Adolfo Castañón y Alfonso Reyes, de un caballero a otro

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Adolfo Castañón

Alfonso Reyes: caballero de la voz errante. Edición ampliada, corregida y revisada

México, Academia Mexicana de la Lengua, Juan Pablos Editor y Universidad Autónoma de Nuevo León, 2012, 580 pp.

 

Adolfo Castañón (ciudad de México, 1952) no acostumbra utilizar adjetivos para nombrar a las personas o calificarlas. Prefiere los sustantivos: ciudad para Carlos Monsiváis, y sonrisa en relación con Alejandro Rossi. Y así, gracias a Castañón, cuando recorro la ciudad recuerdo a Monsiváis, y cuando leo a Rossi, a quien no conocí, sonrío.

Libro, este es el sustantivo que asocio de manera inmediata con Castañón. Podría decir de él, sin faltar a la verdad, que es un bibliómano empedernido, un autor prolífico, un traductor confiable, un editor eficiente y un lector perpetuo. Prefiero mencionar tan solo la palabra libro y luego evocar una o varias de las mil y una anécdotas de la simbiosis entre Castañón y ese objeto vivo que lo representa. Y es que ¿quién de nosotros, sus amigos, no ha sido testigo o beneficiario de las mutaciones librescas de Castañón? ¿A cuántos nos ha proporcionado la referencia exacta, la palabra más apropiada, si no es que el ejemplar que estábamos buscando? Y no sabemos qué agradecer más, si su memoria, su biblioteca personal o su generosidad. Deberíamos optar por la última, porque es la que pone a nuestra disposición a las dos primeras.

En mayo de 2012 salió de la imprenta la quinta edición, ampliada, corregida y revisada, de Alfonso Reyes: caballero de la voz errante, con los sellos de la Academia Mexicana de la Lengua, Juan Pablos Editor y la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). El simple rastreo de las cuatro ediciones precedentes, desde la primera de 1988 por Joan Boldó i Climent, Editores, hasta esta última,1 que lleva en la portada la advertencia de ser el reconocimiento al mérito editorial UANL 2012, podría ser materia de una investigación sobre una estela esencial en la vida y la obra de Castañón: el trato, como lector, editor, traductor, biógrafo, conversador y crítico literario, con Alfonso Reyes. Una amistad entre dos hombres de letras de tiempos distantes (Reyes murió cuando Castañón tenía siete años y cuatro meses de edad), pero contemporáneos en sus preferencias, propósitos y maneras.

En esta relación, Castañón fue quien tomó la iniciativa. Eligió los libros de Alfonso Reyes del repertorio vasto de posibilidades existentes en la biblioteca de su padre, quien asistió al curso de Antigua Retórica impartido por Reyes en 1946. No era esta una elección “lógica” en aquella época, la década de los setenta del siglo XX, cuando algunos de los entonces jóvenes de la generación de Castañón lamentaban que el Estado mexicano invirtiera recursos en la edición de más tomos de las Obras completas de Reyes porque los ya publicados les parecían suficientes para conocerlo.

Desde entonces, Castañón ha desarrollado sus “afinidades electivas” con Reyes y ha cultivado la amistad entre ellos de manera devota. La última edición de Alfonso Reyes: caballero de la voz errante es el testimonio más reciente de esta entrega. Seguramente dentro de algunos años habrá una demostración más, y después otra. Así son los buenos amores: no se acaban nunca; siempre habrá descubrimientos nuevos o algo que agregar respecto del otro, así como correcciones a lo propio. Es cuestión de estar y ser atento, de no ceder a la rutina y al olvido. Sobre todo, no incurrir en la descortesía.

Castañón seleccionó para el título de su obra mutante sobre Alfonso Reyes un fragmento de “Letanía a don Quijote”, de Rubén Darío. En este caso, optó por un sustantivo aplicable como adjetivo al protagonista de la trama. Reyes fue un caballero. Su arma principal fue la voz, oral y escrita, que dispersó en conversaciones y páginas errantes tanto de un país a otro como entre los diferentes géneros literarios. Seguir su voz implica no solo andar el mundo (México, España, Francia, Brasil y Argentina, principalmente), sino todas las formas posibles de escritura: desde la poesía hasta la circular administrativa, pasando por la correspondencia, el diario, el informe diplomático, el periodismo literario, el cuento, la crónica cinematográfica, la receta culinaria y, por supuesto, el ensayo. Implica también transitar por todos los referentes literarios, de los clásicos griegos en adelante. Incluso para un comparatista experto como lo es George Steiner, el vasto campo de referencias de Reyes suscita un sentimiento de humildad: “Su universo abarca desde la Antigüedad clásica hasta la modernidad, desde la literatura picaresca hasta la erótica, desde el orden de lo político hasta las esferas de la crítica y la estética” (p. 515).2

Steiner menciona la aparente contradicción entre algunas de las preferencias literarias de Reyes, herméticas y complejas, y su vida diplomática, “fantásticamente pública”. No solo la diplomática: Reyes aplicó todas las conjugaciones posibles del verbo convivir, vivir con, entre y para los otros. Del mismo modo que no reconocía las fronteras geográficas, generacionales, disciplinarias o raciales, tampoco distinguía los deslindes entre lo público y lo privado. De aquí que conocer a Reyes implique verlo relejado en el espejo de los demás y aquilatar qué tanto de lo suyo era de los otros, y al revés. Implica también adentrarse en el conjunto creciente de estudios especializados en algún tema relacionado con él. En pocas palabras, Reyes creó un cosmos en el que resulta fácil perderse. Solo un temerario como lo era el joven Castañón pudo haber decidido recorrer este todo. Y ahí sigue, a sus sesenta años y dos meses de edad, en el camino.

Las cinco ediciones de Alfonso Reyes: el caballero de la voz errante son crónicas de un viaje que nunca será definitivo, como tampoco lo serán las Obras completas de Reyes ni las lecturas y antologías que se hagan de estas o las interpretaciones de sus impresos principales. No obstante, es lo más cercano que hay a una guía para comprender a Reyes a través de vestigios dejados por él mismo o por otros. Y de paso, como una ganancia extra, un lector atento podrá obtener algunas claves para entender mejor a ese hombre libro que es Adolfo Castañón.

La guía está estructurada en cuatro partes: “De la vida”, “De la obra”, “Varia Alfonsina” y “Voz y aliento de Reyes”. Cuatro puntos cardinales de un ciclo: del origen de Reyes al advenimiento de un libro inacabado sobre Reyes. Y es que en la cuarta etapa del recorrido está descrito el encuentro con la voz de Reyes y cómo este alentó a Castañón:

No conocimos a Alfonso Reyes. De su persona, empero, existe un rastro de tinta que dibuja con la línea minuciosa y exuberante de su escritura una geografía, paisaje que es mapa y escenario emblemático. El topógrafo que ha levantado esa carta lo ha hecho desde una óptica, con una luz que es una voz. La de Alfonso Reyes. Se le puede oír. Ahí está, contenida como la vida en la semilla, viva en el surco de un registro. [p. 527]

Seguir un rastro de tinta que igual contiene fotografías y dibujos que grabaciones de programas de radio y de estudio, entrevistas y charlas, por no enumerar los distintos tipos de impresos y la variedad de los recursos para dar con estos y hallarles un sentido. Eso es lo que ha hecho Castañón, quien no presume ni de biógrafo ni de historiador. ¿Para qué? ¿Por qué? Por vocación, o más bien debido a que para él la vocación es voz y “quien sigue la suya la busca entre mil. Mil voces te dicen adentro que sigas. Pero de mil solo una es la genuina. Alienta en todas la creación, pero solo una entre miles puede elegirte para decirte su canción” (p. 527).

La voz de Reyes y la de Castañón son diferentes, aunque en ambas subyazca el terco, necesario aliento de escribir. No resulta válido equiparar a uno con otro, ni suponer que el vivo suplantará al fallecido u ocupará el gran vacío que este dejó. Menos aún convencen las constelaciones genealógicas que ven hijos parricidas y nietos complacientes en las sucesiones literarias. Lo que el lector podrá encontrar es el ejemplo de un aprendizaje obtenido a través de la lectura reiterada de un autor y del conocimiento, sin extremos morbosos, de su vida. Reyes enseña a leer, escribir y hablar, dice Castañón. ¿Se requiere algo más para que siga siendo imprescindible en nuestras vidas? Respondo que no, a sabiendas de que en realidad pienso en las enseñanzas que obtengo, día a día, del buen maestro que es Adolfo Castañón. Y si de gratitud se trata, extraña la ausencia, en esta edición, de la dedicatoria, impresa en las ediciones previas, a Ernesto Mejía Sánchez, maestro de Castañón, amigo de su padre y editor de las Obras de Reyes, quien colaboró en el Boletín Bibliográfico de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público al que tantos le debemos tanto, como a Castañón. ~

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(ciudad de México, 1956) es pedagoga e historiadora, investigadora titular en el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional.


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