Entre las casas nobiliarias que la Ciudad de México heredó de la Nueva España, la del conde de Rábago –erigida en la antigua calle de la Celada, luego llamada de Capuchinas y hoy Venustiano Carranza– permanece como una de las menos conocidas, pese al interés que su fachada despertó en los historiadores Manuel Toussaint y Diego Angulo, y más recientemente en Óscar Mazín, autor del estudio más completo sobre el inmueble.1
Aspectos como su fecha de construcción, la autoría del proyecto, la disposición interior original y el trazado de los vanos en la planta baja antes de las transformaciones del temprano siglo XX han permanecido en la penumbra. No obstante, los autores mencionados identificaron filiaciones estilísticas, encontraron indicios documentales y acotaron el marco cronológico de su edificación –entre 1766 y 1770–, aportando así un contexto valioso para la lectura de los vestigios de su fachada, conservados hoy en la sede de la Academia Mexicana de la Historia, en la plaza Carlos Pacheco de la capital.
Ahora, el hallazgo de una fotografía fechada hacia 1866 (fig. 1) permite profundizar en varios aspectos de su historia y, en particular, en la conformación original de su fachada, que aparece allí en un estado más cercano al primitivo que en las imágenes conocidas hasta el presente.2

Antes de seguir adelante, detengámonos un momento en la denominación del edificio. No se trataba únicamente de la casa, palacio o mansión del conde de Rábago, sino más propiamente de sus casas: un conjunto arquitectónicamente uniformado hacia el exterior, pero dividido al interior en dos viviendas. La residencia principal, situada al poniente, servía como morada de la familia; la secundaria, al oriente, no era habitada por ella, sino que generaba rentas adicionales para el conde. Esta disposición no era inusual entre los palacios novohispanos: la casa del conde de Heras Soto –también un conjunto homogéneo al exterior– estaba formada igualmente por dos viviendas. Otras casas nobles contaron incluso con viviendas subordinadas separadas por la calle. El caso emblemático es el de las casas gemelas del Mayorazgo de Guerrero, en las calles de Moneda y Correo Mayor.
Hacia el exterior, pues, las casas del conde de Rábago se concebían como una unidad volumétrica y arquitectónica. El parapeto de arcos invertidos, elemento tan característico de su perfil, se extendía sobre ambas propiedades, unificándolas visualmente. Mazín supuso –acertadamente, a mi juicio– que este remate se habría ideado “para dar unidad y mayor presencia a ambas casas” cuando se anexó la vivienda subordinada en 1770. Sin embargo, se equivocó al afirmar que “el remate nunca se completó sobre la casa contigua”, pues la fotografía demuestra precisamente lo contrario.
Es justo señalar que la práctica totalidad de las imágenes conocidas respaldaba la opinión del historiador. Aunque el inmueble aparece parcialmente en varias representaciones, casi siempre se retrata únicamente la casa principal: desde la litografía de Casimiro Castro en México y sus alrededores (1855) –donde apenas se distingue a la derecha del palacio de San Mateo de Valparaíso– hasta las vistas panorámicas de Désiré Charnay (ca. 1858), en las que solo se aprecia su remate, o las fotografías del siglo XX, cuando la vivienda secundaria había sido modificada con criterios eclécticos y había perdido la continuidad formal del conjunto.
Entre las imágenes antiguas de las casas del conde de Rábago, únicamente el dibujo a lápiz de la calle de Capuchinas realizado por el barón de Courcy (1832, fig. 2) ofrecía una pista que, sin embargo, pasó inadvertida: en él aparece un balcón adicional a los cuatro de la casa principal, y el coronamiento se prolonga sobre ese vano y más allá, delatando la extensión original de la fachada.3

Según se observa en la fotografía de 1866, más allá del antepecho que unificaba ambas propiedades sus fachadas mostraban también una notable unidad. En la planta alta, la distribución de los balcones seguía un ritmo semejante en cada una de las casas: un balcón más aislado hacia el extremo izquierdo y los otros tres agrupados a la derecha. La talla de la cantera era, sin embargo, ligeramente distinta –basta observar con cuidado los canales y los dinteles de los balcones–, aunque con una clara intención de uniformarlas. La vivienda del conde, seguramente la más antigua y que sirvió de modelo a la otra, presentaba una labra más fina y de mayor resalte, si bien solo un poco más rica en su tratamiento (figura 3).

En la planta baja, cada una de las dos viviendas del conjunto poseía su propia entrada monumental, que reproducía –a una escala ligeramente mayor– la molduración barroca de los balcones (figura 4). El resto de los vanos en este nivel mostraba una disposición más irregular, aunque conservaban un principio común: su enmarcamiento. Este seguía el esquema general en forma de H, característico de la arquitectura capitalina del siglo XVIII, con jambas acanaladas que ascendían hasta la cornisa; al cruzarse jamba y dintel se producía un ligero acodamiento, perceptible por el discreto resalte respecto de la línea exterior de la jamba. Sobre esos acodamientos emergía una moldura a modo de pequeño capitel. Si bien la ubicación de la moldura es particular de este inmueble, se trata en realidad de un recurso bastante común, aunque podía colocarse a distintos niveles a lo largo de la jamba. Aparece, por ejemplo, inmediatamente bajo la cornisa en las ventanas de la antigua Casa de Moneda de Tlalpan; algo más abajo en la casa de Cortés en Coyoacán; y a media altura en la casa del conde de Santiago de la Laguna, actual Palacio de Gobierno de Zacatecas.

La elección de estos ejemplos no es arbitraria: todos estos edificios comparten un remate de arcos invertidos similar al de las casas del conde de Rábago. Es más, la portada del inmueble zacatecano presenta otro rasgo coincidente: las ménsulas “a guisa de capiteles”, como señaló Diego Angulo, que también tuvieron los accesos a las casas de Rábago. Más que establecer filiaciones directas, la intención de señalar estos paralelos es situar el edificio en el “espíritu de la época” en que fue concebido, fuera de los ejemplos mayores –el Palacio del Arzobispado, la casa del conde de Xala o la Casa de Moneda– con los que Mazín lo comparó.
Quizá sorprenda al lector que me haya detenido tanto en un detalle aparentemente menor; sin embargo, más adelante podrá apreciar la razón de ello.
Para mediados del siglo XIX, los vanos de la planta baja ya habían sufrido importantes alteraciones, como puede observarse en la imagen. Un vano cegado en la vivienda subordinada, de muy escasa altura, podría indicar el grado de hundimiento que había experimentado el conjunto y que habría obligado a reconstruir algunos –o incluso todos– los demás vanos con poco cuidado. A pesar de esto, la disposición asimétrica y en apariencia desordenada podría ser original y responder a necesidades funcionales de las habitaciones que se abrían hacia la calle.
A pesar de su baja altura y de la ausencia de un entresuelo –que en otros inmuebles reforzaba la presencia urbana–, las casas del conde de Rábago, en su disposición original, no eran tan “modestas” como las calificó Mazín. La fachada se extendía por más de cuarenta metros, casi tanto como la del vecino palacio de Valparaíso. Sus bellos balcones, más barrocos que los de dicho palacio, junto con sus accesos gemelos provistos de portones claveteados, debieron conferir a este tramo de la calle un aspecto animado y de notable riqueza visual. Incluso la baja altura del inmueble permitía apreciar desde la vía pública la cúpula revestida de azulejos de la escalera de Valparaíso, enriqueciendo aún más el panorama urbano (fig. 5).

La casa anexa, desvinculada del conjunto original ya en el siglo XIX, fue modificada en una época indeterminada siguiendo la moda ecléctica –aunque con notable sencillez– y hacia mediados del siglo XX se demolió para dar paso a un edificio funcionalista. La casa principal, en cambio, conservó su disposición completa hasta 1925, cuando fue transformada por el ingeniero Cortina: se destruyó por completo el interior y se rehízo la planta baja para dar mayor altura y luz a los vanos, recolocando las molduras como supuestos capiteles que “sostuvieran” el dintel. La entrada principal, cuyo dintel no podía elevarse, fue despojada de todos sus ornamentos, volviéndose vulgar y ajena a su carácter original.
Más que la especulación comercial –como se ha sugerido–, fueron los hundimientos del terreno y el recrecimiento del arroyo y la acera de esa calle los que provocaron estas transformaciones. En ese estado la conocieron Angulo y Toussaint. Ninguno de ellos pareció entenderla como el fragmento de un conjunto mayor, y quizá por ello les resultó tan enigmática. Fue entonces cuando Toussaint la describió como “de dos pisos, más bajo el inferior que el alto, lo que la desproporciona bastante, lo mismo que el enorme coronamiento de arcos invertidos y grandes perillones a guisa de almenas”.
Entre 1951 y 1954, la Academia Mexicana de la Historia negoció la donación de la fachada sobreviviente para reconstruirla en su nueva sede, situada a más de un kilómetro de su ubicación original, mirando al oriente en lugar del sur. Se procuró entonces respetar con gran cuidado el aspecto que conservaba en ese momento, decisión prudente ante la falta de indicios más precisos sobre su fisonomía original, aunque resultaba evidente que la planta baja había sido profundamente desfigurada (fig. 6).

Con la intención de corregir esta situación, no hace muchos años se encargó a Francisco Pérez de Salazar una propuesta de intervención, en la cual se incluyen, entre otros, los siguientes puntos formulados por el propio arquitecto:
- En los dos vanos extremos de la fachada en la planta baja fueron insertados, sobre sus jambas, cuatro capiteles (probablemente en el siglo XX) que cortan la continuidad del diseño que entreteje jambas y dintel, conformando una cruz en cada una de sus esquinas. Se propone retirar esos injertos para darle la continuidad al diseño original.
- El vano a la derecha del portón, en la planta baja, fue ampliado para alojar un local comercial o financiero en la primera mitad del siglo XX. Se propone recuperar el vano original con el mismo diseño de los dos vanos extremos mencionados en el punto anterior.
- […] Se propone también la reintegración de tres rejas de hierro forjado en lugar de las existentes en los dos vanos extremos y en el nuevo vano reintegrado, al extremo derecho del portón en la planta baja.
- Para rematar el rodapié, se diseñó y construyó una moldura por debajo de los tres vanos de las ventanas de la planta baja. Ya no existe, fue mutilada a consecuencia de las adecuaciones. Ahora, a manera de repisón, se presenta una piedra rectangular sin molduras.
- Los mencionados arcos invertidos de la azotea están notoriamente mal integrados a la fachada en cuanto a su ritmo y modulación. Según se comentó […] dichos arcos parecen haberse construido en una intervención posterior al proyecto original. Sin embargo, se necesita mencionar que probablemente estén ligados a una intervención original posterior, por lo que se ha propuesto que sólo se restauren.4
A la luz de lo que revela la fotografía histórica, varios de estos planteamientos resultan desacertados. En primer lugar, los capiteles que Pérez de Salazar considera “insertados probablemente en el siglo XX” –esos que me detuve a describir líneas arriba– aparecen ya en la imagen de 1866, lo que evidencia su carácter original; únicamente requieren ser reubicados sobre la intersección –la “cruz”– de jambas y dinteles, y no, como hoy ocurre, por debajo de estos. En cuanto al segundo punto, el vano que se supone “ampliado en la primera mitad del siglo XX” ya presentaba esas proporciones desde mucho tiempo atrás, tal vez desde su propia construcción, por lo que revertirlo quizá atentaría más contra su historia que a favor de su recuperación. Sobre el tercer aspecto, la fotografía muestra con notable claridad el diseño de las rejas, de modo que no será necesario inventarlas, sino restituirlas conforme a lo que existió. En el cuarto, se observa que las ventanas carecían de rodapié y remataban en la parte inferior mediante la continuidad horizontal de la molduración de las jambas. Y, finalmente, la “notoria mala integración de los arcos invertidos de la azotea” en su ritmo y modulación no es sino señal de que esos arcos continuaban hacia la desparecida vivienda subordinada: modificarlos implicaría borrar un testimonio esencial de su configuración histórica.
No debe interpretarse que la propuesta de Pérez de Salazar sea deshonesta. Por el contrario, en ausencia de la evidencia que aporta la fotografía, sus soluciones resultaban razonables y estaban de acuerdo con los criterios estilísticos del siglo XVIII. Tal vez solo faltó considerar que, incluso dentro de un mismo lenguaje formal, existen singularidades que conviene preservar. Y que, como bien se ha dicho, “la restauración termina donde empieza la hipótesis”.
Resulta así un poco desafortunado que la Academia haya efectuado ya la intervención de la planta baja de la fachada siguiendo esas recomendaciones, ahora claramente superadas por la nueva evidencia (fig. 7). Aunque el resultado es estéticamente muy agradable y cercano a los modelos del periodo, no deja de ser incorrecto a la luz de lo que muestra la fotografía histórica.

Finalmente es lamentable, en otro sentido, que algunos elementos documentados por la imagen –como la rica ornamentación del acceso principal– resulten ya irrecuperables debido a la altura actual del vano, lo que imposibilita su reconstrucción. Sin embargo, al menos contamos hoy con un documento visual que nos permite comprender mejor la fisonomía original de las casas del conde de Rábago y su carácter unitario, del que solo sobrevive la mitad. En adelante, su estudio debe abordarse como el conjunto que fue, y no sólo como fragmentos aislados. ~
- Oscar Mazín y Fernando Pérez de Salazar, La sede de la Academia Mexicana de la Historia: una fachada del siglo XVIII. Historia y propuesta de restauración, México, Academia Mexicana de la Historia / Estampa Artes Gráficas, 2019. Las citas de Diego Angulo y Manuel Toussaint las he tomado directamente de este trabajo. ↩︎
- Pertenece a un álbum de 39 fotografías con el título “Vues de Mexico” de la colección de Gregory Leroy, a quien agradezco la copia digital que me proporcionó. La imagen contiene muchos más detalles de interés, además de mostrarnos la fachada de las casas del conde de Rábago y su uso como tesorería del ejército francés durante el Segundo Imperio. Tal es, por ejemplo, el estado original del entresuelo del palacio de San Mateo de Valparaíso, del que se conservan pocas imágenes anteriores a su transformación de 1884 para alojar al Banco Nacional de México. También, la temprana transformación ecléctica del inmueble vecino al oriente de las casas de Rábago, que perteneció al convento de Capuchinas y que seguramente debió estos cambios a su expropiación por las Leyes de Reforma. ↩︎
- El dibujo se reproduce a muy pequeña escala en Pablo Diener y Ketherine Mathorne, El Barón de Courcy, ilustraciones de un viaje, 1831-1833, México, Artes de México, 1998, p. 82. ↩︎
- Oscar Mazín y Fernando Pérez de Salazar. La sede de la Academia Mexicana de la Historia: una fachada del siglo XVIII…, op. cit. ↩︎