Fuente: Pixnio

Dos cartas a Antonio Caso

Alfonso Reyes y Martรญn Luis Guzmรกn, ambos fuera de Mรฉxico, en plena Revoluciรณn, le escriben a Antonio Caso.
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Memoria y olvido 

Madrid, 14 de abril 1919. 

Monstruo de ingratitud, el menos Antonio de los Antonios: De esta vez no se escapa Ud. Al fin he dado con una direcciรณn que me parece segura. De รฉsta lo atrapo. En vano ha sido que le dirija saludos y recriminaciones por mil conductos. Ud. siempre mudo, como si quisiera cerrar para siempre el recuerdo de nuestra vida comรบn, de que por lo visto no le queda a Ud. ya ni el gusto.

Muchas, infinitas veces me he preguntado cรณmo podrรญa Ud. tolerar la vida sin comunicarse conmigo. Hubo aรฑos enteros en que lo soรฑaba yo a Ud. todas las noches. Despuรฉs la ingratitud de Ud. produjo su efecto: he acabado por no soรฑar con Ud., aunque en mis vigilias sigo recordรกndolo como a una parte preciosa de mรญ mismo, de la que a mi vez yo formo parte.

Ni siquiera se ha preocupado Ud. de enviarme sus libros, con excepciรณn de aquel cuyo recibo le acusรฉ a Ud. desde la cama, donde me tuvo preso dos meses la fiebre tifoidea mรกs madrileรฑa que se ha visto: Filรณsofos y doctrinas morales. Los demรกs sรณlo los conozco de referencia. Apenas tengo una vaga sospecha de que Ud. haya recibido mis pobres publicaciones, y especialmente El suicida, adonde creo que puede Ud. haber encontrado algo que le ataรฑe. Y no acabo de comprender cรณmo ha podido Ud., aun en medio de las aprobaciones de todos โ€”que Ud. tanto y tanto mereceโ€”, haberse pasado de una seรฑalada entre mil para su inteligencia y para su corazรณn: la aprobaciรณn, el aplauso de su amigo Alfonso.

ยฟSe ha olvidado Ud. de las noches de Santa Marรญa, se ha olvidado Ud. del interรฉs con que contemplaba Ud. aquella crisรกlida de pasiรณn y de mรบsica, que hoy ha resultado al fin, por los estragos del tiempo, feรญsimo y negro murciรฉlago perdido en una noche de tempestad? Lo sรฉ: vale menos mi realizaciรณn cojimanca de hoy que mis dos poderosas alas de esperanza de ayer. Pero no lo creo a Ud. tan inferior que sรณlo me escoja, o me rechace, con la cabeza.

Sรฉ que ha habido instantes en que se sentรญa Ud. muy solo. Sรฉ que despuรฉs, el calor de nuestra antigua intimidad ha venido a quedar sustituido por toda una atmรณsfera de acatamiento y aplauso, que no sรฉ realmente si serรก preferible a nuestras inquietudes filosรณficas de aquellas medias noches dedicadas al Genio. Yo, entre tanto, he viajado como Simbad, o como Eneas. A veces tomando por isla el dorso de una ballena dormida. No he logrado salvar mรกs que la vida de mi mujer y mi hijo, y la integridad de mi alma. Pero mi pobre pluma antes inviolada ha tenido que ponerse continuamente al servicio de majaderรญas periodรญsticas. Me he visto rodeado de obstรกculos, he tenido que aprender a vivir de prรญncipe destronado y ยกcuesta tanto!, ยกduele tanto! He sufrido mucho. He contraรญdo eternos dolores. Ya estoy algo triste hasta la muerte.

ร‰sta es la รบltima carta que le dirijo a Ud. espontรกneamente. Espero su respuesta. La esperarรฉ toda la vida. Nunca la recibirรฉ, y me dirรฉ a la hora de morir: “Si me llega la carta de Antonio, que me la manden al Cielo”.

Donde espero que nos volvamos a ver. Ofrezca Ud. mis respetos a su seรฑora. Dรญgame cuรกntos hijos tienen. Mรกndeme su retrato. En fin, pรณrtese Ud. como un amigo mediano, ya que no quiere Ud. volver por sus fueros de amigo mejor.

     Siempre lo es suyo,โ€” Alfonso Reyes
      

A bordo del Espagne

10 de febrero de 1916.

Mi querido Antonio: Le escribo a Ud. desde mitad del ocรฉano; hace cuatro dรญas que salรญ de Burdeos y cuatro faltan para que llegue a Nueva York. Llevo ya tiempo de andar en el mar, perdido, sin rumbo y sin objeto, como los personajes del Persiles y Segismunda. Burdeos, naturalmente, es una ciudad admirable: admirable por su trazo, por su aspecto, por sus edificios, por su comercio, por su vida. Es ciudad para morar en ella. Su regularidad siglo xviii le da no sรฉ quรฉ vaga semejanza con Mรฉxico; tiene momentos y rincones que podrรญamos llamar nuestros. Abunda, sin embargo, en arquitectura de los siglos medios: gรณtico del xiv, del xiii y aun del xii. El distrito de la Catedral y el Ayuntamiento es bellรญsimo; la pequeรฑa Plaza de la Balsa, de una elegancia plรกcida; el Gran Teatro, รบnico; los paseos, las calles, los jardines, inolvidables. Nada digo de los muelles porque exceden toda comparaciรณn: son cuatro o cinco kilรณmetros de ancho malecรณn cubierto de toneles morenos, claros, rojos, azules; de toneles de madera, de hierro; de toneles grandes, de toneles chicos: un verdadero rรญo de vino saludable y delicioso, un rรญo de Bordeaux legรญtimo, comparable sรณlo โ€”por su abundancia y su riquezaโ€” al majestuoso Garona, que no pasa por el puerto mรกs que para regocijarse llevando en sus espaldas el perfumado lรญquido. (Conste que soy ahora tan sobrio como antes.) Lo que mรกs agrada en esta ciudad encantadora (a los ojos de un mexicano al menos) es lo oculto de la mano polรญtica; en ella todo parece hijo del comercio โ€”amo y criado de sรญ mismo, que a sรญ mismo enseรฑa y de sรญ mismo aprendeโ€”…

Pero ยฟa quรฉ tanto Burdeos? Preguntarรก Ud. Yo tambiรฉn me lo pregunto. Sรฉ que ha publicado usted libros. Porrรบa, a lo que entiendo, estuvo en Madrid y dejรณ un ejemplar de los Problemas filosรณficos (ยฟasรญ se llama?) en manos de Francisco A. de Icaza, marrullero y egoรญsta segรบn sus aรฑos, y a quien primero se le saca una muela (creo que no le queda ninguna) que un libro de autor mexicano. Sรฉ que despuรฉs de este libro ha salido otro, cuyo nombre ignoro; sรฉ que hay allรญ cierto artรญculo magistral sobre la polรญtica, o sus aledaรฑos, o cosas afines… ยฟPor quรฉ demonios se olvida usted asรญ de sus amigos? ยกYo adivinando lo que ha escrito Antonio Caso!

Pepe publicarรก pronto su Pitรกgoras en la Habana. ยกMe escuece tal curiosidad por conocer a este Pitรกgoras vasconcรฉlico! Creo que de todos nuestros amigos es el mรกs desconcertante y extraordinario. Alguna vez me decรญa usted de รฉl que era “la cabeza mรกs poderosa de todos nosotros”. Alfonso pone la corona sobre la frente de Pedro, movido por el cariรฑo, por la modestia y por un tantico de mala fe: bien sรฉ yo que si Alfonso pudiera ser sincero se coronarรญa a sรญ mismo, y como yo, lo sabe usted. Volviendo a Pepe: la verdad es que no se tiene medida para fijar de antemano el alcance ni la curva de su esfuerzo. Todo cuanto puede decirse es que en cualquier obra que intente serรก siempre personalรญsimo, absolutamente original a veces, y matizado de inexplicables desigualdades; podrรก aรฑadirse a esto que, asรญ en los buenos como en los malos momentos, sus ideas y la forma de expresarlas se producirรกn con una fรกcil espontaneidad, como si en รฉl tuvieran todo su origen. La cualidad primera de su espรญritu me parece ser el pensar las cosas de nuevo; a diferencia del resto de mis amigos que caminan preocupados eternamente con la preciosa mochila que llevan a la espalda, repleta de pensamiento helรฉnico, medieval, renaciente, moderno, contemporรกneo. ยฟComienza a verse claro que me equivoco? Ayรบdeme usted, por Dios, que por lo menos ya tengo a Pedro en mi contra. Cierto que si a Pepe le falta la mochila, no serรก porque รฉl la haya arrojado al camino; y en tal caso bastarรญa con incluirlo en la regla general de los grandes ignorantes (ยฟquiรฉnes fueron?) para explicarlo en parte.

En cuanto a Alfonso, mรกs de un libro suyo habrรญa salido ya de la imprenta si la peseta espaรฑola sufriera menos ahogo. En Espaรฑa no hay dinero para nada ni nada es capaz de darlo. A Icaza le pagan cinco duros por sus artรญculos de periรณdico, cuando bien le va. Y eso que, segรบn su expresiรณn, “รฉl es una firma para los diarios espaรฑoles”. Durante cuatro meses he escrito yo en el mejor semanario madrileรฑo, y pese a los honrados deseos de su dueรฑo y de Diez Canedo no he logrado un centรฉsimo, tratรกndose de una secciรณn fija, celebrada por el pรบblico y creada de toutes pieces, en el asunto, en el procedimiento y en la forma por mรญ (y por Alfonso). El literato pobre vive en Madrid de sablista y tramposo (Villaespesa y una legiรณn), o con un centรณn econรณmico de sueldos, sueldecito y chamba (mi buen Diez Canedo), o de verdulero o panadero (Pรญo Baroja), o de caridad (Pรฉrez Galdรณs). La industria, la gran industria de las letras que permite vivir con holgura a los mediocres y a los buenos, no se conoce en Espaรฑa. En Francia, a un paso de la frontera, tropieza uno a cada paso con gentes que leen libros; en las estaciones mรกs miserables de ferrocarril hay libros; los niรฑos compran libros, los ancianos compran libros; el libro estรก de tal modo en el ambiente que uno recibe la impresiรณn de que aun los falderillos de las damas gustan de los libros para sus actos menos limpios.

Acevedo hace siempre la vida estremecedora que le es peculiar: lee a Juan Crisรณstomo, aprende la guitarra, oye conciertos de Beethoven y Wagner, va a los cafรฉs donde se canta flamenco, conoce a maravilla los barrios bajos de Madrid, se sabe de caso el Museo del Prado y el Rastro, prepara un curso de arquitectura espaรฑola, es maestro en el arte y la historia del toreo… Vive dibujando para un mal arquitecto, y ha escrito varios artรญculos y ensayos, entre ellos uno notabilรญsimo de reconstrucciรณn histรณricoโ€”imaginativa donde pinta a la nao entrando en Acapulco, al son de los rumores tropicales y los disparos de los bombardeos del fuerte de Santa Marรญa de los Clarines. Pronto le nacerรก un hijo.

En cuanto a mรญ, mรกs vale no hablar de mรญ. Segรบn me vaya en Nueva York, le dirรฉ a Ud. mucho o poco. Viajo rodeado de un gran sรฉquito, como un Rajado: son mis hijos, mi hermano, mi mujer… Lo que sea de mรญ no me importa, por lo menos en este instante en que dejo de escribirle, para salir sobre cubierta y absorberme en la contemplaciรณn de esa vida rara que cobra el mar cuando hay bruma.

Hasta la vista โ€” Martรญn [Luis Guzmรกn]

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