Bernardo Fernández “bef” y Pepe Rojo (antologadores)
25 minutos en el futuro. Nueva ciencia ficción norteamericana
Oaxaca, Almadía/Conaculta, 2013, 736 pp.
“En el Principio era la Palabra y la Palabra era con Dios y la Palabra era una singularidad prebariogenética de alta densidad. La oscuridad se tendía sobre la profundidad y Dios se movió sobre la faz de la matriz hiperespacial… dijo: Sean los pares partícula/antipartícula, y se hizo la luz.” Bienvenidos al mitopunk.
También sean bienvenidos al biopunk, neoweird, ribofunk, o a la “Ficción humanista con un interés particular en cómo la tecnología y la ciencia afectan la manera en que pensamos acerca de nosotros mismos”, como define Ken Liu a su propia obra. Y es que la ciencia ficción norteamericana ha cambiado mucho a partir del declive de las revistas especializadas con que los lectores mexicanos formaron su biblioteca especulativa, interrumpida por la fobia editorial hacia los libros de cuentos desde finales de los ochenta hasta hace poco. Si lejos quedaron las misiones espaciales para recolectar las doradas manzanas del sol, nuestros últimos referentes también revelaron su fecha de caducidad: la red, el ciberespacio y la realidad virtual descansan junto al fax y el VHS, porque el futuro ya colonizó la vida cotidiana. Está en el lenguaje, nuestras relaciones, teléfonos, métodos de trabajo. En la guerra y el ocio.
Según Bernardo Fernández y Pepe Rojo, sus antologadores, 25 minutos en el futuro reunió autores contemporáneos de Canadá y Estados Unidos para corregir ese delay de más o menos treinta años que los lectores de habla hispana perciben en la discusión de ese futuro-presente. El resultado es una buena representación de lo escrito durante los estertores del siglo XX y los desconcertantes primeros años del siglo XXI.
Hoy, el asombro producido por la capacidad predictiva de la ciencia ficción se ha desplazado hacia su cualidad intrínseca: la reflexión en torno al significado de lo humano frente a la devastación del mundo producida por el progreso tecnológico, una meditación que ha sido expresada muchas veces en clave de crítica política. En este sentido, en el libro destacan las obras de Paolo Bacigalupi, Cory Doctorow y Jeff VanderMeer, autor este último de “Variaciones de la cabra”, un cuento de universos paralelos donde el presidente de eu se enfrenta con la noticia del ataque a las torres gemelas. A su vez, Bacigalupi (quien ha firmado una novela muy recomendable, La chica mecánica) describe en “El apostador” dilemas éticos del periodismo digital, aludiendo al contrapeso político de las redes sociales y los blogs, un fenómeno que no le ha sido ajeno a Latinoamérica en la última década. Doctorow explota los mejores recursos de la literatura juvenil en “El juego de Anda” para exhibir el desolador paralelismo entre una joven gamer inglesa y una chica que mantiene a su familia en Ciudad Juárez, recordatorio indispensable de que la ilusión del bienestar es privilegio de las minorías en el poder.
Los recursos del horror también están presentes. “Música en la sangre”, de Greg Bear, es el primer cuento que puso a las nanomáquinas en el tintero del subgénero con un resultado espectacular. “Spar”, de Kij Johnson, narra el encuentro sexual con un alienígena como una pesadilla interminable, mientras que “Kirikh’quru Krokundor”, de Lucius Shepard, es un homenaje a “El dominio de Arnheim”, de Edgar Allan Poe.
Otros autores exhiben una fascinación antropológica por entidades no humanas. Ted Chiang en “Historia de tu vida”, una de las piezas más conmovedoras y originales del libro, reflexiona acerca de la percepción del tiempo y de las elecciones personales a través de la lingüística y una entrañable relación madre-hija. “El algoritmo del amor”, de Ken Liu, es otro cuento que explora los vínculos afectivos con pericia narrativa y atmósfera melancólica.
En la parte más humorística de la antología están dos figuras importantes de la ciencia ficción norteamericana: Eileen Gunn y Connie Willis (autora de la aclamada novela El libro del día del juicio final). En “Incluso la reina”, Willis imagina al mundo sin menstruación y expone un futuro debatido por abuelas, suegras e hijas. Este es uno de los aspectos más refrescantes de la antología. Era necesario incluir no solo autoras ya consolidadas dentro del género, como Margaret Atwood y Nancy Kress, sino temas que también forman parte de la discusión tecnológica y humana que habían sido considerados solo de mujeres (e incluso se desafía la noción misma de esa identidad, por ejemplo, con la presencia de Charlie Jane Anders, una escritora transgénero). La poderosa voz de Catherynne M. Valente, la autora más joven, otorga el cuento que quizá sea la supernova de la antología: “13 maneras de observar el espacio/tiempo”, historia que construye una cosmogonía personal a partir de la potencia poética del discurso científico, la mitología y episodios nodales en la biografía de su protagonista: un aborto, el encuentro con la escritura.
Aparte se cuecen “El sol también explota”, de Chris N. Brown, donde el arte se nutre de la genética; “Rutinas de Tánger”, en el que Rudy Rucker clona las voces epistolares de Burroughs y Kerouac para hacerlos convivir con Alan Turing; y el realismo mágico-superheroico de “El orfanato pentecostal para niños voladores”, de Will Clarke. “Los osos descubren el fuego”, de Terry Bisson, y “93390”, de George Saunders, especulan sobre el destino de los animales, mientras que el líder ciberpunk, Bruce Sterling, se luce con un cuento de sabor prehispánico, escrito ex profeso para la antología.
Salvo que habrá que esperar un siguiente tomo para leer a los ausentes (China Miéville, Kelly Link, Charles de Lint, Karen Joy Fowler, por nombrar unos cuantos) y algunos desaliños editoriales que parecieran producto de un trabajo entusiasta pero apresurado, la antología es un reencuentro afortunado con los lectores hispanoparlantes, una muestra actual capaz de animar también la imaginación de los cazadores de vanguardias, pues a pesar de que –según pensaba Kurt Vonnegut– “muchos críticos serios confunden el cajón de la ciencia ficción con un orinal”, la ficción especulativa es uno de los laboratorios literarios más productivos y estimulantes. En sus dominios de luz y silicio la ficción se muestra menos temerosa de experimentar con estructuras narrativas, usos del lenguaje y, en algunos casos, la creación de formas comunicativas que permitan contar la historia: desde jergas imaginarias, hasta plataformas para interactuar con la obra.*Llama la atención que estos autores estén siempre experimentando en campos distintos al literario: son programadores, joyeros, músicos, artistas multimedia. Quizá por eso les sea más fácil explorar, como lo llamó J. G. Ballard, “el inmenso continente de lo posible”. Expediciones que hoy podemos disfrutar en español y que entrevén una genealogía alternativa de la literatura mexicana que está escribiéndose en los minutos que corren ahora. ~
* La idea original de Neal Stephenson para la novela Snow Crash (1992) era crear “una novela gráfica generada por computadora”. Kathleen Ann Goonan concibió Queen City Jazz (1994) como una novela hipertextual antes de que esa tecnología estuviera ampliamente disponible, mientras que Cory Doctorow, coeditor de boingboing.net, publicó la novela Someone comes to town, someone leaves town en el metaverso Second Life antes de que se imprimiera en 2005. En México, el e-zine creado por José Luis Zárate y Horacio Porcayo, La langosta se ha posado, se distribuyó en disquetes de 3.5 pulgadas durante los años noventa.
(Ciudad de México, 1979). Narradora y ensayista, periodista de cine y literatura. Pertenece al colectivo de arte y ciencia Cúmulo de Tesla.