En 1964, Ivan Avakumovic, por entonces profesor de historia en la Universidad de Columbia Británica, publicó el primer volumen de su Historia del Partido Comunista de Yugoslavia, que comenzaba con la fundación del partido en 1919 y terminaba con la invasión de Yugoslavia por parte de la Alemania nazi (y también de Italia, Hungría y Bulgaria) en 1941. Supuestamente iba a haber un segundo volumen. Pero nunca lo he visto, y no parece que exista en internet. Avakumovic, según descubro en mis búsquedas de internet, acabó escribiendo una historia del Partido Comunista de Canadá y no retomó la historia del partido en Yugoslavia.
Leí el libro en los años ochenta. Y ahora lo he vuelto a leer bajo el confinamiento. Me ha parecido mejor que en los ochenta, quizá porque muchas de las cuestiones que menciona han desaparecido: el comunismo no existe, el Partido no existe y el país no existe. Pero las razones que llevan a ese resultado pueden verse ahora en los orígenes del partido. Al conocer el epílogo somos en efecto más capaces de ver las semillas de la destrucción, al menos mucho mejor que en los años ochenta.
Me gustaría señalar la alta calidad del libro. Avakumovic ha leído muchos periódicos del partido, oscuros boletines e incluso panfletos producidos durante los veinte años de entreguerras. Ha estudiado numerosos documentos publicados por las facciones del partido y discute con elegancia las luchas entre ellas. Tiene lo que llamaría un método historiográfico “inglés”. Combina una escritura muy clara con un distanciamiento más o menos irónico con respecto al tema en cuestión, a menudo con críticas disfrazadas de elogios, una actitud que a los lectores no ingleses les resultará a veces incomprensible.
Solo hacia el final del libro creo que pierde un poco gas, como si el autor tuviera prisa por completar el texto. Quizá la tuviera: no sé exactamente en qué momento de su carrera lo escribió.
El tema principal, de una importancia más general que simplemente local, es la dificultad de establecer un partido de trabajadores en un entorno étnica, cultural y económicamente diverso, donde además la clase trabajadora no es muy numerosa y está distribuida de manera desigual por el país. Este era un problema común en los partidos de izquierdas de los países del centro de Europa, incluidos los socialdemócratas rusos antes de 1914: ¿debería el partido centrarse en las minorías descontentas o en los derechos de los trabajadores?
Esta dicotomía siempre provocó confusión en la política socialdemócrata (y posteriormente comunista), y los marxistas austríacos y los bolcheviques probaron, sin mucho éxito, reconciliar ambos aspectos. Los comunistas yugoslavos también probaron y, como ya sabemos, fracasaron.
Esta cuestión, en el contexto yugoslavo, nos lleva a Croacia. ¿Por qué? Porque Croacia tiene exactamente dos aspectos que lo hacen susceptible a la agitación comunista y a problemas relacionados con ello. Tenía enormes aglomeraciones de clase trabajadora (bajo los estándares yugoslavos) en grandes ciudades industriales (Zagreb, Rijeka/Sušak, Sisak, Split). Y también existía un sentimiento popular secesionista contra el Estado yugoslavo, creado rápidamente a finales de 1918 tras la caída de la monarquía de los Habsburgo.
La historia del Partido Comunista Yugoslavo (KPJ) comenzó con una serie de éxitos en 1920. Obtuvo el 12% de los votos en las elecciones generales de ese año, y se convirtió en el cuarto partido más grande en el parlamento y el único con una representación considerable en todo el país. Además, ganó elecciones municipales en dos grandes ciudades (Belgrado y Zagreb).
La amenaza que suponía para la dinastía gobernante hizo que las autoridades ilegalizaran el partido. En ese momento, el KPJ, un partido semilegal, tuvo que elegir entre apelar a los sentimientos nacionales heridos de las minorías que criticaban la mano dura de los serbios, o trabajar para construir conciencia de clase y apoyo a los sindicatos. El partido intentó estar en misa y repicando. En los años veinte, promovió una propaganda radicalmente antiyugoslava y apoyó la ruptura del país. Era una política popular en Croacia (y en otras partes del país, especialmente Macedonia), pero en Croacia ponía al KPJ frente al movimiento Ustacha, que financiaba a Mussolini, en la lucha por el apoyo popular.
El problema era que, en cuestiones de puro nacionalismo, los fascistas siempre superaban a los comunistas. Y sin embargo el libro muestra hasta qué punto los comunistas y los fascistas colaboraron especialmente al hacer campaña para atraer a los jóvenes estudiantes croatas. A partir de mediados de los años treinta, sin embargo, a medida que el Comintern comenzó a imponer una línea ideológica antifascista y a apoyar la creación de “frentes populares” en Europa, la colaboración entre fascistas y comunistas se debilitó.
A pesar de que Avakumovic no muestra simpatía por Tito, reconoce su contribución crucial (Tito se convirtió en secretario general del partido en 1937) para alejarse de la “colaboración táctica” con los fascistas y centrarse más en los sindicatos y los derechos de los trabajadores. Tito también purgó las facciones de “izquierdas” y “derechas”. Le ayudaron en ese proyecto, bien por casualidad o aceptándolas tácitamente, las purgas estalinistas que mataron a cientos de comunistas yugoslavos en la URSS. Fueron acusados sumariamente de todo tipo de desviaciones y enviados al Gulag o directamente fusilados.
En 1941, cuando los nazis atacaron Yugoslavia, el KPJ era un partido más cohesionado que a principios de los años treinta, a pesar de que tenía pocos miembros (8.000 más los 18.000 de las juventudes comunistas). Pero como sugiere esta última cifra, era un partido popular entre los jóvenes (especialmente en la Universidad de Belgrado) y los nuevos cuadros, mayoritariamente de origen trabajador, que había creado Tito eran de un calibre diferente y más “duros” que los anteriores. Era ya un partido realmente estalinista.
Pero los yugoslavos siempre tenían problemas con el Comintern. Una de las contribuciones del libro de Avakumovic es que muestra la naturaleza separatista y combativa del partido; el gobierno lo acosaba, era difícil de organizar ya que estaba lleno de infiltrados y “agentes provocadores”, y sin embargo estaba siempre dispuesto a meterse en peleas internas. Esas peleas internas llegaron al Comintern, con varias facciones que en una sucesión desconcertante aspiraban al apoyo del Comintern, y luego con giros radicales y rechazando lo que Moscú les pedía.
El secretario general del KPJ, Sima Markovic, consiguió llegar primero en 1920, y se metió en una pelea muy desagradable con Zinoviev (por entonces jefe del Comintern), al que acusó, entre otras cosas, de no conocer las posiciones oficiales del Comintern. Para colmo, también se enredó en un debate con Stalin. (Era “la tendencia desafortunada de los comunistas yugoslavos a contradecir y oponerse a las personalidades soviéticas”, como dice Avakumovic delicadamente).
Stalin criticó la actitud federalista y proyugoslava de Markovic y lo acusó de ser un “nacionalista de la Gran Serbia”. Además, le reprochó no entender su defensa (la de Stalin) de los derechos de las naciones oprimidas, incluido su derecho a la secesión. Esas disputas continuaron hasta que Moscú acabó con todos los faccionalistas problemáticos y se ocupó a finales de los años treinta de otros asuntos más importantes que los Balcanes.
Al final (algo que no aparece en el libro), el partido cayó víctima de los mismos demonios que intentó derrotar en los años veinte: el faccionalismo y el nacionalismo. Desapareció al mismo tiempo que la ideología comunista y el país. Poca gente podría haber adivinado este resultado en el congreso fundacional del partido en 1919.
Publicado originalmente en el blog del autor.
Traducción del inglés de Ricardo Dudda.
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).