El hombre en el jardín (fragmento)

Por cortesía de Hachette, un fragmento de “El hombre en el jardín” (2025), de Gilma Luque, ganadora del Premio Internacional de Novela Breve Rosario Castellanos 2023.
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Mi madre es una historia inacabada, lo digo así porque me niego a creer que terminó la tarde en que la vi salir de casa con una maleta en la mano. Me abrazó rápido y me besó la cara muy cerca de los labios. De prisa, como para no arrepentirse. Dijo que iba por Patrick. Dijo que regresarían los dos por mí y viviríamos juntos en la casa de Puerto Viejo, cerca de la playa. Dijo que me quería, pero que él la necesitaba más que yo. Ahora, cuando vuelvo a ese día no estoy tan segura de sus palabras, no sé si yo inventé un discurso, una disculpa, una promesa. Pienso que llené su silencio para reconfortarme. La abuela sí hablaba, le suplicó a su hija que no se fuera, que no sabía a dónde iba, que yo era una niña, que era injusto. Mamá revisó lo que llevaba en el bolso. Apartó a la abuela y murmuró: no me estorbes, tengo que salir. El abuelo se paró del sillón, acarició la mejilla de la abuela y me llevó al jardín. Recuerdo la luz del día, aunque fueran casi las ocho de la noche.

—Mira, la luna —dijo.

No me importaba la luna, no tanto como lo que pasaba en la casa, no tanto como mi madre que no podía distraerse. Las nubes se impusieron a mis ojos, parecían de fuego y agua, un incendio en el cielo azul y limpio a punto de quemar la luna, como si fueran algo que se desprendiera del sol.

—Hace muchos años mandaron a un gato al espacio —dijo el abuelo.

Me habló de Félicette.

El 18 de octubre de 1963 fue lanzada al espacio una gata blanquinegra, después de someterse al mismo entrenamiento que tenían los humanos. Ella había vivido en las calles de París, hasta que fue capturada por un vendedor de mascotas que la vendió al gobierno. Fue la elegida de entre catorce gatos, también entrenados, los cuales fueron descartados porque el día del despegue tenían sobrepeso. Félicette sobrevoló la superficie terrestre a 152 kilómetros de altura en apenas trece minutos a seis veces la velocidad del sonido. Después de eso, regresó a la Tierra sana y salva en una cápsula con paracaídas que disparó el cohete. Aunque el abuelo obvió contarme que la mataron dos meses después para que los científicos pudieran analizar su cerebro. Ya habían ido al espacio Laika y Ham, el chimpancé; sin embargo, mi abuelo eligió la historia de la única que logró volver al hogar con vida.

Recuerdo escuchar las cigarras cuando terminó de contar la historia y que de las nubes grises comenzaron a caer gotas de lluvia. Le sonreí al abuelo, si una pequeña gata había vuelto a la Tierra desde el espacio, por qué mi madre no cumpliría su promesa de regresar por mí.

La casa estaba a oscuras.

Desde esa noche esperé a mi madre. No podía terminar nuestra historia todavía, pero los veranos se sumaron, los días, las nubes, las cigarras, el frío, los grillos. En casa se hablaba poco de ella. La abuela disfrazaba su dolor con furia. Cuando volví a ver a Patrick, mi padre, yo tenía quince años y diez de no saber nada de mi madre.

Ellos nunca se encontraron. ~


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