La colisión se acerca. Cuando las cifras de desempleo en aumento coincidan con un creciente superávit comercial chino con Estados Unidos, saldrán chispas. Los políticos pedirán sanciones y protección y, en cierta forma, tienen razón. La política seguida por China de mantener su moneda artificialmente subvaluada tiene como objetivo abaratar lo que le exportan al resto del mundo. Con un país en pleno empleo, los estadounidenses estaban felices al disfrutar de la oferta de bienes baratos; con millones de ciudadanos sin trabajar, esa política puede interpretarse como un vehículo para exportarle su desempleo a los Estados Unidos.
Como he dicho en escritos anteriores, creo que una de las burbujas más peligrosas se está formando en la economía china, que insiste en recurrir a recetas agotadas. China crece porque hace trampa con su moneda y porque ha soltado crédito a manos llenas. Esto les permite seguir agregando capacidad industrial a pesar de que la demanda no estará ahí para utilizarla. En la industria del cemento, por ejemplo, se estima que la capacidad ociosa en esta economía equivale a las demandas totales de Estados Unidos, la India y Japón sumadas. Este baño de crédito ha ido a parar, crecientemente, a actividad especulativa (por ello la bolsa ha duplicado su valor en lo que va del año, y los precios de los inmuebles han aumentado aún más). Una forma de medirlo es analizar cuántas unidades de crédito producen una unidad adicional de producto. De 2001 a 2008, 1.5 unidades de crédito se traducían en una de producto; ahora toma siete. Aun en Estados Unidos en el punto máximo pre-crisis esta cifra llegó sólo a cuatro.
Los chinos no mantienen la misma política por tontos, lo hacen por miedo a que el crecimiento caiga. Como he dicho antes, la única fuente de legitimidad de este gobierno autoritario es el crecimiento. Sin embargo, en un país que tiene decenas de miles de manifestaciones públicas de descontento al año, el margen de maniobra es limitado, aun con los instrumentos de represión propios de una dictadura.
El proteccionismo hará su asomo a nivel mundial y nos recordará a la peligrosa era de la legislación de Smoot-Hawley [1], en la Gran Depresión. Ésta devastó al comercio internacional, mermando la capacidad de crecimiento económico mundial en un momento crítico. Un excelente vehículo para sancionar a China puede provenir del uso de impuestos al carbón (“carbon taxes”) como arma de proteccionismo. Con éstos se puede asumir que los bienes que China exporta a Estados Unidos o a Europa dejan una honda huella ambiental por las largas distancias que recorren, forzándolos entonces a pagar este impuesto.
En Estados Unidos, el crecimiento en el desempleo no sólo tendrá consecuencias políticas relevantes, también afectará la calidad de los activos en los balances bancarios y limitará la recuperación en el mercado inmobiliario. Según un interesante estudio hecho por el Prof. Robert Shiller de la Universidad de Yale, el principal factor que determina la tendencia en los precios de las casas es la inercia (el
“momentum”), pero el segundo factor es el empleo.
El peligro es que aunque haya recuperación económica, la falta de empleo hará que la situación se sienta como si fuese recesiva y se buscará señalar culpables. Por una parte, lo serán los chinos; por otra, los empresarios y, particularmente, los banqueros. La diferencia entre las situaciones de “main street” y Wall Street es cada vez más grande. Cuando la gente asfixiada por su deuda y sin acceso a empleo lea sobre los multimillonarios bonos que los bancos pagarán al finalizar este año, la hoguera estará en su punto para que la cacería de brujas comience.
No me cabe duda de que viene una época en la que la inestabilidad social se manifestará en forma política. El populismo será una inevitable tentación en esta época recesiva que pondrá a prueba a un gobierno estadounidense ya propenso a él. Cada día que pasa, la crisis económica es más de Obama y menos heredada. Todos en su gobierno saben que el riesgo es que eso, tarde o temprano, se reflejará en las urnas.
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[1] Los senadores Willis Hawley y Reed Smoot impulsaron una ley en junio de 1930 para “proteger” a la industria local de los embates de la depresión, imponiéndole impuestos compensatorios a más de 20 mil productos. Esta medida tuvo efectos devastadores en las economías europeas, las cuales se contagiaron de la grave crisis estadounidense.
Es columnista en el periódico Reforma.