Letras Libres ha cumplido dos décadas. Pido la indulgencia del lector para hacer un pequeño balance a partir de la misión que expresé en la “Presentación” de la revista, en enero de 1999.
“Entre las revistas que Octavio Paz fundó, animó y dirigió –escribí entonces–, hay dos que destacan por su temple moral, su coherencia intelectual, su calidad literaria y su duración: Plural y Vuelta. Aunque publicaremos a los destacados autores que concurrieron en sus páginas, en Letras Libres –nombre acuñado por el propio Paz– no nos sentimos herederos automáticos de su legado: haremos lo posible por conquistarlo”.
Doscientos cuarenta números después puedo afirmar, con certeza, que la conquista de ese legado será siempre inalcanzable. Pero hemos hecho un esfuerzo por honrarlo.
El número que circula en estos días reúne a autores de varias generaciones. Entre todos quiero resaltar a Gabriel Zaid. Como un regalo en el umbral de su cumpleaños 85, en plena creatividad, Zaid nos ha dado para publicarlos buena parte de los poemas que ha traducido de diversas lenguas a lo largo de su vida. “Sus versiones –me escribe Fernando García Ramírez– son realmente admirables. Todas las conocía, pero la lectura en conjunto es impresionante. Más que revelar a quince poetas, nos revela a uno, al poeta Zaid”. ¡Qué privilegio es tenerlo en nuestras páginas cada número, como ha estado desde el inicio, sin faltar nunca!
Titulé mi presentación del número actual “Dos brindis: uno por la literatura, otro por la libertad”. El primero, quiero creer, está justificado: “hemos publicado a centenares de autores de nuestra lengua y de diversas lenguas. En la redacción de Letras Libres han trabajado varios escritores y editores que dejaron una contribución valiosa y emprendieron su propio vuelo, llegando en muchos casos a alturas tan sorprendentes como merecidas. Nuestro consejo editorial es un elenco plural. La diversidad de géneros literarios que hemos acogido en nuestras páginas –ensayo literario y político, biográfico e histórico, cuento, entrevista, reportaje y en especial el lugar que le brindamos a la poesía– nos llena de orgullo”.
También el brindis por la libertad, pienso, está justificado. Algo hemos contribuido a su defensa frente a los fanatismos religiosos, racistas, nacionalistas, ideológicos, que parecían vencidos cuando nació nuestra revista y que en este siglo han aflorado con increíble poderío, como presagios de una vasta oscuridad histórica que, según algunos agoreros, nos espera.
En septiembre de 2001, cuando dimos a la imprenta el primer número de nuestra edición española (que salió aquel octubre, y sigue viva y vigente), lo titulamos “Fanatismos de la identidad”. En esos días ocurrió el ataque a las Torres Gemelas: la regresión de la historia, la irrupción de sus sangrientos ríos subterráneos. A partir de entonces el mundo cambió, y nosotros reafirmamos nuestra vocación crítica. Criticamos el fundamentalismo de las tres religiones monoteístas. Criticamos desde el primer día el racismo nativista y antimexicano de Donald Trump llamándolo por su nombre: “Fascista americano” (y retratándolo con un bigotillo hitleriano). Criticamos el delirio ideológico de Hugo Chávez y dimos cuenta de la sistemática destrucción de su país: su economía, su tejido social, su libertad, su vida misma. Criticamos el fracaso de la Revolución cubana. Criticamos los desvaríos, los errores, las irresponsabilidades y la corrupción de los gobiernos mexicanos de este siglo, que no supieron cuidar la democracia. Criticamos la aparición del mesianismo político. Criticamos al populismo. Y finalmente, criticamos al crítico, nos criticamos a nosotros mismos, en números dedicados a poner en tela de juicio al propio liberalismo, cosa que, por definición, ninguno de los otros “ismos” –supuestos dueños de la verdad absoluta– se atreve a hacer.
Un historiador tiene la inclinación natural a mirar hacia atrás, pero no me corresponde contemplar con nostalgia o autocomplacencia esas 240 portadas. Me duele, eso sí, pensar en tantos autores fallecidos, tantos amigos. Pero hasta aquí la indulgencia del lector y la mía propia. Se vive para adelante, decía Ortega y Gasset, y nada más cierto en la vida de una revista: tantos autores jóvenes, tantos nuevos amigos.
Por eso en Letras Libres brindamos por la libertad y la literatura y –la del estribo– brindamos también por el futuro. El número siguiente nos reclama. Reclama al “nosotros” de autores y lectores reunido alrededor de nuestras páginas y nuestro sitio de internet. Hay que recomenzar. Nos vemos para celebrar una vez más en diez años, acaso en veinte.
Publicado previamente en el periódico Reforma
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.