Humphrey Bogart decía que no confiaba en la gente que no bebía. Deben tener algo que ocultar, decía. Le daban miedo. A mí me pasa lo mismo, pero con la gente que no es fan de algo o alguien. Esa gente me pone nerviosa. ¿Tanto se aman a sí mismos que nunca sintieron una devoción pagana por alguien más?
Mariana Enriquez, “Las devociones”, 2012
Las obsesiones de Mariana Enriquez son multitud. Stephen King, la mitología griega, las ciencias ocultas, las drogas, Nick Cave, Anne Rice, Emily Brontë, Alan Moore, el punk, Lord Byron, Sylvia Plath, Bruce Springsteen, Cormac McCarthy, los poetas malditos, Neil Gaiman, Oscar Wilde. A lo largo de una trayectoria que abarca tres décadas, Enriquez (Buenos Aires, 1973) ha construido un universo narrativo propio potenciado por un sinfín de referentes que amalgaman la denominada “alta cultura” con un rosario apabullante de apetencias pop.
Gracias al éxito de novelas como Nuestra parte de noche (2019), así como de las colecciones de cuentos Los peligros de fumar en la cama (2017) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016), Enriquez se ha consolidado como una figura imprescindible de la literatura latinoamericana actual. La notoriedad no la ha alejado de sus ídolos. Por el contrario, Enriquez entregó en octubre pasado Porque demasiado no es suficiente. Mi historia de amor con Suede. (Editorial Montacerdos, 2023),un texto que reflexiona sobre la naturaleza del fan a partir de la devoción de la autora por la banda británica conformada actualmente por Brett Anderson (voz), Richard Oakes (guitarra), Matt Osman (bajo), Simon Gilbert (batería) y Neil Codling (teclados).
Mezcla de ensayo, anecdotario y testimonio generacional, Porque demasiado no es suficiente es una extensión espiritual del trabajo periodístico de Enriquez –recopilado en El otro lado (Anagrama, 2022)– y las ideas expresadas en Este es el mar (2017), novela breve sobre ménades, inmortalidad y estrellas de rock. En entrevista, Enriquez explica el origen del libro y desglosa algunas de sus devociones más recientes.
¿Cómo nace Porque demasiado no es suficiente?
De manera azarosa. Suede iba a tocar en Chile a mediados de 2020. La editorial cuenta con una pequeña colección de textos de escritores que hablan de sus artistas favoritos; básicamente fanzines con una edición “fancy”, pequeños libros de alrededor de 100 páginas. Me pidieron que escribiera uno de esos textos para publicarse en sincronía con el concierto. El concierto se canceló por la pandemia, pero me quedé con la idea de hacer un libro sobre lo que es ser un fan. Si bien ya había publicado Este es el mar, mi versión fantasy de todo esto, el tema me seguía interesando. No soy miembro de fan clubs, pero me involucro y disfruto de muchas cosas. También aparecieron en ese entonces varias obras al respecto, como Fangirls, de Hannah Ewens. Todo esto me motivo a escribir el libro, pero de forma caprichosa, conmigo como objeto de estudio. El libro tiene apetito de diálogo. Sin hablar de nada que considere realmente íntimo, tenía ganas de contar cosas de mí. No tengo problema en hablar de drogas ni del cuerpo. ¿Por qué no? Aparte, lo quise hacer con espíritu fanzinero, casi de guerrilla. Me gusta realizar esta clase de proyectos independientes, laterales, off-beat.
En el libro mencionas que eres fan de Suede, pero Nick Cave es tu iglesia. Incluso relatas que te pierdes un concierto de Suede porque consigues boletos para un recital de Cave. ¿Por qué no hacer el texto sobre él, entonces?
No tengo la misma relación con Nick Cave, quien es un personaje más cercano a Cormac McCarthy, alguien que habita un universo literario ajeno a mi vida prosaica. Los de Suede, en cambio, son mis contemporáneos. Suede me permitía hablar de los noventa y los cambios en el fandom que le siguieron después. Supongo que también pude haber hecho un libro sobre los Manic Street Preachers, que es un grupo que me encanta, pero Suede contaba con más elementos que me permitían construir una narrativa mítica. No es sencillo encontrar bandas actuales con construcciones míticas. La crítica tiene parte de la culpa. A finales de los noventa, la crítica de rock pierde el interés por dimensionar narrativamente a las bandas y se vuelve demasiado nostálgica. Es la época en la que salen boxsets de The Rolling Stones, David Bowie, Bruce Springsteen. Poco después se da el cambio del CD a otros formatos, lo que ocasiona que el periodismo musical se vuelva aún más mecánico. Bowie y Springsteen tienen un gran arco narrativo, pero ¿cuál es la historia de Prodigy, por ejemplo? No es el caso de Suede.
Narras que la información musical que obtenías del Reino Unido provenía de la Melody Maker y el New Musical Express (NME). Leerlas era una relación que oscilaba entre el amor y el odio. Por un lado, te introducían a bandas como Suede o The Stone Roses, pero por otro denostaban sin piedad ni justicia a ídolos como Bowie. Me acuerdo de una crítica a Tin Machine que terminaba con un “you´re a fucking disgrace”. Un delirio. Ahora, por más que te irritara su pose, revisarlas era un ritual obligado. Esa prensa ha dejado de existir
Eran unos cabrones. Yo también me enojaba mucho. Los consumos culturales están en función de la economía de los países. Sin la paridad peso-dólar de esa época, comprar la Melody Maker o el NME habría sido imposible en Argentina. No eran fáciles de conseguir. Solo las encontrabas meses después de haber sido publicadas en puestos del centro o en Tower Records. Eran casi unas biblias. Recuerdo la expectativa que le crearon al segundo disco de The Stone Roses. Una locura. Actualmente, una crítica positiva no te vende discos. Los artistas ya no se enojan por una mala crítica. Se molestan por ataques personales o ideológicos, pero no por una mala reseña. El ecosistema es distinto. Hace unos días anunciaron que iban a despedir a varios empleados de Pitchfork. Mi esposo, que también es melómano, me comentó que tenía años de no leer Pitchfork. Ahora obtiene la información de blogs, comunidades o plataformas, pero no de medios especializados. La inversión es otro factor que influye. En los noventa buscabas informarte del artista a través de las publicaciones porque tenías una cantidad de dinero limitada para gastar. No era hasta que lo ponían en portada y le dedicaban una buena reseña que comprabas el disco. Hoy puedes escuchar gratis al artista en Spotify. ¿Por qué prestarle atención a un crítico cuando lo puedes escuchar vos directamente? Yo por eso casi no escribo ya crítica musical, salvo contadas excepciones.
Pasemos a Suede. Amo a Pulp, pero verlos hoy es un pretexto para rememorar una época en la que rencontrarse con alguien en el año 2000 era un escenario distante. Su último álbum en forma es de 2001. Suede sigue creando discos relevantes y aborda temas que reflejan su edad. No habitan en el universo de “desarrollo detenido” en el que se encuentran muchos de sus contemporáneos.
Por eso he sido fan de la banda por tanto tiempo. De joven compartía muchas cosas con ellos: el drama, el vivir cerca de la gran ciudad, la sensación de no poder vestirte bien, de no ser quien debes ser. Todo visto sin frivolizaciones y aumentado por la sexualidad de la banda. Los primeros discos son trágicos, pero también son celebraciones sexuales, pese a que el mundo estaba entonces marcado por el sida. De hecho, al atarla con la muerte, la sexualidad de la banda adquiere una dimensión romántica. Trabajan con Derek Jarman y capturan sin proponérselo esos años intensos de las políticas de género e igualdad. Cuando vuelven, sin embargo, no se infantilizan. Los discos son adultos. El deseo, los romances, las angustias, todo es de gente grande. The blue hour, de 2018, es un álbum sobre la relación entre un padre y su hijo. Los grandes artistas saben crecer. Cuando una banda se separa y vuelve a reunirse, tiende a revisitarse, a girar sobre sí misma. Suede no. Está bien tocar los hits, pero generar nuevas cosas crea una trayectoria de vida en los conciertos. Autofiction, su disco más reciente, no me termina de convencer, pero ahí tienes un tema enorme como “She still leads me on”, que es una canción sobre la madre muerta de Brett. Notable. Una banda como Suede hablando agridulcemente de mamá. Es algo que rompe prejuicios. Pulp vino hace poco a Argentina. Tampoco fui a verlos. ¿Para qué? Mejor escucho los discos.
Por melodramáticas que sean las letras, siempre hay líneas ácidas y agresivas en Suede. Eso imponía en los noventa: eran unos dandis malosos hipersexuados, de alma plebeya. Expresada de otras formas, esa malicia subsiste en los discos más recientes.
Son parte de una tradición gay inglesa que abarca a provocadores como Quentin Crisp, Oscar Wilde y Lord Byron. Se sienten cómodos con el retruécano y la frase punzante. Cultos e ilustrados, pero también frívolos, malos. Y con mucha calle, además. Pulp me gusta mucho, pero siempre los percibí como una banda más universitaria.
No me imagino a Jarvis Cocker comprando cocaína en un bar de mala muerte a las cinco de la mañana, A Brett Anderson de joven, en cambio…
Desde luego. Y si les gritabas algo te podían romper la cara. Todos los de esa tradición. Lord Byron era boxeador. El mismo Oscar Wilde, que era irlandés, podía ser peligroso. O, en el extremo, los gemelos Kray, esos dandis asesinos que buscaron controlar el crimen en Londres.
Un tema central en el libro es el fan fiction, es decir, las historias ficticias que escriben los fans sobre el universo de sus ídolos. Imagino que a estas alturas ya debes tener una multitud de fans que escriben fan fiction sobre los personajes que aparecen en tu obra, o incluso imaginan cosas sobre ti.
He recibido mucho fan art. Me han enviado desde óleos simbolistas en clave decimonónica de magia negra hasta dibujos de personas que interpretan mi trabajo como manga, lo que me llama mucho la atención. También tatuajes, listas de potenciales castings para los personajes. Aún no he recibido textos. Ahora, tampoco los he buscado. Los voy a buscar, en parte porque yo misma hago una especie de fan fiction mientras escribo. Yo necesitaba que algunos personajes de Nuestra parte de noche tuvieran más backstory en mi mente para que su desarrollo fuera más intenso. Hace poco leí algo de esa fan fiction en un espectáculo y la gente se emocionó. Algunos hasta me pidieron que escribiera un cómic con eso. Les dije que no, que para mí eso era trabajo y ya. El fan oscuro es un caso aislado, patológico. El fan devocional, en cambio, tiende a mantener la distancia. Es tímido. A mí me ha pasado en mis firmas de libros. Hay gente que una vez que le llega su turno en la fila se queda paralizada. Lo que logran platicar es que habían imaginado muchas cosas que decirte, pero que en ese instante no pueden pensar en nada. Me tomo una foto con ellos y ya está. En el fondo no te quieren conocer. Es extraño.
¿Te interesaría escribir fan fiction oficial sobre otro universo? Si alguien lo puede hacer con éxito en la literatura latinoamericana, creo, eres tú.
No lo había pensado, pero aceptaría escribir un Sandman, sobre todo para ir en contra de la serie horrorosa que están haciendo. Otro universo del que podría escribir es el de Entrevista con el vampiro, de Anne Rice, quien siento la cagó después del segundo libro. Esos son los lugares donde el fan fiction funciona: en la literatura popular y los comics. La Liga de los Caballeros Extraordinarios, de Alan Moore, es el ejemplo perfecto de esto. También me interesaría hacer algo con el universo de Desde el infierno. Quizá no con Jack el Destripador, con otros personajes sin tanta backstory. Sería genial, en especial porque odio las adaptaciones. Escribir fan fiction es muy catártico: no solo permite explorar o arreglar cosas desde el punto de vista narrativo, sino que también opera como una fantasía liberadora del deseo reprimido. La mayor parte del fan fiction sobre bandas lo realizan chicas o son fantasías gays, como es el caso de Velvet Goldmine, de Todd Haynes, quien imagina un romance entre Iggy Pop y David Bowie. En la mente de Haynes eso pasó e hizo una película al respecto. Algo así me pasó con Suede.
Si bien exploras algunos lados inquietantes y patéticos del fandom –como el caso de Ricardo López y Björk–, tu libro rescata al fan como un ser creativo cuya devoción es un ejercicio de imaginación constante.
El fandom no debe ser un secreto sucio. Los artistas deberían asumirlo así. La fantasía es parte de la mística. Al igual que la histeria. La crítica masculina no suele entender esto. Hay chicas que van a ver a Harry Styles y se ponen pañales para no tener que ir al baño y perder el lugar, pero ser fan también te puede llevar a un montón de lugares interesantes. De muy chiquita era fan de Duran Duran. Recuerdo que cuando se separaron, una parte formó Arcadia y la otra The Power Station. En entrevistas, los de The Power Station describían que querían ser una mezcla de The Sex Pistols con Chic. Yo no conocía a ninguna de las dos bandas, pero lo anoté en mi cuadernito y las descubrí por ser fan de Duran Duran. Mi entrada al punk y al disco fue por una declaración del bajista de la banda que me gustaba. Lo mismo me sucedió tiempo después con Manic Street Preachers. Te comprabas el Generation terrorists y el disco tenía referencias a Sylvia Plath y Philip Larkin. Nada empieza y termina en uno. Hay muchos artistas que te dicen que no se exponen a otros artistas porque no quieren imitar a nadie. Es una mentira fruto del narcisismo contemporáneo. Los pintores del siglo XIX no se negaban a ver los cuadros de sus antecesores. Al contrario, los estudiaban intensamente. Eso es parte de ser fan.
¿Qué figura pop captura hoy tu imaginación?
En este momento mi obsesión pop es Lana Del Rey. Ahora todo el mundo la ama, pero en un inicio la destruyen por aparecer en el momento más intenso del movimiento Me Too con un discurso donde pedía que la mataran. La provocación parecía prefabricada, pero con el tiempo queda claro que era algo orgánico. Me intriga su popularidad, porque además su apuesta en vivo es desacertada. Su música no es para escenarios masivos, y sin embargo cierra festivales. Del Rey es la artista menos Primavera Sound o Coachella que existe. Y se nota: a diferencia de un concierto de Taylor Swift, donde nada sale mal, más allá de que te guste o no, Lana es desastrosa, inmadura, poco profesional. Tiene discos fantásticos, como Norman Fucking Rockwell o Did you know that there’s a tunnel under Ocean Blvd., pero no da la impresión de seguir un plan, o de que le interese tenerlo. Otra cosa que atrae es el metal extremo. Es un reducto de la cultura juvenil que puede ir de lo filoinfantil, con bandas de tipos de más de 30 años que interpretan canciones risibles sobre la necrofilia, hasta expresiones más serias. Ahora están apareciendo bandas de mujeres. Algunas buenísimas, como Witch Club Satan, de Noruega, y Ragana, un par de chicas de Oregón, Estados Unidos.
La electrónica, en cambio, nunca te ha llamado la atención.
La electrónica es una experiencia comunitaria que carece de drama. Alguna debe tenerlo, estoy segura, pero yo no lo capturo. Acepto que en mi caso hay un problema orgánico: no me gustan las drogas que la acompañan. No me gusta el éxtasis. Tampoco me gusta que me toquen. Es un ritual que se comparte con los demás, y yo prefiero la experiencia directa con el artista. Claro que los DJs son artistas, pero siguen una dinámica horizontal, lo que desde el punto sociológico puede ser interesante, pero me entusiasma menos en lo personal.
Finalmente, este libro, asumo, es un trabajo susceptible de ser actualizado en paralelo a la trayectoria que siga la carrera de Suede. Este año salen de gira con Manic Street Preachers. ¿Ya les enseñaste el libro? La próxima vez que los veas el encuentro puede ser entrañable o bastante incómodo
Espero verlos, sí. El libro no está traducido al inglés. No sé si sea posible hacerlo. El tema de derechos es más complicado fuera de Latinoamérica. El libro está repleto de citas, algunas de las cuales podrían ser consideradas como legalmente no pertinentes, como la licencia poética que me tomo con Louise Glück cuando escribo de Orfeo y los infiernos. Le mandé a Matt una versión en español y no pasó nada. Si lo lee, probablemente le dará risa. No estoy segura de la reacción de Brett y Neil. No sé si les importe tanto. ~
Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.