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Lección de Kiro

¿Los humanos tienden a humanizar a los perros? ¿O son ellos quienes nos humanizan, haciéndonos recuperar sentimientos enterrados?
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Hasta hace unos ocho años, yo creía que la conducta y las expresiones humanoides de los perros eran imitaciones de sus amos humanos y que su lealtad era una argucia para obtener alimentación. Empecé a dudar de estas certezas cuando Kiro entró a mi vida.

Lo trajo una dama contactada por Facebook. Ella dedica sus fines de semana a rescatar perros callejeros, los rehabilita y los ofrece en adopción por esa red social. Contó que lo encontró siendo un cachorro famélico y sucio, abandonado en Tultepec, Estado de México. Abrió la puerta de su auto y él ingresó rápidamente, como si hubiera sido invitado a subir.

Al llegar a mi casa, Kiro se tendió a mis pies, contemplándome fijamente con esa mirada profunda y misteriosa que solo los perros son capaces de expresar sin incomodarnos, a diferencia de la mirada escrutadora de nuestros congéneres. Nadie es capaz de descifrar esa mirada, solo presentimos que algo nos quiere decir.

Desde que se quedó en casa, Kiro se apropió del sofá de la sala, y todas las mañanas, muy temprano, empezó a apersonarse junto a mí en la cama, gimiendo tímidamente y moviendo la cola, como si buscara comprobar que yo estaba vivo, si todavía lo quería o solo dar los buenos días. Bastaba que le acariciara la cabeza o el buche para que empezara a regocijarse. Luego se subía a la cama y se hacía rosca a mis pies.

Hasta antes de que Kiro entrara en mi vida, yo creía que los humanos tendían a humanizarlos en una suerte de egocentrismo de especie. Él me hizo erradicar este prejuicio: ahora sé que los perros son quienes nos humanizan o nos hacen recuperar sentimientos enterrados por el endurecimiento que la vida nos impone.

El endurecimiento humano puede ser producido por muchas causas. Puedo reconocer que a mí me lo produjo el trabajo intelectual, sin desconocer otras causas como el paso del tiempo, la presión del sustento material y las decepciones de la vida. El enfoque filosófico que elegí en mi primera madurez fue muy racionalista y así fui sometiendo las emociones y los sentimientos a riguroso escrutinio mental.

Inadvertidamente, Kiro empezó a ejercer sobre mí una influencia que reconocí como benévola: empecé a sentir misericordia por el sufrimiento humano como no la había sentido desde mi niñez. No quiero decir que antes de Kiro haya sido indiferente al sufrimiento, es solo que lo racionalizaba, desplazando mi sentimiento por explicaciones intelectuales, lo que a fin de cuentas me des-solidarizaba de las personas sufrientes concretas.

Recuperé mi costumbre familiar de dar limosna, empecé a compartir mi despensa con pordioseros y a platicar con ellos, con Kiro siempre a mi lado, quien se convirtió en mascota de ellos también. Cuando iba al supermercado o al mercado popular, los pordioseros se ofrecían a cuidarlo. Uno de ellos solía hablar con él, musitando: “Tú sí sabes, tú sí sabes…” Así se fue formando el ejército de Kiro: el mecánico, el vendedor de tortillas, la vendedora de tacos de canasta y demás habituales del barrio.

Kiro es eminentemente amistoso con humanos, perros y gatos. Cuando olfatea a un congénere agresivo, se cambia de banqueta, pero no es pacifista a toda costa. Una vez que fue atacado por un perro más grande que él, se defendió con bravura hasta que obligó a su rival a huir graciosamente.

Thomas Mann, amante de los perros, conjetura (en Señor y perro) que estos asimilaron sentimientos humanos en una etapa muy temprana de la evolución, cuando el hombre era absolutamente inocente, y que conservan esa inocencia como instinto. ¿Será por eso que despiertan sentimientos puros y prístinos en nosotros?

Como consecuencia de mi convivencia con Kiro empecé a interesarme en la conducta animal en general y encontré una mina de oro en Facebook. Cada día hay decenas, casi cientos de videos nuevos sobre aspectos sorprendentes de la conducta animal en general. Vi a un mono de Tailandia vestirse con pantalón y camisa, montar un perro y espolearlo para ir a pasear por la campiña. Qué Planeta de los simios ni qué nada.

He empezado a sospechar que estamos en proceso de un cambio cultural evolutivo que influirá en nuestra relación con la naturaleza en general. El ser humano podría empezar a dejar de ser “el hijo extraviado de la naturaleza”, como dijo Nietzsche. ~

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