Imagen: Rayner Peña/EFE/EFEVISUAL

Maduro duerme con el enemigo

Una lectura de los sucesos del 30 de abril concluiría que ganó un round. Pero no la pelea. ¿Nicolás Maduro puede confiar en el ministro de la Defensa? ¿En el jefe de la Guardia Presidencial?
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Son casi las seis. Me acabo de levantar. Todavía estoy en terreno Morfeo. Suena el teléfono: una amiga dice que Juan Guaidó ha colgado un tuit bomba. La noticia es que el presidente interino está en la base aérea de La Carlota con Leopoldo López y rodeado de militares. Hipótesis: le hackearon la cuenta a Guaidó. No es una fake news. Vivo justo al frente del enclave militar. Desde mi casa la vista es privilegiada. Panorámica. Confirmado: se observa un discreto movimiento en el distribuidor Altamira. Camionetas blindadas. Gente que va llegando poco a poco. Apenas está amaneciendo. Hay gran expectativa. A medida que transcurre la mañana, la aglomeración es mayor. Un hombre se desplaza en silla de ruedas. Va a millón. Solo. Es lo que yo llamo un leucocito de la democracia. Hay millones en Venezuela. Defienden la libertad a capa y espada. Me quedo un buen rato fisgoneando desde mi balcón. Voy a la cocina. Preparo café. De pronto: ráfagas de ametralladora. ¡Ta-ta-ta-ta-ta! Vuelo al balcón. Mi curiosidad periodística puede más que mi instinto de sobrevivencia. Plomo. Bombas lacrimógenas. Todo es muy confuso. Más tarde me enteraré de que quienes accionaban las armas eran miembros de la policía política de Maduro: el SEBIN. Y no para defender al régimen, sino para atacar a sus fuerzas leales.

Decido bajar a la calle. Hay miles de manifestantes. Con banderas. Con pitos. Acatan el llamado que ha formulado Guaidó: todos a la base aérea. El día se hace muy largo. Miles de rumores. Maduro no aparece por ningún lado. Apenas escribe un tuit. Dice que tiene nervios de acero. Habla, por fin, a las nueve de la noche. Asegura que la situación está controlada. Pero antes de eso, el jefe de la diplomacia norteamericana, Mike Pompeo, ha soltado una declaración muy llamativa: sostiene que Maduro estaba listo para dejar el poder e irse a Cuba y advierte que los rusos lo persuadieron de que se quedara. Y otro comentario explosivo: John Bolton, el asesor de seguridad de la Casa Blanca, prácticamente señala que el ministro de la Defensa, general Vladimir Padrino López, el jefe de la Guardia Presidencial y director general de Contrainteligencia, general Iván Hernández Dala, y el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno, habían acordado con la oposición que Maduro debía abandonar el poder. La semana pasada, en una reunión a la que asistí en la que participaron periodistas que manejan información privilegiada, se comentó que Padrino López habría sostenido un encuentro con los gringos. Este dato coincide con lo señalado por Bolton. Analizar todo este entramado es lo medular para entender lo que ocurrió el 30 de abril. Y lo que podría venir.

Una lectura superficial de los hechos ocurridos el martes podría sugerir que el round lo ganó Maduro. El round, pero no la pelea. Vamos por partes. Primero: Pompeo. De ser cierto que Maduro estaba listo para irse, eso lo que significa es que su poder es muy endeble. Tiene un pie en el Gobierno y otro en el exilio. Un presidente (de facto o legítimo) que cuente con el aval irrestricto de las fuerzas armadas no piensa en huir ante una escaramuza o, incluso, ante un alzamiento militar de envergadura. Ahí está el caso de Carlos Andrés Pérez: cuando Hugo Chávez lideró el intento de golpe de Estado en su contra, el 4 de febrero de 1992, Pérez estaba llegando de Davos. Era medianoche. Se dirigió a la residencia presidencial (La Casona) y, al ser informado del levantamiento, se fue directo al Palacio de Miraflores, el símbolo del poder. Las tanquetas entraron. Hubo pólvora. FAL. Armas de guerra. De verdad. Pérez, astutamente, se fue a la televisión y, desde allí, se dirigió a los militares y al pueblo. Al final, la asonada fue sofocada.

Luego, en el segundo intento de golpe que ocurrió ese mismo año, el del 27 de noviembre, en el que participó de manera muy activa la Fuerza Aérea y los aviones sobrevolaban Caracas como si estuviéramos en la Segunda Guerra Mundial (me tocó cubrir el alzamiento para El Diario de Caracas), Pérez también permaneció al mando. Nadie habló de asilo. Ni de huida. Rómulo Betancourt, fundador del partido Acción Democrática, la misma agrupación política a la que pertenecía Pérez, sufrió un atentado el 24 de junio de 1960 en el desfile con motivo del Día del Ejército. El jefe de su casa militar, Ramón Armas Pérez, murió en el atentado. Fue un carro-bomba. Detrás estaba la mano del dictador “Chapita” Trujillo. Y Betancourt, con las manos vendadas (sufrió fuertes quemaduras), ipso facto se fue a Miraflores a tomar el timón. Betancourt era un hombre curtido en las luchas políticas: se enfrentó al dictador Juan Vicente Gómez, participó en el alzamiento contra el general Isaías Medina Angarita (1945) y se enfrentó al dictador Marcos Pérez Jiménez. Maduro no apareció en todo el día (pese a que el chavismo convocó al pueblo al palacio presidencial), lo que pareciera un indicador de que, cuarteles adentro, había una medición de fuerzas y las cosas no estaban nada claras: ni en favor de Maduro ni en favor de Guaidó. 

Vamos por partes. Segundo: Bolton. Hagámonos solo una pregunta: ¿Puede Maduro sentir absoluta confianza en su ministro de la Defensa, Vladimir Padrino, en el jefe de la Guardia presidencial, Iván Hernández Dala, y en el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno? El principal adversario de Maduro en este momento es su paranoia. Una paranoia que tiene fundamentos. El director del SEBIN (policía política, como dije antes) se le volteó. Es el general de división Manuel Ricardo Cristopher Figuera. El que tiene la tarea de vigilar a tus enemigos se cuadra con ellos. ¿En quién confía Maduro? Al parecer, fue el único que cumplió con el pacto, si acaso lo hubo. Y por eso es que logran liberar a Leopoldo López, en arresto domiciliario desde hace dos años y quien se hallaba bajo la custodia del SEBIN. Pero no es cualquier preso político: es la joya de la corona. A esto hay que sumar que el general (retirado) Hugo Carvajal, llamado “El Pollo”, también se le volteó a Maduro. Carvajal es una ficha clave porque fue jefe de inteligencia del chavismo durante más de una década. La DEA lo cataloga como narco. Ahora está en España, adonde acudió voluntariamente (tal vez para que no lo liquidaran en Venezuela) y sabiendo que entre España y Estados Unidos existe tratado de extradición. Todos estos elementos lo que insinúan es que progresivamente están ocurriendo hechos que pudieran derivar en lo que el politólogo John Magdaleno denomina la fractura de la coalición dominante y el allanamiento del camino para una eventual transición.

Es indudable que en el seno de las fuerzas armadas de Venezuela anida un gran descontento. La mayor prueba es que hay 152 militares detenidos. Parte de esos militares ocupaban puestos clave por decisión del propio régimen. El caso del coronel Jhony Mejías Laya, quien se desempeñaba como comandante del Batallón Ayala, uno de los de mayor poder de fuego de Caracas (junto con el Batallón Bolívar), es emblemático. Se supone que, para manejar una división que resulta tan importante a la hora de una conflagración, el oficial que esté a cargo de ella debería ser un incondicional. Un duro. Error de cálculo. Fallas en el casting: : Mejías Laya se le volteó a Maduro. Fue hecho preso a principios de año. Por eso digo: el principal enemigo de Maduro es su paranoia. Duerme con sus adversarios. Sabe que no puede confiar en nadie. Y,  a la vez, necesita a los militares que, por ahora, sostienen el tinglado revolucionario, pero que, en cualquier momento, pueden cambiar de opinión porque todo depende del equilibrio de fuerzas que se vaya conformando y de los factores geopolíticos que están en juego en este complicado ajedrez en que se ha convertido Venezuela, en el que dos peso pesados, Estados Unidos y Rusia, ejercen un rol determinante.

Así que –insisto– si creemos que la historia se reduce a lo que ocurre en un solo día, podríamos caer en la tentación de dar a Maduro (y al régimen) como ganador. Pero si nos percatamos de que la historia la conforman una cadena de acontecimientos, la conclusión es otra.

¿Qué pasará por la cabeza de Maduro? Maduro lleva plomo en el ala. Pende de un hilo. Su poder está cosido con alfileres. No debería hacer esta comparación, porque no debe uno comparar a los poetas con los dictadores. Pero, en mis cavilaciones, he recordado los Diarios del escritor húngaro Sándor Marai. El novelista compartió 62 años con su esposa. Era del tipo de hombre que se desmorona cuando su pareja se va al otro mundo. Escribió esos apuntes entre 1984 y 1989. Su esposa hace tiempo que ha muerto cuando Marai produce su última nota: está fechada el 15 de enero de 1989. Dice: “Estoy esperando el llamamiento a filas”. Marai se suicidó en febrero de ese año. Sabía que estaba sentenciado. Sentenciado por su propio abatimiento. No digo que vaya a pasar lo mismo con Maduro, que se dé un tiro en la cabeza. Lo que digo es que, en su fuero interno, Maduro está consciente de que su vida política puede adquirir el estatus de una carta de defunción de un momento a otro. Que puede ser llamado a filas.

Sí, Maduro todavía cuenta con municiones. Y su gran fortaleza es su falta de escrúpulos. La sangre no le incomoda. La represión de la concentración del 1 de mayo fue brutal. Muertos y heridos. Y Maduro sigue en el poder. La gran pregunta es por cuánto tiempo.

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(Caracas, 1963) Analista política. Periodista egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV).


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