En Retos demográficos y sindicatos en EUA preguntábamos ¿se debe permitir que los burócratas se sindicalicen? Para contestar esta pregunta y antes de envolverse en la causa de Norma Rae o de los mártires de Chicago, pensemos en los siguientes argumentos. La lógica de la negociación colectiva de los sindicatos es que solo “sindicalizados” pueden representar un contrapeso frente al poder del accionista empresarial. La negociación permite que los trabajadores obtengan condiciones de trabajo justas y que participen, en forma razonable, de la capacidad de la empresa para generar riqueza. La empresa tiene que distribuir lo que genera entre accionistas y trabajadores. El sindicato sabe que si exagera sus demandas provocará la quiebra de la empresa y con ello todos pierden. Hay cientos de casos en los que ha ocurrido exactamente eso.
Pero ¿qué pasa cuando el Estado es la empresa? En este caso, los trabajadores asumen que hay recursos “ilimitados” del otro lado de la mesa y, más peligroso aún, saben que no están negociando con el dueño del dinero sino con un burócrata, como ellos, que probablemente quiera forjarse una carrera política y necesitará votos para ella. Los sindicatos pueden proveer votos y ejércitos de “voluntarios” para trabajar en las campañas y hacer proselitismo. En un caso así, ambas partes podrían sentarse del mismo lado de la mesa de negociaciones pues sus objetivos son similares.
Típicamente, dado que los incrementos en prestaciones -como los planes de retiro generosos- no impactan de manera inmediata el presupuesto anual de un estado, se tiende a ser muy generoso con las prestaciones y cuidadoso con los salarios y es aquí en donde hay un evidente desbalance entre los trabajadores privados y los públicos.
Los trabajadores privados dependen en forma creciente de pensiones que ellos mismos han ido creando, a veces con apoyo de la empresa (programas 401-K) y con programas de contribución “definida” (es decir que lo que hay en ese programa de retiro es lo que el trabajador y la empresa han puesto específicamente en esa canasta y para ese propósito, más lo que la inversión de esos recursos provea). El seguro de gastos médicos –que se encarece exponencialmente conforme la población envejece y los políticos ceden a las presiones de farmacéuticas, litigantes y aseguradoras- es cubierto por el trabajador, aunque la empresa ayuda a que se obtengan mejores costos al agruparlos, y les permite que hagan las aportaciones en formas fiscalmente eficientes. Los trabajadores públicos tienen, usualmente, pensiones ilimitadas que ellos no aportaron, y seguros médicos que tampoco pagan.
Conforme los trabajadores envejecen, el costo de esas prestaciones se multiplica. Entre más años vivan, más tiempo dependerán del presupuesto público y así, no hay economía que aguante.
En mi opinión los sindicatos de burócratas no tienen razón de existir. El propio Franklin Delano Roosevelt, uno de los políticos que más liberales y que más hizo por los trabajadores estadounidenses en el Siglo XX, dijo que los sindicatos privados son el vehículo para que los trabajadores obtengan las utilidades que ellos mismos ayudaron a generar, pero que dado que el Estado no genera “utilidades”, los sindicatos públicos negocian contra el contribuyente para obtener mayor participación de los impuestos y cuando se declaran en huelga, lo hacen en contra de los contribuyentes, lo cual es “impensable e intolerable”. Estoy totalmente de acuerdo con él.
Es columnista en el periódico Reforma.