El color del cristal

Desde fuera se ve a México como el gigante que puede comenzar a despertar. Desde adentro se ven muchos obstáculos. Existe la oportunidad, la ventana abierta. La situación exterior nos favorece. Necesitamos reformas urgentes, cambios de fondo. ¿Volveremos a equivocarnos?
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No recuerdo que haya habido una presidencia de México que inicie con un entorno más favorable ni con mayores expectativas que la de Enrique Peña Nieto. Esto ocurre, sin embargo, a pesar de que estamos lejos de poder afirmar que su sexenio comienza en medio de un claro periodo de expansión económica mundial. De hecho, continuará la desaceleración que hemos estado presenciando en los últimos años. Una vez más, veremos que las economías emergentes crecerán alrededor de 5%, pero las economías desarrolladas serán un pesado lastre, con un crecimiento promedio de 1%, debido principalmente a la clara recesión europea cuya economía decrecerá en 2013, al igual que lo hizo en 2012. En el mejor de los casos, el crecimiento ponderado de la economía mundial deberá andar por debajo de 3%. Si hubiese tensiones geopolíticas entre Irán e Israel, China y Japón, o se profundizara la crisis europea, podríamos ver aun menor crecimiento.

Este panorama se complica conforme el modelo exportador chino se ha visto frenado por la caída en la demanda europea y estadounidense. Al desacelerarse China, otros países emergentes de moda –Brasil, Rusia– lo resienten debido al menor dinamismo en los mercados de materias primas. El mundo está, entonces, ávido de economías que puedan tomar la batuta del crecimiento que parece estar vacante, y ahí surgen economías dinámicas que acaparan la atención y la esperanza. Los BRIC (Brasil, Rusia, la India y China) pierden su pátina y el bloque MIST (iniciales en inglés de México, Indonesia, Corea del Sur y Turquía) adquiere relevancia.

México empieza a acaparar la luz del reflector internacional. Esto ocurre por todo tipo de factores, ya sean endógenos, exógenos, o simplemente coyunturales. Las finanzas públicas de México muestran un nivel de salud y equilibrio que hace suspirar a europeos o estadounidenses. México –a diferencia de Brasil, Perú o Colombia, países recientemente de moda– es un gran exportador de manufacturas y no de materias primas. De hecho, México exporta más manufacturas que el resto de América Latina sumada. A nivel mundial México es un exportador considerable, que envía al resto del mundo más de mil millones de dólares de exportaciones diariamente. Comparado con Chile, un país que sin duda ha hecho bien las cosas; México tiene cien millones de habitantes más, una economía seis veces más grande (solamente la ciudad de México genera un PIB mayor que todo Chile), y es parte del poderoso bloque comercial de América del Norte, mientras que Chile tiene de vecinos a Argentina, Bolivia y Perú.

México está treinta lugares arriba de Brasil en las encuestas del Banco Mundial que miden la facilidad de hacer negocio en un país y, recordando nuevamente su ubicación geográfica, lo que México exporta puede llegar a las grandes zonas industriales estadounidenses en cuestión de horas, ya sea por carretera o ferrocarril, mientras que a un producto chino le toma veintiún días atravesar el océano para llegar a Norteamérica. México cuenta con infraestructura competitiva. Colombia, país que también ha tenido aciertos, debe aún desarrollarla. De hecho, todas las carreteras de cuatro carriles colombianas no serían suficientes para hacer el trayecto de la ciudad de México a Acapulco. La integración industrial norteamericana –Canadá, Estados Unidos, México– lleva veinte años formándose y hoy en día sería imposible revertirla. De cada manufactura que Estados Unidos exporta, 40% de esta ya se produce en México. México está en pleno bono demográfico, en cuanto posee la mayor proporción que tendrá en su historia de mexicanos en edad de trabajar en relación a la población de niños y ancianos.

Desde fuera, se ve a México como el gigante que puede empezar a despertar. Desde fuera, se ve con esperanza a un nuevo gobierno que parece tener el oficio político para empujar reformas que serían tan evidentemente ventajosas para el país que resulta imposible concebir por qué no se harían. Desde fuera, se ve a un país que ha formado una enorme clase media con un creciente poder adquisitivo. Desde fuera, se ve a un país que gradúa a más ingenieros que Brasil, Alemania o Estados Unidos; un país en el cual hay plantas industriales de empresas multinacionales que se encuentran entre las más eficientes y productivas del mundo. Desde fuera, se comprende que –como me dijera un extraordinariamente bien informado funcionario público estadounidense– la lucha mexicana contra el crimen organizado va por buen camino y es cada día más un proyecto que Estados Unidos comparte y sobre el cual es necesario entender que se trata de un proceso de largo plazo, como lo fue en Estados Unidos, donde “tomó treinta años pasar de laCosa Nostra a Los Soprano”.

Desde dentro, sin embargo, se percibe otro panorama. Localmente existen dudas a varios niveles. Entre quienes tienen la edad para recordarlo, parece una película que ya vieron y que pasó en la época de Salinas y de la negociación del TLCAN, cuando México se puso de moda y parecía finalmente listo para hacer una transición hacia el desarrollo, antes de un final caótico en 1994. Otros con más edad, recuerdan la época de López Portillo, a principios de los ochenta, cuando el país iba a administrar la abundancia. Ese capítulo también terminó en lágrimas. Muchos simplemente creen que cualquier episodio que implique mayor inversión internacional acabará fortaleciendo a los oligopolios existentes, y que difícilmente esa prosperidad permeará hacia el resto de la sociedad. A veces parece que México se acompleja al compararse en forma desfavorable con su vecino del norte, el país más poderoso del mundo, mientras que Brasil, por ejemplo, tiene la ventaja de ubicarse en un barrio cuya comparación lo engrandece.

Es un hecho que existe también enorme escepticismo sobre la voluntad real de hacer cambios de fondo, o incluso sobre la capacidad para lograrlos. Los grupos de poderes fácticos de los sectores social, público y privado parecen infranqueables, cómodamente lactando las mieles de privilegios desmedidos, concesiones abusivas y mercados protegidos. El flamante presidente formó un equipo con gente capaz e inteligente –Videgaray, Guajardo, Meade– y cuenta con experimentados operadores políticos –Chuayffet, Coldwell, Beltrones–, pero genera desconcierto la percepción de que quieren quedar bien con todos, lo cual refleja poca convicción, garantiza inmovilidad y protege el status quo; así como dificulta el apoyo decidido de los grupos que serían potencialmente beneficiados por las reformas. Como dijo el inteligente politólogo Carlos Elizondo, la bigamia no funciona porque no se puede estar bien con dos mujeres a la vez. Hasta que el gobierno de Peña no elija pareja, será difícil creer que tiene la aspiración real de impulsar reformas de fondo. Si vienen más leyes absurdas, como la de “víctimas”, recientemente firmada por el presidente, el camino será largo y en el mejor de los casos nos dejará en el lugar del cual partimos, pero habiendo perdido seis años y una impecable oportunidad histórica. Si la reforma fiscal acaba siendo más de lo mismo, en cuanto a exprimir un poco más al causante cautivo, en vez de simplificar el código fiscal y expandir la base de recaudación, habrá motivo para el desencanto. Para salir adelante no basta con hacer como que se hace, hay que hacer de verdad: hay que hacerlo rápido y hacerlo con valor. Como dijo otro analista inteligente, Luis de la Calle, podremos medir la efectividad de las reformas propuestas por las protestas que generen; nadie cederá poder y privilegios voluntariamente.

Hasta ahora se enumeran propósitos loables y objetivos ambiciosos: sería deseable ver una reforma laboral de verdad (no el bodrio que al vapor pasó la última legislatura), una reforma educativa que, como se hizo en Asia, busque amplificar los alcances de una población joven; una reforma energética que provea al enorme potencial manufacturero con energía en forma abundante a costo razonable; y una reforma fiscal valiente que dote al Estado con recursos suficientes para permitirle cortar el cordón umbilical con Pemex y lograr que esta empresa desarrolle su potencial. Generaría enorme credibilidad que el nuevo gobierno se avocara rápidamente a cerrar áreas de gasto dispendioso que son fuente de despilfarro y corrupción, para mostrar que tendrá mayor cuidado y respeto que gobiernos previos con el dinero que recauda.

México enfrenta una ventana de oportunidad extraordinaria, pero no ilimitada. En cierta forma, esta proviene de la enorme complejidad del entorno que enfrentan las economías desarrolladas. En Estados Unidos las perspectivas de crecimiento para este año son mucho mejores que las europeas, quizá 1.7%, pero sustancialmente por debajo del potencial de crecimiento que tiene una economía que ha crecido un promedio anual de 3.3% desde los años cincuenta. Estados Unidos enfrenta un desempleo cercano al 8%. La economía más grande del mundo sufre para generar cuando menos los noventa mil empleos mensuales que necesita para compensar el crecimiento poblacional. El alto endeudamiento de las familias estadounidenses se combina con un gobierno que debe un monto equivalente al 106% del producto que genera en un año, y el pueblo estadounidense parece negarse a enfrentar una dolorosa realidad: las deudas tienen que pagarse, y su deseo de vivir en un enorme estado benefactor, al estilo de los europeos, pero sin pagar impuestos como los que ellos pagan, no es más que un sueño de opio.

Después de la enredada negociación para resolver el “abismo fiscal”, el legislativo estadounidense tendrá que enfrentar amargas negociaciones fiscales que tomarán todo el primer trimestre y mandarán a la cola a una prometedora reforma migratoria, y quizás incluso una iniciativa para controlar el acceso a municiones y armas de asalto. El gobierno estadounidense gasta 1.2 millones de millones de dólares más de lo que recauda, un déficit equivalente a 7% del PIB que seguirá engrosando su enorme deuda, hoy viable solo debido a que por ella pagan la tasa de interés más baja de la historia. Sin embargo, el costo podría complicarse si los mercados comienzan a preocuparse o si la economía empezara a recuperarse, llevando a que las empresas privadas empiecen a competir por crédito con el gobierno.

Entre países emergentes se sigue apreciando un ambiente de crecimiento, pero la desaceleración es clara, y se han moderado las expectativas extremadamente optimistas que  todos parecían compartir. Durante años hemos visto que el crecimiento en las economías de China, la India o Brasil compensaba el estancamiento en países industrializados fuertemente afectados por el alto endeudamiento de sus poblaciones e incluso de sus gobiernos. Los países industrializados han envejecido. Japón enfrenta la peor situación demográfica del mundo y su población decrecerá de 127 millones en la actualidad a 47 millones a fin de siglo; su consumo de pañales para adultos ahora excede al de niños. Estados Unidos tiene su menor tasa de natalidad desde 1920 y la menor participación de su población en el mercado laboral desde los años cincuenta, aun cuando gracias a los inmigrantes tiene una situación demográfica manejable. Mientras tanto, las sociedades europeas, además de enfrentar un severo problema demográfico, comparten insostenibles expectativas de que el Estado se encargará de su gasto en salud, sus pensiones, la educación de sus hijos, y proveerá generosos seguros de desempleo cuando se encuentran aquejados por tasas de desocupación cercanas al 12% y de más de dos veces ese porcentaje para los menores de 25 años.

La economía china empieza a mostrar menor crecimiento y probablemente veremos los resultados de un modelo de desarrollo agotado. En los últimos años el vigoroso crecimiento se financió con crédito que se repartió a manos llenas, se financiaron enormes proyectos de infraestructura y se financió una peligrosa expansión del mercado inmobiliario. Empezamos a ver los problemas que ocasiona hacer tan colosal inversión exclusivamente a partir de criterios políticos y no de una asignación de capital dirigida por los mercados. En última instancia, ignorar las señales generadas por la oferta y la demanda tiene un costo, que podría hacer que el crecimiento chino empiece a reducirse sustancialmente hacia fines de este año.

De todo lo anterior se deriva un ambiente propicio para el desarrollo de México. La necesidad china de desarrollar un mercado interno, para compensar la recesiva situación de los países industrializados, ha hecho que el diferencial en el costo del trabajo chino contra el mexicano se haya cerrado. En 2002, el costo de la mano de obra mexicana era 237% más alto, hoy es solo 7% mayor. México creció más que Brasil el año pasado y lo volverá a hacer en 2013, por lo cual el mercado de valores mexicano ha atraído por primera vez en años más inversión internacional que el brasileño. Más aún, Estados Unidos necesita urgentemente de nuevas fuentes de crecimiento, y la única factible parece ser el desarrollo de sus manufacturas, y todo lo que haga en ese sentido tendrá que ocurrir de la mano con México, debido a esa irreversible integración industrial. Claramente el crecimiento de las manufacturas estadounidenses se tendrá que recargar en una ventaja relativa: en la posibilidad de explotar yacimientos de gas de esquisto (shale gas) que proveerán a su industria con energía a la quinta parte del costo que Europa paga por gas ruso. Algunos de los mayores yacimientos estadounidenses de petróleo de esquisto se comparten con México.

La simple inercia de la colosal reubicación de la economía más grande del mundo beneficiará a nuestro país. Si, además, México realizara las reformas necesarias, podría transformarse en la China de la siguiente década, convirtiéndose a mediano plazo en el principal socio comercial de Estados Unidos, rebasando a Canadá y China. ¿Pero cómo lograr que en México se comparta este optimismo?

En México se sigue pensando que los legisladores impresentables, los empresarios abusivos, los funcionarios corruptos y los políticos mediocres son patente propia. Sería útil que volteáramos a ver lo que ocurre todos los días en el resto del mundo; que recordáramos los impunes casos de corrupción en Canadá, la obtusa actitud de legisladores estadounidenses o los grotescos abusos de oligarcas rusos. Lejos de refugiarnos en el “mal de muchos”, es importante entender que numerosos países se han desarrollado a pesar de condiciones que estaban lejos de ser óptimas. La condición necesaria, aunque no suficiente, es que hay que creer que es posible lograrlo.

Quizá sería deseable que el brillante reflector no hubiese sido puesto en México tan temprano en la presente administración. Las expectativas a veces parecen demasiado optimistas, y el riesgo de defraudar es siempre considerable. Sin embargo, ese reflector también podría resultar útil si nos atreviéramos a provocar cambios de fondo. Las oportunidades lo son porque aparecen en forma fugaz. Se dice que la suerte se presenta en el momento en el que la oportunidad coincide con la preparación. La situación nos favorece y el mundo nos percibe listos para aprovecharla. Ojalá no volvamos a decepcionarlos. ~

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Es columnista en el periódico Reforma.


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