitaremos robots críticos que puedan interpretar sus obras.

 

Lecturas de la Bienal de Venecia

La 58a. Bienal de Venecia lleva por nombre May you live in interesting times. De mayo a noviembre, 79 artistas y colectivos de diferentes países presentarán piezas que abordan temas actuales como la migración, el racismo y el cambio climático.

La pieza central de la exposición no es una pintura sino un barco pesquero que en 2015 chocó contra un barco de carga y se hundió. El barco tenía una capacidad de 15 pasajeros, pero llevaba a más de 800 migrantes africanos que deseaban llegar a Europa. Solo 27 sobrevivieron. La embarcación permaneció tres años en Sicilia, hasta que el artista suizo Christoph Büchel la convirtió en Barca nostra, un memorial a la peor tragedia durante la crisis migratoria que hay en Europa. Este ensayo cuestiona si los restos de un barco oxidado podría considerarse arte o si responden a un imperativo moral.

El mejor pabellón nacional fue el de Lituania con el performance y ópera Sun and Sea (Marina), una crítica al ocio interpretada por veinte voluntarios y cantantes que expresan su preocupación en torno al turismo de masas y el calentamiento global. El jurado internacional de la Bienal lo premió por su “espíritu experimental” y su “tratamiento inesperado de la representación nacional”. Pese al éxito que ha tenido, los problemas financieros han limitado sus presentaciones únicamente a los sábados. Un artículo publicado en The New York Times da cuenta del camino que sus compositores recorrieron para cubrir sus gastos.

Las dos ediciones anteriores de la Bienal se destacaron por mostrar propuestas innovadoras y arriesgadas. Para para algunos críticos, entre ellos Jason Farago, este año Ralph Rugoff, el curador, prefirió mantenerse en la zona de confort. La impresión de Frago es que se trata de un “resumen pasivo de gustos recibidos, principalmente de Gran Bretaña y Estados Unidos”, que al poner tanto arte en espacios tan pequeños provoca yuxtaposiciones “desordenadas y frívolas”.

 

 

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estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, es editora y swiftie.


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