Hace unos días subía caminando por una calle curva y estrecha. En la acera de enfrente había una parada en la que varios viajeros se bajaban de un autobús. Detrás, impaciente, asomaba el morro un autobús de otra línea que no hacía parada ahí, que había intentado adelantar a su compañero detenido pero que no había cabido y tenía que esperar. Los vehículos estaban colocados de tal modo que sugerían actitudes mamíferas (impaciencia en ese caso, y diría que una cierta delectación por parte del autobús de delante). A que yo fuese capaz de atribuirles a los autobuses actitudes y pasiones como las nuestras contribuyó sin duda el hecho de que llevase varios días leyendo Ciento un autobuses de Madrid, un libro muy particular recién publicado por Abada en el que Carlos Alberdi lleva la cuenta exhaustiva de las líneas que dependen de la Empresa Municipal de Transportes.
El libro tiene quinientas páginas: a cada línea de autobús el autor le dedica una media de cinco, en las que sigue la misma estructura. Se sube al autobús desde la cabecera y recorre todo el trayecto hasta el final, y allí donde se presenta un hito que le sugiere un recuerdo, un comentario, una asociación, se detiene a explicarlos brevemente, antes de que el autobús siga su alegre camino. La densa familiaridad con la ciudad de Madrid necesaria para escribir un libro como este no le supone a Alberdi un obstáculo para plantarse con ojos nuevos delante de cada cosa, de cada monumento o de cada nombre de calle. De esta manera desenvuelve ante el lector-viajero lo que de costumbre nos llega en forma amalgamada, todo el abanico de estímulos sensoriales, evocativos, intelectuales, que conforman la experiencia de habitar y recorrer una ciudad (y de vivir). El efecto es que la ciudad nos parece nueva, toda una aventura.
De entre lo más fascinante del libro está el hecho de que no discrimina en categorías estancas todo lo que puede percibirse: así queda clara la conexión entre todas las cosas. Una confluencia de calles se transforma en un diálogo entre dos personajes históricos, y la presencia de los edificios da cuenta de los diversos estilos de la elocuencia. La ciudad se revela como un mecanismo de superposición y convivencia de distintas épocas no solo en lo arquitectónico. Es difícil elegir algunos ejemplos, porque todas las páginas tienen destellos, pero vamos a ver, entre las ironías del autor, su sensibilidad para apreciar los giros raros y la pericia conductora a los que a veces obliga el trazado de las calles y sus recuerdos de infancia o juventud, qué encontramos.
“[…] el 23 sale por Antonio López para recorrerla casi en su totalidad. En la esquina de los dos marqueses, Vadillo y Comillas, un colegio de ladrillo dedicado a Concepción Arenal nos recuerda que hay que odiar el delito y compadecer al delincuente, versión antigua del personaje que ha renovado Anna Caballé con su biografía, donde la distingue como pensadora adelantada a su tiempo.” “Un poco más allá su trayecto lleva al 10 a transitar las calles Buenos Aires, Neruda y Alberti que componen una más que curiosa trilogía porque los dos poetas tuvieron una intensa relación con la ciudad. No es descabellado pensar que Buenos Aires les aportó algo del descaro que necesitaron para transitar por el olimpo intelectual de la guerra fría sin salir seriamente dañados.” “El 15 arranca en Sevilla y gira en Canalejas para tomar la carrera de San Jerónimo. José Canalejas era de Ferrol y gobernó solo dos años porque le pegaron un tiro en la Puerta del Sol, mientras se entretenía mirando el escaparate de una librería. Eran otros tiempos.” “En ese giro último [del 43], el pasajero atento descubrirá los Saneamientos Pereda. Se anuncian con grandes letreros y esconden el antiguo cine Europa, que diseñó Gutiérrez Soto antes de la guerra. La ciudad tiene sus estratos y hay una arqueología urbana que, desde la placidez del autobús, es un trávelin de uno mismo.”
Con el pretexto de los autobuses el autor ha compuesto un plano multidimensional, un plano pop-up, de la ciudad de Madrid y de todas las cosas que nos pueden pasar en todas las ciudades del mundo, pero aunque se puede escribir de todo a partir de cualquier cosa en la que nos fijemos, ahora me digo que es injusto en este caso llamar “pretexto” a esos autobuses por los que en estas páginas se trasluce un entusiasmo de lo más concreto, y que llegan a parecer seres vivos que animan secreta y discretamente al resto de los habitantes.
Como el autor es apasionado, entretenido y sutilmente irónico y las cosas que sabe las hila muy bien, esta guía de autobuses que lo convierte en un curioso cronista de la ciudad la disfrutará cualquiera, aunque no viva en Madrid. Transmite unas enormes ganas de salir a la calle, a ver qué es lo que hay. Por supuesto para los lectores y usuarios de autobuses madrileños tendrá un encanto especial buscar sus líneas habituales o las que han sido determinantes en su vida, en busca del recuerdo compartido o del rincón en el que no sabemos si alguien más se fija. En este libro que a veces se lee como una novela, Carlos Alberdi confiesa cuál era su autobús, el primero que cogió sin ir acompañado de sus padres: “[…] la parada del 29 en Pío XII daba a un descampado en el que los domingos se jugaban partidos de fútbol, a pesar de lo desnivelado del terreno, y en el que, a Mejías y a mí, nos gustaba explotar petardos, que comprábamos en Braulio a la salida del colegio. Un ir y venir diario, con nuestra cartera cargada de libros y esa media hora de autobús, que se nos pasaba en un suspiro solo con atender a la gente y a lo que sucedía en el paisaje que atravesábamos.”
Ciento un autobuses de Madrid
Carlos Alberdi
Abada Editores, 2021
550 páginas
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).