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El mundo de apenas ayer

La literatura, el periodismo, las ciencias sociales y el arte han caído de sus antiguos pedestales. ¿Es el mundo que se va mejor o peor que el presente?
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A mi maestra Judith Gerendas,
in memoriam

Estamos condenados al fallecimiento de nuestro mundo; es el precio que hemos pagado para no morirnos de una tosferina en la infancia y llegar con los dientes completos a la vejez, asunto impensable hace apenas cien años. No hay tiempo para la eternidad. He visto la caída de la literatura, el periodismo, las ciencias sociales, las humanidades y el arte de sus antiguos pedestales. Existen, desde luego, y funcionan para minorías que compartimos espacios prestigiosos y prestigiados, pero los escritores e intelectuales, las grandes hazañas artísticas, los periodistas aventureros y afamados que reporteaban guerras y grandes acontecimientos históricos y políticos, son, lo digo sin suspiros ni nostalgia, cosa del pasado.

El arte comercial, la influencia en las redes sociales, el uso instrumental de las humanidades y las ciencias sociales para formar cuadros profesionales o para servir a causas políticas, y la literatura épica y distópica se adueñaron del prestigio, que antes simplemente no tenían frente a las invenciones más irreverentes y originales. Desde luego, siempre ha habido entretenimiento en la sociedad de masas. El problema no es este, el problema reside en que las prácticas consagradas en las políticas culturales, comunicacionales y educativas de universidades, museos o editoriales responden a intereses ajenos al humanismo, la ejemplaridad del canon o la apropiación original de las herencias disponibles, al estilo de la literatura del boom en América Latina.

No muero de amor por un pasado que, en mi caso, me excluía. Solo ajusto cuentas con el mundo en que se levantaron mis aspiraciones personales y se desarrolló mi apetito por existir, no solo vivir. Con cierta ironía veo ahora que no se trataba de derribar a un Vargas Llosa sino juntarse de igual a igual en la misma mesa. Sin embargo, pareciera imposible el cambio sin hegemonía: Vargas Llosa o nosotras. A pesar de mi respeto por la insobornable fidelidad del nobel peruano a su obra y pensamiento y mi asombro inacabable ante su talento, tengo que alegrarme del ascenso de las escritoras, aunque no disfrute de las mieles de los afortunados tiempos actuales para nosotras.

Hoy, como siempre, hace falta olfatear la época con el fino sentido del que tantas (y tantos) carecemos. Nada recompensará esa falta de olfato; quienes no lo tengan se irán con su música a otra parte sin chance para la posteridad. Kafka lo sabía, lo intuyó con una clarividencia tremenda: tal vez importe un bledo escribir o no escribir. Entre paréntesis, en su caso, se equivocó: La metamorfosis tiene una imparable popularidad, aunque menos que sus otros textos, capaces de fecundar un siglo de distopías y de cultivo de los géneros narrativos de la violencia.

Qué esperábamos las mujeres que nos alimentamos del culto al genio, algunas capaces de escribir tratados monumentales como El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, o como Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt; o de elaborar temas peliagudos al estilo del lesbianismo con el talento de Sylvia Molloy en su novela En breve cárcel o con el de Cristina Peri Rossi en su poesía. En mi juventud, Arendt había fallecido y Beauvoir se acercaba a la muerte; mientras, la argentina y la uruguaya estaban en plena producción. Sí era posible, con el contexto adecuado, destacarse con luz propia en las competidas elites intelectuales de los varones; el caso es que nosotras mismas creíamos en esas elites, de las que se nos excluía a partir de discriminaciones tan estúpidas que no vale la pena ni siquiera ejemplificarlas.

En contraste, la genialidad –una facilidad inmensa para ejercer determinadas actividades con creativa originalidad– hoy causa una profunda desconfianza en aquellos ámbitos en los que era aceptada, con la posible excepción de la ciencia, en la que es imposible cancelar a Einstein si se quiere hacer investigación seria en el área. En la película Tár, dirigida por Todd Field, la directora y musicóloga apenas puede creer que un estudiante de conservatorio rechace la música de Johann Sebastian Bach en razón de sus debilidades patriarcales. El personaje del alumno representa, con su toque de caricatura, una disposición cultural de una época menos dada a la ponderación del valor estético e histórico de los legados artísticos que a la transformación radical de la ética y la moral colectiva. Esto me recuerda, dado su parecido al dogma religioso, a la moral proletaria de hace un siglo. Como dice George Steiner en su texto Nostalgia del absoluto, el vacío de una vida (in)trascendente requiere de un sentido radical solo posible en la contemporaneidad con la política.

¿Lydia Tár pertenece al siglo XX y no al XXI? El mundo de apenas ayer, pequeña alteración del título de Stefan Zweig, no hubiese estado cómodo con el personaje, un imposible dada su condición de mujer públicamente lesbiana. Pero la inmensidad de su talento hubiese puesto el mundo a sus pies de haber sido hombre, como es el caso de Leonard Bernstein, bisexual, llevado al cine en Maestro, dirigida por Bradley Cooper. ¿Se toleraría hoy en día la vida amorosa del personaje, que incluía a alumnos según el filme? ¿Importaría su titánica labor que abarcó la composición, la docencia, la interpretación y la promoción cultural si se le descubriese cualquier desliz sexual? La respuesta, y no solo al juzgar por Tár, es no. Los delitos juzgados o los delitos ideológicos no llevan a la ruina, son los delitos sexuales no tipificados como delitos (perjudicar a una estudiante en el caso del personaje de Cate Blanchett).  

El mundo de apenas ayer se despide. ¿Mejor o peor que el presente? No puedo juzgar eso porque creo que en realidad no tiene importancia. El mejor o peor tiempo es aquel donde podemos ser plenamente nosotros mismos, y creo que esta bendita condición no es frecuente. ~

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Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.


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