El presidente Gabriel Boric, respetuoso de la democracia aunque demasiado apegado al pasado de la izquierda de la segunda mitad del siglo pasado (hippies y Mayo francรฉs incluidos), reivindicรณ en su primer discurso a Salvador Allende, el legendario gobernante de la Unidad Popular, luego de saberse ganador de las elecciones. La ocurrencia no pasarรญa a mayores; las derrotas polรญticas sucesivas de su administraciรณn han dejado claro que la mayorรญa de los chilenos no estรกn pensando en el pasado sino en el presente y el futuro.
Amante de las victorias simbรณlicas a falta de grandes รฉxitos econรณmicos y sociales, defecto que comparte con las izquierdas actuales, Boric le ha dado una enorme relevancia a la conmemoraciรณn del medio siglo del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. A despecho de las intenciones que lo llevaron al poder y de sus crรญticas a los gobiernos de Nicaragua y Venezuela, el joven lรญder ha sido el catalizador de una derecha mรกs conservadora que la representada por el denostado Sebastiรกn Piรฑera.
Pareciera, en todo caso, que la institucionalidad chilena se impone y no hay interรฉs en repetir una dictadura militar: asรญ como Boric no es Allende o Fidel Castro, Josรฉ Antonio Kast no es Pinochet, ni siquiera Jair Bolsonaro. Lamentablemente la divisiรณn de la sociedad chilena persiste, como prueba el reciente caso de la condena de los asesinos del cantautor Vรญctor Jara, asรญ como las polรฉmicas en torno a lo ocurrido dรฉcadas atrรกs.
El caso chileno ha sido emblemรกtico para sucesivas generaciones de escritores, intelectuales y profesores universitarios del continente, representativos de posiciones de izquierda, desde las mรกs democrรกticas hasta las mรกs recalcitrantes. Salvador Allende significaba el socialismo democrรกtico y pacรญfico, mientras Augusto Pinochet encarnaba los horrores de las dictaduras militares clรกsicas, respaldadas por Estados Unidos. Si Allende hubiese continuado gobernando, Chile serรญa ejemplo de justicia social y democracia, la Unidad Popular ganarรญa las elecciones sucesivamente โdado su persuasivo รฉxitoโ y la mayorรญa de la sociedad aceptarรญa gustosa su hegemonรญa.
Desde la perspectiva contraria, popular entre los muy numerosos partidarios del orden dentro y fuera de Chile, Augusto Pinochet logrรณ la estabilidad luego del caos provocado por la pรฉsima gestiรณn econรณmica de Allende, rodeado de ultraizquierdistas que iban a entregar el paรญs a la Uniรณn Soviรฉtica, visitada por el entonces presidente en busca de apoyo, y a Cuba, cuyo lรญder Fidel Castro pasรณ una temporada excesivamente larga en el paรญs austral. El estalinismo a la chilena condenarรญa a muerte, tortura o exilio, en la senda china y soviรฉtica, a quienes se opusieran a los designios de una izquierda comunista enemiga de la verdadera religiรณn y de los fundamentos de la tradiciรณn. Si no fuera por Pinochet, Chile serรญa Cuba, Venezuela o Nicaragua.
Crecรญ oyendo ambas versiones extremas y otras mรกs matizadas de demรณcratas liberales que condenaban la dictadura sin dejar de seรฑalar los errores de Allende. Me inclinรฉ hacia la postura de izquierda, como tanta gente de mi generaciรณn universitaria. Leรญ cuando se publicaron las novelas La casa de los espรญritus y De amor y de sombra, de Isabel Allende; tambiรฉn Los convidados de piedra, de Jorge Edwards, cuya visiรณn del Chile antes del golpe no coincidรญa punto por punto con los textos de ficciรณn de su connacional, partidaria del gobierno de la Unidad Popular.
La dictadura de Pinochet en los aรฑos ochenta se considerรณ el epรญtome de la crueldad militarista con justa razรณn; eso sรญ, Chile resolviรณ (a diferencia de las dictaduras argentina, uruguaya y brasileรฑa) los problemas econรณmicos y la inflaciรณn que asolaba a otros paรญses de la regiรณn. Para los tiempos del plebiscito, 1988, las cifras indican aciertos en estas materias; de tal suerte que mรกs de 40% de los chilenos respaldรณ a Pinochet, un duro golpe a pesar de que los adversarios del dictador se llevaron casi el 56% de los sufragios. El 44% por ciento de los chilenos no podรญan ser de la burguesรญa lacaya y de las clases medias imitadoras de los yanquis; por lo tanto, parte de los pobres tambiรฉn votaron por Pinochet, bastante popular despuรฉs de diecisiete aรฑos en el poder. Para quienes no toleramos las dictaduras de ningรบn signo, los errores de Allende no justificaban los asesinatos y torturas; para los valedores de Pinochet, los derechos humanos y la voluntad popular no constituรญan el punto de honor, sino la estabilidad y el orden posterior a la candente etapa allendista.
Tocaba matizar. Habรญa violadores de derechos humanos en nombre del orden y la estabilidad y destructores de la economรญa y de las instituciones en nombre de la justicia social. Autoritarios para los que la democracia y el pluralismo no eran lo mรกs importante. El infierno estรก lleno de buenas intenciones de izquierda y de derecha; la democracia liberal no es la principal preocupaciรณn de las mayorรญas, ni en Chile ni en ninguna otra parte, excepto cuando pueden revocar al mandatario que no cumple con sus expectativas respecto a seguridad econรณmica y personal.
La alternabilidad constituyรณ una enorme ganancia de la experiencia chilena, pero en la medida en que el tiempo pasรณ, las demandas crecieron. La socialdemocracia fue calificada de traidora del pueblo y la centroderecha de fascista: de aquellas protestas estudiantiles del aรฑo 2005 saliรณ el actual presidente de Chile. Hace unos dรญas, todos los expresidentes de Chile, independientemente de su filiaciรณn ideolรณgica, firmaron un documento en el que rechazan frontalmente la salida dictatorial. Bien por los chilenos, que dan una gran lecciรณn a los amantes del autoritarismo.
Otras lecturas se sumaron a mi biografรญa a lo largo de los aรฑos: desde el universo degradado de Diamela Eltit en cualquiera de sus novelas, recuerdo especialmente la retadora Lumpรฉrica, hasta las entretenidas novelas de Antonio Skรกrmeta, por ejemplo, La chica del trombรณn, una oda al Chile de Allende y a las esperanzas que despertรณ. Desde una perspectiva polรญtica mรกs racional, las memorias de Jorge Edwards seรฑalan la accidentada historia de una izquierda chilena cuyas debilidades antiliberales incluรญan la franca alianza con la impresentable Cuba de Fidel Castro, tal como seรฑala en Persona non grata. Roberto Ampuero, en la novela El รบltimo tango de Salvador Allende, conjuga intereses y puntos de vista diversos que no exculpan a los responsables del golpe ni niegan el caos y el sectarismo del gobierno de Allende, a cuyo favor hay que decir que no cayรณ en la tentaciรณn de violar masivamente los derechos humanos al estilo del sandinismo, del castrismo, de la Revoluciรณn Bolivariana o de quien se convertirรญa en su verdugo, el ya mencionado Augusto Pinochet.
Las sociedades divididas por la polรญtica quedan heridas por mucho mรกs tiempo de lo que podrรญa imaginarse, toda vez que, a pesar de que pasan las generaciones, los mitos, esos tercos relatos que una vez instalados son tan difรญciles de desalojar, persisten. El pasado secuestra al presente porque el miedo es el mejor lubricante de la memoria. Miedo y mito se retroalimentan, se refuerzan como narrativas que cohesionan a los ciudadanos mutados en creyentes, debidamente entrenados por la familia, el entorno social, los medios, la universidad o el mundo intelectual. Gabriel Boric y su principal adversario, Josรฉ Antonio Katz, pueden apostar por la convivencia democrรกtica o encerrarse en los mitos de la guerra frรญa en versiรณn sudamericana. Solo el tiempo dirรก. ~
Escritora y profesora universitaria venezolana. Su รบltimo libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de Mรฉxico.