¿La democracia liberal forma parte del desarrollo humano?

El nuevo libro de Leandro Prados de la Escosura, 'El desarrollo humano y el camino hacia la libertad: de 1870 al presente' es extremadamente rico y poderoso al trazar la evolución del bienestar humano en países y regiones a lo largo de dos siglos.
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Después de dos años y medio de zoom forzado, es decir, de dar o asistir a conferencias online, he escuchado hoy, en las oficinas del PNUD en Nueva York, una excelente charla sobre un libro, impartida por Leandro Prados de la Escosura, catedrático de Economía y de Historia Económica de la Universidad Carlos III de Madrid. (El libro, El desarrollo humano y el camino hacia la libertad: de 1870 al presente, puedes encontrarlo aquí y un artículo sobre el mismo tema está aquí).

 Prados acaba de terminar un libro fundamental que amplía el Índice de Desarrollo Humano (IDH), originalmente “inventado” por Amartya Sen y que desde hace varias décadas elabora el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, que alcanza hasta principios del siglo XIX. El índice, como saben los aficionados al desarrollo, incluye tres dimensiones del bienestar: la renta (aproximada por el PIB per cápita), la educación (número de años de escolarización) y la salud (esperanza de vida). El IDH ha generado una enorme literatura: si tiene sentido sumar o multiplicar dichos componentes, cómo introducir la desigualdad en cada uno de los componentes, si deben incluirse algunos componentes en absoluto (el verano pasado, Nuno Palma argumentó, con bastante vehemencia pero no sin razón, que la educación debería dejarse de lado: es un medio para conseguir ingresos, no un bien en sí mismo. Tengo que admitir que durante mucho tiempo pensé lo mismo, pero me resistí a entrar en esa discusión). El libro de Leandro Prados es extremadamente rico y poderoso al trazar la evolución del bienestar humano en países y regiones a lo largo de dos siglos, pero también es provocador porque Prados utiliza una métrica algo diferente para los tres componentes originales y, lo que es importante, introduce el cuarto componente o dimensión: la libertad humana. El nuevo IDH “aumentado” de Prados es posiblemente el desarrollo más importante desde que se definió el IDH. (Otro candidato a este título es la consideración de la desigualdad con la que se distribuyen los tres componentes, realizada hace unos 15 años).

Es la propuesta de inclusión del componente político lo que quiero discutir aquí. El punto de vista de Prados está bien fundamentado en la teoría del “desarrollo como libertad” popularizada por Sen. Los derechos políticos se consideran parte inseparable de la libertad humana porque dan a los individuos “agencia” para ejercer sus elecciones en general, e incluso su elección sobre las tres dimensiones clave en particular (tal vez la gente prefiera una mejor salud a mayores ingresos). El cuarto componente, el político, consta, como explica Prados, de dos partes: las libertades negativas (es decir, la ausencia de coerción y control sobre la capacidad de expresar opiniones y participar en la vida pública) y la forma en que dichas libertades se “aglutinan” políticamente, es decir, la existencia de la democracia y de los controles y equilibrios políticos.

Ahora bien, la parte de la variable política relativa a la agencia o la voz puede asociarse al “desarrollo como libertad”; la parte de la “democracia” es, en mi opinión, mucho más problemática. Aumentar la agencia del individuo, siempre que no limite la agencia de los demás, es, en efecto, una mejora de su condición, lo mismo que una mayor longevidad. Poder acceder a la información, expresar las propias opiniones, participar en la vida política son valiosos en sí mismos. El ejercicio de la capacidad de acción individual no debe ir en detrimento del ejercicio de la misma capacidad de acción por parte de los demás. Se trata, por supuesto, de la conocida regla de que nuestra libertad solo está limitada por la misma libertad de los demás. Por lo tanto, la agencia ya incluye una noción de igualdad. Un país en el que el 90% de la población tiene plena capacidad de acción y voz, pero el 10% son esclavos es aborrecible, aunque una estadística del 0,9 no sea muy diferente de la de un país alternativo en el que todo el mundo tiene una décima parte de sus libertades máximas abrogadas. Este sesgo igualitario implícito en el albedrío es algo que dejaría en este punto, pero que puede desarrollarse más.

Otro argumento a favor de la introducción de la agencia es comprobar empíricamente si tiende a asociarse con el aumento de otras dimensiones del bienestar humano. En principio parece que sí. Pero también es posible que una mayor agencia, una mayor libertad para expresar opiniones, conduzca a la polarización política, incluso a la anarquía, y entonces a un menor crecimiento de la renta y a una mayor mortalidad. Si una u otra dirección es más probable es algo que debemos descubrir empíricamente y es por ello que añadir la agencia/voz es, en mi opinión, muy útil.

Lo que me preocupa es la inclusión de una forma particular de agregar las opiniones del público: la democracia. La democracia es solo una forma de esa agregación de preferencias: otras formas no solo son posibles sino que han existido y siguen existiendo. Las preferencias pueden agregarse a través de órganos corporativos o representativos; un sistema de partido único a través de un debate intrapartidista; mediante una monarquía consultiva; un gobierno oligárquico o de élite con consulta popular, mediante una teocracia, etc. La mejor manera de gobernar una sociedad es un tema antiguo, en Occidente, desde hace al menos 4.500 años. Platón, que fue uno de los primeros en pensar en ello, no era muy amigo de la forma de gobierno específicamente democrática. Es muy poco probable que nos pongamos de acuerdo alguna vez sobre la mejor manera de gobernar, y la introducción de la democracia liberal como el ideal implícito hacia el que se esfuerza la humanidad, introduce una visión política muy específica del mundo en un índice que, al menos en sus otros componentes, está libre de una excesiva politización. (No me refiero aquí solo a la politización directa que dicho componente aportaría a una organización internacional, compuesta por gobiernos cuyas legitimidades son muy diferentes –esto es obvio–, sino incluso a la politización que introduciría entre los profesionales o usuarios académicos del nuevo IDH aumentado).

Mientras que la agencia propiamente dicha puede medirse, aunque de forma imperfecta, la democracia no. En lo que respecta a la primera, se pueden examinar los países que permiten el pleno acceso a las fuentes de información, los que no lo hacen y los que se encuentran en un punto intermedio. También se podría analizar la libertad de expresar la propia opinión: ¿cuántas personas son multadas o encarceladas por ello? Por último, se podría analizar la libertad de participar en protestas, marchas y peticiones. Aunque la agencia nunca podrá medirse tan bien como los otros tres componentes del IDH, es susceptible de una medición al menos imperfecta.

Este no es el caso de la democracia. Como he mencionado, es solo una forma particular de “agrupar” las preferencias de la gente; su medición depende intrínsecamente de nuestras estimaciones subjetivas. Esto es evidente en casi todos los índices de democracia existentes en la actualidad: los controles del poder ejecutivo no pueden reducirse adecuadamente a un número, ni tampoco puede medirse fácilmente la desigualdad en el poder político real. ¿Cómo contabilizar el hecho de que los ricos “compran” las políticas que les gustan apoyando las campañas electorales de aquellos que los apoyarán? ¿Cómo explicamos la creación de la opinión “correcta” por parte de los medios de comunicación propiedad de los ricos? Todos estos factores, inconmensurables, influyen a menudo de forma decisiva en la traducción de las preferencias en políticas realizables, y sin embargo son difíciles o imposibles de medir.

¿Cuáles son las conclusiones? En primer lugar, creo que hay que aplaudir la introducción de la agencia propiamente dicha en el IDH. Está claro lo que significa, es medible y es un bien en sí mismo. En segundo lugar, la introducción de la democracia, tal y como se define actualmente, representaría la introducción de una forma particular de proceso político que está limitada tanto geográfica como históricamente. Esta es una razón conceptual para dejarla fuera. Pero además (mi tercer punto), es imposible medir la “democracia”: incluso si pudiéramos ponernos de acuerdo sobre lo que es, y aún más, si pudiéramos ponernos de acuerdo en que debería introducirse en el IDH, seguirá midiéndose mediante “opiniones de expertos” subjetivas, seguirá estando muy politizada y, por lo tanto, nunca alcanzaría la aceptabilidad de medidas como los resultados en materia de salud o ingresos.

Traducción del inglés de Ricardo Dudda.

Publicado originalmente en el blog del autor. 

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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