Si alguien se manifiesta en contra de elevar el salario mínimo se asume que esa persona es un cruel desalmado a quien no le importan los pobres. Y a riesgo de alimentar prejuicio “anti-capitalistas y anti neo-liberales”, me gustaría intentar echar luz sobre esa arraigada y no tan precisa creencia de que aumentar el salario mínimo siempre beneficia a quienes menos tienen.
Empecemos por lo más básico. Quien piensa contratar a alguien lo hace creyendo que este empleado creará más valor que el costo total que implica contratarlo (salario, más prestaciones, más costos indirectos). Para conseguir esto, el empleador puede aumentar la capacidad de su empresa – con mejor tecnología, máquinas y equipo más moderno, mejor comercialización y distribución más eficiente– o decidirse por reducir los costos, pagando un menor salario, menos prestaciones y gastando poco en los costos indirectos asociados con generar empleos (espacio de oficina, mobiliario, equipo de transporte, etcétera).
Cuando la ley fuerza al empleador a pagarle más al empleado, el primero tendrá dos opciones: emplear a menos gente o reflejar el incremento de sus costos subiendo el precio del producto o servicio que ofrece. Por ello, un aumento en salario mínimo implica que algunos empleados pierdan su trabajo y a que parte, o todo, el incremento del ingreso del empleado, se pierda conforme la inflación aumenta de manera generalizada. Quizá es este tipo de lógica el que llevó a que en un referéndum en Suiza el mes de mayo se rechazara establecer, por primera vez, un salario mínimo.
Pero, hay otro atributo del salario mínimo que es crucial para un país como México. El salario mínimo es el punto de entrada al mercado laboral y a la economía formal. En un país donde sigue en aumento la informalidad, no tiene sentido estrechar esa puerta de entrada.
Dada la falta de estadísticas confiables en México, donde con más frecuencia se tiende a sobre-reportar cuántos trabajadores perciben salario mínimo (muchos patrones quieren ahorrarse impuestos y reportan más gente en sus plantas percibiendo este salario), me referiré al caso de Estados Unidos, donde hay abundantes estudios académicos que validan los siguientes puntos:
1) Cuando se habla de salario mínimo hay que pensar también en la gente joven que empieza a trabajar. La media de edad de quienes ganan salarios mínimos es de 24 años. El salario mínimo es usualmente el punto de entrada al mercado laboral de jóvenes sin experiencia o de trabajadores mayores carentes de educación, entrenamiento o habilidades específicas.
2) 80% de quienes reciben salario mínimo no viven en condiciones de pobreza, pues es común que sean el segundo o tercer generador de ingreso en su familia. En Estados Unidos, la mediana de ingreso de las familias con algún miembro ganando salario mínimo es de 51 mil dólares anuales.
3) Tres de cada cinco trabajadores que entran al mercado laboral ganando salario mínimo reciben un ascenso en su primer año. Esto es lógico pues muchas veces esos puestos de entrada son simplemente una prueba para ver si el trabajador tiene aptitudes para cumplir sus funciones, y conforme el entrenamiento avanza al patrón le interesa que este trabajador permanezca en su negocio.
4) En los últimos 34 años, ha bajado continuamente el porcentaje de empleados percibiendo salario mínimo: era 15% en 1981, es 5% en 2011.
5) La mayoría de los estudios académicos publicados en Estados Unidos aseguran que un salario mínimo más alto reduce niveles de empleo y coinciden en que el mayor daño al aumentar salarios mínimos es sobre la población más pobre. Esto es bastante lógico pues conforme se encarece el punto de entrada al mercado laboral, los patrones podrán optar por empleados con más entrenamiento y educación, dejando fuera del mercado laboral a los menos capacitados.
6) Un amplio estudio de Neumark y Nizalova muestra que el ingreso de los trabajadores a largo plazo es menor cuando los salarios mínimos son más altos. Estos dificultan su entrada al mercado laboral, impidiendo que empiecen a ser entrenados y puedan ir acumulando experiencia, lo cual reduce su capacidad para generar mayor ingreso en un futuro.
Si analizamos la oferta y demanda en el mercado laboral, la única forma de incrementar el ingreso de trabajadores no calificados y educados, es entrenando a tantos como sea posible para que de esa forma haya menos trabajadores no entrenados compitiendo por los trabajos menos demandantes.
Muchos estudios académicos confirman la relación directa entre productividad e ingreso. Sin embargo, muchos factores inciden en la productividad en un país, y esta no es homogénea. En México, la productividad agregada es baja debido al bajo nivel educativo, al pobre entorno legal, la mala aplicación de las leyes existentes, los altos niveles de crimen e impunidad, la regulación ineficiente y exceso de trámites, la extorsión de sindicatos, la infraestructura deficiente y los altos niveles de corrupción. También, es justo decir que la productividad varia en distintos sectores y típicamente ha sido más alta en aquellos en los que el uso de computadoras y tecnología es más abundante. En general, saber usar una computadora da acceso a trabajar en sectores que pagan mejor. Por otro lado un mayor salario mínimo provee fuertes incentivos para sustituir mano de obra por automatización.
En mi opinión, la discusión no debe ser sobre aumentar o no el salario mínimo, sino sobre cómo incrementar la productividad, cómo incorporar más trabajadores a la economía formal para poder ofrecerles prestaciones, seguridad social y bancarización (darles acceso a crédito y ahorro). Sería útil flexibilizar el mercado laboral eliminando liquidaciones por despido. Mientras más fácil sea despedir, más fácil será contratar, pues quien emplea correrá un riesgo menor al contratar a alguien.
En un país como México, desafortunadamente el salario mínimo no puede estar por arriba de la línea de pobreza, si lo estuviera una parte importante de la población estaría condenada a la informalidad permanente. Pero eso no quiere decir que hay que castigar a la pobreza a aquellos que sí son los únicos proveedores en su familia y reciben tan nimia compensación. El ingreso de estas personas debe ser compensado con planes de asistencia social. Pero, eso también debe ocurrir dentro de la economía formal, condicionando la ayuda a que los más pobres hagan una declaración tributaria simple, aunque no paguen impuestos, permitiéndoles deducir todos sus gastos, para forzarlos a que pidan recibos en ese proceso de deducción. Así, ayudarían a que otros fuera de la economía formal tengan que incorporarse a ella.
La mejor medida contra la pobreza y el primer paso hacia un Estado de derecho y desarrollo económico real es incrementar la proporción formal dentro de nuestra economía. Es crucial también poner énfasis en capacitación y entrenamiento; estimular la inversión en maquinaria, equipo y tecnología. Todo esto es particularmente importante dada la juventud de nuestra población. Sería deseable que empezaran a cotizar en el Seguro Social cuanto antes, reciban prestaciones de ley, empiecen a provisionar para su retiro y se bancaricen.
La administración de Enrique Peña Nieto ni siquiera ha intentado emprender ese camino, y reformas como la fiscal siguen dando incentivos en la dirección opuesta. Esto es un error pues es un lastre, cada vez más pesado para la competitividad, del país.
Un salario mínimo más alto suena bien, pero puede acabar siendo nocivo para quienes menos tienen. Incluso para que puedan mejorar sus condiciones de vida, es prioritario facilitar su entrada a la formalidad, pues esta la que representa su salida de la pobreza.
Es columnista en el periódico Reforma.