(The Black Swan es un libro de Nassim Nicholas Taleb que explora
el papel protagónico en la historia de eventos impredecibles
pero de alto impacto.)
Antes que nada, una disculpa por mi ausencia de las últimas semanas. Amerita explicación. El 9 de diciembre falleció mi papá, y ese proceso combinado con las fiestas de fin de año me llevó a tener que estar en la Ciudad de México por más tiempo del planeado, y llevó a que mis –de por sí limitadas– neuronas se ocuparan de otros temas. Pero, con el año nuevo, estamos de vuelta.
Me sumo a los numerosos analistas que intentan augurar qué nos depara el nuevo año. Se dice que los economistas pasamos seis meses del año pronosticando lo que va a pasar y luego otros seis explicando por qué no pasó. Si ese es el caso, me parece un costo razonable por poner la reputación en juego al intentar presagiar el futuro en medio de un contexto tan complejo.
Como el título indica, creo que este será un año en el que debemos esperar lo inesperado. Lejos de que este escrito sea un intento por provocar una flagelación colectiva, mi objetivo es tratar de que haya tan pocos cisnes negros para usted como sea posible. Siguiendo un ejemplo dado por el propio Nassim Nicholas Taleb en su libro, lo que hace que un evento sea un “Cisne Negro” es que sea inesperado. Como él dice, cuando se sacrifica a un pavo, ése es un Cisne Negro para el pavo, pero no así para el carnicero. Lo que yo querría es que sea usted más carnicero que pavo.
Pero lo que es esperado para uno, no lo es para otro. Por ello, creo que es relevante tratar de entender qué ha sido ya descontado por los mercados –lo que lo podríamos definir como algo esperado– y qué no lo está.
Lo invito también a hacer una reflexión. El año pasado, no recuerdo haber hablado en enero con alguien que esperara un alza en los mercados financieros durante 2009. En diciembre, no logré hablar con alguien para quien el alza no hubiera sido esperable y evidente. La memoria tiende a ser fugaz. Lo incito, entonces, a que escriba en un papelito sus propios pronósticos, los guarde en un sobre cerrado y los revise cuando acabe el año. Esto le permitirá recordar, sea cual sea el desenlace, cuán diferente se ve todo hoy, respecto de cómo se verá después. Quizá al menos le lleve a adquirir un poco de simpatía por mis muy vapuleados colegas economistas.
Vale también la pena recordar que, por muy analíticos que seamos, siempre habrá Cisnes Negros, por definición imponderables. El ataque a las Torres Gemelas del 11 de septiembre, por ejemplo, cambió al mundo y nadie que no se apellidara Bin Laden pudo verlo venir.
Como siempre ocurre, el entorno geopolítico tendrá una influencia considerable en el ambiente y en la economía mundial. Las regiones que son candidatas para generar inestabilidad son Irán, y Afganistán-Pakistán-India. En el caso de Irán, el momento de la verdad ha llegado: existe un proceso contrarreloj en el cual podría caer el gobierno antes de que logren convertirse en una amenaza nuclear. La paciencia de Israel se está agotando. Un ataque prematuro fortalecería al régimen iraní y garantizaría su subsistencia. Pero el dedo israelí está en el gatillo y la presión para jalarlo crece, conforme pasa el tiempo y los iraníes desacatan cualquier presión internacional.
Por otro lado, la lucha contra Al Qaeda en Afganistán genera todo tipo de sospecha en Pakistán, donde los pakistaníes ven la mano de la India en la intervención estadounidense en la región. El riesgo último sería la radicalización del gobierno de Pakistán, poniendo un arsenal de armas nucleares al alcance de un gobierno islámico.
Pero vayamos a temas más puramente económicos.
Mercados Emergentes
El año pasado, los mercados de los países emergentes mostraron comportamientos estelares. No sólo los de Brasil (+145%) y Perú (+120%) subieron, respaldados por un sólido crecimiento económico, sino incluso México (+43%) lo hizo, a pesar de que su economía presentó la peor caída en más de 70 años.
En mi opinión, el optimismo por los mercados emergentes es excesivo, particularmente cuando se afirma que se han logrado apartar –o “desacoplar”– de la crisis en los países desarrollados. Eso me suena a mí como cuando un marido quiere convencer a su esposa de que mientras él está de viaje es soltero. En un mundo globalizado, el desempeño de largo plazo de los países emergentes seguirá estando inevitablemente atado al de las economías desarrolladas. Sí, se ha avanzado mucho en términos de cordura macroeconómica en los países emergentes pero, en la mayoría de los casos, la era de prosperidad no se ha aprovechado para empujar reformas estructurales necesarias, cuya ausencia limitará el potencial de desarrollo y, en casos extremos, lo interrumpirá.
El desempeño estelar de los mercados de valores de países emergentes (que, en promedio ponderado, subieron 75% en 2009, versus 27% en los 23 países más desarrollados) ha invitado también a que las empresas salgan a hacer ofertas públicas. Por primera vez en la historia, las ofertas públicas iniciales hechas por empresas en mercados emergentes, 77 mil millones de dólares en total, excedieron a las de países industrializados. Esto no sólo refleja el apetito por riesgo entre aquellos inversionistas que, desesperados por rendimiento, no lo encontraban en las economías desarrolladas, sino también los altísimos precios de las acciones en estos mercados, a los que sus dueños actuales están ansiosos de vender. En relación a las utilidades reportadas por las empresas, los precios de las acciones están en su punto más alto desde el año 2000, antes de que estallara la burbuja de internet.
Me parece importante entender por qué se dio este fenómeno. Por una parte, muchos se creen la historia de que las economías emergentes pueden seguirse expandiendo independientemente de lo que hagan las de los países desarrollados. Pero otra parte tiene que ver simplemente con la gigantesca liquidez existente, producto de las colosales inyecciones que han hecho los bancos centrales del mundo como paliativo ante la crisis. Esta liquidez ha sido acentuada por la posibilidad de financiar inversiones especulativas con créditos en dólares (que están devaluándose contra otras monedas) a tasas ínfimas, el llamado “carry trade”.
Los múltiplos que se están pagando por invertir en mercados emergentes no pueden expandirse en forma ilimitada, y la disponibilidad de financiamiento para inversión especulativa será menos abundante, ya sea porque empiece a haber una recuperación económica –aunque sea tibia–, porque el dólar se empiece a recuperar, o si las tasas empezaran a subir.
En conclusión, entonces, una de las sorpresas de este año podría ser que los mercados emergentes podrían dar de regreso parte de lo que se ganó en 2009.
Es columnista en el periódico Reforma.