III
Se llamaba Ambos Lados del Rรญo. Tendrรญa unos quince aรฑos, estimรณ John Dunbar. El liderazgo de su tribu le correspondรญa por herencia, pero se habรญa tenido que enfrentar a un rival mayor y mรกs fuerte, perteneciente a otra familia y al que no le cohibรญa ningรบn respeto por Lengua Azul. El rival contaba con el apoyo de guerreros y de ancianos. Le habรญa ofrecido a Ambos Lados del Rรญo abandonar la tribu a cambio de que el resto de su familia se pudiera quedar y fuera respetada. Ni siquiera habรญa mediado un reto. Ambos Lados del Rรญo habรญa aceptado y se habรญa ganado el desprecio de los suyos. Niรฑos, mujeres y ancianos de su propia familia lo habรญan expulsado lanzรกndole piedras, rescoldos al rojo y basura.
Las heridas estaban casi curadas cuando llegรณ, en compaรฑรญa de John Dunbar, a Virginia City. Vestรญa aรบn polainas y mocasines de piel, pero iba abrigado con una pelliza de lana y tocado con un sombrero de hombre blanco. Nunca habรญa estado en un sitio tan populoso. Miraba con curiosidad y temor. Fueron directamente al orfanato de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Pablo. Ambos Lados del Rรญo se quedarรญa allรญ hasta que se le encontrara un mejor acomodo.
Durante el viaje, John no habรญa dejado de vigilarlo. El indio no habรญa hecho ningรบn intento de huir. Por las miradas cariacontecidas que le dedicaba, quedaba claro que atacarle no entraba en sus planes. A John nada en el indio le recordaba a Lengua Azul. A mitad del viaje, habรญa dejado de atarlo por las noches y se acostaba deseando ser vรญctima de un ataque o siquiera de un robo. Cuando abrรญa los ojos al amanecer, el indio estaba avivando la hoguera para preparar el desayuno.
Tambiรฉn con asombro asistiรณ Lucrecia al regreso de su esposo, pues habรญa llegado a convencerse de que no volverรญa nunca, bien porque los shoshones lo mataran; bien porque, lejos de casa, languideciera el vรญnculo con su familia y volviera a ser el huraรฑo ensimismado de antes; bien porque, pese a su intenciรณn de partida, se habรญa visto forzado a recurrir al Basilisco para zanjar la amenaza que suponรญa el hijo de Lengua Azul, tras lo que se habrรญa sentido atemorizado o indigno de regresar junto a su mujer y su hija. No obstante, allรญ estaba, en apariencia satisfecho y sosegado, deseoso de sostener a Felicidad en brazos, riรฉndose a carcajadas de los brincos que Horacio daba en busca de captar su atenciรณn, y habรญa regresado trayendo bajo su protecciรณn al indio al que habรญa pretendido matar, porque no era mรกs que un muchacho necesitado de auxilio, dijo รฉl, porque รฉl (John Dunbar) habรญa fijado sus ojos en la realidad y dado la espalda a premoniciones ajenas e imaginaciones extravagantes y destructivas, dijo รฉl, porque ยฟquรฉ mayor evidencia, para sรญ mismo, para ella y para todos, de que tenรญa al Basilisco de las riendas que haber acogido en su casa al hijo del que fue su mayor enemigo?, dijo รฉl. Y aรบn continuรณ: Ese serรก el primer paso para dejar de ser visto con miedo y pasar a ser visto con respeto primero y luego con impasibilidad nada mรกs. Eso quiero, para mรญ, para ti y para todos. Y ella: Me alegro tanto de verte. Comprendo tus motivos. Son buenos motivos. Y ella (para sus adentros): Pero ha traรญdo consigo al hijo de un jefe de guerra al que matรณ sin nobleza, le ha mostrado dรณnde vive, le ha hecho sabedor de que tiene una mujer y una hija.
John volviรณ a escoltar cuadrillas de chinos en busca de hielo. Por las tardes bebรญa con Matthew en el porche.
Durante la ausencia de su marido, Lucrecia habรญa vuelto allevar un diario. No lo hacรญa desde su viaje al Paraรญso. Esta vez John no le pidiรณ que le leyera fragmentos; por la expresiรณn de ella cuando se inclinaba pluma en mano sobre las pรกginas en blanco, deducรญa que no se hallaba complacida.
ยฟEstรกs bien? ยฟHay algo que me quieras decir?
Ella respondรญa negativamente sin apartar la mirada del diario, sin dejar de acunar a Felicidad, sin soltar el frasco de compota en conserva del que dudaba que estuviera bien cerrado.
Ambos Lados del Rรญo se habรญa aclimatado a la disciplina del orfanato con una docilidad desconcertante. Pese a su carรกcter reservado, se comunicaba con las monjas con mayor soltura que algunos huรฉrfanos blancos. No tardรณ en asimilar los rudimentos del inglรฉs y suplรญa sus limitaciones verbales mediante sensibilidad e intuiciรณn. John lo visitaba a diario cuando estaba en la ciudad y se aseguraba de que no le faltara de nada. Interrogaba a las monjas sobre el comportamiento del muchacho. Le decรญan que evitaba los conflictos, que no hablaba si no le hablaban y que era difรญcil saber lo que pasaba por su cabeza, pero que no causaba problemas. Tambiรฉn le recordaron que estaban haciendo una excepciรณn; con su edad, a Ambos Lados del Rรญo no le correspondรญa estar en el orfanato. Tendrรญa que encontrar otro sitio adonde ir. John hizo un nuevo donativo a la directora y en el siguiente viaje a por hielo llevรณ con รฉl a Ambos Lados del Rรญo.
El indio no mostrรณ ninguna emociรณn por salir de la ciudad. Miraba con recelo a los chinos, cumplรญa con presteza las รณrdenes de John y buscaba la soledad siempre que podรญa. John respetaba su reserva, pero la รบltima noche en el campamento no pudo retrasar mรกs el momento de hablar con รฉl. En una mezcla de inglรฉs y shoshoni le dijo: Yo admiraba a Lengua Azul. Era un gran guerrero. No quise matarlo. Pero si no lo hubiera hecho, รฉl me habrรญa matado a mรญ.
Y Ambos Lados del Rรญo: Quizรก te hubiera matado. Pero lo entiendo.
Y John Dunbar percibiรณ en el muchacho, por primera vez, un envaramiento que quiso interpretar como una seรฑal de altivez, que a su vez quiso interpretar como un rastro de su linaje.
ยฟEra posible que Ambos Lados del Rรญo no albergara รกnimo vengativo, que lo hubiera perdonado por matar a su padre? ยฟEra posible, incluso, que al chico ni siquiera le hubiera importado la muerte de Lengua Azul? ยฟNo era demostraciรณn suficiente su presencia serena, dรญa tras dรญa, en la ciudad? Si el indio hubiera buscado un resarcimiento, que le podrรญa haber reportado el perdรณn de su familia y el respeto de la tribu, ยฟno se lo habrรญa cobrado durante el viaje a Virginia City, cuando estaban los dos solos y le habrรญa sido sencillo? En lugar de eso, vivรญa en un orfanato, toleraba la disciplina de las monjas y aprendรญa a recitar en inglรฉs el Credo de los Apรณstoles, en un aula donde los demรกs alumnos eran mรกs jรณvenes y se reรญan de รฉl. ยฟPero acaso no habรญa tolerado รฉl (John Dunbar) la muerte de su propio padre? Ningรบn afรกn de reparaciรณn lo habรญa empujado a regresar a La Tejera y meter una bala en la cabeza a doรฑa Alejandra, la concubina de su padre y urdidora del crimen. Ni siquiera habรญa visto alterado su descanso nocturno. Rebuscaba en su interior y no hallaba, para su sorpresa y asimismo para su alivio, ningรบn desquite pendiente. Quizรก fuera porque, al fin y al cabo, en el final de su padre habรญa habido justedad y merecimiento. John apenas habรญa conocido a James Closter, mientras que doรฑa Alejandra habรญa compartido con รฉl cama, angustias y proyectos durante dรฉcadas, y aun asรญ ella habรญa concluido que debรญa morir. ยฟTenรญa John derecho a discutirlo? ยฟNo era similar el caso de Lengua Azul, con quien John Dunbar habรญa mantenido una relaciรณn mรกs duradera y comprometida que la que el jefe shoshone tuvo con su hijo?
Y, si en efecto era asรญ, si Ambos Lados del Rรญo no ambicionaba el daรฑo de John Dunbar ni el de los suyos, ยฟno era el muchacho merecedor de admiraciรณn por haber escapado a las obligaciones heredadas, al destino impuesto, a las deudas de la sangre? Quizรก, sopesรณ con cautela Dunbar, los golpes que Ambos Lados del Rรญo habรญa padecido al ser expulsado del poblado habรญan sido un precio bajo a cambio de evitar convertirse en su lรญder y de vivir bajo la mirada enjuiciadora de los suyos, de vivir demostrando dรญa tras dรญa una valรญa de la que รฉl mismo albergaba dudas.
De regreso en Virginia City, John llevรณ al indio a cenar a su casa. Lucrecia no se opuso, pese a que la idea no era de su agrado. Ella se mantenรญa al margen de los esfuerzos de John por ayudar a Ambos Lados del Rรญo. Solo toleraba al indio cuando habรญa mรกs personas presentes y si una de ellas era John. Durante la cena, Ambos Lados del Rรญo, vestido de cristiano, demostrรณ los modales aprendidos en el orfanato; hizo correcto uso de los cubiertos y de la servilleta. Lucrecia le preguntรณ si le gustaban las monjas. รl asintiรณ. Ella le preguntรณ (insistente): ยฟNo te dan miedo? Y รฉl: No me dan miedo los gansos de Dios. Lucrecia mirรณ a John en busca de una aclaraciรณn. Es por las cofias. Despuรฉs Lucrecia le preguntรณ a Ambos Lados del Rรญo si planeaba volver con los suyos, a lo que el indio respondiรณ que รฉl ya no existรญa para los suyos de antes y que todavรญa no existรญa para los suyos de ahora. John le tuvo que traducir la respuesta a Lucrecia, que asintiรณ, no para indicar que habรญa comprendido sino para otorgarle la razรณn. Seguidamente John propuso un brindis con limonada. Dado el buen comportamiento de Ambos Lados del Rรญo, en el orfanato le habรญan permitido empezar a salir sin vigilancia.
A la maรฑana siguiente, Lucrecia estaba sola en casa con la niรฑa cuando alguien llamรณ a la puerta. Vio por una ventana a Ambos Lados del Rรญo. El indio estaba en pie frente a la puerta. Sostenรญa un ramillete de flores. Lucrecia retrocediรณ teniendo cuidado de evitar las tablas que crujรญan. Fue a su habitaciรณn, donde estaba la niรฑa, y se quedรณ con ella. No hubo mรกs golpes en la puerta.
Al cabo de un rato, se volviรณ a asomar a la ventana. Ambos Lados del Rรญo estaba sentado en el suelo del porche con las piernas cruzadas, de espaldas a la puerta. Lucrecia se quedรณ vigilรกndolo hasta que el indio por fin se puso en pie, con un movimiento รกgil, sin apoyar las manos en el suelo, y se fue. En los escalones del porche habรญa dejado las flores y algo mรกs que Lucrecia no pudo distinguir desde la ventana. Una vez que el indio se hubo perdido de vista, Lucrecia saliรณ de la casa. Junto a las flores habรญa una navaja de barbero. Era vieja. No tenรญa filo y la hoja estaba moteada de herrumbre. Lucrecia se preguntรณ de dรณnde la habrรญa sacado. Supuso que la habrรญa robado, al igual que las flores, provenientes sin duda de algรบn jardรญn del vecindario. Tirรณ ambas cosas al cubo de los desperdicios y no le contรณ nada a John. Estaba segura de que Ambos Lados del Rรญo no harรญa preguntas sobre sus regalos.
Volviรณ a mirar por la ventana, temerosa de pronto de que el indio hubiera vuelto. En la casa guardaba aรบn el rifle que les dieron al salir de La Tejera, aquella arma ยซvieja pero fiableยป, en parte regalo, en parte limosna, en parte ofrenda, entregada por un hombre que habรญa cabalgado en el bando enemigo y que aseguraba que habรญan tenido mucha suerte en conocerse (Lucrecia y John), asรญ como aseguraba que tambiรฉn รฉl era afortunado por haberlos conocido a ellos. Pensรณ que, si hubiera sabido que el indio traรญa la navaja, ella habrรญa abierto la puerta y le habrรญa disparado. Luego habrรญa hecho desaparecer las flores y dejado la navaja. ยฟQuiรฉn se lo podrรญa reprochar? Una mujer sola que protegรญa a su bebรฉ de un indio armado y vengativo. Ni siquiera John podrรญa. Porque ยฟacaso รฉl, pese a su obstinaciรณn, pese a todo su optimismo reciรฉn estrenado y temerario, no intuรญa en el indio lo mismo que ella veรญa claramente? Especulaciรณn. Terquedad. Irrevocabilidad. La sobresaltaron los lloros de la niรฑa y se apresurรณ a consolarla, agradecida por apartarse de pensamientos semejantes. No escribirรญa nada en su diario sobre la visita de aquel sucio indio.
El domingo siguiente, Matthew se presentรณ en la casa cuando John y Lucrecia estaban desayunando. Su รกnimo era acorde con el dรญa primaveral del que disfrutaban. Les apremiรณ a que lo acompaรฑaran. Daos prisa, yo llevo a la niรฑa. Hay algo que tenรฉis que ver. En cuanto se habรญa enterado, les explicรณ, habรญa ido corriendo a buscarlos. A Mary Ellen no le habรญa dicho nada; estaba ocupada incluso en domingo.
Frente al centro masรณnico se hicieron un hueco entre la gente que abarrotaba la acera, justo a tiempo de ver pasar el desfile. La vรญspera, un circo habรญa llegado en tren a Virginia City. Una representaciรณn de los artistas recorrรญa la ciudad anunciando la funciรณn de esa noche. Abrรญa la marcha un calรญope montado en un carro. A continuaciรณn: cinco chicas con traje de vaquero adornado con lentejuelas hacรญan acrobacias a caballo. A continuaciรณn: un camello. A continuaciรณn, un carro con una jaula donde cinco babuinos se rascaban los sobacos. A continuaciรณn, un palanquรญn acarreado por cuatro porteadores, y en รฉl, sentada en un sillรณn dorado, una mujer con el rostro cubierto de pelo que invitaba a todos los habitantes de la ciudad a ir esa noche al circo a conocer a su familia.
Un payaso se plantรณ de un salto ante John Dunbar, hizo una reverencia exagerada y le puso frente a las narices una octavilla de publicidad. John la aceptรณ para que se largara.
En la octavilla: ยซEl mastodonte sin parangรณn en el ancho mundoยป, y debajo: ยซEl poderoso seรฑor de todas las bestiasยป, y debajo: ยซEl mayor cuadrรบpedo que pisa la Tierraยป, y debajo el dibujo de tres elefantes con la trompa alzada.
Iremos a verlos esta noche, dijo Matthew. No he podido resistirme y he comprado entradas para todos, aunque seguro que Mary Ellen no querrรก ir.
John respondiรณ que, en ese caso, Ambos Lados del Rรญo podrรญa hacer uso de la entrada. A lo mejor ver semejantes portentos de la naturaleza lo espabilaba.
El circo habรญa levantado la carpa al pie de Gold Hill. Como Matthew habรญa supuesto, Mary Ellen rehusรณ acompaรฑarlos. Habรญa otros indios entre el pรบblico, paiutes que trabajaban sirviendo en casas de la ciudad, lavando ropa o recogiendo desperdicios y que disponรญan de dinero para la entrada. Contemplaban el espectรกculo taciturnos, sin aplaudir ni intercambiar comentarios. La actitud de Ambos Lados del Rรญo era la misma.
Por fin aparecieron los elefantes, dos hembras y un macho,
presentados por el jefe de pista como Zanzรญbar, Yocasta y Agamenรณn. John mirรณ de reojo a Ambos Lados del Rรญo. No le habรญa advertido sobre los paquidermos. Dudaba que el indio pudiera creer en la existencia de criaturas semejantes. Pero Ambos Lados del Rรญo no hizo mรกs que erguirse un poco; eso sรญ, con la mirada clavada en la pista, atento a lo que fuera a suceder.
Y acerca de lo que sucediรณ se hablรณ mucho durante los dรญas siguientes.
En la pista habรญa tres plataformas circulares de madera, a las que los elefantes se fueron subiendo a medida que eran anunciados. Allรญ aguardaron Zanzรญbar, adornada con una gualdrapa blanca, y Yocasta, cuya gualdrapa era roja, con las patas muy juntas en la, para ellas, pequeรฑa superficie de la plataforma, a que Agamenรณn, con una gualdrapa azul, el mรกs grande de los tres y el mรกs lento, se encaramara a su puesto. Una vez que los tres estuvieron arriba, sonรณ un toque de platillos y los paquidermos alzaron la cabeza y apuntaron con la trompa hacia lo mรกs alto de la carpa, donde revoloteaban una nube de polillas y una docena de murciรฉlagos.
Se produjo un temblor. Uno de los mรกstiles que sostenรญan la carpa se inclinรณ, sin llegar a desplomarse. Mรกs tarde, varios miembros del pรบblico afirmarรญan que la grada donde estaban sentados se habรญa hundido de golpe varias pulgadas. Siguiรณ un tenso silencio, y al cabo de unos segundos el pรบblico abandonรณ con prisa sus asientos. Viviendo en una ciudad minera, levantada sobre un terreno horadado por un entresijo de galerรญas, todos habรญan deducido lo sucedido. Los hundimientos eran tristemente frecuentes. En el recuerdo de todos estaba el producido recientemente en la mina Yellow Jacket, donde habรญan perecido docenas de trabajadores. El pรบblico saliรณ del circo a la carrera para enterarse de quรฉ habรญa sucedido. No habรญa casi ninguna familia en Virginia City que no tuviera a algรบn miembro empleado en las minas.
Tanto en las pรกginas del Virginia City Daily Territorial Enterprise como en las barras de los salones de la ciudad, se debatirรญa largamente si la salida a la pista de los pesados paquidermos fue la causa del hundimiento o si no se tratรณ mรกs que de una coincidencia. Pero era una coincidencia demasiado jugosa como para no aferrarse a ella y recubrirla de capas y capas de palabras, que la acabaron proveyendo de solidez, justificaciรณn y lustre.
Tambiรฉn se discutirรญa si fue el hundimiento del suelo o bien
la avalancha de personas lo que espantรณ a Zanzรญbar, Yocasta y
Agamenรณn.
El elefante macho se apeรณ de su plataforma y trotรณ como uno
mรกs hacia la salida. Nada pudo hacer por impedรญrselo el doma-
dor, que se plantรณ ante รฉl con los brazos alzados y vociferando รณr-
denes. El paquidermo lo atrapรณ por la cintura y con el domador
colgando de la trompa prosiguiรณ su camino hacia el exterior. Con
cada paso que daba, le asestaba una patada. Para cuando Agame-
nรณn saliรณ a la calle, el hombre colgaba inerte. Las dos hembras
lo siguieron haciendo oscilar la trompa como si de una escoba se
tratara, para apartar a la gente. Los trabajadores del circo corrรญan
detrรกs de los animales.
John Dunbar, su familia y Ambos Lados del Rรญo se quedaron en sus asientos hasta que la carpa se hubo vaciado. Lucrecia acunaba a Felicidad, que habรญa roto a llorar. Con Matthew de avanzadilla, abandonaron la grada y salieron a la calle. Los recibiรณ un coro de gritos de terror. Agamenรณn habรญa soltado al domador y se ensaรฑaba con alguien mรกs. Habรญa apoyado las rodillas delanteras en el suelo y aplastaba con el ceรฑo a un espectador. Usaba las patas traseras para empujar mientras los colmillos araban surcos en la tierra. Agamenรณn se incorporรณ, pasรณ sobre el cuerpo de la vรญctima y trotรณ hacia las calles de Virginia City, por donde sus dos compaรฑeras ya se habรญan perdido.
Una parte del pรบblico, junto con la gente del circo, siguiรณ a los elefantes, aunque la mayorรญa prefiriรณ indagar acerca del accidente subterrรกneo.
Voy a casa con la niรฑa, dijo Lucrecia, encorvada sobre su hija como si quisiera protegerla de un chaparrรณn.
Matthew se ofreciรณ a acompaรฑarlas.
Yo irรฉ en seguida, dijo John. Antes me enterarรฉ de quรฉ ha pasado.
Ambos Lados del Rรญo dijo que se quedarรญa con รฉl.
En la parte alta de la ciudad las calles estaban casi desiertas. Lucrecia se detuvo y mirรณ atrรกs. Al aplacarse la preocupaciรณn por la seguridad de su hija, la habรญa asaltado una angustia diferente. Antes de separarse de su marido y de Ambos Lados del Rรญo, habรญa cruzado una mirada con el indio. Ni siquiera lo sucedido en el circo habรญa sacado al shoshone de su impasibilidad, como si la funciรณn hubiera concluido de manera rutinaria, dejรกndolo indiferente, quizรก un poco decepcionado, o como si su pensamiento se centrara en un propรณsito demasiado apremiante como para dejarse distraer por nada mรกs.
Oyeron barritar a un elefante a pocas calles de allรญ.
Si el indio iba a hacer algo, serรญa esa noche avariciosa de desgracias. Tenรญa que advertir a John.
Hubo disparos en respuesta al barrito. Los vecinos se asomaban a las ventanas de sus casas y disparaban al paquidermo.
Lucrecia, tenemos que seguir, la apremiรณ Matthew. Aquรญ no estamos seguros. Lucreciaโฆ La niรฑa…
Ella acabรณ por asentir y se dejรณ llevar a casa, teniendo que confiar en que John se supiera defender.
La corriente de personas habรญa guiado a Dunbar y al shoshone hasta la entrada de la mina Bullion. Entre los curiosos congregados circulaban las noticias. La mina estaba probando un nuevo sistema de entiba. Consistรญa en una variante mรกs econรณmica del sistema en panal de abejas que tan buenos resultados habรญa dado a la hora de sustentar el inestable subsuelo de la ciudad, rico en arcilla y cuarzo fragmentado. El ingeniero creador de la variante habรญa bajado con sus ayudantes para hacer una prueba fuera de los turnos de laboreo. La bolsa de mineral donde estaban trabajando se habรญa hundido, y tambiรฉn parte de la galerรญa que llevaba hasta ella.
Hubo un vocerรญo y a continuaciรณn peticiones de silencio. Uno de los socios propietarios de la mina se habรญa subido a la plataforma de un carromato y aguardaba a que todos se callaran para empezar a hablar.
Eran tres las personas atrapadas: el ingeniero y dos ayudantes, informรณ. Seguรญan con vida, aunque el ingeniero estaba herido. Por el momento se desconocรญa la gravedad de las lesiones.
A continuaciรณn dijo el nombre del ingeniero y de los otros dos hombres.
Tuvo que esperar a que cesaran los comentarios antes de proseguir.
Ya se habรญa empezado a despejar la galerรญa de cascotes, dijo.
ยฟCรณmo saben que siguen vivos?, lo interrumpiรณ alguien.
El socio explicรณ que la galerรญa no se habรญa desplomado por completo. Quedaba libre un pasadizo a travรฉs del que habรญan conseguido comunicarse con los tres hombres. Aunque habรญa un problema, y era esa la razรณn por la que se dirigรญa a ellos. Como el equipo del ingeniero pensaba que la prueba no se prolongarรญa mucho tiempo, no habรญan llevado consigo agua, y las labores de desescombro podรญan durar unas cuantas horas.
El problema, amigos, continuรณ el socio propietario, es que el pasadizo es demasiado estrecho para que un adulto pase por รฉl, y es urgente llevar agua a esos hombres. Por este motivo, la mina Bullion ofrece una compensaciรณn de trescientos dรณlares a quien se preste a facilitarles auxilio.
ยฟQuรฉ quiere decir?, preguntรณ alguien. ยฟHabla de meterse en ese agujero a cambio de trescientos asquerosos dรณlares?
Tรบ puedes olvidarte de los trescientos dรณlares, asquerosos o no, dijo el socio propietario. No pasarรญas por el pasadizo.
Todas las miradas se volvieron hacia quien habรญa hablado para comprobar su talla. No era especialmente alto ni corpulento.
Quizรก un chino, dijo otro.
La propuesta fue recibida con aprobaciones, pero el socio propietario negรณ vehementemente y volviรณ a solicitar silencio.
Ni siquiera un chino pasarรญa por ahรญ, les asegurรณ. Al menos no un chino adulto. Yo habรญa pensado en un niรฑo. Vamos, ยฟalguno de vuestros hijos estรก dispuesto a ganar trescientos dรณlares? Para un niรฑo no supondrรญa ningรบn problema. Serรญa casi un juego. Entrar y salir. Y podemos subir la compensaciรณn a quinientos dรณlares, siempre que alguien se decida con rapidez y me traiga a un niรฑo.
Le llovieron insultos por proponer algo semejante. Ambos Lados del Rรญo tirรณ a John Dunbar de la manga.
Yo puedo.
ยฟQuรฉ dices?
Yo puedo.
Sรญ, รฉl puede, dijo alguien que lo habรญa oรญdo.
Tรบ a callar, dijo John Dunbar.
Pero la voz ya habรญa empezado a correr.
รl es perfecto.
ยกQue entre el indio del Basilisco!
Alguien hasta se atreviรณ a palpar al shoshone para comprobar si bajo la ropa estaba tan delgado como parecรญa. John Dunbar lo lanzรณ al suelo de un empujรณn.
Yo puedo, repitiรณ Ambos Lados del Rรญo.
ยฟQuรฉ sucede?, quiso saber el socio propietario. ยฟYa tenemos a un valiente? Que se adelante para que pueda verlo.
El shoshone caminรณ hacia la parte delantera del grupo, seguido por John Dunbar. Los demรกs les abrieron paso.
El socio propietario estudiรณ a Ambos Lados del Rรญo con una mirada mรกs propia de un tratante de caballos que del magnate minero de media categorรญa que era.
Es alto, dijo, pero tambiรฉn muy delgado. Yo dirรญa que sirve. Y estoy seguro de que puedes dar buen uso a quinientos dรณlares, ยฟno es asรญ, muchacho?
John Dunbar se opuso.
ยฟEs usted el tutor de este chico?, preguntรณ el socio propietario. ยฟPuede demostrar que lo es?
Dunbar tuvo que reconocer que no lo era.
ยกEntonces deja que baje!, gritรณ alguien al amparo de la multitud.
ยกSรญ! ยกQue baje el piel roja!
ยกEso es! Si no lo consigue, ya encontraremos a alguien mejor.
Hubo carcajadas y vรญtores.
Con las manos apoyadas en las caderas, el socio propietario le dijo a Dunbar: Me temo que รฉl decide.
Ambos Lados del Rรญo se volviรณ hacia John Dunbar y asintiรณ.
Como quieras. Y dirigiรฉndose al socio propietario: Pero yo bajo con รฉl.
El socio condujo al shoshone y a Dunbar a la bocamina. Provisto cada uno de un farol entraron en la jaula y bajaron al pozo. En la galerรญa que se habรญa hundido, seis hombres retiraban escombros. Dunbar preguntรณ por quรฉ no habรญa mรกs; a ese ritmo no terminarรญan nunca.
El capataz, cubierto de una capa de polvo gris en la que brillaban unos ojos inyectados en sangre, le respondiรณ que mรกs personas se estorbarรญan entre sรญ. Ademรกs, la labor de desescombro se tenรญa que realizar con un tiento extremo. Las prisas podรญan causar un nuevo derrumbe.
ยฟEs este?, preguntรณ seรฑalando al shoshone.
Lo mirรณ de la cabeza a los pies y suspirรณ.
Bueno. Probemos. Tomรณ al muchacho del brazo y lo guio al fondo de la galerรญa. Debes de necesitar mucho el dinero. Yo no entrarรญa ahรญ ni por todo el oro y la plata de esta ciudad.
ยฟSiguen vivos?, preguntรณ el socio propietario.
Al menos dos. El herido no responde. Puede que se haya desmayado. Los otros no lo saben. Y dirigiรฉndose a Dunbar: Han perdido las lรกmparas. Estรกn en la completa oscuridad.
Al pie de un talud de escombros y de mampuestas reducidas a astillas habรญa un agujero poco mayor que la entrada de una zorrera. El capataz se arrodillรณ, metiรณ la cabeza y gritรณ: ยกMuchachos, os mandamos luz y agua! ยกNo desesperรฉis!
Si hubo respuesta, ninguno de quienes estaban a su espalda pudo oรญrla.
ยฟTu indio entiende americano?, le preguntรณ acto seguido a Dunbar.
No es mi indio. Entiende perfectamente.
Sin mirarle a los ojos, el capataz explicรณ a Ambos Lados del Rรญo que le habรญan buscado la lรกmpara mรกs pequeรฑa que habรญa en la mina. Le atรณ una cuerda a la cintura. A rastras detrรกs de รฉl, atada al otro extremo de la cuerda, llevarรญa una bolsa de lona. El capataz metiรณ una cantimplora con agua.
ยฟY algo para curar al herido?, preguntรณ el socio propietario.
No sabemos quรฉ le pasa asรญ que tampoco sabemos quรฉ necesita. Pero seguro que esto les ayuda a todos, dijo, y metiรณ tambiรฉn una botella de whisky. Vamos, muchacho. Avanza despacio. No te apoyes en los cascotes de las paredes. Intenta no tocar nada. ยฟLo entiendes?
Ambos Lados del Rรญo asintiรณ, cogiรณ la lรกmpara y se introdujo en el agujero con una fluidez que dejรณ a todos pasmados.
Por Dios, dijo el capataz. Igual que una vรญbora entrando en una conejera.
Ha entrado, pensaba John Dunbar. Se abre paso por las entraรฑas de la tierra sin saber con quรฉ se va a encontrar, quizรก con la muerte. Es algo que yo he hecho y que tendrรญa que estar haciendo ahora, pero en mi lugar dejo que lo haga รฉl, el hijo de mi enemigo.
Y pensรณ tambiรฉn: ยฟEs esto lo que quiero, lo que en realidad he querido desde que volvรญ a tener noticia de รฉl: su desapariciรณn, verlo bajo tierra, pero sin yo involucrarme?
Se oyรณ un rumor รกspero, quejumbroso, creciente, y por instinto todos se apartaron del talud. El raquรญtico pasadizo exhalรณ una bocanada de polvo.
ยกSe ha venido abajo!, dijo el capataz.
ยฟAl piel roja le ha dado tiempo a pasar?, preguntรณ el socio propietario.
ยฟCรณmo voy a saberlo?, respondiรณ el capataz.
John Dunbar empezรณ a retirar cascotes con tanta ansia como si fuera su hija a quien tuviera que rescatar. Lanzaba las piedras hacia atrรกs sin fijarse en dรณnde caรญan.
ยกMรกs despacio!, le increpรณ el capataz mirando con temor el techo de la galerรญa.
Dunbar arrancรณ un zapapico clavado a una mampuesta y amenazรกndolos con รฉl dijo: A quรฉ esperรกis. Empezad a trabajar.
Retomรณ la labor ayudรกndose con la herramienta. Solo se detenรญa cuando el capataz le rogaba que le dejara examinar el espacio abierto. En esos casos, el ojo experto del capataz detectaba dรณnde el techo del nuevo pasadizo debรญa ser reforzado y se instalaba un puntal de madera, fabricado a toda prisa a golpe de hacha.
Horas despuรฉs, John Dunbar asestรณ otro golpe y el zapapico no encontrรณ resistencia. Al retirar la herramienta, se abriรณ una mirilla entre los escombros. Al otro lado habรญa luz. Llamรณ a gritos a Ambos Lados del Rรญo.
La voz del indio llegรณ por el agujero.
Estamos aquรญ, dijo sin inflexiรณn. Yo estoy bien.
Ignorando al socio propietario y a los demรกs, que se esforzaban por ver algo y le interrogaban sobre lo que sucedรญa, John ensanchรณ el agujero.
Penetrรณ en un hueco abovedado. El sistema de entibaciรณn probado por el ingeniero, aunque quizรก habรญa causado del hundimiento, tambiรฉn lo habรญa contenido en parte. La lรกmpara que el shoshone habรญa llevado consigo alumbraba con flojera el espacio. John Dunbar contemplรณ angustiado, aliviado, incrรฉdulo, admirado, y luego angustiado de nuevo, la composiciรณn casi pictรณrica de figuras allรญ dispuesta. En el centro, en lo alto de un montรณn de escombros, se encontraba sentado Ambos Lados del Rรญo, en cuyo regazo descansaba la cabeza de uno de los hombres, que yacรญa con los ojos cerrados. John sabrรญa despuรฉs que era el ingeniero.
Ambos Lados del Rรญo le abrazaba protectoramente con un brazo, mientras que su otra mano seguรญa aferrada a un zapapico. La cara y el pecho del shoshone estaban cubiertos de sangre.
En la breve ladera de escombros yacรญan los cuerpos de los otros dos. Ambos empuรฑaban asimismo zapapicos. Ambos habรญan visto impedido su intento de alcanzar la cima. Ambos tenรญan el crรกneo abierto.
El capataz y el socio propietario se colaron en el hueco y dedicaron apenas un vistazo horrorizado a la escena antes de excla- mar: ยกMaldito piel roja!
John Dunbar se interpuso entre ellos y Ambos Lados del Rรญo.
รl vive.
ยฟCรณmo?, preguntaron de nuevo al unรญsono el capataz, el socio propietario y esta vez tambiรฉn John Dunbar.
รl vive, repitiรณ Ambos Lados del Rรญo, seรฑalando al ingeniero.
Vivรญa, aunque apenas. El capataz y el socio propietario se lo arrancaron de los brazos y llamaron a los mineros para que los ayudaran a sacarlo. El socio propietario no se abstuvo de dirigir mientras tanto amenazas al shoshone.
No permitieron a Ambos Lados del Rรญo subir a la superficie junto con el ingeniero. Tuvo que esperar en la galerรญa mientras la jaula subรญa y volvรญa a bajar, y luego mientras volvรญa a subir, esta vez con los cadรกveres de los ayudantes, y bajaba de nuevo. John Dunbar se quedรณ con รฉl.
Hasta que pudieron salir al exterior sucedieron dos cosas. Ambos Lados del Rรญo le contรณ a Dunbar lo que habรญa pasado despuรฉs de que se viniera abajo el pasadizo. Cuando llegรณ a la cavidad, el ingeniero estaba tendido en un rincรณn. Varios cascotes le habรญan golpeado durante el hundimiento. Los dos ayudantes le arrebataron a Ambos Lados del Rรญo el agua y el whisky, negรกndose a compartirlos con el ingeniero, al que daban por muerto. Quiรฉn sabรญa cuรกnto tardarรญan en sacarlos de allรญ. Quรฉ sentido tenรญa desperdiciar agua, y ya no digamos whisky, con un moribundo.
Un rato despuรฉs, soliviantados por el alcohol y por la tardanza del rescate, a los ayudantes empezรณ a preocuparles quedarse sin aire. ยฟPor quรฉ el ingeniero, por cuya culpa estaban atrapados, no terminaba de morirse? Y el piel roja tambiรฉn les robaba el aire. A Ambos Lados del Rรญo no le habรญa quedado mรกs salida que defender al ingeniero y defenderse รฉl mismo.
Lo segundo que sucediรณ fue el fallecimiento del ingeniero.
Fuera, una muchedumbre acusรณ al shoshone de haber matado a los tres hombres. ยฟEl motivo? La maldad connatural de su raza, que ni siquiera hacรญa salvedades con la ciudad que tan generosamente lo habรญa acogido y que incluso estaba dispuesta a regalarle quinientos dรณlares. No tardaron en asomar voces pidiendo una soga. Lo colgarรญan allรญ mismo, del castillete sobre el pozo de la mina.
John Dunbar protegiรณ al shoshone. Quien le pusiera la mano encima a Ambos Lados del Rรญo se las verรญa con รฉl, atronรณ. El indio no habรญa hecho mรกs que prestar su ayuda e intentar salvar al ingeniero.
ยกEso tendrรก que demostrarlo!, exigiรณ el socio propietario.
John Dunbar estuvo de acuerdo, pero las explicaciones solo le serรญan dadas a la autoridad, aรฑadiรณ, y ordenรณ al socio propietario que trajera al alguacil.
ยฟEl alguacil?, dijo uno de los presentes. ยฟTe has olvidado de que hay tres elefantes salvajes destrozando la ciudad? El alguacil tiene demasiado trabajo como para venir a dar su merecido a un indio asqueroso. Para eso nos bastamos nosotros.
No, dijo John Dunbar. El indio declararรก ante el alguacil. Yo me asegurarรฉ de que lo haga. Tenรฉis mi palabra. Hasta que el alguacil estรฉ disponible, esperaremos en mi casa.
Vayamos con ellos, dijo alguien. Es el Basilisco, un asesino tan salvaje como ese indio. Puede ayudarlo a escapar.
John Dunbar no se detuvo a responder. Caminรณ junto a Ambos Lados del Rรญo hacia el barrio alto. Una columna de gente los siguiรณ.
Por el camino se encontraron con seรฑales del paso de los elefantes: un carro volcado, aceras hundidas, cercados rotos, dos indias paiutes disputรกndose la gualdrapa de uno de los animales โla de Zanzรญbarโ, en la que habรญa agujeros de bala. Los transeรบntes informaron al grupo de que los paquidermos seguรญan sueltos.
En el porche de la casa los esperaban Lucrecia y Matthew, a quienes se habรญa sumado Mary Ellen. Los tres contemplaron atemorizados a Ambos Lados del Rรญo cuando subiรณ las escaleras escoltado por John Dunbar. El shoshone no se habรญa limpiado la sangre, parte de la cual era suya. Habรญa recibido varios golpes en el trance de proteger al ingeniero.
Ocupaos de รฉl, les dijo John a las mujeres. Y a Lucrecia: ยฟLa niรฑa estรก bien?
Ella asintiรณ. Felicidad dormรญa.
Es mejor que entres y te quedes con ella, dijo John.
Sรญ, vamos adentro, intervino Mary Ellen con su resoluciรณn caracterรญstica. Tรบ cuida de la niรฑa. Yo me encargo del indio.
John Dunbar entrรณ con ellas, les explicรณ lo sucedido y volviรณ a salir al porche para montar guardia junto a Matthew. El grupo de gente no dejรณ de fijarse en que ahora Dunbar llevaba un revรณlver a la cintura.
El รกnimo bronco del grupo se habรญa aplacado en el trayecto. Perdido de vista el indio, la atenciรณn se volviรณ hacia lo que sucedรญa en la ciudad. Desde la casa de John y de Lucrecia se veรญa buena parte de Virginia City. Los barritos, los gritos y los disparos dejaban adivinar el recorrido de los elefantes. Mรกs personas se sumaron a los congregados. Contaron que pelotones de vecinos formaban barreras armadas para proteger una calle o un grupo de casas. Se habรญan producido enfrentamientos entre los vecinos y los trabajadores del circo, que trataban de impedir que dispararan a los elefantes.
Llegรณ asimismo la informaciรณn de que el ingeniero fallecido tenรญa mujer y tres hijos en San Francisco, y que en breve iba a traerlos a vivir con รฉl.
Las miradas apuntaron hacia un incendio brotado cerca de Gold Hill, y hubo cruces de opiniones acerca de lo que estaba ardiendo. Lucrecia saliรณ al porche con la niรฑa en brazos, atraรญda por las voces de alarma. El incendio se sofocรณ antes de que se propagara a otras construcciones. No habรญa noticias del alguacil. Varias personas echaron a caminar hacia sus casas, perdido el interรฉs por el shoshone, pero se detuvieron cuando dentro de la vivienda sonรณ un disparo.
Un instante despuรฉs saliรณ Mary Ellen y, como si, al matarlo, la imperturbabilidad del shoshone se hubiera transferido a ella, dijo haber dejado al indio solo un momento y que, cuando volviรณ a la habitaciรณn, lo sorprendiรณ en el acto de escapar por la ventana, y que el indio soltรณ la funda de almohada donde habรญa metido varios objetos robados y la atacรณ. Y dijo que, por suerte, ella nunca salรญa de casa sin llevar un pequeรฑo revรณlver en el bolso. Y dijo tambiรฉn que Virginia City ya era una ciudad lo bastante peligrosa de por sรญ como para ademรกs dar cobijo a pieles rojas asesinos y ladrones. ~
(Ribadesella, 1972) es ingeniero de minas y licenciado en Filologรญa Inglesa. Es autor de mรกs de 15 libros, incluyendo novelas y recopilaciones de cuentos. Su libro mรกs reciente es Matamonstruos (Impedimenta, 2024).