El problema con la cultura es que mucha gente no sabe qué es la cultura; otra gente, sobre todo la que está en el poder, le tiene rencor, envidia y miedo; muchos más la miran como un tren que se les pasó y entonces hay que ignorarlo, apedrearlo o descarrilarlo. Se habla de cultura del trabajo, cultura del miedo, narcocultura, cultura del desperdicio, cultura del agua, cultura de lo que sea y, por supuesto, tenemos la agricultura, horticultura, apicultura y porcicultura. La crítica suele caer en tal relativismo, que aplaude toda manifestación cultural para acabar por diluirla aún más. Mucho arrimado sin talento se inventa excusas sociales para su fracaso y acude al ideal democrático de la mediocridad. Otros personajes, que creíamos del lado de la cultura, se vuelven sus detractores a cambio de un salario. Y la base de toda cultura, que es la lectura, se vulgariza cuando se montan programas y se contabilizan resultados que ponen al mismo nivel un Don Quijote y un Pregúntale a Alicia.
Podemos ver en tres diccionarios de la Academia cómo ha variado la definición de cultura: “Metafóricamente es el cuidado y aplicación para que alguna cosa se perfeccione, como la enseñanza en un joven, para que pueda lucir su entendimiento. Latín: animii o ingenii cultura”, dice la edición de 1729. Ya para el siglo XIX, se define como: “El estudio, meditación y enseñanza con que se perfeccionan los talentos del hombre”. Y en el presente, ya se cae en el relativismo en el que todo es cultura, hasta decir “salud” cuando alguien estornuda o dormir la siesta después de comer: “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”
Siguiendo la intención original con la que Cicerón utilizó el término, no se debió dejar huérfano como “cultura”, sino llamarle “animacultura” o “almacultura”. Así, una Secretaría de Almacultura, tendría más clara su responsabilidad.
Matthew Arnold, en su valioso libro Cultura y anarquía, cita a un “famoso liberal” que dice despreciativamente: “Cuando la gente habla de cultura se refiere a balbucear dos lenguas muertas como el griego y el latín”. Continúa con otro liberal que dice: “Tal vez el chismorreo más necio del día sea el chismorreo sobre la cultura. La cultura es una cualidad deseable en un crítico de libros nuevos y le sienta bien a un profesor de belles lettres, pero, aplicada a la política, significa simplemente fijarse en pequeñas faltas, una preferencia por la tranquilidad egoísta e indecisión en la acción”.
A estas alturas, luego de que Matthew Arnold señala a dos liberales, podrá alguien imaginar que a él le toca el epíteto que hace un par de años se convirtió en insulto: “conservador”; pero no es así. Arnold dice: “ Soy un liberal moderado por la experiencia, la reflexión y la renuncia y, por encima de todo, soy un creyente en la cultura”. Comoquiera, la palabra “conservador” no debe asustar a nadie en el mundo de la cultura, pues la almacultura es un edificio que viene construyéndose desde hace miles de años, y de tal suerte debemos ser “conservadores” con los cimientos y “liberales” con los pisos que iremos agregando.
En el prólogo a su ensayo, Matthew Arnold escribe que su objetivo es: “Recomendar la cultura como la gran ayuda para salir de nuestras dificultades actuales, pues la cultura es la búsqueda de nuestra perfección completa y su medio es tratar de conocer, en todas las cuestiones que más nos conciernen, lo mejor que se ha pensado y dicho en el mundo; y, mediante ese conocimiento, verter una corriente de pensamiento fresco y libre sobre nuestro caudal de nociones y hábitos”. Aquí lo más importante es: “Lo mejor que se ha pensado y dicho”. Y una secretaría de almacultura, podría cambiar la palabra “recomendar” por “promover”.
Resulta extraño que al enjambre no guste relacionarse con los que mejor han pensado, hablado y escrito; que en vez de los Diálogos de Platón elijan los monólogos de alguna bestia televisiva, que se interesen más en futbolistas que en impresionistas, que prefieran un sonsonete percusivo que una sinfonía, pero así es la mente sin poesía.
A los colegas que sí participan en la promoción de la almacultura, del arte, del pensamiento, de fomentar la dignidad del ser humano, no se sorprendan de los ataques desde el poder. La historia nos dice que ése ha sido el comportamiento de los regímenes en la mayor parte de la historia. El autoritarismo favorece las obras físicas y desecha las del pensamiento. En tiempos recientes, conocemos de sobra las historias de persecuciones a los creadores y librepensadores en dictaduras de izquierda o derecha. Actualmente, al adormilado mundo de la cultura en España, las autoridades le clavan un clavo un día y otro también. En Polonia, Dios manda para que Kaczyński mande. En Estados Unidos… en fin, el país más inculto del mundo manda en la cultura. La fantasía de una democracia ilustrada no acaba de funcionar ni siquiera en Francia.
¿Quién sabe?, quizás la cultura necesite estar en un estado de guerra permanente para que no se le aguade la musculatura.
Yo quiero tener un millón de enemigos y así más fuerte poder cantar.
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.