Todo está en la dosis: del fuego de San Antonio al asesinato de Kim Jong Nam

A propósito del asesinato del hermanastro del líder norcoreano Kim Jong Un, una mirada al veneno.
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“Muy doloroso. Muy doloroso. Me rociaron líquido”, fueron las últimas palabras. Kim Jong Nam colapsó, hace unas semanas, murió poco tiempo después para echar a andar una intriga internacional que a esta fecha no ha sido esclarecida.

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De muertes dolorosas algo sabía Paracelso. Hijo de alquimista, nacido un año después del descubrimiento de América, estudió medicina, filosofía natural y materias afines, fue médico itinerante por el centro de Europa antes de consagrarse como el padre de la toxicología. ¿Qué no es veneno?, se preguntó alguna vez, y el mismo contestaba: Todas las sustancias son veneno, no existe ninguna que no lo sea: la dosis es la diferencia entre un veneno de un remedio. Quinientos años después, tan vigente: todo está en la dosis. La dosis fue la diferencia entre, digamos, el finado hermanastro del dictador norcoreano Kim Jong Un y el japonés Hiroyuki Nagaoka.

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El primero, el de las últimas palabras, todo el mundo lo conoce: aeropuerto, Malasia, dos mujeres que supuestamente actuaron sin saberse peones de un operativo multinacional, y una ponzoña espeluznante: el agente nervioso VX –no tan escandaloso como lo hace parecer Michael Bay en La Roca, pero ni un ápice menos letal. El segundo, Nagaoka, sobrevivió justamente a esa ponzoña: A los 78 años, confiesa que aún tiene insensibilidad en el lado derecho del cuerpo y usa un tanque de oxígeno para facilitarle la respiración. Todo estuvo en la dosis. Nam recibió, según los videos y los expertos una doble embarrada –incluso parece que un trapazo directo a la cara–, con dos sustancias que se combinaban para formar el VX.

 

En 20 minutos palmó convulso y con músculos colapsados. Dicen que 10 miligramos en la piel de esa pesadilla oleaginosa son suficientes para matar a una persona. Nagaoka se cuenta entre nosotros gracias a la chamarra. Cuestión de dosis. Él era objetivo de la secta del Aum Shinrikyo –sí, los mismos del ataque con gas sarín en el metro de Tokio–, y una media hora después del rocío a su nuca empezó a sentirse mal. La mayor parte del líquido había quedado en el cuello de la prenda, pero algo tocó su piel y esas gotas fueron suficientes para hacerlo convulsionar, sentir que tenia el cuerpo en llamas, tirarse al suelo a retorcerse, perder la conciencia y permanecer así dos semanas en el hospital. Imposible saber cuántas gotitas le tocaron la piel. La dosis es la diferencia.

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Todo está en la porción. Por ejemplo, no se necesitaba mucho del cornezuelo, el Claviceps purpurea, un hongo parásito del centeno para convertir a los panes cocidos en armas de destrucción masiva. La aflicción resultante, el ergotismo, provocaba alucinaciones, convulsiones, entorpecía la circulación hasta la gangrena y en casos extremos, la muerte. Fuego de San Antonio, se llamaba la aflicción y provocó la construcción de abadías y templos para encomendar y acoger a los tocados por el mal. Todo por un simple pan.

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En 1982 siete personas en Chicago murieron por envenenamiento después de haber consumido una dosis letal de cianuro sin saberlo. Todos pensaban estar consumiendo un remedio: una pastilla de Tylenol que un asesino anónimo –hasta la fecha– convirtió en granadas arrojadizas. Las autoridades tardaron poco en hallar el vínculo entre las muertes y los medicamentos pero jamás al culpable. Las tapas complicadas de abrir, el sello en el emboque, son remedios para resguardar al público de una amenaza potencial. Antes de este caso, los empaques estaban menos asegurados, las medicinas más expuestas a la manipulación de algún desconocido en el supermercado. El remedio vuelto veneno.

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El veneno vuelto remedio. La línea que los divide, el gramaje específico previo a la muerte lenta, no fue siempre clara. El ejemplo del pan envenenado con cornezuelo es una instancia; las botellas de leche aderezadas con formaldehido para enmascarar lo agrio es otra. Para definir esta línea, Harvey W. Wiley, un intransigente y misógino

((There was one more rule: although many of the most prominent food crusaders were women, squad members had to be men. An outspoken misogynist, Dr. Wiley was prone to referring to women as “savages,” claiming that they lacked “the brain capacity” of men. His staff was similarly inclined: when the program replaced Chef Perry with a female cook, one worker griped that ladies were not fit for cooking — or poisoning. “A woman! Tut, tut. Why the very idea!,” he reportedly said, “A woman can potter around a domestic hearth, but when it comes to frying eggs in a scientific mode and putting formaldehyde in the soup — never.”, escribe Bruce Watson en Esquire, junio 2013. ))

, ideó una variante de lo que años más tarde popularizaría DC Comics: el Poison Squad, el Escuadrón del Veneno, la Patrulla de la Ponzoña, el Batallón de la Toxina. Un grupo de jóvenes, burócratas algunos, estudiantes otros, firmaron una carta de renuncia a su derecho a demandar a Wiley o al Departamento de Agricultura por los daños que ingerir sustancias tóxicas podrían causar en su sistema. La misión era investigar las dosis limítrofes de conservadores, aditivos y demás químicos en los alimentos. A cambio recibían casa, un estipendio y la comida infausta. De 1902 a 1907, más o menos cincuenta personas cenaron un menú aderezado profusamente con bórax, benzoato, formaldehido. Padecieron, en pos de la ciencia, una serie de calambres, hinchazones, diarreas, dolores de cuerpo, jaqueas y ruinosas pérdidas de peso; las consecuencias de la ingesta, ahora obvias, en aquel momento fueron noticia. Wiley ayudó a trazar la línea entre el remedio para conservar fresca la comida y el veneno llano.

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La intriga internacional continúa: estos misterios tienden a lo inagotable. La diplomacia del sureste asiático estará estirada al máximo. Hay sospechosos pendientes de captura, dos mujeres que se enfrentan a la pena de muerte, algunos que serán deportados y un cadáver disputado. Corea del Norte ya dijo que no hay veneno sino mal cardiaco al centro de este asunto. No obstante, los indicios son persuasivos y aterradores: durante unos momentos en un aeropuerto internacional, y gracias a la aplicación de dosis suficientes de precursores, sobre el rostro de una persona se fraguó un arma de destrucción masiva.

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(ciudad de México, 1980) es ensayista y traductor.


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