Letras Libres se propuso, desde su primer número español, hace trece años, tender un puente que propiciara el doble tránsito de las ideas y la literatura entre México y España. Más que detenernos a ponderar lo hasta ahora hecho, queremos refrendar y potenciar nuestra propuesta inicial. Ampliar las vialidades del puente para incrementar el diálogo entre todos aquellos que piensan y escriben en nuestra lengua. Nuestra vocación es hispanoamericana. El español como bandera y como camino a otras lenguas y literaturas.
Aunque insípida, la democracia es el mejor sistema que hemos inventado hasta ahora para convivir. Ese “hasta ahora” subraya su imperfección. En este número de aniversario nos propusimos honrar –con la crítica– a la democracia señalando algunos de sus claroscuros más inquietantes: la primacía del individuo por encima de los lazos sociales, la afirmación dogmática de la libertad, el déficit democrático en la construcción de la Unión Europea… Un lúcido ensayo de Mark Lilla sobre el tema; un par de diálogos –cuyas razones se entrecruzan– con Martha Nussbaum y Alain Finkielkraut sobre los límites de la sociedad abierta en relación a los derechos de las mujeres en una democracia y el comentario de dos libros relevantes sobre los retos de la política en general y la española en concreto constituyen el dossier.
Octubre de 2014 no es octubre de 2001. Muchas cosas han cambiado desde entonces. Integrismos por un lado, separatismos por otro, con focos de violencia permanente como telón de fondo; una crisis que ha sido no solo económica y financiera sino de conciencia. En medio de este tiempo nublado, un paréntesis de alegría: nos honra recibir el Premio al Fomento de la Lectura 2014, otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
En una revista concurren muchas voluntades. Poetas, ensayistas, ilustradores, narradores, reseñistas, editores, traductores, correctores, diseñadores, administrativos, distribuidores, amigos y lectores. Estas voluntades se agrupan por la necesidad de animar una conversación cultural. Pero no existirían en conjunto, o existirían de otra forma, sin el apoyo entusiasta de patronos generosos como lo fue siempre con Letras Libres don Emilio Botín.
Pienso en don Emilio Botín como un personaje del Renacimiento. En el imperio del Banco Santander no se pone el sol. Conquistó territorios en los cuatro puntos cardinales, incluida Inglaterra, nación impensable para sus remotos antepasados.
Igual que aquellos hombres, don Emilio puso su fuerza, su autoridad, su tiempo y sus recursos (creados por él, por su empresa extraordinaria) al servicio de la educación y la cultura.
Ambas –educación y cultura– son imprescindibles pero no significan lo mismo. Don Emilio supo hacer la distinción. La cultura es conocimiento científico y humanista, creación artística e intelectual. La educación es la trasmisión de ese conocimiento y de esa creación. La educación es un medio (necesario y fundamental), la cultura es un fin. La educación ocurre en las aulas reales o virtuales, entre maestros y alumnos. La cultura ocurre entre el creador (artista, escritor, pensador) y el público. Ambas son imprescindibles para la construcción de una sociedad civilizada.
Fui testigo de su generosidad con la educación en el magno proyecto Universia. Aún recuerdo la ceremonia en Lincoln Center a la que me invitó y en la que anunció su apoyo a las principales universidades estadounidenses. “Pertenece a la dinastía espiritual de los Carnegie y otros benefactores”, me comentó un rector. El aplauso duró largos minutos. Y en cuanto a la cultura, además de su inagotable patrocinio a las artes, reservó un rincón de simpatía para la literatura y el pensamiento liberal: quienes hacemos Letras Libres en México, España y en internet le estaremos siempre agradecidos por la presencia de Santander en nuestras páginas.
Como mexicano, me emocionó su invariable fe en mi país. Como Consejero de Banco Santander México, compartí con él gratas reuniones y comidas. Como amigo, lo recordaré por su espíritu inquisitivo y sagaz, y por esa juventud casi deportiva que –golfista, al fin– trasmitía: la hermosa sonrisa que enmarcaban los ojos arqueados, la infaltable corbata roja, el traje elegantísimo, y esa alegría creativa de los grandes constructores de ciudades, de puentes, de prosperidad. ~
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.