La noche de Tlaxcalantongo

ยฟMuriรณ Carranza balaceado desde afuera del jacal donde se resguardaba o, viรฉndose herido e inmovilizado tuvo el valor de apurar el cรกliz, para ser muerto pero no vencido? En este texto, publicado originalmente en Vuelta en 1986, el autor explora la segunda hipรณtesis.
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Para Fausto Zerรณn Medina

Martรญn Luis Guzmรกn encontrรณ el adjetivo perfecto para calificar el fin de Venustiano Carranza: ineluctable. N o era sรณlo el repudio general a su candidato, Ignacio Bonillas, o la estrella ascendente de รlvaro Obregรณn y su grupo sonorense. Bien vista, aquella era la รบltima de una serie de derrotas que habรญan comenzado mucho antes: con el triunfo del programa radical, que no era el suyo, en el Congreso Constituyente de Querรฉtaro. Nuevas generaciones tocaban ruidosamente a la puerta del poder. ยฟCรณmo detenerlas? ยฟCรณmo convencerlas de que una vez mรกs, como en 1911, 1913 o 1915, el viejo y autoritario patriarca tenรญa razรณn? Imposible.

Carranza lo entendiรณ pero no cediรณ: representaba la legalidad. Inconmovible, impasible, volviรณ a seguir el libreto histรณrico juarista y emitiรณ un manifiesto “claro, terminante” y digno:

Se equivocarรญan completamente quienes me supongan capaz de ceder bajo la amenaza del movimiento armado, por extenso y  poderoso que sea. Lucharรฉ todo el tiempo que se requiera y por todos los medios posibles … Debo dejar sentado, afirmado y establecido el principio de que el poder pรบblico no debe ya ser premio de caudillos militares cuyos mรฉritos revolucionarios no excusan posteriores actos de ambiciรณn.

“Nada superaba en รฉl a su obstinaciรณn โ€“agrega Martรญn Luis Guzmรกnโ€“ nada a su incapacidad de reconocer sus errores. Pudiendo rectificar, ni un momento pensรณ en hacerlo”. Pero ยฟ por quรฉ rectificar? La lรณgica que para entonces guiaba sus pasos no era polรญtica sino puramente jurรญdica y moral. No se trataba ya de salvar vidas, y menos aรบn โ€“como le confiรณ a Roque Estradaโ€“ su propia vida, sino de salvar principios. Su deber era conservar la legalidad obedeciendo no a la estrategia sino al destino. Su fin era ineluctable justamente porque lo habรญa asumido con libertad. A un grupo de generales que lo visitan el 21 de abril de aquel aรฑo de 1920 โ€“entre ellos Jacinto B. Treviรฑo y Francisco J. Mรบgicaโ€“ les advierte:

Nada ni nadie me harรกn retroceder en mi camino, pues no tengo mรกs punto de vista que someter a los alzados por medio de las armas o caer 1uchando en la contienda… Desde el aรฑo de 1913 tengo prestada la vida…

No es casual que durante su รบltima noche en la ciudad de Mรฉxico haya releรญdo una de sus biografรญas favoritas: Bรฉlisaire (Belisario) del autor francรฉs Jean Francois Marmontel (1723-1799). Aquel extraordinario general romano de prinยญcipios del siglo VI habรญa desplegado campaรฑas comparables sรณlo a las de Alejandro Magno y Julio Cรฉsar. Durante treinta aรฑos ininterrumpidos habรญa vencido a los moros y vรกndalos en รfrica, a los godos en Italia, a los persas en Asia, a los hunos bรบlgaros en Constantinopla. Gracias a Belisario, el emperador Justiniano habรญa podido consolidar el Imperio Bizantino y la fe cristiana. Pero de acuerdo a Marmontel, su fin habรญa sido terrible: cegado por la envidia, el emperador Justiniano dejรณ ciego a Belisario con hierros candentes en una prisiรณn. Convertido en paria, Belisario no abjurรณ de su fe ni de su emperador. A la plebe indignada le respondรญa “ยฟEn quรฉ paรญs no se ve siempre a los hombres de bien vรญctimas de los malvados?” A su propia hija la consolaba con tonos dignos de Epicteto: “privรกndome de la vista no han hecho mรกs que lo que iba a hacer la vejez o la muerte”. “Quien se da todo entero a la patria โ€“pregonaba en las plazas Belisarioโ€“ debe suponerla insolvente, porque lo que expone por ella en realidad no tiene precio”.

En la virtud estoica de aquรฉl general romano dรบctil a la fatalidad encontrรณ Carranza su รบltimo perfil y su consuelo. Para sorpresa de sus allegados y colaboradores, cuando decide finalmente dejar la capital y marchar a Veracruz, lo hace del modo mรกs inconveniente, mudando en una inmenยญsa caravana de sesenta vagones a los poderes pรบblicos: sus gentes, archivos, armas y haberes. Sus movimientos โ€“ ahora casi deliberadamente pausadosโ€“ no los dicta ya el instinto de supervivencia sino la voluntad de legar un testimonio:       

La historia reconocerรก el mรณvil patriรณtico de mis actos y juzgarรก de ellos. Procedo como creo mi deber en bien del paรญs.

Nunca como entonces Carranza se ve a sรญ mismo como personaje de un drama histรณrico. Y una vez mรกs su sabidurรญa histรณrica acierta: lo era. Fernando Benรญtez, a quien debemos una esplรฉndida novela histรณrica sobre la caรญda de Carranza, pone en boca del “Rey viejo” una รบltima lecciรณn:

No hay un gran mexicano que no haya sido un fugitivo. Los mejores han vivido errantes, no una semana o dos, sino aรฑos enteros, y al final ellos fueron los victoriosos. Cobre usted รกnimo. Nada se nos da regalado. Todo hay que conquistarlo con fe y con sacrificio. ยฟRecuerda usted a Juรกrez? Durante meses anduvo en el desierto metido en un coche desvencijado, traicionado por sus amigos mรกs รญntimos. Y venciรณ. Nosotros vencereยญmos tambiรฉn si sabemos endurecernos contra la adversidad.

La interpretaciรณn es hermosa, pero inverosรญmil, al menos en ese momento de la vida de Carranza. Lo mรกs probable, a juzgar por mรบltiples testimonios, es que para entonces don Venustiano hubiese perdido la fe. No por eso cediรณ al abatimiento ni infundiรณ dudas a los suyos. Pero tampoco esperanza. Quizรก entonces recordรณ su actitud ante el sacrifiยญcio de su hermano Jesรบs, secuestrado y mรกs tarde asesinado a principios de 1915: entonces habรญa cumplido con el deber negรกndose a contestar siquiera las ofertas de los captores; ahora no veรญa razรณn para actuar de manera distinta.

El gobierno trashumante de Carranza sufriรณ su primer revรฉs militar en Villa de Guadalupe. No serรญa el รบltimo. A partir de allรญ, escribe Martรญn Luis Guzmรกn, “cada kilรณmetro suscitaba temores nuevos, cada estaciรณn suscitaba mayores amenazas”. El 14 de mayo se entabla en Aljibes un tiroteo sangriento contra las fuerzas de Guadalupe Sรกnchez que, como la gran mayorรญa de los generales, le habรญa dado la espalda al rรฉgimen constitucional. En plena balacera, el general Urquizo llega hasta la plataforma del carro presiยญdencial donde Carranza, sentado, tranquilo e “impertรฉrriยญto”, observaba el desorden y el pรกnico. Una y otra vez Urquizo intenta persuadirlo de que salga y escape. Carranza se niega. Habรญa algo de reto al destino en su actitud:

No se movรญa del sillรณn en que reposaba; ni UD mรบsculo de su rostro se contraรญa… algunos proyectiles les rebotaban siniestraยญmente en el tren… y otros en el barandal dorado de la plataforma.

Por fin, accediendo a un ruego de Murguรญa, Carranza baja y monta con parsimonia un nuevo caballo. (Dos dรญas antes habรญan matado al suyo, en Rinconada, mientras lo montaba) Acosada por todos los flancos, la caravana se deshace. “Era como el resto de un naufragio”. Cortado el avance hacia Veracruz, la menguada comitiva de Carranza decide camยญbiar el rumbo: primero tratarรญa de cruzar la sierra de Pueยญbla, para de allรญ seguir hacia Hidalgo, Querรฉtaro, la Huasteca Potosina y finalmente, el norte. Sรณlo un puรฑado de generaยญles lo acompaรฑan: Mariel, Murguรญa, Urquizo, Barragรกn. Iturbe, ‘Aguilar y Diรฉguez le son fieles, pero estรกn lejos. Ante el naufragio, Carranza no se inmuta: mรกs que nunca muestra calma, fortaleza, orden.

El 20 de mayo, despuรฉs de seis dรญas de una larga y penosa caminata, la caravana de cien hombres โ€“varios de ellos civilesโ€“ atraviesa el rรญo Necaxa, pasa Parla y llega a las inmediaciones de La Uniรณn donde se les presenta el general Rodolfo Herrero, antiguo rebelde pelaecista que hacรญa unas semanas se habรญa amnistiado con el gobierno carrancista.

La obsequiosidad de Herrero y el aval insospechable de Mariel que lo conocรญa, persuaden a Carranza de seguir hasta Tlaxcalantongo. En aquella rancherรญa debรญan pernoctar la noche del 20 hasta recibir noticias de Mariel, quien se adelantarรญa para averiguar la actitud de los jefes Hernรกndez y Valderrรกbano en Villa Juรกrez y, de hallarla positiva, franยญquerรญa un trecho mรกs de la ruta hacia el norte.

Ya en Tlaxcalantongo, al anochecer, Herrero escolta a Carranza hasta la choza que lo albergarรญa esa noche. Atenยญdiendo a las sugerencias de Herrero, el presidente ordena a Murguรญa que disponga guardias. A la una de la maรฑana, con el pretexto de que un hermano suyo ha sido herido en un lugar cercano y reclama su atenciรณn, Herrero sale de Tlaxcaยญlantongo. Al enterarse, Barragรกn, Luis Cabrera y Manuel Aguirre Berlanga expresan al presidente su desconfianza. Pero Carranza estรก dispuesto a encarar un desenlace definiยญtivo, la salvaciรณn o la muerte:

Lo que ha de suceder que suceda. O nos va muy bien o nos va muy mal en esta campaรฑa. Digamos como Miramรณn en Querรฉtaro: “Dios estรฉ con nosotros en estas veinticuatro horas”.

En el jacal del presidente duermen su secretario Pedro Gil Farรญas, Mario Mรฉndez, los capitanes Octavio Amador e Ignacio Suรกrez y, cerca de รฉl, el ministro de Gobernaciรณn, Aguirre Berlanga, En el vรฉrtice de la choza de madera opuesto a la puerta, Carranza โ€“cosa extraรฑa en รฉlโ€“ no logra conciliar el sueรฑo. Hacia las tres de la maรฑana un enviado de Marielle comunica a Murguรญa que Hernรกndez y Valderrรกbano son fieles y la ruta del dรญa siguiente queda abierta. Murguรญa envรญa con un oficial apellidado Valle la buena noticia al presidente. Acompaรฑado por un indio que lo alumbra, Valle da el mensaje a Carranza, quien lo lee y comenta: “Ahora sรญ, seรฑores, podemos descansar”. Veinte minutos despuรฉs, en medio de la oscuridad y la lluvia, comenzรณ el clamor de voces y disparos.

*

Sobre lo que ocurriรณ desde ese instante hay varias versioยญnes. Una de ellas, la mรกs popular, se debe al general Francisยญco L. Urquizo. En su libro Asesinato en Tlaxcalantongo, Urquizo omite al oficial Valle y hace que el portador del mensaje de Murguรญa al presidente sea el indio:

El indio, lejos de quedarse, como se le indicaba, se fue sin duda en busca de Herrero, que seguramente a esas horas estarรญa ya a las orillas del poblado, para notificarle quizรก el lugar exacto en que se alojaba el seรฑor Carranza; pues probablemente quiso cerciorarse primero del sirio preciso en que dormรญa el Presidente, antes de atacarlo, y asรญ no errar el golpe.
A los pocos minutos era rodeada la choza del seรฑor Carranza y se rompรญa violentamente el fuego sobre sus endebles paredes de madera. El Presidente desde un principio recibiรณ un tiro en una pierna y tratรณ de incorporarse inรบtilmente para requerir su carabina. Al sentirse herido dijo al licenciado Aguirre Berlanga que es raba a su lado: “Licenciado, ya me rompieron una pierยญna”. Fueron sus รบltimas palabras. Otra nueva herida recibiรณ quizรก y su respiraciรณn se hizo fatigosa, entrando en agonรญa. Despuรฉs penetraron al jacal los asaltantes y le remataron a balazos.

Urquizo no presenciรณ la escena. Dormรญa en otra choza, salvรณ la vida en la balacera y sรณlo pasados tres dรญas supo de la muerte de Carranza. La descripciรณn de su libro corresponde, segรบn explica, a la de los testigos presenciales, pero lo cierto es que las versiones de estos testigos โ€“Ignacio Suรกrez, Aguirre Berlanga y Octavio Amadorโ€“ fueron distintas a la suya.

En su libro Carranza, forjador del Mรฉxico actual (publicado, tardรญamente, en 1965) Suรกrez describe asรญ la escena:

Ya en la meseta, amparados por la neblina y la fuerte lluvia, avanzaron pecho a tierra deslizรกndose como reptiles por el piso lodoso, silenciosamente, y asรญ fue que el primer grupo alcanzรณ la parte posterior del alojamiento, directamente al รกngulo suroeste del jacal donde descansaba el seรฑor Presidente (lugar opuesto a la entrada), y poniรฉndose en pie lanzaron sus gritos de ยกViva Obregรณn! ยกViva Pelรกez! ยกMuera Carranza!”, descarยญgando sus armas directamente sobre dicho รกngulo, donde, repetimos, estaba el seรฑor Carranza, de fuera para adentro y de arriba hacia abajo. Aรฑos despuรฉs, antes de que la acciรณn del tiempo destruyera el jacal, se observaban (testimonios de veciยญnos que allรญ habitaron en 1920) las perforaciones en la pared de madera delgada, ocasionadas por los proyectiles.

La declaraciรณn de Aguirre Berlanga, en cambio, fue dada dรญas despuรฉs de lo sucedido:

… y como a las tres y cuarto de la madrugada del veintiuno llegรณ un oficial del General Murguรญa con un correo que traรญa un oficial del General Mariel, en el que daba cuenta de que la comisiรณn que habรญa ido a desempeรฑar estaba arreglada satisfactoriamente; Mariel habรญa salido de La Uniรณn a Xico a ver si era posible una ruta expedita hacia el Norte; al leer esa comunicaยญciรณn, el Presidente les dijo: ‘No habรญa conciliado el sueรฑo’. Momentos despuรฉs apagรณ รฉl mismo la vela (el Sr. Carranza) y todos durmieron profundamente, Como media hora despuรฉs fueron unas tremendas descargas de fusilerรญa que los despertรณ en completa zozobra, llenando a todos de pavor por lo inespeยญrado, pues que esa ocasiรณn tenรญa (SIC) plena confianza; inmeยญdiatamente despuรฉs de las primeras descargas, dijo el seรฑor Presidente: ‘Licenciado, me han quebrado una pierna, ya no puedo moverme’, contestรกndole: ‘en quรฉ puedo servirle, seรฑor’, pero nada respondiรณ, ignorando si oirรญa sus palabras, pues las descargas de fusilerรญa continuaban con intensidad, asรญ como los gritos de ‘Muera Carranza’, ‘Sal viejo barbas de chivo’, ‘Ven para arrastrarte’ y otras insolencias y blasfemias; todo el asalto del jacal se desarrollรณ en unos siete u ocho minutos.se avalan ron los asaltantes sobre el jacal diciendo: ‘salgan’ y el Capitรกn Amador les dijo: ‘No tiren, estamos rendidos’, insistiendo en gritar que ‘salieran’ y entraron ellos con la carabina en la mano y con la luz encendida apuntando al pecho de los de adentro; el seรฑor Carranza no morรญa aรบn, pero ya no volviรณ a hablar, teniendo sรณlo estertor; que inmediatamente. fueron desarmaยญdos de sus pistolas y de las dos carabinas que รบnicamente habรญa y eran de los seรฑores Farรญas y Mรฉndez que el seรฑor Carranza no tenรญa carabina; que el salvarse codos fue porque parece que el blanco objetivo principal fue el seรฑor Carranza que estaba bien localizado por los asaltantes.

La declaraciรณn de Octavio Amador, contemporรกnea tambiรฉn al suceso, coincide con la de Aguirre Berlanga y aรฑade un dato de interรฉs sobre los asaltantes:

el capitรกn Garrido intimรณ rendiciรณn preguntando por el Presiยญdente y al saber que estaba herido dijo que iba a llamar a un doctor. Como no lo hubo dijo que procurarรญan curarlo. Luego seยญ oyรณ un ronquido grueso…

Amador, Suรกrez y Aguirre Berlanga no vieron a los asaltantes “penetrar en el jacal y rematar a Carranza a balazos”. Aguirre Berlanga no se refiere explรญcitamente mรกs que a la bala que hiriรณ al presidente en la pierna. Sรณlo Suรกrez afirma que los balazos que mara ron a Carranza vinieron de fuera de la choza. Esta versiรณn es, sin duda, muy probable.

*

Hay bases, sin embargo, para considerar una hipรณtesis alternativa. Todo ocurre tal corno Suรกrez y Aguirre Berlanยญga lo narran, hasta el disparo que rompe la pierna de Carranza. En aquellos minutos de estruendo, lluvia y oscuriยญdad, el presidente, sabiรฉndose perdido y acarreando desde hacรญa tiempo un รกnimo fatalista, prefiere morir por su propia mano. Se pone los anteojos. Toma su pistola Colt 45. Con los dedos รญndice y pulgar de la mano izquierda apunta el caรฑรณn a su pecho. Dispara tres veces. Sigue el estertor y la muerte.

Esta versiรณn, que hace lo contrario de disminuir la altura moral e histรณrica de Carranza, fue, por supuesto, la que sostuvo Herrero. Pero desechando por principio la declaraยญciรณn de Herrero quedan, sin embargo, seis indicios de veroยญsimilitud:

1) Testimonio del embalsamador.

El doctor Sรกnchez Pรฉrez, quien embalsamรณ el cadรกver de Carranza, declaraba el 3 de junio de 1920 haber encontrado en รฉl cinco heridas de bala. Tres en el tรณrax, una en la pierna y otra, la mรกs sorprendente:

Por รบltimo advertรญ otra herida producida por arma de fuego con orificio de entrada en la cara dorsal de la primera falange del dedo รญndice izquierdo y con orificio de salida por la cara palmar del mismo e hiriendo la cara palmar del dedo pulgar de la misma mano.

ยฟCรณmo explicar, sino con la hipรณtesis alternativa, esta heriยญda? ยฟQuรฉ otro proyectil, sino una bala de pistola cercana, pudo producir una herida semejante?

2) Tamaรฑo de las balas

Aunque nunca se practicรณ una autopsia formal del cadรกver, los orificios ‘de la camisa y la camiseta de Carranza parecen ser de pistola no de carabina como las que, segรบn todas las declaraciones, portaban los asaltantes.

3) Vaguedad en las declaraciones de Aguirre Berlanga.

En el acta, Aguirre Berlanga habรญa dicho:

Que no afirma ni niega que el seรฑor Carranza se haya disparado a sรญ mismo, pero en todo caso no cree el declarante que haya cometido tal acto,

No negar, en este caso, era conceder la posibilidad.

4) Falta de refutaciรณn de la hipรณtesis alternativa.

En los dรญas que siguieron a la muerte de Carranza, varias personas atestiguaron expresamente contra la hipรณtesis del suicidio. Murguรญa y Barragรกn la niegan por una misma razรณn: el nรบmero de balas y los lugares que interesaron. Urquizo no se refiere al hecho porque, como Murguรญa y Barragรกn, no lo presenciรณ. Por su parte, Aguirre Berlanga no cree en la hipรณtesis alternativa porque “la obscuridad no permitรญa ‘ver ni a una cuarta distante de los ojos’ … En la misma sesiรณn, Aquiles Elorduy โ€“integrante de una comiยญsiรณn investigadora formada en aquellos dรญasโ€“ se refiere a “un centinela” que minutos antes de la balacera, so pretexto de dar parte de “sin novedad”, habรญa ido al jacal para advertir la posiciรณn de Carranza; explica que el cuerpo tenรญa “siete balazos” y niega la hipรณtesis alternativa porque “cuando acontece un hecho de esa naturaleza, todos los que lo saben lo gritan a voz en cuello”.

Ninguna de estas afirmaciones constituรญa una refutaciรณn suficiente. Murguรญa y Barragรกn no mencionan especรญficaยญmente el nรบmero ni el lugar de los balazos, pero ni una ni otra cosa desmiente la hipรณtesis alternativa. Quizรก la verยญsiรณn de Aguirre Berlanga mรกs que refutar confirma la hipรณยญtesis: ยฟno serรญa por la oscuridad que Carranza, siempre dรฉbil de la vista, usรณ sus dedos para apuntar hacia sรญ mismo? El testimonio no presencial de Elorduy es inexacto en cuanto al nรบmero de balazos (fueron cinco y no siete) y en otro punto: segรบn testimonios de Suรกrez y Murguรญa, quien visitรณ la choza era el oficial Valle acompaรฑado por un indio, no un “centinela”. Su misiรณn era dar a Carranza un mensaje crucial, no un “sin novedad”. En cuanto a la aceptaciรณn espontรกnea y “a voz en cuello” del hecho, al parecer ocurriรณ, como puede verse en el inciso siguiente.

5) El telegrama y el acta

Anexas a la investigaciรณn de los sucesos de Tlaxcalanrongo que quedรณ en poder del entonces ministro de Guerra โ€“Pluยญtarco Elรญas Callesโ€“ hay varias copias fotostรกticas de un telegrama manuscrito fechado el 21 de mayo, dirigido al general Francisco de P. Mariel y firmado por Paulino Fonยญtes, Manuel Aguirre, Pedro Gil Farรญas, H. Villela, Ignacio Suรกrez, Josรฉ J. Gรณmez y Francisco Espinosa:

Mi gral. hemos tenido conocimiento que avanza ud. con su gente a combatir al gral. Herrero, le participo que el Sr. Presiยญdente se suicidรณ hoy en la madrugada y que codo el resto de los que le acompaรฑรกbamos estamos prisioneros del Sr. Gral, Heยญrrero por lo tanto le rogamos no nos ataque ud. porque peligran nuestras vidas.

‘En la caja fuerte del juzgado donde en junio de 1920 se ventilaban los hechos, se conservaba un acta firmada por las mismas personas con un sentido similar:

Los suscritos hacemos constar que el seรฑor Presidente de la Repรบblica, seรฑor don Venustiano Carranza, segรบn es de verse por la herida que presenta en el lado izquierdo de la caja del tรณrax, se ve un balazo con la pistola que portaba. El examen o autopsia indicarรก que el calibre de la bala corresponde al de su pistola, por lo que se deduce que รฉl se privรณ de la vida. El combate fue de noche y durante รฉl fue herido en una pierna. Tambiรฉn hacemos constar que todos los que hemos sido hechos prisioneros hemos sido tratados con toda clase de garantรญas y consideraciones, compatibles con la situaciรณn en que nos encontramos. Hacemos constar que el Jefe de las fuerzas que ocuparon el pueblo de Tlaxcalancongo es de filiaciรณn obregoยญnista y quien hizo el ataque obedeciendo รณrdenes del general Manuel Pelรกez.

Ambos documentos fueron redactados cuando los firmantes estaban presos del general Herrero, por lo que en el juicio Aguirre Berlanga declarรณ haberlo firmado “en son de proยญtesta”. No obstante, Octavio Amador confesรณ a Elorduy que “todos firmamos el telegrama voluntariamente porque no nos obligรณ Herrero”. Segรบn el propio Amador, Mariel habรญa leรญdo el telegrama โ€“redactado por el mismรญsimo Aguirre Berlangaโ€“ sin aceptar la peticiรณn, por lo que antes de liberar a los prisioneros Herrero ordenรณ levantar el acta para salvaguardar su responsabilidad. Por otra parte, Aguiยญrre Berlanga admitรญa “entender” que Herrero y Fontes “idearon el estratagema (del telegrama) para evitar los propรณsitos de Mariel”. Fontes โ€“director de los Ferrocarriยญlesโ€“ no declarรณ en el juicio, pero el 10 de junio de 1922 escribiรณ en privado a Adolfo de la Huerta โ€“entonces en Nueva Yorkโ€“ su versiรณn de los hechos, una versiรณn idรฉntiยญca a la que en esos mismos dรญas, y en privado tambiรฉn, escuchรณ el propio De la Huerta de labios de Barragรกn: la hipรณtesis alternativa.

6) Los propรณsitos de Herrero

ยฟTenรญa Herrero la intenciรณn de matar a Carranza? El geneยญral Basave y Piรฑa, su contacto con Obregรณn, le habรญa encareยญcido “capturar a Carranza y a la parvada de bandidos que lo seguรญa”. A juzgar por los testimonios presenciales, los asalยญtantes gritaban todo tipo de palabras soeces a Carranza pero buscando siempre que “saliera”. Amador, como se recuerda, sostuvo que el capitรกn Garrido de las fuerzas de Pelรกez y Herrero “intimรณ rendiciรณn”, entrรณ a la choza y al advertir la agonรญa de Carranza “ofreciรณ un mรฉdico”. En fin, segรบn el propio capitรกn Amador, Herrero “se indignรณ” al enterarse de la muerte.

La actitud inmediatamente posterior de Herrero no fue la de un magnicida sino la de un rebelde que “salvando a la Patria” habรญa cumplido con su deber. Con ese รกnimo, el 23 de mayo se incorporรณ en Coyutla a las fuerzas del general Lรกzaro Cรกrdenas. Juntos hicieron el viaje a la capital para entrevistarse con el ministro de Guerra: Plutarco Ellas Calles, a quien Herrero rindiรณ su informe y entregรณ la pistola de Carranza.

((El tribunal que juzgรณ los hechos en 1920 dejรณ en libertad a Herrero, pero no dictaminรณ sobre la hipรณtesis del suicidio ni ordenรณ โ€“extraรฑamenteโ€“la exhumaciรณn del cuerpo para verificar una autopsia formal. En enero de 192 1, la Secretarรญa de Guerra dio de baja a Herrero equiparando su traiciรณn a la de Guajardo contra Zapata, pero los sonorenses volverรญan a utilizar oficialmente los servicios de Herrero en dos ocasiones: contra los delaยญhuertistas en 1923 y los escobarisras en 1929. En 1937, Lรกzaro Cรกrdenas lo dio de baja en forma definitiva. Herrero muriรณ de muerte natural en 1964. Siempre negรณ que hubiese habido un asesinato.
))

*

De propรณsito se han omitido aquรญ, ademรกs de la versiรณn de Herrero, la de su lugarteniente Miguel B. Mรกrquez; ambas, desde luego, proponen la hipรณtesis alternativa. Mรกrยญquez, por lo demรกs, incurre en el error significativo de decir que fueron dos y no tres los disparos en el tรณrax.

Al describir en Muertes histรณricas los momentos finales de Carranza, Martรญn Luis Guzmรกn cuidรณ cada letra, pero sin echar, al parecer, su cuarto a espadas:

Alargรณ don Venustiano el brazo para coger sus anteojos y ponรฉrselos; mas al punto, sintiรฉndose herido, se empezรณ a quejar. Le preguntรณ Aguirre Berlanga, que tambiรฉn se habรญa incorporado:
โ€”ยฟLe pasa a usted algo, seรฑor?
โ€”No puedo levantarme; tengo roca una pierna.
Suรกrez y Amador ya estaban de pie. Armados de sus pistolas intentaron salir. Frente a la puerca no habรญa nadie: el ataque parecรญa venir sรณlo de la parte de atrรกs. Por un momento los disparos fueron tan prรณximos que dos de ellos parecieron producirse en la choza misma. Se volviรณ Suรกrez. A tintas llegรณ hasta don Venustiano y le pasรณ un brazo por la espalda, para levantarlo y ayudarlo a salir. Quiso hablarle, quiso animarlo, pero advirtiรณ entonces que del cuerpo que tenรญa sujeto no salรญa ya mรกs que un estertor.

((Subrayado de E.K.
))

Otros tres autores, estos sรญ insospechables de anticarrancisยญmo, admitieron con el tiempo, de una manera mรกs o menos privada, la hipรณtesis alternativa. Bernardino Mena Brito la creรญa “muy posible” porque “serรญa una demostraciรณn de machismo del viejo”. Luis Cabrera concediรณ la posibilidad y se preguntรณ “ยฟquรฉ cosas can graves le afligirรญan en sus รบltimos momentos que le obligaron a tomar tan extrema resoluciรณn?”. Josรฉ Rubรฉn Romero indignรณ a tirios y troyaยญnos sosteniendo, el sรญ abiertamente, la idea del suicidio.

El Museo de la Casa de Carranza guarda las balas enconยญtradas en el cuerpo de Madero. ยฟPor quรฉ las conservรณ Carranza? Quizรก porque eran el sรญmbolo de un desenlace pasivo que siempre quiso esquivar. Varias veces seรฑalรณ que regresarรญa a Mรฉxico vencedor o muerto.

Con todo, el enigma persiste. ยฟCuรกl es la hipรณtesis correcta? ยฟMuriรณ Carranza balaceado desde afuera del jacal o, โ€“como es mรกs probableโ€“ viรฉndose herido e inmovilizado tuvo el valor de apurar el cรกliz tornando al destino literalยญmente en sus manos, para ser muerto pero no vencido?

En cualquier caso muriรณ con una dignidad comparable a la de Miramรณn en Querรฉtaro, Herrero, en cambio, no lo enfrentรณ como el pelotรณn en el Cerro de las Campanas, sino emboscado en la noche y el engaรฑo.

 

 

Bibliografรญa

Anรณnimo, Hasta los obregonistas se burlan del suicidio de don Venustiano. El Universal, Mรฉxico, D.F., 20 julio 1951.

Benรญtez, Fernando, El rey viejo. Fondo de Cultura Econรณmica, Mรฉxico, 1959.

Beteta, Ramรณn, Camino a Tlaxcalantongo. Fondo de Cultura Econรณmiยญca, Mรฉxico, 1961.

Carranza, Venustiano, Manifiesto a la Naciรณn. La Prensa, Sn. Antonio, Texas, 18 mayo 1920.

Fabela, Josefina E. de, Testimonios sobre los asesinatos de don Venustiano Carranza y Jesรบs Carranza, en Documentos Histรฉricos de la Revoluciรณn Mexicana. Editorial Jus, Mรฉxico, 1971; tomos XVIII y XIX.

Garza Ruiz, Antonio, ยฟSe suicidรณ o fue asesinado Venustiano Carranza?

Magazine de El Universal, Mรฉxico, 27 mayo 1951.

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Publicado originalmente en Vuelta, nรบm. 111, febrero de 1986.

 

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.


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