La inflación galopante que sacudió a Austria después de la Primera Guerra Mundial provocó pánico en Freud. Los ingresos que percibía por las consultas comenzaron a ser irrisorios en medio de la gran escalada de precios. Se vio entonces en la necesidad de apelar a sus ahorros: 150 mil coronas. Freud había destinado esta suma para su vejez y, de pronto, se quedó sin nada. Estos detalles los cuenta Ernest Jones en la extensa biografía que escribió sobre el padre del psicoanálisis: Vida y obra de Sigmund Freud (Tomo 3). Freud veía un panorama sombrío. He pensado mucho en este episodio narrado por Jones a propósito de la crisis económica que estremece a Venezuela. Lo que le ocurrió al tótem del inconsciente es lo que le pasa al común de los venezolanos: están aterrados porque la espiral inflacionaria arrasa con su patrimonio. Pero hay una diferencia: Austria sufría los coletazos de una conflagración. Venezuela, no. Venezuela viene de recibir los ingresos petroleros más altos de su historia: un millón de millones de dólares. Y está en el foso. Lo peor no es eso. Lo peor es que, aunque las luces de emergencia estén encendidas, el gobierno de Nicolás Maduro no emite una sola señal de que va a corregir el problema. La esquizofrenia también es una política de Estado.
Lo alarmante no es que el FMI vaticine que la inflación de este año podría situarse en 1,000,000 por ciento y que el Producto Interno Bruto podría contraerse en 15 por ciento: el organismo multilateral compara la situación de Venezuela con la de Alemania en 1923 o la de Zimbabwe de finales del 2000. Lo alarmante no es que el salario mínimo del venezolano sea de menos de un dólar (era de 350 dólares cuando el chavismo llegó al poder, en 1998). Lo alarmante no es que una familia de cinco miembros requiera de 55 salarios mínimos para poder cubrir sus gastos de alimentación. Lo alarmante no es que 87 por ciento de los hogares venezolanos se halle en situación de pobreza. Lo verdaderamente alarmante –lo espeluznante– es que Maduro se haga el loco frente a esta tragedia. Es como si un paciente infartado llegara a la sala de emergencia de un hospital y el médico de guardia, en lugar de prestarle los auxilios que indica el protocolo, se pusiera a cantar. O le diera por hablar por teléfono. Eso aterra. Maduro es la vedete que entona jingles revolucionarios mientras el país se deshace. Esa es la mayor tragedia que vive Venezuela: que no hay un plan para rescatar la economía a pesar de que el país va sin freno por un despeñadero. Maduro se halla constreñido dentro de su corsé revolucionario.
En 1989, cuando Venezuela vivía una crisis económica que suena como una nimiedad si la comparamos con la hecatombe actual, el gobierno de Carlos Andrés Pérez firmó una carta de intención con el FMI y puso en práctica un programa que llamó El Gran Viraje. Para entonces, las reservas líquidas del país apenas montaban 300 millones de dólares. Las arcas estaban vacías. Otra cosa es que ese año haya ocurrido la explosión popular llamada “caracazo”, que sería tema para un artículo aparte. Lo que quiero subrayar es que había una estrategia. Había un plan. Había una brújula. Lo mismo ocurrió con el gobierno de Rafael Caldera en 1996. La crisis económica lo obligó a instaurar medidas de ajuste: la denominada Agenda Venezuela. Ambas políticas fueron desarrolladas bajo la égida del FMI. Maduro, sin embargo, niega la realidad. La niega de manera patológica. Ya lo han dicho los expertos: Venezuela requiere de ayuda financiera internacional para poder salir a flote. Ricardo Hausmann (economista venezolano, profesor en Harvard) calculaba en 2016 que el monto del rescate estaba por el orden de los 54 mil millones de dólares. Pero Hausmann se ha visto en la necesidad de ajustar la cifra porque las cosas han empeorado en Venezuela (la producción petrolera, por ejemplo, ha caído estrepitosamente). El monto subió a 80 mil millones de dólares. Haussman sostiene que la estrategia sería pedir 60 mil millones de dólares al FMI y obtener los otros 20 mil millones de dólares a través de las donaciones de rápido desembolso, que, en el pasado, recuerda el economista, les fueron dadas a países como Palestina, Irak, Siria, Jordania, Zambia y Haití. A ese nivel ha llegado la crisis de Venezuela. Al nivel de la emergencia humanitaria. Y por eso resulta tan preocupante que Maduro entierre la cabeza como el avestruz.
¿Cómo es que un cuadro de la revolución cubana va a aparecer de pronto con el atuendo de un chicago boy? El ego socialista se lo impide. Y es puro mito. Las cifras lo demuestran: El año en que se aplicó El Gran Viraje (1989) la inflación fue de 84 por ciento. Es nada al lado de la inflación de 2,616 por ciento que acusó Venezuela en 2017. Un año después de que se llevara a cabo la terapia de shock (en 1990), ya el producto interno bruto exhibía un crecimiento de 6.4 por ciento. La cifra habla por sí misma, pero dice mucho más si se le contrasta con la caída de 15 por ciento del PIB que registró la economía venezolana en 2017. Algo similar ocurrió con la puesta en práctica de la Agenda Venezuela en 1996: la inflación de ese año fue de 99.87 por ciento ( una ínfima fracción comparada con el 2,616 por ciento) y, al año, la caída del PIB fue solo de 0.1 por ciento para luego, en 1997, llegar a una reactivación económica de 6,3 por ciento.
Suena poco creíble que el chavismo haya sido más benevolente con el pueblo que el denostado FMI. La renuencia de Maduro a poner orden en casa obedece a su ceguera ideológica, aunque hay quienes arguyen que no hace nada porque su estrategia consiste en profundizar la crisis para poder sojuzgar (aún más) a los venezolanos, pero ese también sería tema para otro artículo.
Lo cierto es que en todas partes del mundo los líderes se ven obligados a responder cuando la economía hace aguas. Pasó en la Grecia de Alexis Tsipras: el primer ministro optó por la moderación después del discurso altisonante que empleó cuando era candidato. Tsipras entró por el redil y capitaneó la ejecución de un programa económico. Pasó en el Zimbabwe de Mugabe, luego de que la inflación escalara a 231 millones por ciento en julio de 2008. Pasa en la Argentina de Macri: el gobierno firmó hace poco un Acuerdo Stand By con el FMI por 50 mil millones de dólares. Y en Venezuela, que está mucho peor que Argentina y que va camino a convertirse en otra Zimbabwe, Maduro hace mutis. ¿Por cuánto tiempo podrá evadir la realidad y cuánto nos cuesta a los venezolanos que la evada? Por Maduro haberse hecho el loco, la pobreza escaló de 48.4 por ciento en 2014 a 87 por ciento en 2018. La “locura” de Maduro les ha costado a los venezolanos 38.6 puntos porcentuales de pobreza. Por Maduro haberse hecho el loco la cotización del bolívar con respecto al dólar pasó de 6,30 bolívares (tasa vigente cuando él llegó al poder, en 2013) a 144,000 bolívares por dólar. La “locura” de Maduro les ha costado a los venezolanos 2,285,614 por ciento de devaluación. El socialismo del siglo XXI puede resultar más letal que una guerra. La hiperinflación asusta. Pero que el gobierno se eche en brazos de la nada como vía de escape da vértigo. Sálvese quien pueda.
(Caracas, 1963) Analista política. Periodista egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV).