Las lecciones del coronavirus para el cambio climático

Tanto la pandemia como la crisis climática son problemas de un crecimiento exponencial contra una capacidad limitada para aguantarlo.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Publicado originalmente en Yale Environment 360.

Una nueva y aterradora amenaza recorre el mundo, alterando rutinas familiares, perturbando la economía global y poniendo vidas en peligro. Los científicos llevan tiempo avisando de que algo así podría pasar, pero la mayoría de líderes políticos lo ignoraron, y ahora deben improvisar una respuesta a una crisis que podrían haber prevenido, o al menos aliviado, si hubieran actuado antes.

La pandemia del coronavirus y las amenazas a fuego lento del cambio climático pueden compararse de muchas maneras, y los expertos afirman que es posible aprender de la respuesta agresiva a la pandemia y aplicarla a la acción climática. Y aunque la caída de las emisiones de gases de efecto invernadero provocada por la reducción de los viajes y otras actividades económicas es probable que se recupere cuando pase la pandemia, hay algunas reducciones en la huella de carbono por la extensión de la Covid-19 que podrían ser más duraderas.

Tanto la pandemia como la crisis climática son problemas de un crecimiento exponencial contra una capacidad limitada para aguantarlo, afirma Elizabeth Sawin, codirectora de Climate Interactive, un think tank. En el caso del virus, el peligro es el número de gente infectada que satura los sistemas de salud; con el cambio climático, es que las emisiones crezcan tanto que saturen nuestra capacidad para enfrentarnos a sus consecuencias, como sequías, inundaciones, incendios y otros acontecimientos extremos.

Mientras los países se encierran con la esperanza de ralentizar la expansión del virus, “la población está empezando a comprender que en una situación como esta tienes que actuar de una manera que parece desproporcionada en comparación con el momento actual porque tienes que reaccionar a lo que el crecimiento exponencial te llevará”, afirma.

“Miras por la ventana y no parece que haya una pandemia, parece simplemente un bonito día de primavera. Pero tienes que cerrar todos los restaurantes y los colegios.” Aunque la enfermedad se está desarrollando mucho más rápido que los efectos del calentamiento global, el principio es el mismo, dice Sawin: si esperas hasta ver su impacto, es demasiado tarde para frenarlo.

La “Covid-19 es el clima a la velocidad de la luz”, dice Gernot Wagner, un economista especialista en clima de la Universidad de Nueva York y coautor de Climate Shock. “Todo lo que tiene que ver con el clima se desarrolla en décadas, en este caso son días. El clima son siglos, aquí son semanas.”

Las respuestas de los gobiernos se han transformado casi tan rápido como la amenaza. El presidente francés Emmanuel Macron ordenó el cierre de todos los negocios no esenciales apenas una semana después de ir al teatro con su mujer. El primer ministro británico Boris Johnson y el alcalde de Nueva York Bill de Blasio reaccionaron de manera igual de abrupta y el presidente Trump pasó de minimizar el peligro del virus a apoyar medidas que resultaban inimaginables poco antes.

“Estamos observando a nuestros líderes políticos aprender estas lecciones en directo en la televisión, en unos pocos días”, dice Wagner. “Es una curva de aprendizaje nunca vista con anterioridad, al menos no la he visto en toda mi vida.” Ahora, afirma, los políticos que han comprendido el poder terrorífico de un crecimiento acumulado deben aplicar esas enseñanzas para comprender el clima.

Y como con el coronavirus, afirma Wagner, las políticas climáticas deben empujar a todo el mundo a prestar atención al efecto que tiene en los demás sus acciones –tanto si tienen que ver con la exposición a una enfermedad como con las emisiones de carbono–.

“Lo realmente importante es que hay alguien que toma una decisión y nos obliga a interiorizar las externalidades, lo que quiere decir que no hay que depender de los padres para que saquen a sus hijos del colegio sino cerrar el colegio”, dice. “No dependas de empresas o trabajadores quedándose en casa ni recomiendes a la gente que no vaya a trabajar, oblígales o págales para que lo hagan, y asegúrate de que ocurra. Por supuesto, ese es el papel del gobierno”.

Las medidas de estímulo para aliviar el shock económico de la Covid-19 podrían dirigirse también hacia la reducción de emisiones, financiando infraestructura de bajo carbono u ofreciendo a nuevos trabajadores desempleados educación online para empleos en la economía verde. Fatih Birol, director de la Agencia Internacional de Energía, instó recientemente a los gobiernos y a las instituciones financieras internacionales a que incorporasen la acción climática en sus esfuerzos de estímulo invirtiendo en energías limpias, almacenamiento de baterías y tecnologías de captura de carbono.

Según Sawin, el impacto multicapa de la pandemia da la razón a los que apoyan un Green New Deal: atacar nuestros mayores problemas en tándem quizá sea más efectivo que tratarlos uno a uno. En Estados Unidos, los trabajadores sin bajas remuneradas que tienen que trabajar infectados, las guarderías caras y los sistemas de salud basados en el empleo hacen más difícil la búsqueda de otros trabajos en industrias boyantes como la energía limpia.

“La gente comienza a comprender que para provocar un cambio radical de comportamiento de la sociedad tienes que apoyar a todo el mundo”, dice Sawin. “Una red de seguridad social fuerte reduce las fricciones inherentes al cambio”.

Otro paralelismo entre las dos crisis es que podríamos haberlas evitado, afirma Michele Wucker, autora de The gray rhino: How to recognize and act on the obvious dangers we ignore [El rinoceronte gris: Cómo reconocer y actuar ante los peligros que ignoramos].

El título del libro es una metáfora que usa Wucker para explicar los acontecimientos con alta probabilidad y alto impacto, un contrapunto a la idea popular del cisne negro, el concepto que acuñó el escritor Nassim Nicholas Taleb para los acontecimientos poco probables pero muy dañinos que, por su naturaleza, son muy difíciles de anticipar.

Tanto la pandemia como el cambio climático son rinocerontes grises. “Es una cosa de dos toneladas que viene hacia ti y que ignoramos o le quitamos importancia la mayoría del tiempo. Ignoramos lo obvio.”

La administración Trump, que ha retirado agresivamente las medidas para reducir las emisiones de carbono, también recortó la oficina de seguridad sanitaria global del Consejo de Seguridad Nacional y quiso quitar financiación a los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades. Como muchos otros países, Estados Unidos se preparó muy poco para el coronavirus incluso cuando la enfermedad estaba arrasando China.

Wucker dice que hay razones políticas, estructurales y psicológicas para esa inacción. “Anticipar un riesgo es algo arriesgado en sí mismo”, dice. “A la gente le asusta equivocarse”, más incluso que no hacer nada. Los votantes premian a los políticos cuando resuelven problemas, pero raramente cuando los previenen, lo que da un incentivo a los líderes para dar una patada hacia adelante a los problemas.

Hay también gente poderosa interesada en mantener el statu quo. Este aspecto ha sido central para explicar el fracaso global contra el cambio climático; la industria de combustibles fósiles ha financiado durante décadas desinformación sobre la ciencia del clima y ha hecho presión para evitar las medidas que amenazarían sus beneficios.

En el caso de la Covid-19, aunque ha habido algunos que han negado la seriedad de la enfermedad, la población y los gobiernos han sido generalmente más rápidos en apreciar el peligro. Es quizá en parte porque, por instinto, nos asusta más una enfermedad que unas amenazas climáticas difíciles de imaginar. Sin embargo, y esto es importante, “una de las industrias más ricas de la historia de la humanidad [combustibles fósiles] no está evitando que la gente se informe” sobre el virus, afirma.

La respuesta global a la Covid-19 –un parón de la aviación internacional, empresas cerrando en China y otros países, un intento desesperado por permitir el trabajo remoto– muy posiblemente produzca un descenso en las emisiones de carbono. Pero será algo temporal. Las emisiones se recuperarán cuando la gente vuelva a trabajar y a conducir. Como la gente tendrá miedo al transporte público, la huella de carbono crecerá incluso más, según los expertos.

Pero hay nuevos comportamientos que sobrevivirán a la pandemia, incluidos cambios en la reducción de emisiones de carbono que los activistas llevan reivindicando durante años. Los cambios que más probablemente permanezcan son los que ya se estaban produciendo antes de la crisis, dice Amy Myers Jaffe, directora del programa de seguridad energética y cambio climático del Council on Foreign Relations.

“La cuestión es qué tendencias actuales son las que van a acelerarse.” La más probable, cree Jaffe, es una caída en los viajes de negocios, ya que las grandes empresas que hacen reuniones por vídeo descubrirán que pueden ser igual de útiles que las reuniones presenciales.

También se va a acelerar el aplanamiento, o incluso la reversión, del crecimiento del comercio internacional, que comenzó a ralentizarse en 2019 con las tensiones arancelarias. “Ahora es cuando realmente se está produciendo la caída”, dice Jaffe.

Si los cierres de fronteras provocados por el virus provocan escasez de medicinas, equipamiento médico u otros elementos esenciales, muchos países y empresas no esperarán ni un momento para reducir su vulnerabilidad ante unas cadenas de suministro tan profundamente globalizadas. “Si reducimos las cadenas de suministro, si los países producen más de sus propios bienes, esto reducirá estructuralmente la demanda de petróleo” y reducirá la huella de carbono que produce el transporte de mercancías.

También es posible que el trabajo remoto esté para quedarse, afirma Prithwiraj Choudhury, profesor asociado de la Harvard Business School. Y no significa solo que los trabajadores se quedarán en casa en la misma ciudad que sus empresas.

El trabajo remoto ofrece la oportunidad de trabajar desde cualquier sitio, una pequeña ciudad con un coste de vida más bajo, por ejemplo, o donde está el empleo de tu mujer, dice Choudhury. Hay empresas y organizaciones que trabajan virtualmente al cien por cien y han abandonado completamente las oficinas.

“Hay mucha demanda latente” entre trabajadores para este tipo de arreglos, y quizá las empresas lo acepten cuando se den cuenta de que pueden ahorrar dinero usando oficinas más pequeñas o prescindiendo completamente de ellas.

Esos cambios provocarán una reducción real de las emisiones, pero Sawin cree que el impacto sobre el clima más importante que tendrá la pandemia es la concienciación que ha creado en la gente para actuar rápidamente.

Cuando el brote termine, “si podemos contar la historia de lo que hemos vivido y ayudar a que la gente comprenda que esto es una versión acelerada de otra historia que está en curso y que tiene la misma estructura argumental pero una cronología diferente, entonces podremos transformar las cosas”, afirma Sawin.

No es posible celebrar la extensión de una enfermedad que está provocando tanto miedo y sufrimiento, recalca Sawin, pero existe una “manera de honrar las pérdidas que ha provocado el coronavirus aplicando lo que hemos aprendido y dándole un buen uso”. ~

Traducción del inglés de Ricardo Dudda.

+ posts

Beth Gardiner es periodista. Colabora en The New York Times, The Guardian y National Geographic, entre otras publicaciones. Es autora de Choked: Life and breath in the age of air pollution (University of Chicago Press, 2020).


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: