Analicemos el caso de Goldman. Primero, démonos cuenta de que el instrumento creado por Goldman permitía que dos grupos de intermediarios profesionales hicieran una “apuesta”. Lejos de lo que parecen insinuar los medios de información, no es como si Goldman estaba de un lado y por el otro había ancianos invirtiendo sus ahorros o monjas invirtiendo los recursos para los huérfanos. Era el hedge fund de John Paulson como contraparte de bancos como IKB de Alemania y RBS (que tomó la obligación de ABN Amro) del Reino Unido.
Ambas partes hicieron una arriesgada apuesta en la cual el ganador –Paulson & Co.- ganó mil millones de dólares, y los perdedores salieron corriendo a decirle a su mamá (el gobierno) que los rescatara. En el sentido más puramente darwiniano, si Paulson tomó ventaja de los bancos, intermediarios financieros profesionales, expertos y bien capitalizados, estos merecerían simplemente desaparecer por ineptos. Dedicar recursos fiscales para rescatarlos es un pésimo uso de dinero que proviene de los contribuyentes. Un uso que sólo podría darle un político que no es el dueño del dinero.
Goldman, sin embargo, a pesar de haber ganado 15 millones de dólares como comisión de corretaje (por poner en contacto al oferente con el demandante del producto), acabó perdiendo 90 millones de dólares invirtiendo en la transacción.
Si me invitaran a tomar uno u otro lado en el pleito legal, me sentiría más cómodo defendiendo a Goldman. Ellos estructuraron una inversión para intermediarios profesionales con amplios recursos y perdieron en su propia inversión. Si bien se les acusa de no haber prevenido suficientemente al comprador sobre la participación del vendedor en la estructuración del portafolio, eso es relevante sólo por la fuerte reputación de Paulson en ese tipo de actividad. Pero lo que se ignora es que esta transacción se hizo a principios de 2007, y la fama de Paulson proviene precisamente de que ganó miles de millones de dólares con el colapso del mercado inmobiliario que ocurrió hasta fines de 2008. En 2007, era un inversionista más.
¿Pero por qué habría de asumir una posición tan agresiva y tan riesgosa la SEC? La respuesta tiene, en mi opinión, varias aristas. Primero, porque ésta fue humillada por su ineptitud y negligencia en casos como el de Madoff que, a todas luces, tuvieron años para prevenir. Segundo, porque hoy probablemente ni el propio Osama Bin Laden sea menos popular que los millonarios banqueros de Wall Street, lo cual ofrece un enorme beneficio político a la administración de Obama por atacarlos. Tercero, porque es la única forma de evitar que crezca el escrutinio de los enormes conflictos de interés de políticos para los que Wall Street ha financiado sus campañas (la propia campaña de Obama recibió un millón de dólares de empleados de Goldman) y cuya politiquería –y el irresistible botín de ofrecer vivienda de interés social a familias sin las condiciones para financiarla– alimentó la burbuja inmobiliaria por las irresponsables políticas de agencias gubernamentales como Fannie Mae y Freddie Mac.
El público clama por más regulación sin entender que el exceso de ésta acaba beneficiando a los grandes bancos a los que creen se debe controlar. En el fondo, los grandes intermediarios bancarios están felices de que incrementen el número de reglas y de que aumente el número de ineptos burócratas reguladores, pues estas medidas harán imposible que pequeños intermediarios compitan con ellos, pues serán ahogados por el exorbitante costo del cumplimiento legal y por las cuantiosas multas en caso de romper alguna regla, por absurda que ésta sea.
AIG tenía 400 reguladores observándola. Claramente, el tema tiene poco que ver con falta de regulación. Sí valdría la pena analizar, sin embargo, si la regulación actual tiene sentido.
Al observar a los senadores estadounidenses tratando de crucificar a los ejecutivos de Goldman me quedó clarísimo, antes que cualquier otra cosa, que los miembros del Subcomité de Investigación no tienen la más pálida idea de cómo funcionan los mercados financieros o un banco de inversión. Pero lo preocupante del tema es que los medios de información han tergiversado dolosa e irresponsablemente el origen de la acusación. La opinión pública está empuñando antorchas o trinchetes y busca culpables de la situación. La culpa no la tuvieron quienes dijeron mentiras para conseguir hipotecas, quienes se endeudaron mucho más allá de lo razonable o quienes tomaron riesgos desmedidos; la tienen los bancos que los “engañaron”.
Es interesante ver que este ambiente inquisidor ha puesto a los republicanos con la espalda contra la pared. Ideológicamente deberían defender a Wall Street y a los banqueros, pero hacerlo les costaría muchos votos en las elecciones de noviembre. Parece que la administración de Obama encontró el tema que los forzará a asumir actitudes “bipartidistas”, aunque esto ocurra a regañadientes.
Obama intenta lucrar con la extrema impopularidad de los banqueros, y espera aprovecharla para forzar la reforma del sector financiero. Pero al igual que ocurrió en la reforma de salud, donde se evitó poner el dedo en la llaga resolviendo el tema de costos, en el caso del sector financiero se hará como que se hace, y se recurrirá a tener más de las mismas inútiles reglas, evitando atacar los problemas de fondo: la necesidad de cambiar radicalmente el tipo de regulación (basándose más en principios que en reglas), el perfil de los reguladores (contratando a menos reguladores pero mucho más sofisticados y mejor pagados, prohibiéndoles de por vida que trabajen después en áreas de cumplimiento de bancos privados), y la incestuosa relación entre agencias gubernamentales, empresas calificadoras de riesgo, emisores y banqueros.
Rahm Emanuel, el jefe de asesores del presidente Obama dijo que “no había que desperdiciar una buena crisis”. Ciertamente, los grandes cambios sólo pueden hacerse cuando se percibe que, por la gravedad de la situación, es indispensable tomar medidas drásticas. Las soluciones que se están adoptando parecen más preocupadas por maximizar el beneficio político que por resolver con visión de largo plazo los problemas de fondo. La buena noticia para Emanuel es que, para como vamos, la siguiente –y más grave– crisis, está a la vuelta de la esquina.
Es columnista en el periódico Reforma.