Para entender por qué es tan negativo un entorno deflacionario cuando se tiene deuda alta, es quizá más fácil explicarlo a partir de la situación opuesta. Imagine el caso de una empresa que debe un millón de euros y tiene que pagar una tasa de seis por ciento por el crédito. Si hay inflación de cuatro por ciento, la tasa real que se paga es de sólo dos por ciento. En el extremo, si la inflación es mayor que la tasa del préstamo, se acabará pagando más euros nominalmente, pero el poder adquisitivo de éstos será menor. En términos reales, se paga menos.
Cuando hay deflación, la tasa real que se paga es superior a la tasa nominal. Es común que en un entorno deflacionario caigan no sólo los ingresos de las empresas sino, incluso, los de las familias (con alto desempleo, por ejemplo, la gente está dispuesta a ganar menos que antes, con tal de poder conseguir trabajo); pero el monto que deben permanece sin cambio.
Por otro lado, un mercado laboral débil provoca problemas a la cartera de crédito de los bancos debido a que, ante la pérdida de ingreso, las familias dejan de pagar sus deudas, desde la hipotecaria hasta la que adquirieron para hacerse de un automóvil, las tarjetas de crédito, etcétera.
Es importante resaltar que tanto las familias como las empresas españolas incurrieron en pasivos elevados durante los años de abundancia. Esto es diferente al caso estadounidense, donde la deuda no estaba en el sector corporativo sino en el financiero. Las empresas españolas utilizaron el crédito para invertir, pero la inversión no se enfocó al incremento en la productividad. Por ello, ésta es quizá la economía más afectada por el fortalecimiento del euro.
Cuando hay una crisis de tal magnitud, acompañada por un déficit en cuenta corriente tan colosal, esa debilidad usualmente se refleja en un debilitamiento de la moneda. En el caso español, ésta no sólo no puede devaluarse, sino que la política monetaria del Banco Central Europeo no puede girar alrededor de las necesidades de Portugal, Irlanda, Grecia y España (los llamados “PIGS”, por las iniciales en inglés), cuando países como Alemania (la economía más grande de la eurozona) y Holanda tienen superávits considerables. Ante la imposibilidad de un colchón cambiario, el grueso del ajuste lo resiente el mercado laboral.
La otra fuente de preocupación proviene del hecho que, en algún momento, el déficit fiscal tendrá que resolverse, llegando al letal callejón sin salida política de tener que decidir entre bajar el gasto o incrementar impuestos, en una economía estancada. Ésta, por las limitaciones de política monetaria que impone ser parte de la eurozona, no permite que se compense imprimiendo más dinero o devaluando.
Aun sin considerar la secuela en el mercado de crédito que podría provenir de que el desempleo probablemente alcanzará el 25%, la empresa Variant estima que las pérdidas totales por la crisis inmobiliaria española acabarán ascendiendo a 250 mil millones de euros.
A largo plazo, España es el epítome del otro gran problema de las economías europeas: la situación demográfica. El crecimiento poblacional de España es negativo, pero las obligaciones del gobierno son considerables. Cada vez habrá menos jóvenes pagando las obligaciones de más viejos. Las economías de la región empezarán pronto a pagar las consecuencias de haber tenido muchos “Obamas” en el pasado. Un estudio del Fondo Monetario Internacional estima que el costo del envejecimiento de la población en España alcanzará a ser 8.5% del PIB en el año 2050.
Hay soluciones posibles, pero son políticamente impensables. Tiene que haber un énfasis en flexibilizar el mercado laboral. Correr gente tiene que ser más fácil y más barato, y hay que darle acceso a los empleados más capacitados al tipo de condiciones contractuales hoy acaparadas por empleados sindicalizados menos eficientes. En estricto sentido, los sueldos tienen que bajar porque en su nivel actual España no tiene cómo competir con el resto del mundo. Se tiene que permitir que los sueldos reflejen la situación claramente deflacionaria porque, si el gobierno insiste en que la solución está en que éstos aumenten (como absurdamente lo han hecho), el único ajuste posible se dará con más desempleo, empresas quebradas, y una recesión más larga y más profunda.
Se tiene que forzar a los bancos a dejar que los precios de los inmuebles reflejen la realidad, para permitir que el mercado se empiece a limpiar; esto va a ocurrir tarde o temprano, y mientras no pase será un tapón que impedirá que fluya el crédito.
La situación española va a acabar teniendo un impacto en los bancos del resto de Europa. La situación económica en Europa es más precaria de lo que se piensa, y la fortaleza del euro puede volverse un pesado lastre. Algunas soluciones necesarias para aliviar el largo plazo, como lo sería incluir a Turquía en la Unión Europea y abrir la puerta a la inmigración, serían hoy políticamente suicidas. Por ello, la perspectiva para el largo plazo es más sombría, e incluso la estabilidad de la unión está potencialmente en duda.
En una unión que comparte política monetaria pero donde la política fiscal depende de cada país, y la movilidad de los trabajadores tiene límites, el mercado irá reflejando cada vez más preocupación de la posibilidad de que los países de la periferia (los cuatro PIGS entre ellos) acaben siendo orillados a no pagar su deuda externa. Los bonos griegos ya pagan 2.7 puntos porcentuales más de rendimiento que un bono alemán, por lo cual el mercado claramente percibe ese riesgo.
La piedra sigue creciendo patada a patada y el pié empieza a doler cuando uno trata de moverla. Desafortunadamente, los estadistas dispuestos a sacrificar el corto plazo para ganar viabilidad real y hacer frente al colosal problema, parecen haberse quedado en casa, dejándole el escenario a políticos más preocupados por su popularidad que por el futuro de su país. Uno hubiera pensado que la magnitud de la crisis actual haría evidente que éste es un momento donde postergar las soluciones amargas es profundamente irresponsable. Parece que necesitaremos de una aún mayor para que el realismo y la racionalidad hagan su arribo.
Es columnista en el periódico Reforma.