Foto: Jessica Rivera M.

“Lo personal no es político, es sagrado”: Luis Felipe Fabre

El poeta y ensayista mexicano habla sobre los clásicos griegos, la belleza y las supersticiones.
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Después de hablar con Luis Felipe Fabre, uno siempre quiere ir y contar a los amigos todo lo que dijo y cómo lo dijo. Lo suyo es una mezcla de lucidez, agudeza y gracia. La originalidad de su obra poética y ensayística emana de lo singular de su pensamiento. Con Poeta griego arcaico (2024), Fabre regresó a la poesía, luego de la novela Declaración de las canciones oscuras (2019), y también a los griegos. Los mitos clásicos siempre lo subyugaron. No sabía cómo hacerlo, pero desde hace mucho quería trabajar con la literatura griega. La astrología lo llevó de vuelta a los griegos y le permitió leerlos de otra forma.

“La primera vez que me leyeron mi carta astral fue en 2003. De algún modo, como decía mi astrólogo, la astrología es ver a los dioses operando en ti. Es cuando dices: ‘no mames, Marte hizo conjunción con mi sol, con razón estoy de este pinche genio peleándome con todo el mundo’. En algún punto mi pasión por los autores antiguos y la astrología hicieron clic. Es una cuestión más vital que literaria. No es un asunto meramente estético, sino casi de fe, de querer intentar tener contacto con los dioses”.

Fabre da largas caladas al cigarro que luego olvida en el cenicero, el humo forma una nube que se expande y lanza sus palabras por la habitación. Dice que le interesa menos qué tienen que decir los griegos del presente que entender qué cosa griega arcaica y antigua habita ahora en él. “Hay una parte mía que esta época no me explica, pero que resuena bien leyendo a Arquíloco y Píndaro y Sófocles o Aristófanes. Hay tantas cosas que hoy se discuten que no siento que me competan en su mayoría. Lo que parecen ser los problemas mayores de la literatura, no logran tocar esas profundidades mías”.

Cautiva del autor cómo su pensamiento va mucho más rápido que su voz profunda, como de actor. A Fabre se le atoran las palabras, que acomoda con un tartamudeo melódico para cambiar de nota o registro. ¿Qué encontró en los griegos que no halló en otro lado?

“Maneras de explicarme mi día a día. Frente a la extrema politización del individuo, la certeza que tenían los antiguos de que el individuo no actuaba como individuo sino que había una cantidad de dioses que actuaban a través de él, esa reverberación de lo sagrado en uno. Una frase que entiendo por qué se dijo en su momento, pero que me parece que está gastada y mal usada al extremo: lo personal es político. Es una frase que me horroriza porque siento que es la expropiación de la intimidad. Yo podría decir en este momento: lo personal es sagrado. ¿Por qué lo personal le pertenece a la polis? Cuando dices que lo personal es político, me parece que te estás entregando para que te apedreen. ¿Cómo se soporta eso? Me explica mejor a mí mismo un misterio sagrado que una explicación sociopolítica de mi clase social y género.

“Para los antiguos griegos, cuando alguien hacía algo extraordinario, no era esa persona haciendo algo extraordinario sino un dios actuando a través de ella. Como Áyax cuando empezó a volverse loco y a matar a todos los animales, pensando que eran sus compañeros, para vengarse de que lo habían despojado de las armas de Aquiles. Cuando Ulises lo veía, sabía que eran los dioses que estaban actuando en él. Además es una contradicción porque Áyax se suicidó, tuvo que hacerse responsable de un hecho que no acababa de ser del todo suyo. Es fascinante y también desconcierta. Las cosas y actos en los que nos desconocemos son las más interesantes, es cuando ves a los dioses actuando en ti. Pero las categorías están restringidas: si actúas así es porque eres blanco, cisgénero, privilegiado, heteropatriarcal. No hay cabida para el misterio. No estamos en buen momento para la discusión de ideas, a la gente no le interesa. Ningún presupuesto ideológico se discute, simplemente se acata”.

Fabre explica que durante mucho tiempo pensó que no era religioso sino supersticioso. Luego se dio cuenta de que en el fondo esa superstición es una manera de ser muy religiosa y arcaica, donde hay intercambios y pactos entre lo visible y lo invisible. “Por eso no me interesan las novelas realistas, las cosas basadas en hechos reales. La realidad, lo que se suele concebir como tal, me parece únicamente un estrato muy pobre de la realidad misma. Mi relación con los dioses es poética porque la poesía es lo que me permite percibirlos. Su estrato estético me permite percibir que hay algo más, es el reino de la metáfora, del símbolo, de la comparación, de la polisemia”. 

En su casa, Fabre tiene un altar dedicado a Dioniso. Cuando escribía Poeta griego arcaico escuchaba el sonido de flautas antiguas, a veces a la luz de una vela. Tenía cerca libros cuya energía le interesaba sentir, le prendía inciensos a Dioniso en su altar y bebía mucho. “Este libro lo escribí habitado por Dioniso”, puntualiza con la travesura infantil de su gesto. “Soy una persona de rituales. Me cuesta mucho trabajo escribir, tengo que hacer algo para vencer el yo, para poder quitarme ese yo castrante. Tengo un Saturno, el planeta de la castración, en la casa de la creatividad, en la casa 5, entonces es algo muy difícil porque siempre tengo algo de imposibilidad. Todo lo que hago para escribir es como el abracadabra que logra invocar, conjurar, conectar con algo”.

Hablar de griegos es hablar inevitablemente de la belleza. En el prólogo de su libro, Fabre dice: “ofrendo a Apolo el adolescente que fui, el que, deslumbrado y temeroso, contempló la belleza de sus imágenes en una enciclopedia de arte griego como quien mira una revista porno o consulta un oráculo que le revela un destino”. La belleza ocupa un lugar importante en su vida. “La belleza está muy mal vista en este momento. Para mí la vida sería intolerable sin ella porque la vida es belleza. Me aterra la capacidad humana, siendo el mundo un lugar de incesante belleza, de hacer espacios donde la aniquila. Por ejemplo, un supermercado, las oficinas de la procuraduría, un complejo de salas de cine. Vas a ver una película maravillosa y te preguntas quién hizo el lugar que es horrible. Los justicieros del mundo siempre ven la belleza con sospecha, pero la belleza debería elevarse a derecho humano porque es un derecho de todo lo viviente. Además es nuestra naturaleza, todos somos bellos, la existencia tiene un resplandor de belleza. Pocos lugares matan más el espíritu como un hospital. ¿Cómo la gente puede sanar en lugares así?

“En nombre de la belleza, es verdad, se han hecho cosas espeluznantes, pero no es el tipo de belleza al que me refiero. A la que me refiero es al resplandor de que las cosas puedan ser lo que son. Prefiero que haya más belleza en el mundo que menos. Por eso nunca me siento apelado a cancelar a ningún escritor o artista. Puedo ejercer mi crítica y decir ‘ese libro está mal’, como juicio crítico. Pero no puedo con las marejadas de hacer piras incendiarias contra un libro o que ya no hay que leer a tal autor que es moralmente reprobable.”

Trabajó como profesor universitario durante más de diecisiete años pero, luego de la pandemia de covid, Fabre decidió no volver a dar clases en el marco de una institución. Ahora da diversos talleres –por ejemplo, sobre tragedia griega, Shakespeare o el Siglo de Oro–, en su casa, en un ambiente propicio, el suyo. “Para pensar, conversar y compartir textos nada mejor que la tertulia. Me choca la palabra, me parece ñoña, pero es algo así. Preferiría mejor decir simposio, pensando que ahora estoy de griego arcaico, pues los poemas estaban hechos para los simposios, para gente bebiendo, disfrutando, escuchando, comentando, festejando con el ánimo de compartir la belleza. Cuando hay otros que te están acotando, que están dialogando, te hacen llegar a lugares mucho más interesantes”. ~


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