“Creo que el cine está manchado de sangre.” Entrevista a Felipe Gálvez Haberle

El director de la cinta "Los colonos" habla de las maneras en que el cine abre diálogos acerca del pasado y su repercusión en el presente.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

¿Cómo se escribe la historia de un país? ¿Quién decide qué páginas borrar? ¿Qué injerencia tiene el cine en la construcción de un imaginario nacional? Estas son preguntas que se hizo el director, guionista y editor chileno Felipe Gálvez Haberle al realizar su ópera prima, Los colonos. Inscrita en el género del western crepuscular, la película rescata el episodio del genocidio de la comunidad indígena selk’nam en Tierra del Fuego a finales del siglo XIX, perpetrado por ganaderos que buscaban hacerse de más tierras. De entre ellos, destaca la influyente imagen de José Menéndez, uno de los artífices del exterminio.

A propósito del estreno de Los colonos en salas de cine, compartimos la entrevista con Gálvez Haberle.

¿Cómo entras en contacto con el episodio del genocidio del pueblo selk’nam?

Hace doce años me encontré una nota acerca del exterminio de esta comunidad, en un momento en el cual se estaba empezando a estudiar el tema y a reconocer que se trata de una página borrada de la historia oficial de Chile, así que decidí que quería hacer una película al respecto. Sin embargo, era medio absurdo pensarla como una ópera prima porque se trataba de un proyecto muy ambicioso, por lo que, a la postre, la idea se quedó en un cajón. Fue pasando el tiempo y no se me ocurría alguna otra idea, hasta que tomé la decisión de atreverme e intentar hacer la película. Ahora acepto que fue una decisión ingenua de mi parte.

Comencé hace ocho años con el proyecto y el guion lo terminé de escribir hace unos cuatro. La demora para poder hacerla tuvo que ver con la búsqueda de financiamiento y con poder generar la confianza suficiente con los productores. “Felicidades por el guion, pero por su naturaleza no creemos que tú seas capaz de hacer esta película”, fue una frase que escuché muchas veces por parte de posibles socios o de las personas que otorgan los fondos, porque claro, mucho de lo contenido en el guion había sido escrito sin pensar en lo que significaba a nivel producción. Pero después de todo este tiempo, Los colonos se volvió una película coproducida entre diez países. Generalmente, las preguntas que recibía mientras la gente que no era chilena leía el guion eran “¿dónde pasó esto?” y “¿quién es este personaje?”, eso me obligó a contar una historia que se concentrara cada vez más en signos universales.

Escena de Los colonos.

Si bien no es una biopic, revives la imagen de José Menéndez. ¿Cómo abordaste su figura?

La gente que escribió al respecto de este episodio fueron historiadores cercanos a la familia de José Menéndez, entonces no existen muchos documentos históricos fidedignos a los cuales recurrir. Así que decidí hacer una ficción con lo que pienso que pudo haber sido la matanza y esa etapa en la vida de Menéndez, y a partir de eso construí situaciones, personajes y dispositivos narrativos que me permitieran contar la historia. Yo no creo que el cine tenga la capacidad de representar la realidad, me parece sumamente pretenciosa esa idea, prefiero pensar que el cine manipula y distorsiona la realidad. A mí me gusta jugar con lo artificial, con la música, con el color, con el sonido, con todo aquello que sea falso, y de esa manera hice la película.

Con Los colonos no quise realizar un panfleto, sino una ficción que provocara, que moviera las aguas, que abriera diálogos y con la cual cada uno pudiera ver dónde colocarse e incluso ponerse en lugares incómodos, iniciando por mí. No me interesa ponerme en un sitio de superioridad moral y pensar que todos son una mierda, porque aquí también hay un director presente y está el rol del cine como la máquina que tiene el poder de escribir o reescribir la historia. En ese sentido, creo que el western es un género cinematográfico que ha servido como una herramienta política de propaganda para transformar los procesos de colonización y las matanzas de pueblos indígenas en una forma de entretenimiento. Es discutible, pero creo que el cine está manchado de sangre.

Viendo la secuencia final de carácter documental de Los colonos, pareciera que el cine también ha servido como un vehículo para forjar una identidad nacional y sentirse orgulloso de ese imaginario de patria.

Es como esa famosa frase de “La historia la escriben los vencedores”, pero aquí sería “La historia la escriben quienes tienen la cámara”. Sí creo que el cine ha sido partícipe de cómo se cuenta la historia de un país. La secuencia final de Los colonos está armada a partir de imágenes pertenecientes a la familia Menéndez e imágenes que se filmaron para conmemorar el centenario de Chile, en donde se muestra la construcción de museos, edificios y monumentos, lo cual estaba relacionado con la idea de tecnología y progreso que reflejaban los primeros intentos del cine, teniendo como referencia, obviamente, a La llegada de un tren a la estación de La Ciotat (1896) de los hermanos Lumière. Debo de decir que ese tercer acto de la película no existió hasta la última versión del guion, cuando me di cuenta de que estaba haciendo una reflexión en torno al cine mismo.

Escena de Los colonos.

Considerando la falta de fuentes confiables para consultar, ¿cómo imaginaste a los tres personajes protagónicos, encargados de emprender la matanza?

Con todo lo que acabo de decir sonará algo contradictorio, pero soy un gran cinéfilo. Si bien desde hace quince años, en mi trabajo como montajista, he colaborado en películas muy radicales como Partir to live (Domingo García-Huidobro, 2012) o El gran movimiento (Kiro Russo, 2021), yo vengo de Santiago, una ciudad en la cual para acceder al cine teníamos Blockbuster y Errol’s, que era una cadena local de videoclubs en los años noventa. Era difícil ver cine independiente y de autor, por lo tanto, a mí me gusta lo mainstream.

Desde que surgió la idea de Los colonos, tuve en mente la imagen de tres hombres compitiendo entre sí y partiendo a caballo rumbo a Tierra del Fuego a matar. Pero yo no quería hacer una película protagonizada por unos europeos naturalistas que llegaban a algún punto de Latinoamérica y que se movían entre la genialidad y la locura; vaya, no quería hacer algo como Aguirre, la ira de Dios (Werner Herzog, 1972), ese tipo de cine me aburre. Así que los tres personajes son arquetipos cinéfilos: tenemos a un cowboy, que intencionalmente es una caricatura de los vaqueros, el cual está ahí recordándote el género todo el tiempo; hay un militar británico que representa el cine de las conquistas inglesas en África y Asia, tipo Lawrence de Arabia (David Lean, 1962); y está un indígena que es un personaje que proviene del cine latinoamericano como El Chacal de Nahueltoro (Miguel Littin, 1970).

A mí me resultaba atractivo tratar de lograr que el espectador quisiera seguir el trayecto de estos tres personajes la mayor cantidad de tiempo posible hasta que en algún momento se sintiera incómodo de eso, que hubiera una especie de culpa por interesarse en estos tres hombres que son unos desgraciados.

Un elemento para conseguir el interés de la travesía que acometen estos tres personajes es el territorio que deben de recorrer, majestuoso y peligroso a la vez. ¿Cómo fue el trabajo con el fotógrafo Simone D’Arcangelo para ese retrato de Tierra del Fuego?

Para Simone D’Arcangelo fue su segunda película, antes había trabajado como operador de cámara con Vittorio Storaro en algunas de las películas más recientes de Woody Allen. Y esa fue la característica del equipo de la película: había una mezcla entre gente con mucha experiencia y gente nueva con una voluntad de dar más de lo necesario y, en mi caso, había una inquietud de experimentar. Como las únicas imágenes que se tiene de la comunidad selk’nam en Tierra del Fuego son en blanco y negro, en algún momento pensé hacer la película justamente en blanco y negro, pero los productores me preguntaron si acaso quería hacerla algún día y me di cuenta de que tenían razón, que para ese momento ya había muchos inconvenientes. Entonces encontré los primeros experimentos que los hermanos Lumière hicieron en la fotografía, y con Simone utilizamos la fotografía autocroma como referencia para construir toda la imagen de Los colonos en formato digital; todo lo que parece fílmico y todo lo que parecen errores cromáticos fue hecho en la etapa de postproducción.

Escena de Los colonos.

¿Cómo se relaciona Chile con su pasado?

Una de mis motivaciones para hacer Los colonos era el hecho de que en Chile siempre se cuestiona y critica mucho el hablar del pasado, empezando obviamente por la dictadura militar. A mí me genera un poco de enojo cuando la gente en mi país dice “¡Otra película sobre la dictadura! ¡Hay que mirar el presente o hacia el futuro!”. Lo curioso es que cuando uno trata de hablar acerca de la historia oficial y del golpe de Estado en Chile se da cuenta de que esta no existe. Estamos en 2023 y esa historia no se ha podido escribir, pero lo que sí hay son muchos intentos de cambiar narrativas, de utilizar eufemismos. Por ejemplo, la presentación, por parte del presidente Gabriel Boric, del Plan Nacional de Búsqueda de Verdad y Justicia para esclarecer las circunstancias de desapariciones forzadas o muertes dentro de la dictadura, no fue bien recibida.

En el caso de esta película, la familia de José Menéndez sigue siendo dueña de Tierra del Fuego. En Punta Arenas hay calles y colegios que tienen su nombre y bustos en su honor por todos lados. Nadie cuestiona a este personaje, para mucha gente es un héroe.

El estreno de Los colonos coincide con el reconocimiento por parte del gobierno, después de cuatro años de activismo, de los selk’nam como pueblo y como parte de la población chilena. ¿Qué repercusiones ha tenido tal decisión?

Efectivamente, en agosto el gobierno chileno admitió en el Senado que sí se cometió un genocidio y a inicios de septiembre reconoció la existencia de esta comunidad, siendo incorporada como la onceava población indígena en Chile, después de que por muchos años se declaró que el pueblo estaba extinto. Hay un antecedente que a mí me parece muy atractivo y revelador que tiene que ver con el hecho de que en 2017, en el último censo que se hizo en Chile, hubo más gente indígena registrada que en los censos de 2002 y 2012, comprendiendo un 12%, y de ese porcentaje 1,114 personas se identificaron como selk’nam. Eso responde a que hay más gente que se reconoce como indígena y que se siente orgulloso de ello, pero Chile ha sido un país que ha discriminado mucho a los indígenas, haciendo que estos escondieran sus apellidos por décadas.

Por eso resulta problemático y sumamente violento que ahora si viajas a Chile puedes ver que la imagen e iconografía de la comunidad selk’nam se transformó en souvenirs: hay playeras, peluches, cojines, botones, chocolates, dulces, todo un merchandising en torno a esa comunidad indígena y justamente eso es lo que ocurre cuando un país siente desprecio por su historia y va borrando páginas de esta. Esa discriminación sigue siendo un conflicto latente. ~

+ posts

(Ciudad de México, 1984). Crítico de cine del sitio Cinema Móvil y colaborador de la barra Resistencia Modulada de Radio UNAM.


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: