Una nueva melancolía
Se supone que en algún tiempo más estaremos viviendo una nueva normalidad e, inevitablemente, uno comienza a preguntarse qué significa eso. Sea lo que sea, todos podemos convenir en que hay un “algo” que ya no estará aquí.
Freud hizo la gran distinción entre duelo y melancolía. En el primero sufrimos y padecemos la pérdida de un objeto o una criatura conocida, no existen dudas sobre aquello de lo que se nos privó, lo reconocemos y lo extrañamos. La melancolía, en tanto, supone una experiencia distinta; aunque lo que ya no tenemos pueda ser nombrado, hay algo más complejo que ya no tenemos. Con la desaparición de lo que ya no está, una pieza fundamental de nosotros mismos también se ha desvanecido.
Al día de hoy, los chilenos hemos venido viviendo y soportando un estrés crónico desde hace al menos seis meses, primero con la explosión social de octubre de 2019 y luego con la pandemia que asuela la normalidad del planeta. La experiencia de encierro, con la consiguiente alteración de las dinámicas sociales, laborales y familiares, la deformación del tiempo cronológico, con fines de semana y feriados difuminados, el temor a enfermar y morir y un escenario de enorme incertidumbre laboral y económica, nos ha puesto en un lugar psíquico único. Convivimos, permanentemente, con una peste en vivo y en directo, con cifras online de contagiados y fallecidos en Chile y en el mundo, experimentando en tiempo real el descascaramiento de toda la imagen que nos habíamos construido en las ultimas décadas.
Debido a ello es que, pasado el alivio inicial al poder volver, paulatinamente, a la normalidad, incluso con una sensación de euforia colectiva y probables desbordes productos del entusiasmo, es muy posible que, rápidamente aparezca una sintomatología de estrés post traumático en amplios sectores de la población. Aumentarán las consultas psicológicas y psiquiátricas –en un país donde la cobertura de la salud mental pública y privada es lamentable–; las crisis familiares y de pareja se visibilizarán; habrá mayor consciencia de muerte, cuadros hipocondriacos por doquier, depresiones reactivas; aumento del consumo de alcohol y drogas, y un sinnúmero de otros cuadros psicopatológicos de características adaptativas. En definitiva, el desafío psicosocial será enorme.
Como tantas veces en la historia humana, el choque de las expectativas con la realidad será muy duro. Muchos piensan, e incluso se declaran esperanzados, que algo nuevo y mejor surgirá cuando volvamos a entrar en actividad; otros plantean que estamos obligados a repensar la globalización y el capitalismo liberal, que estamos en un punto de inflexión histórica; hay también quienes suponen que esto es solo un paréntesis, como el producido tantas veces en la historia de la humanidad por guerras y grandes pestes y que, más allá del esfuerzo y dolor que suponga, el sistema se reorganizará y volverá a ordenarse y a autoconservarse.
Sin lugar a dudas habrá cambios muy significativos, algunos se visualizarán en el corto plazo y otros tomarán más tiempo. Ahora bien, los cambios de los que seremos protagonistas y testigos no necesariamente serán los que esperamos. Por lo pronto, no resulta demasiado difícil aventurarse a pronosticar que las ciencias tendrán un impulso enorme; que, por ejemplo, la robotización, que se pronosticaba llegaría con fuerza en los próximos cinco a diez años, estará en nuestras vidas mucho más pronto de lo esperado. Esto, hará más tangible aún la fragilidad del empleo, el desuso de ciertas formas de trabajo. Amplios sectores económicos verán severamente disminuida la necesidad de trabajadores, los que serán reemplazados por procesos tecnológicos y trabajo remoto. Las nuevas formas de plataformas educacionales utilizadas en estos meses deberían establecerse como mecanismos válidos y eficientes, la telemedicina, las consultas psicoterapéuticas a distancia, serán opciones ciertas y probadas. La industria del entretenimiento y el turismo también deberían experimentar cambios profundos.
Por otra parte, en términos psicológicos, sociológicos y políticos, no se visualiza que en el corto o mediano plazo haya cambios reales. Desde luego una precarización del empleo y la economía abrirá, en el caso de Chile, dada la crisis institucional y política que ya veníamos experimentando desde el año pasado, las puertas a que discursos populistas de izquierda y derecha tomen las calles y la agenda, pudiendo surgir peligrosos liderazgos en ambos polos para nuestro sistema democrático. Pero a nivel de estructura del deseo, pulsión por el placer, ímpetu de sobrevivencia, creatividad, ambición y hasta codicia, la naturaleza humana se mantendrá inalterable.
El “buenismo” no será suficiente para cambiar en lo sustancial lo que hemos sido y que somos.
Las libertades individuales se podrían ver severamente disminuidas dependiendo de diversas variables, entre otras, el grado de delincuencia que se podría gatillar por la crisis económica; la fuerza con la que las protestas y manifestaciones sociales se reanuden, pudiendo estas potenciarse muchísimo con la variable anterior. Es así como podríamos tener un triple escenario de precariedades: psicológica, cívica y económica, las que podrían tener un profundo impacto social y político. Junto con lo anterior, el control de la pandemia podría obligar, como en otros países, a hacer un seguimiento y monitoreo del desplazamiento de pacientes y personas infectadas, con la consiguiente intrusión por parte del Estado en dispositivos móviles, celulares y computadores.
En definitiva, echaremos de menos lo que perdimos y aquello que dejamos de ser y creer de nosotros mismos. Habrá nuevos despertares y, a la larga, como siempre, la imaginación y la creatividad nos salvarán. Seguiremos adelante con nuestras pérdidas y añoranzas, reconstruiremos nuestra capacidad de asombro y la nueva normalidad quedará atrás, cuando lo que viene después de ella comience a clarear.
Con todo, es tan potente lo que nos ocurre que es no es fácil visualizar aún qué será futuro. Mientras tanto seguimos aquí, “esperando a Godot”. Claramente esto, como ya se ha dicho, todavía no es historia.
es psicólogo, lingüista y artista visual. Sus libros más recientes son La revolución del malestar (2020) y En defensa del optimismo (2021). Es vicepresidente de Amarillos por Chile.