A la sombra de los libros, de Fernando Escalante Gonzalbo

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Tú, lector, y yo, el reseñista, aparecemos en A la sombra de los libros / Lectura, mercado y vida pública, de Fernando Escalante Gonzalbo. También figuran las demás recensiones que ocupan estas páginas de Letras Libres. Y hasta la obra comentada, que por ello es de alguna manera protagonista de sí misma. No es que el autor cuente con un dispositivo mágico que le haya permitido anticipar lo que se diría de su trabajo, sino que el tema de que se ocupa es el cada vez más débil impacto que los libros en general, y los que se dirigen a un público escaso en particular, tienen en la sociedad de hoy. A decir del propio autor, una reseña como ésta –en una revista como ésta, sobre un libro como éste– “no tiene mucha importancia”: es un estéril soplo en dirección contraria al vendaval que impulsa a la mayor parte de las obras publicadas. Y si bien es cierto que “la crítica inspira toda clase de sospechas”, pues detrás de ella hay siempre un tupido fondo de intereses no siempre conscientes y mucho menos explícitos, también es verdad que la “vida pública” es en gran medida eso que ocurre en las reseñas, las revistas, los libros.

A partir de “indicios” y “conjeturas”, Escalante Gonzalbo se propone describir las consecuencias que una grave metamorfosis en la industria editorial está teniendo “sobre el tipo de libros que se publican y sobre el modo en que se venden, sobre las librerías y las prácticas de lectura”. Lamentablemente, el espacio de que dispone este comentario alcanza apenas para tocar algunos de los muchísimos asuntos de interés que plantea, varios de ellos barnizados de polémica. Aunque trata de evitar la nostalgia por una “improbable edad de oro”, el libro no logra escapar al ánimo comparatista, con una inconfesada preferencia por los tiempos idos. Para cartografiar ese nuevo terreno en que se mueve el libro, echa mano de dos teodolitos: por un lado, abundantes citas de escritores que han descrito sin esbozos su relación con el mercado –entre quienes descuella Flaubert, a la vez despectivo y solícito con las demandas de su público– y, por el otro, un riquísimo arsenal estadístico y hemerográfico, gracias al cual las instantáneas de la realidad capturadas por un diario o una revista especializada adquieren un dinamismo apabullante. Es por ello un alegato audaz y firme, presentado además con una soltura expresiva que no abunda en el ámbito académico, lo que no significa desde luego que todas sus hipótesis sean compartibles. Pero en un entorno dominado por la queja respecto del diminuto mercado de nuestro país o respecto de los siempre incumplidos deberes del Estado en materia educativa, este ensayo abre nuevas y muy anchas avenidas para circular hacia un México más libresco, ya que no se contenta con diagnosticar sino que insinúa soluciones concretas, particularmente la introducción del sistema de precio único.

El también autor de Ciudadanos imaginarios lanza casi de entrada un acertado buscapié al preguntarse para qué leemos. Es el punto de partida para poner en duda la efectividad, ya no digamos práctica sino incluso teórica, de toda campaña de formación de lectores. ¿Es cierto que como sociedad queremos, que podemos multiplicar el número de practicantes de una lectura crítica, autónoma, diversa? El no de Escalante Gonzalbo va acompañado de un alud de cifras, que se entreveran con la argumentación de un modo inusualmente digerible. Esa misma aptitud para apoyarse en las estadísticas –algunas de ellas endebles, pues en México aún somos víctimas del anumerismo, tanto en la vida cotidiana como al generar información cuantitativa– le permite describir el colapso mundial de la industria del libro. Llamados con pudor “Aparte con algunos números” y “Otro aparte, con nombres y números”, esos dos capítulos son excepcionales por el atinado equilibrio entre palabras y guarismos pues, salvo las omnipresentes disquisiciones de Gabriel Zaid, no abundan entre nosotros los retratos hablados del mundo cultural en los que las ideas tengan como cimiento los datos. (Hay que decir, siquiera en un paréntesis, que trabajos como el comentado aquí o los de Juan Domingo Argüelles vienen a ser como extensas notas al pie de los capitales textos de Los demasiados libros y demás ensayos sobre el mundo cultural escritos por el mejor ingeniero de nuestras letras.)

La tesis medular del libro es que la industria editorial se ha visto contaminada por la lógica del mundo del espectáculo. De entrada, el público lector ha crecido pero a costa de una degradación de las prácticas de lectura. Así, hoy coexisten los lectores “habituales”, una denominación falsamente modesta, y los lectores “ocasionales”, membrete que a su vez resulta oblicuamente despectivo. Los segundos son los consumidores de “literatura industrial”, a los que se dirigen las grandes casas editoras, interesadas sólo en ofrecer entretenimiento, mientras que los primeros, entre los que por supuesto se cuenta el propio Escalante Gonzalbo, tú y aun el reseñista, crean la auténtica “cultura del libro”. Este maniqueísmo, que el propio autor reconoce como una necesidad conceptual para su argumento, aunque sea desde luego una simplificación excesiva, permite explicar la crisis por la que atraviesa la cultura del libro.

La posición de Escalante cae, de acuerdo con la iconoclasta taxonomía de Tyler Cowen, un economista que ha hurgado con solvencia en la relación de la cultura con el mercado, entre los pesimistas culturales, pues no parece reconocer ningún beneficio al ensanchamiento del público consumidor. Si bien los mercados pueden ser una amenaza para la creación intelectual, pues a menudo la trivializan o la desdeñan, no podemos más que reconocer que son una de las opciones menos malas para favorecer la libertad de creación y de expresión. Es cierto que en ellos puede darse una cruda censura de facto, mediante la cual se dificulte la circulación de las obras, pero es imposible clausurar por completo el mercado: su periferia es siempre suficientemente amplia como para cobijar la vida pública que defiende Escalante Gonzalbo. Hoy la propia industria editorial parece haber puesto los libros a la sombra. El trabajo de Escalante Gonzalbo es a la vez una denuncia de ello y un contraejemplo. ~

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