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Romper las olas de la historia feminista

Es comรบn entender al feminismo como una sucesiรณn de olas y puede ser muy problemรกtico por todo los detalles que esta imagen deja de lado.
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Quien se haya asomado al feminismo sabe que su historia se cuenta en olas: primera, segunda, tercera. Mรกs que actos de una obra son periodos enmarcados entre corchetes rigurosos.

La cronologรญa quiere que la primera arranque en 1848 y termine en 1920 con la aprobaciรณn de la 19ยช enmienda constitucional en Estados Unidos, y finge que durante 70 aรฑos las feministas no quisieron otra cosa mรกs que derechos. Aunque algunos libros reconocen que las mujeres de entonces tenรญan otras cosas en mente, gran parte de los recuentos de esa โ€œprimera olaโ€ se concentran, sobre todo, en el sufragio.

Los prรณximos 40 aรฑos no son mรกs que silencio: el inexplicable agujero de una generaciรณn completa que, segรบn la misma cronologรญa, no pensรณ en el feminismo. Un agujero, sรญ, o el movimiento de la primera ola que retrocediรณ al mar justo cuando tocรณ la playa.

No es hasta la publicaciรณn en 1963 de La mรญstica femenina, de Betty Friedan, que se avista la siguiente ola que, ya crecida, se imaginรณ como el tsunami que barrerรญa con cada una de las convenciones de gรฉnero: desde el trabajo domรฉstico hasta la sexualidad, desde el acceso a la economรญa formal hasta la violaciรณn, desde la maternidad hasta el maquillaje. Esta breve pero โ€œmรกs devastadoraโ€ segunda ola empezรณ a debilitarse en 1965; para la dรฉcada de 1980 se esfumรณ por completo. Eso, al menos, es lo que decreta la cronologรญa.

Por diez aรฑos sobrevino otro silencio. En Estados Unidos, se trata de la dรฉcada Reagan y en otros paรญses, del regreso de la derecha al poder. Parece que nada ocurriรณ hasta que en los noventa una nueva ola, la tercera, creyรณ superar a la anterior porque โ€“otra vez, a decir de la cronologรญaโ€“ aquella no habรญa sido mรกs que una cofradรญa de mujeres clasemedieras, universitarias y blancas. Las feministas noventeras y nuestras contemporรกneas creen que fueron las primeras en tomarse en serio la experiencia de aquellas que son afroamericanas, lesbianas y pobres a la vez, o de otras que son indรญgenas e inmigrantes. โ€œLas primerasโ€, en fin, que vieron mรกs allรก de las naciones para pensar โ€“ahora sรญโ€“ en tรฉrminos globales pero anticolonialistas.

Por simple que parezca esta es la historia mรกs leรญda, escuchada y debatida del feminismo. Los corchetes de esta cronologรญa delimitan libros y capรญtulos. La fecha de inicio de una de estas olas se escribe en la primera pรกgina y la รบltima se registra justo antes de que sobrevenga la contraportada. No sรณlo definen a la academia y a los libros de divulgaciรณn, sino a las pelรญculas y hasta los documentales gratuitos que uno puede ver en Youtube. Estรก claro que estructuran las conversaciones que teรณricos, activistas y adversarios tienen sobre el feminismo.

Los corchetes deberรญan bastarnos para dudar de esta historia que asegura que nada ocurriรณ fuera de ellos; periodos en blanco, pausas estrictas, a esta cronologรญa se le pierden dรฉcadas.

Los recuentos de la primera ola suelen empezar con la convenciรณn de las mujeres de Seneca Falls, en 1848, o con los libros de John Stuart Mill (sobre todo, The Subjection of Women de 1869). Tengo para mรญ que este tipo de inicios olvida que las mujeres de la Revoluciรณn francesa tambiรฉn tenรญan el ojo puesto en el derecho al voto.  Mรกs que antecedentes, estas y otras historias se le escapan a una lรญnea de tiempo que ya se adivina anglosajona โ€“y, por ello mismo, insuficiente para describir a los feminismos del mundo.

((Las fechas de cierre son otra necedad, incluso cuando uno acepta limitarse al territorio estadunidense. En su bibliografรญa de la maternidad, por ejemplo, Anne Snitow se esfuerza por cerrar la โ€œsegunda olaโ€ antes de que empiece la dรฉcada de los ochenta, en la que โ€“la cronologรญa asรญ lo demandaโ€“ no โ€œdebiรณ haber ocurrido nadaโ€. Asombrada, reconoce que aun en los odiosos ochenta se publicaron libros sobre la maternidad lรฉsbica. Asรญ que los registra pero interpreta que son tรญmidos brotes de algo que no puede ser parte de una ola principal. Bien visto, resulta que los ochenta fueron la dรฉcada feminista que mรกs resistencia opuso, por ejemplo, contra la pornografรญa. Basta con leer los argumentos de Catherine McKinnon y la cruda prosa de Andrea Dworkin para reconocer que su movimiento fue todo menos un tรญmido brote feminista. ))

 

La cronologรญa tiene otro problema, si no mรกs grave, al menos igual de insidioso: supone que cada etapa es como una ola uniforme. La primera, no hizo mรกs que pelear por el voto de las mujeres โ€“y, a ratos, por el derecho a la educaciรณn. La segunda se volcรณ completa a cuestionar la divisiรณn de gรฉnero y la tercera se volviรณ multicultural. Uno se pierde los debates que crecen en disputas, las coaliciones tambaleantes y  sus rupturas, las alianzas con otros movimientos contemporรกneos cuando piensa en las olas monรณtonas del feminismo. Hay tantas tensiones dentro de cada una de estas supuestas etapas que muy pronto la metรกfora de las olas se revela inadecuada: una imagen no dice mรกs que mil palabras.

Quizรก un periodo parezca uniforme porque la historia se ha concentrado en unas cuรกntas lรญderes y sus grupos. Esto ocurre, en especial, en la historia del arte. Son demasiados los libros y los artรญculos que se concentran en Judy Chicago y sus aliadas, en el programa de feminismo que inaugurรณ en Fresno y las exposiciones de su grupo de estudiantes. Visto asรญ, uno podrรญa llegar a creer que los รบltimos aรฑos de los sesenta y los primeros de los setenta se trataron exclusivamente del desafรญo figurativo y femenino que la camarilla de  Chicago articulรณ contra el minimalismo.

Al mismo tiempo y en el mismo estado de la Uniรณn Americana surgiรณ el arte feminista de las chicanas, que nada tuvo que ver con Chicago y sus alumnas. A pesar de que ambos grupos vivieron en California, uno se encontraba en Fresno y el otro en los barrios latinos de East LA. Mientras Chicago montaba instalaciones dentro de una casa (la Womanhouse) o hacรญa performances para exponer las relaciones de poder tanto en lo domรฉstico como en el cuerpo de las mujeres, Judithe Hernรกndez pintaba murales que le dieran cabida a las latinas en la historia de Estados Unidos.

Tuvieron otras diferencias: Chicago, una feminista de corte separatista, se alejรณ de sus colegas hombres; Hernรกndez trabajรณ y negociรณ con ellos la inclusiรณn de las mujeres. Aunque no se parezcan en ideas ni en estrategias, en temas ni en medios artรญsticos, ยฟhay que pensar que son una y la misma ola?

Por si fuera poco, el feminismo de Nueva York, mรกs acadรฉmico y con algunas propuestas abstractas, tampoco parece haber pensado lo mismo que โ€œlas californianasโ€ โ€“una categorรญa que tambiรฉn termina por desmoronarse.

((En Mรฉxico, en cambio, Marta Lamas ha registrado otras divisiones entre feministas: estรกn las institucionales que en algรบn momento asistieron a las conferencias de la mujer de la ONU y las que se rehusaron a participar porque olieron en ello el tufo de la cooptaciรณn. A la fecha, la asamblea feminista de la Ciudad de Mรฉxico, que en el 2016 se uniรณ a la del Estado de Mรฉxico, desconfรญa de las iniciativas del Estado y prefiere redactar sus demandas a la sociedad antes que un pliego petitorio negociable con Inmujeres y la Secretarรญa de Gobernaciรณn de la capital. La distancia entre las acadรฉmicas y las activistas de colonias populares es tal que son pocas las veces que se las ve juntas (una posible excepciรณn es el 24A).  Y otro grupo diferente es el de las feministas del EZLN. La misma Lamas tiene otro recuento de cรณmo surgieron y se desmoronaron los frentes amplios, las coaliciones y las alianzas de los ochenta. Difรญcilmente podrรญa pensarse que todas estas expresiones son parte de una โ€œtercera olaโ€ mexicana. Y son demasiados los debates y las diferencias โ€“ya no dentro de un paรญs, sino dentro de un estadoโ€“ como para insistir en una cronologรญa simple del movimiento. Las olas ahogan la diversidad del feminismo. ))

 

Una de las principales preocupaciones de las feministas que han escrito a contracorriente es que la historia en olas provoca malentendidos entre las activistas de diferentes generaciones. Las del tercer periodo se imaginan que sus antecesoras sรณlo le pusieron atenciรณn a las experiencias y los derechos de las mujeres blancas. De ahรญ que desde los noventa el feminismo se asuma multicultural e interseccional.

Poco a poco se demuestra lo contrario. La investigaciรณn de Becky Thompson, por ejemplo, es una buena colecciรณn de fuentes que prueban que hubo una alianza entre las feministas afroamericanas y las blancas antiracistas durante los setenta y los ochenta; el grupo que incluso trabajรณ por los derechos de las mujeres de los paรญses de Amรฉrica central y contra el imperialismo estadunidense.

((Becky Thompson, โ€œMultiracial Feminism: Recasting the Chronology of the Second wave Feminismโ€, en Nancy A. Hewitt, No Permanent Waves. Recasting Histories of U.S. Feminism, Rutgers, 2010. ))

 

En los libros mรกs recientes tambiรฉn hay evidencia de las obras de arte y las acciones de las feministas afroamericanas en esa segunda ola que hemos imaginado blanca y clasemediera.

((Valerie Smith, โ€œAbundant Evidence: Black Women Artists of the 1960s and 1970sโ€, en Jill Fields (ed.), Entering the Picture. Judy Chicago, the Fresmo Feminist Art Program, and Collective Vision of Women Artists, Routledge, 2012. ))

No sรณlo hay recuentos de ellas y las chicanas, tambiรฉn los hay de mujeres de origen asiรกtico en Estados Unidos. Quizรก debamos reformular nuestra crรญtica del pasado: tal vez la โ€œsegunda olaโ€ no fue blanca, sino que se historizรณ blanca.

Pero para Griselda Pollock las olas son mรกs que un malentendido. De formaciรณn psicoanalรญtica, Pollock argumenta que las personas no sรณlo leemos la historia para informarnos, tambiรฉn respondemos afectivamente al pasado. Asรญ, esta cronologรญa generacional termina por enfrentarnos: contamos un historia que obliga a cada feminista a atravesar una suerte de complejo de Edipo y โ€œasesinarโ€ a la autoridad anterior de feministas para continuar. Para Pollock, esta organizaciรณn de la historia es responsable de una organizaciรณn de los afectos que nos acorrala en un ejercicio patriarcal de la memoria.

Tampoco hay que suscribir por completo el psicoanรกlisis de Pollock para aceptar que la โ€œtercera olaโ€ rompiรณ con โ€œla segundaโ€ al exagerar las disputas entre generaciones; sobre todo si aceptamos, como empieza a hacerlo la historiografรญa, que la segunda mitad del siglo XX no sรณlo le perteneciรณ a las mujeres blancas.

Para Hewitt y Fernandes la historia que conocemos es mรกs bien una fantasรญa para la que hay poca evidencia. Peor aรบn, al creer en ella, descartamos las ideas, tรกcticas y experiencias del pasado feminista en detrimento del activismo actual.

((Introduction, Nancy A. Hewitt, No Permanent Waves. Recasting Histories of U.S. Feminism, Rutgers, 2010. ))

Por todos estos motivos, los textos y el debate contra la historia en olas no debe quedarse en las aulas o en la academia; tambiรฉn debe discutirse entre las feministas โ€œde a pieโ€.

Por si fuera poco, los opositores del feminismo empiezan a aprovecharse de la manera en que contamos nuestra historia. Ahora es comรบn que celebren el periodo โ€œde los derechosโ€ para ridiculizar alguna de las agendas del feminismo contemporรกneo.

Los que citan a John Stuart Mill para contar la historia de la primera ola suponen que รฉsta no hizo mรกs que pelear por algunos derechos. La operaciรณn es burda pero fulminante: si uno piensa que este movimiento sรณlo ve por los derechos, entonces basta con consagrarlos en las constituciones para que el feminismo termine โ€“al fin, sentirรกn con alivio. La teleologรญa que le imponen a las olas se les ha vuelto una manera de declarar la muerte del feminismo โ€“es el objetivo que los anima.

Tambiรฉn los youtubers del momento aprovechan esta cronologรญa para desprestigiar lo que se imaginan como un feminismo contemporรกneo y frรญvolo. Cuando los escucho ridiculizar la decisiรณn de dejar crecer el pelo de las axilas, invariablemente me pregunto si sabrรกn que el rechazo al maquillaje y al aseo โ€œfemeninoโ€ del cuerpo tambiรฉn se discutรญa entre las feministas โ€œmรกs honorablesโ€ que visibilizaron la violaciรณn.

Sospecho, en fin, que echan mano de las olas del feminismo para caricaturizarnos. Entiendo que no todos los que hablan sobre feminismo tienen la intenciรณn de entenderlo. Aun asรญ, quizรก nos convenga problematizar nuestra historia โ€“darle cabida a su diversidad y complejidadโ€“ para que ciertas personas dejen de hacer de ella su botรญn.

Despuรฉs de todo, la narrativa dominante del feminismo oculta tramas, tiene personajes desconocidos y mรกs caminos de terracerรญa que avenidas asfaltadas. Es mรกs: quizรก nunca recuperemos los cortes limpios de una cronologรญa cรณmoda y sencilla; tal vez nadie vuelva a escribir en seis volรบmenes la historia feminista, tal vez trabajemos en periodos cortรญsimos de tiempo, con pedacerรญa.

Contra la historia en paquetitos, propongo que aceptemos el vรฉrtigo de un pasado desordenado. Y es que si ya aceptamos que hay muchos feminismos, ยฟno serรญa un contrasentido pensar que existe una sola cronologรญa?

 

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(Ciudad de Mรฉxico, 1986) estudiรณ la licenciatura en ciencia polรญtica en el ITAM. Es editora.


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