El puerto de Jaffa a principios del siglo XX.

Migración palestina en México

A lo largo de la historia, numerosas migraciones se han asentado y fructificado en México. La palestina es una de ellas, y Gabriel Zaid es uno de sus hijos.
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Ahora que la migración ha vuelto a ocupar los titulares (por malas razones: cientos de miles de mexicanos, quizá millones, podrían ser deportados de los Estados Unidos en los próximos meses), me parece un buen momento para hacer un mínimo homenaje a las distintas poblaciones migrantes que nos han enriquecido con su trabajo, con su cultura. Las diversas olas migratorias –japonesas, argentinas, libanesas, polacas, italianas, chinas, españolas, chilenas, judías y palestinas– que han arribado a México y aquí se han asentado nos han vuelto más tolerantes, mas abiertos para entender las muchas otredades que pueblan este mundo.

Así como para nuestros connacionales no ha sido fácil abrirse paso en el país del norte, para los migrantes de diversas latitudes que han llegado a nuestro país, adaptarse a nuestros climas, a nuestra lengua, nuestra comida y nuestras costumbres ha sido una tarea ardua cumplida con tesón y con amor hacia su tierra de adopción.

Ninguna migración es sencilla. Se deja atrás la tierra natal, la familia, los amigos. Se deja atrás lo más querido. Se llega a un lugar desconocido donde todo, al principio, es ajeno. Cuánto debe pesar la nostalgia. Cuánto deben doler en los primeros tiempos el rechazo, las burlas por no hablar bien el idioma. Cuántos sacrificios deben hacerse para ganarse un sitio en la tierra nueva. Trabajo, ahorro, esfuerzo, sacrificio.

Para los creyentes, todos somos exiliados del paraíso, obligados al trabajo forzoso para ganarse el pan con el sudor de la frente. Para los no creyentes, salimos de África, migramos por el mundo buscando un lugar mejor para vivir. Se migra por necesidad extrema. Migrar es la gran aventura humana. Se deja lo conocido para arrojarse a un futuro incierto. Hay migraciones desastrosas y migraciones milagrosas. Semillas de otros lares que aquí florecen y dan fruto. Voy a referirme a una de ella –la migración palestina en México– para hablar de uno de sus hijos: Gabriel Zaid Giacoman.

Filastin

El origen de la población palestina es semítico-árabe, proveniente de la península arábiga. Una población predominantemente cristiana (adscrita a la Iglesia bizantina) que luego de la conquista árabe se hizo casi en su totalidad musulmana, aunque siempre pervivió en ella una minoría cristiana. El nombre árabe de Palestina es Filastin. Los primeros relatos nos hablan de tierras fértiles de gran hermosura, tierra imantada por las grandes religiones monoteístas de Occidente: judíos, musulmanes y cristianos. En 1517 pasó a formar parte del Imperio otomano. Pese a la ocupación turca, el lenguaje, las costumbres y la cultura siguieron siendo árabes. Si algo caracterizó al Imperio otomano fue su extraordinaria tolerancia religiosa. Entre los distintos pueblos que lo conformaban existía la igualdad de derechos, reafirmada por la Constitución turca de 1876.  

A finales del siglo XIX una nueva ley obligaba el servicio militar a todos los pueblos, incluidos los cristianos, que hasta entonces habían estado fuera de ese servicio. A comienzos del siglo XX poblaban esa región aproximadamente 600 mil personas. Hacia 1918 ya eran 700 mil: 73% musulmanes, 17% judíos y 9% cristianos. Debo estos datos y los que siguen al libro de Henry Cattan, Palestinos, los árabes e Israel, México, Siglo XXI.

En las primeras décadas del siglo XX la región palestina, con la desaparición del Imperio otomano a resultados de la Primera guerra mundial, entró en una grave crisis económica provocada principalmente por dos factores: el primero, “el paso de la agricultura de subsistencia a la agricultura comercial, lo que ocasionó la desintegración de la propiedad colectiva de las tierras aldeanas y la consecuente centralización de las mismas, al igual que el empobrecimiento del campesino, el fellah”. El segundo fue la llegada masiva de ropa y telas provenientes de Inglaterra, dado que la región palestina había quedado bajo la protección inglesa. Palestina era un importante centro textil que se vino abajo con la llegada de ropa más barata y con nuevos diseños. La mayor parte de la población palestina vivía de la agricultura y el comercio.

La región comenzó a agitarse. Surgió entonces el nacionalismo árabe que primero había sido antiturco y luego pasó a ser antieuropeo. Eran constantes las revueltas, las confrontaciones sin fin entre cristianos y musulmanes.

En este contexto de agitación política y de crisis económica inició la gran migración árabe. En la región palestina los primeros y más numerosos grupos que comenzaron el éxodo fueron los cristianos, una población más educada y cosmopolita que la población musulmana. (Los ingleses habían abierto varias escuelas de buen nivel para cristianos.) “Entre 1860 y 1900 seiscientos mil árabes abandonaron Medio Oriente, para 1923 se estima en un millón y medio los que emigraron. De la zona de Levante (Siria, Líbano y Palestina) entre 1860 y 1937 migraron 254,386 personas, de ellos más de 40 mil eran palestinos”.

Un lugar llamado México

Issa Marcos, el primero de los migrantes palestinos, llegó a México en 1898. Dejaban Palestina para mejorar su condiciones de vida. No había trabajo y los pueblos eran muy pobres. Otro factor determinante fue el temor a la leva que llevaba a cabo el ejército turco. De acuerdo al extraordinario estudio que realizó Doris Musalem Rahal (“La migración palestina a México, 1893.1949”, en Destino México, El Colegio de México, 1997), “allá, en el Cercano Oriente, se sabía de México, especialmente del norte del país”.

La mayor parte de los migrantes palestinos en México eran cristianos, católicos el 70.6% y el resto pertenecientes a la Iglesia bizantina u ortodoxa. En su mayor parte provenían de Belén, Bet-Yola y Jerusalén. El padre de Gabriel Zaid, Carlos Zaid, provenía de Toybeh, y su madre, Margarita Giacomán, de Jerusalén.

La ola migratoria que comenzó a finales del siglo XIX alcanzó su máximo nivel en la década de los años veinte. El 85% de la población palestina en México llegó en las tres primeras décadas del siglo XX. Hacia 1948 esa población era de aproximadamente 1725 personas.

Disminuyó un poco el flujo durante los años de la Revolución mexicana (periodo en el que arribó a México Carlos Zaid), pero no por la Revolución sino por los estragos de la Primera guerra mundial. Sabían lo que pasaba en México pero “prefirieron salir y aventurarse a soportar las condiciones de vida en Palestina”. México, debido al auge que experimentó el país durante el porfiriato, “tenía una imagen en el extranjero de gran prosperidad”.

Los cristianos tenían mayores posibilidades de emigrar, ya que contaban con una mejor formación, que incluía el conocimiento de idiomas (muchos inmigrantes hablaban inglés o francés). La población árabe musulmana era de carácter más rural.

El éxodo

Salir, abandonar la tierra propia, nunca ha sido sencillo. Los “sufrimientos del migrante comenzaban desde que salían de su aldea natal; algunas veces venían solos, otras acompañados de coterráneos; también se juntaban 2 o 3 familias y viajaban juntos”. Las despedidas eran tristes, desgarradoras. Los migrantes salían por el puerto de Haifa hacia Marsella, de donde salían barcos predominantemente hacia América. A veces los migrantes debían de aguardar varias semanas varados en Marsella. Ya en ruta, las naves acostumbraban hacer alto en Santander y en La Habana antes de arribar a Veracruz o Tampico.

La travesía era larga y penosa, duraba de 30 a 45 días. “Treinta días de vómitos y mareos, malos olores, pésimas comidas, peores dormitorios”. Sin embargo, la verdadera aventura comenzaba cuando desembarcaban en México. Solos, sin dinero, con desconocimiento total del medio y del idioma, sin conocidos que los recibieran. La edad promedio de los palestinos al llegar a México era de 24.5 años, 27.7 los hombres y 24.1 las mujeres. (Carlos Zaid, nacido en 1895, habría llegado a México a los 23 años de edad.) El 37.5% de los migrantes tenía menos de 20 años, el 60% entre 15 y 30 años. El 64% de los migrantes eran hombres. El 68.6% venían ya casados (58.6% hombres y 61% mujeres). Se concentraron en el norte del país: el 55.6% se asentó en Torreón y Monterrey (Carlos Zaid en Monterrey, y la familia de Margarita Giacomán en Torreón). Las familias preferían asentarse en el norte por su mayor desarrollo económico en la agricultura y en la industria (aunque algo debió influir el clima semidesértico de esas regiones).

Buhoneros

La mayoría de los inmigrantes palestinos en México (el 80%) se dedicaron al comercio tal y como lo habían hechos sus padres y abuelos en su tierra de origen. Como la mayor parte llegó sin capital para instalar una tienda, optaron por el comercio ambulante, informal (¿será por eso que Gabriel Zaid ha estudiado y defendido esa forma de comercio?). Sus clientes no eran los habitantes de las ciudades (en donde había tiendas) sino los hombres del campo. El pequeño comercio “estaba virgen, adoptaron el sistema de venta en abonos, que en ese entonces eran una novedad en el país”. Montados en burros, en bicicletas o a pie recorrían los ranchos con su maleta (la gente les llamaba buhoneros). Esto me recuerda una experiencia similar a la que vivieron algunos familiares de Enrique Krauze a su llegada a México desde Polonia. Palestinos y judíos tuvieron en México un arranque similar. “Con su maletita a cuestas, bajo un clima inhóspito y sin comer ni frijoles ni chiles”, escribe Doris Musalem. En esta primera etapa, donde la base de su manutención fue el comercio ambulante, las condiciones de los palestinos fueron muy precarias. “Fue una época de mucha pobreza y sufrimiento. Las viviendas eran muy humildes, cada familia vivía en un cuarto sin luz eléctrica”.

Microempresas

La etapa de sacrificio correspondió a los primeros años. En una segunda etapa, con esfuerzo y ahorro, pasaron al comercio establecido. Pequeños locales instalados en la propia casa. “Algunos instalaban en el mismo local un pequeño taller, donde comenzaban a fabricar poco a poco las mercancías que antes debían comprar”. ¿Será este el origen de los múltiples artículos y ensayos que Gabriel Zaid ha dedicado a la microempresa familiar?

Durante la Revolución se volvieron tristemente célebres las incursiones del ejército de Pancho Villa. Asoló y saqueó las tiendas de los inmigrantes de Torreón. Eso provocó que muchas familias palestinas, asentadas en esa ciudad, se trasladaran a Monterrey. Azar feliz. La familia materna de Gabriel Zaid se mudó a esa ciudad donde Carlos conoció a Margarita Giacomán y formaron una familia (“el matrimonio fuera de la comunidad era muy mal visto”) que procrearía cinco hijos, el mayor de los cuales sería Ghazy, que en su adolescencia cambiaría su nombre por el de Gabriel.

Los dos valores centrales de la comunidad palestina eran la cohesión familiar y el respeto al padre. Se acostumbraban las reuniones semanales en las casa de los más viejos, para comentar los sucesos y leer las cartas que llegaban desde Palestina mientras los hombres fumaban el narguile. “Siempre hubo por parte de los inmigrantes la idea de regresar a su país”. Los mexicanos reconocían a los inmigrantes palestinos por “su espíritu de trabajo y esfuerzo, lo único que hacían eran trabajar y ahorrar y sólo consumían lo estrictamente necesario”. Había entre los migrantes una gran solidaridad en el aspecto económico, “hasta 1950, cuando comenzaron a proliferar las instituciones de crédito, la comunidad hizo de banco”, con créditos basados en la confianza. De nuevo: ¿será ésta la raíz del interés que Gabriel Zaid siempre ha sentido por el crédito oportuno y los microcréditos?

En la segunda generación de palestinos radicados en México el idioma árabe fue desapareciendo, nunca se abrieron escuelas árabes en Monterrey. Los hijos de los primeros migrantes comenzaron a hacer estudios universitarios, sobre todo en las carreras de medicina e ingeniería. En Monterrey tampoco había iglesias ortodoxas por lo que las familias asistían a los templos católicos. No había gran diferencia entre el dogma católico y el ortodoxo, salvo algunos aspectos de la liturgia y el gran apego que los palestinos sentían por San Jorge.

Tolerancia

México, sobre todo luego de la Revolución, era un país tolerante y libre, no existía una xenofobia mercada contra los migrantes que decidieron hacer de México un nuevo hogar. Aquí encontraron una tierra fértil para trabajar y multiplicarse. Su ejemplo y su tesón, su cultura, sus costumbres y su comida han enriquecido a México. Abundan los descendientes notables de esa ola migratoria que inició en 1898. Uno de ellos nació en Monterrey el 24 de enero de 1934. Este repaso apresurado es un mínimo homenaje a uno de ellos: Gabriel Zaid, que afortunadamente está entre nosotros. ~

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