"Polícrates encuentra su anillo en un pescado" (detalle), autor anónimo, siglo XVII.

Maestra de la vida

En relatos inverosímiles como los contados por Heródoto habla con más fuerza la historia –“maestra de la vida”, según Cicerón– que en muchas “historias verdaderas”.
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Algunas de las historias más fascinantes que cuenta Heródoto se acercan a lo inverosímil. Muchas son cuestionadas o tomadas por falsas por otros historiadores o incluso por él mismo. Como ejemplo tenemos una versión sobre el regreso de Jerjes a su tierra luego de que los griegos triunfan en Salamina. Cuando termina el relato, el propio Heródoto escribe que “para mí resulta absolutamente inverosímil”.

La anécdota es esta: A Jerjes lo sorprende una tormenta cuando cruza el Helesponto en una embarcación fenicia. “La tempestad iba empeorando y la nave se hallaba sobrecargada por la presencia en cubierta de muchos persas”. Ante la angustia de Jerjes, el piloto le dice que la única forma de que no se hunda la nave es “desembarazarnos de estos pasajeros, que son demasiados”. Entonces Jerjes se dirige a esos pasajeros y les solicita “devoción por su rey”. Los persas le hacen una reverencia y se arrojan al mar.

Entonces relata Heródoto: “Jerjes hizo lo siguiente: por haber salvado la vida del rey, obsequió al piloto con una corona de oro; pero, por haber causado la muerte de numerosos persas, hizo que le cortaran la cabeza”.

A Heródoto le parece inverosímil esta versión porque, según él, Jerjes habría querido salvar a esos persas y en cambio arrojar al mar a un buen número de remeros, que eran fenicios. Concluye diciendo que lo cierto es que Jerjes regresó a Asia por una ruta terrestre.

Con esta conclusión nos acerca a la verdad, aunque tal verdad sea sosa. Ninguna emoción se despierta al decir “Jerjes regresó por tierra”. En cambio la tormenta marítima, la obediencia de los persas, verlos saltar al mar, el piloto coronado y luego decapitado, arman bonitas vibraciones en la cabeza y preguntas para la razón. Sócrates, que tantos cuestionamientos hizo sobre la justicia, habría de dar su opinión sobre el premio y castigo que se ganó el piloto. ¿Por qué primero lo premió y luego lo castigó, y no al revés? Si primero vino la falta y luego el mérito, entonces debió decapitarlo y luego coronar esa cabeza.

Cicerón escribe que la historia es “testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, heraldo del pasado”.

Cervantes le hace eco al escribir que la historia es madre de la verdad, así como “émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”. Más adelante, don Quijote, iracundo por los embustes que se cuentan sobre él, dice que “los historiadores que de mentiras se valen habían de ser quemados, como los que hacen moneda falsa”. No sé si la historia sea madre de la verdad o viceversa.

Sí resulta curioso que pese a la veracidad que debe entrañar la historia, haya tantos títulos de libros que se refieran a la “verdadera historia” o a la “historia verdadera”.

De los epítetos ciceronianos, el que ha tenido más eco es “maestra de la vida”. Así es que volvamos a una historia de Heródoto, la de Polícrates y su anillo.

El tal Polícrates era un rey al que todo le salía bien. El sabio Amasis le sugiere que se provoque a sí mismo una gran tristeza, porque no existe alguien que “pese a triunfar en todo, a la postre no haya acabado desgraciadamente sus días, víctima de una radical desdicha”. El objeto que más amaba Polícrates era su anillo. Así es que se embarcó y “al encontrarse lo suficientemente alejado de la isla, se quitó el anillo y lo arrojó al mar a la vista de todos los que con él iban en la nave. Hecho lo cual, mandó virar en redondo y, al llegar a su palacio, dio rienda suelta a su tristeza”.

Vino a suceder que cuatro o cinco días después se presenta ante él un pescador: “Majestad, yo he cogido este pez y, aunque soy un hombre que vive del trabajo de sus manos, no he creído oportuno llevarlo al mercado; al contrario, me ha parecido que era digno de ti y de tu posición. Por eso te lo traigo como un presente”. Los cocineros hallan el anillo de marras en el vientre del pescado y se lo entregan a Polícrates. Dado que la vida provoca equilibrios, tanta buena fortuna no significaba sino que a Polícrates le vendría una magna desgracia.

En efecto, el venturoso Polícrates habría de encontrar una espantosa muerte en manos de Oretes, tal vez desollado. Así lo cuenta Heródoto: “Oretes lo hizo matar de un modo que, en conciencia, no puede ni contarse, y luego mandó crucificarlo”. Sus últimas palabras sobre el crucificado son más oníricas: “Era lavado por Zeus cada vez que llovía, y asimismo era ungido por el Sol, al dejar escapar los humores de su cuerpo”.

Hay muchos toques de leyenda en esta narración. Que el anillo llegue al vientre de un pez, que ese pez sea pescado a los pocos días, que el pescador decida precisamente ir a regalárselo al rey, que… Y sin embargo, en este y otros inverosímiles relatos habla con más fuerza la “maestra de la vida”, que en mucha “historia verdadera”. ~

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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